lunes, 1 de febrero de 2016

Tedio

Llueve. El agua ha anegado el camino empedrado y las gotas salpican al caer formando cráteres de paredes altas y caprichosas que apenas duran un segundo. El ruido del agua es interrumpido de vez en cuando por un trueno lejano. Si dejara de llover, seguirían cayendo gotas de agua porque hay árboles, esponjas, que van arrojando el agua que empapa sus hojas y ramas poco a poco. Me gusta salir a caminar cuando llueve, sin paraguas, con la capucha del chubasquero puesta, para escuchar la lluvia que cae con la resonancia de una piel de tambor. Nunca me dieron miedo las tormentas, pero prefiero los truenos que caen lejos, esos que se alargan por el eco y parecen mucho más intensos que los que caen en la cercanía y apenas duran un estruendoso instante. Puede que me gusten por la idea de lejanía, por producirse muy apartados de donde yo estoy: durante mucho tiempo, sobre todo en mis años de internado, siempre quería estar en cualquier parte que no fuera precisamente donde me encontraba. Nada me ponía más triste y melancólica que el olor de la gasolina quemada que dejaban los coches al irse. 

Seguirá lloviendo durante 8 horas, tres minutos y treinta y ocho segundos. He tenido que recurrir a Youtube para ver llover porque aquí hace mucho que no cae una gota. Por las mañanas el cielo amanece impoluto, azul intenso, como de principios de verano. A veces el contraste de una nube muy alta y blanca lo hace parecer aún más intenso. Ayer por la tarde apareció un cúmulo sobre Sierra Nevada. Era denso, de formas muy definidas y delimitadas, suaves, como si el viento lo hubiera erosionado y redondeado durante siglos. Puede que la nube continúe ahí, pero si es así, la oscuridad la perfila como una mancha clara, como parte de las montañas. Mañana, según el tiempo, tampoco lloverá.



1 comentario:

  1. Que el trueno me despierte con su ronco estampido y al mundo adormecido lo haga estremecer. Que rayos cada instante caigan sobre él sin cuento. Que se hunda el firmamento, me agrada mucho ver.
    Bueno, Espronceda en su "desesperación" exageraba lo suyo, pero a mi también me gusta la lluvia y las tormentas. En Extremadura, acompañado por un familiar, nos trasladábamos en coche a las inmensas dehesas para presenciar alguna.
    Nos dirían que estábamos locos, pero creo que, como describen en filosofía, belleza no es solo lo que place; también lo que impresiona y sobrecoge.
    Vaya rollo que he soltado, pero así lo he sentido y sin pensar lo he escrito.

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