jueves, 27 de febrero de 2014

El azar y la naturaleza


Me gusta este cuadro. ¿Quién será el pintor? Me gustan la volutas que aparecen desde la izquierda y pretenden, sin conseguirlo, subrayar el gran óvalo naranja: la mancha blanca las interrumpe e impide. Es como un gigantesco ojo ámbar que, a pesar de su ceguera, nos contempla. 

Esta imagen me hace recordar, e incluso percibo su olor, el café cremoso que servían en la cafetería de la estudio de arquitectura de Barcelona. El camarero era un hombre muy serio y silencioso. Creo que le gustábamos los que siempre tomábamos lo mismo por que así no se veía forzado a preguntar. Guille, un café solo con una nube (el mismo café en Granada es un manchado y en Málaga un café con leche corto de leche). Yo pedía un té con canela. El camarero, muy hábil en su oficio, hacía dibujos con la leche en la espuma del café: un smile, una espiga, un trébol, una espiral... La cafetería, y su camarero, naufragaron en cuanto el estudio comenzó a hacer agua. Entre la sustitución en la entrega de los proyectos en cajones negros compactos por carpetas cutres y el primer despido masivo de personal (casi todos los administrativos y contables). 

Si fuera una cursi no atena, diría que el pintor de ese cuadro ha sido Dios. Pero no soy cursi (o intento no serlo) y tan atea como la convicción de haber nacido después de la muerte -morir es volver a nuestro estado inicial de inexistencia- me lo exige ser. Así que diré que el cuadro es consecuencia de la naturaleza y el azar. En realidad es un fotografía de alta resolución sacada por la sonda Voyager 1 en 1.979 de la gran mancha roja de Júpiter (¿por qué le dirán roja? A no ser que sea daltónica, yo la veo naranja, parda u ocre... pero no roja). Al parecer se trata de un anticiclón que ha perdurado en el tiempo durante cientos de años. La Tierra podría ser engullida por esa gigantesca mancha. 

La imagen resulta aún más enigmática después de saber de qué se trata.

martes, 25 de febrero de 2014

La mujer de rojo

Cuando paseaba con mi abuela por su pueblo y pasábamos por la plaza de la Iglesia, señalaba una casona muy grande y destartalada, que se apoyaba en los muros del templo como un anciano lo hace en un bastón, y me decía que allí había vivido La Morenaza. Por supuesto, exigía que me contara su historia. Creo que es la más triste que escuché de su boca, porque todas las demás tenían un ápice de esperanza o el vencimiento del bien sobre el mal. La de La Morenaza es tan sobria, tan real, tan carente de moraleja, que no puedo impedir sentir pena por esa mujer que para mí sólo fue un fantasma.

La Morenaza tuvo que casarse con el hombre que la dejó viuda por miedo a que también la matara a ella. En el pueblo de mi abuela, durante la Guerra Civil, hubo más muertes imaginarias que reales. Por lo general, se llevaban a los sospechosos de tener pensamientos subversivos a Sevilla, y, por lo general, de allí no volvían. Con el marido de La Morenaza no quisieron correr el riesgo de que la distancia hicieran traslucir la verdad, y lo mataron en la tapia del cementerio. Su supuesto delito: hacer que su mujer se paseara por todo el pueblo con un vestido rojo para convocar a todos los que fueran afines a sus ideas de  izquierdas. La realidad: que el sargento de la Guardia Civil se había encaprichado de La Morenaza y quitó de en medio el único impedimento que existía, con un par de balas. 

Si la realidad no fuera tan cruel, o la literatura y el cine no nos hubiera acostumbrado a la justicia divina, podría impedir imaginar que La Morenaza había aceptado su destino para conseguir vengar al marido asesinado, emponzoñando los alimentos que le preparaba al sargento. Pero fue la muerte natural, muchos años después, cuando en el país ya existía una democracia consolidada, quien volvió a dejarla viuda.

Un chiste






Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja Jaja .....


¡Ay, que se me saltan las lágrimas de la risa! ¡Estos políticos no tienen remedio! Qué línea más delgada los separa de los humoristas.... Lástima que las consecuencias sean ten graves.

lunes, 24 de febrero de 2014

Hágase la luz

Soy huraña. Me gusta ser invisible. Muy pocas veces considero un mal menor el que un dependiente, al creerme asidua, me llame por mi nombre (por lo general, cambio de tienda). Lástima que no pueda hacer lo mismo con el piso, y buscarme otro cuando algunas personas buscan un acercamiento excesivo. Me ocurre con un vecino. Es muy pegajoso. Cuanto más le huyo, más me encuentra. Sus invitaciones a comer o cenar no admiten una negativa, sólo un aplazamiento. No tiene ninguna intención oculta, ni es mala persona; todo lo contrario: me requiere porque le da pena mi aparente soledad; pero sólo es soledad porque no está Guille, y nadie lo puede sustituir. 

Hoy llamó  a mi puerta a eso de las ocho de la tarde. Acababa de llegar del trabajo. Se fue esta mañana temprano, a las siete y media. Lo tuvo que hacer a oscuras y por la escalera, porque la luz se fue a las siete y cuarto. Olvidó que había dejado el calefactor enchufado junto a un tendedero portátil, cargado de camisetas y calcetines. Pocos minutos después la luz volvió y durante más de doce horas el chorro de aire caliente ha estado asando la ropa. Casi toda ha quedado como lonchas de panceta refritas, amojamada, tiesa, apergaminada, quebradiza, tan frágil como una hoja seca en otoño. Se consuela pensando que no tenía ninguna prenda de valor, todas de tela sintética y barata. 

Mi imaginación no es tan corta e inmediatamente pienso en las consecuencias que hubiera tenido que la ropa hubiera ardido. El tendedero lo tenía en el salón: sofá, cortinas, alfombra, libros de las estanterías, tapizado de las sillas... persiana del balcón de pvc... escalera llena de humo, patio de vecinos lleno de humo, exterior lleno de humo... De haber ocurrido esta mañana, las consecuencias sólo habrían sido materiales. Sus vecinos suelen estar fuera casi todo el día, y yo salí temprano y volví a la hora de comer. Pero esta tarde la cosa habría sido diferente. 

No le advertí de las posibles consecuencias de su negligencia. Es del tipo de personas que se amarga con cualquier error propio hasta el extremo de parecer enfermo. 

También a mí me fastidió el apagón. Echaba una ojeada al correo electrónico, y de repente me quedé sin Internet. Asombra lo dependientes que somos de la luz y de la red de redes. Me sorprendió el silencio que siguió a la ida de la luz: hace dos o tres años, aquí, en Málaga o Barcelona, cuando la luz se iba saltaba la alarma de media docena de comercios (un sistema de seguridad que tienen). Ayer sólo se escuchaban los coches que circulaban bajo la lluvia. 

domingo, 23 de febrero de 2014

Ups, no sabía que era un truco

Un truco que para la mayoría no lo será, pero para algunos otros sí. Es lo que me ha pasado hoy. Intentaba encontrar solución para un problema que tenía un compañero (cumplir la normativa y satisfacer las necesidades de su cliente -meter un porrón de habitaciones en un espacio liliputiense: las habitaciones deben tener unas dimensiones mínimas-). Cuando dibujé la parcela, que es rectangular, con un sólo toque de ratón, flipó. El aparente truco (que yo no sabía que lo era) consiste en utilizar coordenadas considerando como origen el último punto pinchado en la pantalla. 

Ejemplo: En este caso teníamos una parcela de 7 x 8 metros (ya, mínima, por eso tenía mi compañero problemas). Se utiliza el comando _rectang (yo lo tengo metido como alias, y también existe el icono. Las coordenadas parciales se puede utilizar con casi todos los comandos, en 2D y 3D). Se pincha en cualquier punto de la pantalla. Ese primer punto será nuestro nuevo origen de coordenadas. Ahora se escribe @7,8 y se da a enter.


Y se dibuja directamente el rectángulo. Con lo único que hay que tener cuidado es con la utilización de los puntos y las comas. Las comas sirven para separar la coordenada x de la y. Los puntos, para identificar los decimales. Ejemplo: @10.5,7.458 en este caso tendríamos como coordenada x = 10.5 m y la y = 7.458. 

También se puede utilizar con las coordenadas polares. Ejemplo: @10<20 aquí tendremos dibujada una recta de 10 metros levantada respecto al horizonte 20º (si estamos utilizando los grados sexagesimales y en sentido horario).

sábado, 22 de febrero de 2014

Receso

Es sábado, pero llevo trabajando desde esta mañana muy temprano. Ahora mismo sólo me estoy tomando un descanso. Comer algo, meter la referencia de los últimos libros leídos en el blog, despejar un poco la mente, esperar a que mis vecinos acaben con su bronca... (me es difícil concentrarme con gente discutiendo cerca -poner música sólo sirve para que todo se convierta en un insoportable ruido-). Mis vecinos pelean porque la amiga de la parte femenina intenta ligar con la parte masculina de la pareja, y él se deja (o al menos, eso grita ella). Creo que mi relación con Guille es demasiado tranquila. Nunca hemos discutido a grito pelado como mis vecinos. En realidad, no sé si hemos discutido alguna vez. Puede que seamos poco pasionales. 

Estoy trabajando a destajo porque urge el final de obra que tengo entre manos. (Aclaración: un final de obra es el documento gráfico y escrito donde se reflejan todas las modificaciones que ha sufrido un proyecto desde el momento que fue visado por el colegio de arquitecto, al momento que fue llevado a la realidad). Es una vivienda unifamiliar aislada (que no comparte medianerías con ningún edificio). Tres plantas (semisótano, baja y alta), casi 400 m². Jardín, piscina... molduras de ladrillo visto, rejas en las ventanas, incluidas en la planta alta... Estoy haciendo el final de obra, pero la vivienda ya lleva tres años acabada; y casi el mismo tiempo deshabitada. Las viviendas deshabitadas, no sé por qué razón (supongo que por falta de ventilación interior) se deterioran muy rápidamente y de inmediato la pintura exterior se descascarilla y los bajos se llenan de verdín. El aparejador de la vivienda, y amigo de la pareja -aunque ahora no sabe si tendrá que decidirse por uno sólo de ellos- conoce con detalle su historia. Diez años de novios, diez años ahorrando, diez años sin apenas salir ni darse un capricho. Tres años construyendo la casa de sus sueños (o pesadillas). Y casi coincidiendo con la terminación de la casa, la madre del hombre enviuda y exige compartir la vivienda de la pareja por miedo a la soledad. Si algunas personas sirven para unir a las parejas, esta señora se nota que fue como una palanca que se obstinó, y consiguió, despegarlos. Ahora se odian tanto el aparejador teme que se puedan hacer daño físico si se vuelven a ver. Necesitan el final de obra para legalizar la vivienda, obtener el certificado de habitabilidad del ayuntamiento y poder venderla, repartir lo que cobren -con bastantes perdidas, por la situación del mercado- e irse cada uno por su lado. Qué final tan desdichado para lo que, sin duda, nació con mucha ilusión. 

viernes, 21 de febrero de 2014

Rara avis

De toda mi familia, el único bicho raro que tenemos, es mi cuñada (casada con mi hermano mediano). En su familia, sólo a ella la consideran una persona normal. 

Una de las características que la hace tan peculiar, es su extrema sinceridad. No hay pensamiento en su cerebro que no pase por su boca en forma de palabras, aunque eso la perjudique. En una ocasión reprochó a una madre cómo llevaba vestido a su hijo, de unos cinco o seis años de edad. La vestimenta de la criatura delataba la frustración de la madre por no haber parido una niña. Se montó un pollo y casi termina apaleada. Si alguien cruza un semáforo en rojo con un coche de niño en su presencia, seguro que se lleva un bocinazo capaz de paralizarlo. La he visto incluso regañarle a una monja que tiró con el bajo de su hábito el vaso donde la gente echaba monedas a un indigente. 

Esta mañana me llamó temprano (serían las diez más o menos, que para ella es plena madrugada). Ha planeado abrir un negocio. Hace poco, después de ver un episodio del CSI donde volaban un camión de comida, se imaginó en uno de esos vehículos preparando perritos calientes, gofres y bocadillos de lomo delante de los institutos, colegios, obras y edificios de oficinas. Desde que está casada sólo ha trabajado en la restauración (se le da mejor mandar que cocinar). Supuse que persistía con esa idea. En estos tiempo, en los que cualquier negocio abre con el letrero de Liquidación por Cierre en la trastienda, me pareció una locura desde el principio, antes de saber a qué pretende dedicarse en esta ocasión. ¡Se ha apuntado a un curso de Tarot!!! ¡Quiere ser una de las brujas que leen las cartas en los canales cutres de la TV!!! Por fortuna es una de esas personas que tardan menos en olvidar una idea que en tenerla. 


jueves, 20 de febrero de 2014

La Canica Iridiscente - Sinfonía del Nuevo Mundo

Gritos. La inesperada aceleración ha provocado la muerte a una décima parte del pasaje, pero nadie contabiliza las bajas. Es difícil preocuparse por lo que ocurre a otros cuando la propia sangre se acumula en las piernas y el corazón no tiene fuerza para bombearla al cerebro. Para el general Sagrado el mundo pierde sus colores, la increíble policromía de Júpiter sólo es una mancha con muchos matices de grises. Antes de perder la consciencia, su campo de visión se reduce hasta ser sólo una luz al final de un túnel interminable. No existe un último pensamiento voluntario cuando el general Sagrado cree estar a punto de cruzar el umbral hacía la inexistencia infinita. Sí, cuando abre los ojos y se asombra de estar aún con vida y de ver que la aceleración ha bajado hasta 2 g, aunque continúan acercándose a una velocidad vertiginosa al gigante gaseoso. Piensa en Veintitrés. Quiere tenerla entre sus brazos cuando entren en la atmósfera joviana y mueran por las sacudidas de los vientos huracanados o ahogados en el núcleo líquido del planeta.

Sangre. No hay que contabilizar los muertos porque muy pronto, supone el general Sagrado, todos lo estarán. Sigue un reguero que comienza a las puertas de la sala de mandos y termina al final del pasillo, donde Veintitrés hace la reanimación al sujeto que muy poco antes le había encañonada con una pistola. No hay nada que hacer. Tiene el cráneo aplastado. Pero la mujer no se da por vencida hasta que el general le coloca una mano en el hombro de metal. Déjalo. No lo despiertes para que muera dos veces en veinte minutos. La capa metálica que cubre el cuerpo de Veintitrés como una coraza, la ha protegido de los golpes; la presencia del general la protege del miedo y la locura al saber que van a morir en breve. Piensan que nada importa si pueden estar juntos; y parece que nadie se lo va a impedir. Atrás, en la sala de mandos, quedó el hostigador de la futura matanza, desmayado en su sillón, con un arma sobre la mesa, la cabeza ladeada y la lengua fuera. En el chip que, como todos los demás viajeros, tiene implantado en el antebrazo, informa de su nombre terrestre: Urbano Navas Orozco, de su nombre en la nave: Uno; y de las mil pequeñas menudencias que son aconsejables informar ante un médico. Pero no se hace mención a su culpabilidad en la destrucción de la Tierra y del exterminio de miles de especies de seres vivos. Otros investigaban y él debía limitarse a pagar. Si algo sabe Uno, es que todo tiene un precio: él pudo costear la destrucción total de un planeta. Desde el carísimo oxicrack que regaló como si fueran chucherías sabiendo de antemano las consecuencias, a los sabotajes del resto de naves.

Calor. La superficie de Veintitrés es fría, pero su interior conserva la calidez con la que el general Sagrado soñó todas las noches que la mantuvieron alejada de las yemas de sus dedos. Se han refugiado en la angosta cabina de un inodoro. Durante unos minutos temen las sacudidas que anuncien el final definitivo; inmediatamente se impone la necesidad de acabar con la prolongada abstinencia.

Luz. La claridad que se cuela por los ojos de buey de la nave ya no está teñida de naranja. Es una luz blanca. limpia y cegadora. El general y Veintitrés recorren los pasillos buscando por las pequeñas porciones de universo que permiten ver las ventanas, un punto de referencia conocido. No está Júpiter ni el lejano y frío Sol ni Saturno ensartado en sus anillos. En su lugar contemplan un par de estrellas gigantescas que giran y danzan al unísono y un planeta muy cercano cuyo color es un doloroso recuerdo del hogar perdido. Bienvenidos a Urbania, farfulla Uno por megafonía.



Frío. Es la primera vez en muchos años que las uñas del general Sagrado se tiñen de azul por culpa de las bajas temperaturas, que oscilan en todo el planeta, según los científicos de la nave, entre cero y diez grados Celsius. El aire es respirable, limpio, saturado de oxígeno. Lo emborracha y hace sentir eufórico, sonreír, a pesar de haber dejado a Veintitrés en la Santa María con una pistola apuntándole a la cabeza. Así lo han obligado a descender sin otra protección que un grueso abrigo de plumas. Antes de que al general se le ocurra preguntarse cómo, a pesar del frío, en toda la superficie que sus ojos abarca crece una capa tupida y uniforme de hierba, se le acerca la explicación en forma de gigantesco globo transparente. Deduce que es un artefacto sólo porque los científicos afirmaron que en el planeta no existen animales pluricelulares. Cuando lo tiene sobre la cabeza, puede sentir la corriente de aire cálido que permite al armatoste elevarse y volar a la deriva, con la suave brisa que convierte la superficie verde en un mar en calma. El general no tiene miedo porque sólo parece una gigantesca bolsa de plástico; hasta que el artefacto emite un sonido parecido al ulular del viento, y en el horizonte muy próximo -se encuentra rodeado de cerros- en todas las direcciones, el impoluto cielo azul se llena de enormes globos transparentes.

Con la colaboración de Ltenio00

Continuará....

martes, 18 de febrero de 2014

Dos por uno

Un hecho, dos historias.

Guille es muy buena persona, y como casi todas las buenas personas, es un buen hijo. El padre no biológico de Guille regaló a su esposa (mi suegra) un viaje a París por el día de los enamorados. Lleva un tiempo algo pachucho, con mareos, que le hacen aconsejable no volar. El viaje fue planeado después de caer enfermo, pero esperaban que su recuperación fuera más rápida. Hizo la reserva por medio de una compañía de viajes. Para no perder la totalidad de lo adelantado, decidieron que fuera Guille quien sustituyera a su padre. Viaje de ida, normal. Estancia, normal. Muchas compras (animalito mío, soy capaz de imaginar con toda nitidez, como si lo estuviera viendo ahora mismo, su expresión estática, su sonrisa congelada, y mal disimulado agotamiento). Viaje de vuelta...

Mi suegra: Ay, Queca, creía que no lo contábamos. ¡No imaginas lo mal que lo pasamos! Parecía que el avión se iba a caer. A romper en mil pedazos. A trocearse. La gente se puso mala. Desmayos, vómitos, crisis de ansiedad. Y yo sólo pensaba en mi pobre Guille. Por favor, Dios, no te lo lleves tan joven, que tiene todavía muchas cosas que hacer y ver.  Era como si estuviéramos en un cacharrito de la feria. Para arriba y para abajo. ¡Unas sacudidas...! ¡Unos crujidos...! Y había una peste.... para mí que más de uno se tuvo que hacer sus cositas encima porque olía como en una cloaca. Menos mal que la cosa duró poco. Guille dice que cinco minutos, para mí que fue una eternidad, un cuarto de hora, como poco. Cuando por fin aterrizamos, a una mujer se la tuvieron que llevar en sillas de ruedas, de lo mala que se puso. Pensé que íbamos a salir en el periódico; pero ni una mención. Seguro que no nos caímos de lo mucho que recé. 

Guille (apático): El mal tiempo, que hizo que hubiera unas pequeñas turbulencias cuando pasábamos por los Pirineos, un par de sacudidas, nada más. Pero había una mujer con miedo a volar y se puso muy nerviosa. En esas situaciones el nerviosismo es contagioso. Pero las azafatas lo supieron llevar muy bien. 

domingo, 16 de febrero de 2014

La vida secreta de las tortugas

Durante no sé cuántos días (creo que ha sido toda una eternidad), he sido una tortuga escondida en su caparazón (sábanas arrugadas, un nórdico y tres mantas). En urgencias, después de mantenerme toda una tarde en observación, me mandaron unos antibióticos que se apoderaban de mis sentidos (¿por qué diablos se empeñarán en hacerme cada vez que voy un cardiograma? ¿cuánto cuesta esta prueba? -siempre da un resultado correcto-). Ahora me parece increíble que tenga voluntad para hacer cosas. Durante días he mirado, como si se tratara de una golosina detrás de un escaparate, el libro de Vladimir Nabokov, La defensa. Habría sido buen sustituto de La Montaña Mágica de Mann, si hubiera sido capaz de cogerlo y continuado con su lectura, apenas empezada (el joven Luzhin aún no ha descubierto el ajedrez, pero sí que sus padres lo obligarán a ir a un colegio lleno de compañeros hostiles y huye de la estación de tren para evitarlo). Tenía tantas ganas de leer, que en cuanto he recuperado la voluntad (por no tener que seguir tomando las pastillas) y después de ocuparme de las obligaciones, no he hecho otra cosa. Toda la tarde leyendo. Ahora sólo queda un quinto del libro por leer. El gordo Luzhin se acaba de casar después de sufrir una crisis nerviosa por el esfuerzo de un torneo de ajedrez. Es un libro muy entretenido. 



Sobre la encimera de mi minúscula cocina hay media docena de envases extraños. Llegaron hasta ahí en manos de una vecina y de mi antigua aparejadora llenos de sopa de pollo. Me llena de ternura y agradecimiento verlos, aunque no me guste nada la sopa de pollo. 

Poco a poco me pongo al día. La bandeja de entrada del correo electrónico está llena. Mucho spam, pero también muchas cosas importantes. El primero que abro, el primero problema grave: en las emergencias del laboratorio para animales han puesto cable de 1.5 mm², sin prestar atención a que son especiales, con una autonomía de 8 horas (para no alterar el ciclo vital de los bichos si hay un apagón muy prolongado) y necesitan cables de 2.5 mm² como viene grafiado en los planos.Un nuevo retraso. Es como si la obra de los laboratorios estuviera maldita y no se fuera a acabar nunca (¡qué agonía!).

miércoles, 12 de febrero de 2014

La canica iridiscente - El ojo de Júpiter

De dos minutos, al general Sagrado le sobra uno mirando atentamente a los ojos de Veintitrés para olvidarse del ser extraño en que se ha convertido. La mujer es lo único que le queda para mantenerse cuerdo. Poco a poco, una  a una, han ido cayendo el resto de naves que escaparon de la Tierra. Se pregunta cuándo les tocará a ellos, porque todas han sufrido problemas mecánicos o informáticos, como si desde un principio estuvieran diseñadas para apacentar a las masas, dar un resquicio de esperanza y evitar que sintieran la misma agonía que un reo en el corredor de la muerte. El general sabe que muchas de aquellas naves siempre fueron señuelos. Enormes armatostes que parecían cines atestados de sillones, con ridículos depósitos de combustible y haces de cables que morían en paneles de mandos sin ninguna conexión. Lo supo desde el principio y estuvo luchando contra su conciencia durante semanas. ¿Contarlo? ¿Darlo a conocer y asesinar incluso la esperanza de quienes no tenían adónde escapar? La ley marcial permitía un extraño orden en mitad del caos. La gente tenía una razón para levantarse por las mañanas: quien no trabajaba en las naves, perdía el derecho a un pasaje, un pasaje a ninguna parte. Sólo se excluían los niños menores de 10 años. Ancianos y minusválidos también debían contribuir al bien común. Cuando, gracias a sus resultados en el simulador de vuelo, lo cambiaron de nave, supo que al menos para un millar de personas aún existía un futuro.

 Es peligroso acercarse más. Anillos de polvo cósmico, satélites, asteroides, magnetismo... todo parece aliarse para mantener a los visitantes alejados del gigante gaseoso. Como si los vientos huracanados de entre 400 y 600 km/h de la atmósfera joviana no fueran lo suficientemente aterradores. Las volutas que se forman por las tormentas en la superficie del planeta se reflejan en el cuerpo bruñido de Veintitrés. Los científicos de la nave han determinado que es una bacteria que necesita convertirse en huésped de un organismo independiente y complejo para sobrevivir. En una noche se había extendido por toda su mano (las uñas se desprendieron, quedaron sobre el colchón de la cama); en una semana, ya le cubría todo el brazo; en un mes, sólo los ojos de Veintitrés se mostraban al mundo. El general Sagrado temió, hasta que quedar desmentido por la evidencia, que la bacteria terminara matando a la mujer. Ella no, ella siempre confió en su huésped, sabía que no se mata a quien te permite vivir.

 En el centro del laboratorio científico hay una urna con el único trozo de materia extraña que han podido amputarle a Veintitrés. Murió en cuanto la retiraron del anfitrión; pero no se descompuso. Sigue conservando las mismas características que cuando está viva: metal resistente y tan maleable que se adapta a cualquier superficie. Pensaron que podría ser muy útil, de poder producirlo masivamente. Había fracasado intentar infectar a animales o personas con la misma bacterias y todos los intentos por seguir retirando del cuerpo de Veintitrés la extraña materia, fue inútil: su cuerpo se agitaba y convulsionaba aún estando por completo inconsciente.

Hacía una eternidad que el general Sagrado no podía abrazar el cuerpo de Veintitrés. Se obstinan en mantenerla en aislamiento, aunque saben que es inocua. Le hubiera gustado tenerla cerca, ahora que se aproximan a su destino: el satélite joviano Europa. Saben que tardarán décadas en tener una atmósfera respirable, pero, de momento, es lo más parecido que tienen a un hogar.

El día 1.855 de vuelo el general Sagrado despierta con el cañón de un arma pegada a su sien derecha. Tiene la costumbre de dormir junto a la pared de plástico que aísla a Veintitrés del resto de la nave; pero ella no está en el pequeño receptáculo que le han habilitado. Si la amenaza de matarlo hubiera ocurrido al inicio de la misión, o durante el tiempo que se supo solo, simplemente se hubiera girado en la cama, a la espera del proyectil que acabara con todo; pero ahora existe la mujer y tiene que mantenerse con vida para protegerla. Tan dócil como un cordero al que dirigen al matadero, se dejó guiar hasta la sala de mandos de la nave. En cuanto miró la pantalla, supo cuál era el problema: habían cambiado el rumbo de la nave, dirigiéndola directamente hacia algún punto del enorme planeta. El sistema de seguridad de la computadora Ltenio00 saltaba, volviendo una y otra vez a la dirección original, impidiendo del destino suicida.

Quien ha orquestado el previsible fin de la existencia de los últimos humanos, es el más invisible de los hombres. Menudo, insignificante y sin más poder que el que le presta el arma que tiene apoyada en la mesa frente a él y su capacidad para hacer daño. Si el hombrecillo no fuera tan indiferente, el general Sagrado podría haber recordado que pertenece al grupo de los agricultores de la nave. Y quien, en un pasado que parece muy remoto, le gustaran las revistas del corazón, podrían haberlo reconocido como el único hijo de uno de esos millonarios de fortuna oscura, actividades ilícitas y buena suerte comprada con mucho dinero.

La nueva coordenada es el centro de la gran mancha roja de Júpiter. El plan del general Sagrado es sencillo: calcula que tiene un plazo de 48 horas antes que la nave se acerque lo suficiente al planeta para verse irremediablemente atraído por su fuerza de gravedad. En ese plazo, está convencido que al jardinero lo vencerá el cansancio. En cuanto lo reduzca a él, no cree que los demás se resistan. Pero algo falla. Al desconectar la computadora, una fuerza, mayor a la de la gravedad prevista, los atrae hacia el centro del enorme ojo de planeta, a tal velocidad que queda aplastado contra el sillón de mando y le resulta imposible levantar la mano hasta los controles.



Con la colaboración de Ltenio00

Continuará....

martes, 11 de febrero de 2014

Algunos grados de más

Gripe. Hoy sólo me permito la indolencia. Hasta estrujar la bolsita del té en la cuchara significa luchar contra la pereza. Creo que me contagió una cajera en un supermercado: el inicio de una pandemia si sus virus, en el intercambio monetario, también viajaron con la mayoría del resto de personas a las que atendió. Ha sido un día completamente perdido. He estado arrebujada bajo las mantas y escuchando Las Horas de Philips Glass. Es mi música para cuando estoy chunga. También tengo un libro para estos días que mis sentidos se ven mermados por la fiebre: La Montaña Mágica, de Thomas Mann, pero no lo tengo en esta casa. Quedó olvidado en una de las estanterías del piso de Barcelona, como si dejarlo allí me protegiera contra la enfermedad. 

La casa está caldeada, pero si apoyo los dedos en la superficie lacada de la mesa, se forma alrededor de las yemas una mancha mate de vapor de agua. Sólo me queda la imaginación y los recuerdos. Acabo de leer Córdoba de los Omeyas de Antonio Muñoz Molina y visto los documentales Cosmos de Carl Sagan. Los he disfrutado mucho. ¿Cuántas veces no me han resultado tediosas las explicaciones sobre el universo o sobre un trocito de historia? Estos dos hombres son genios por crear la necesidad de saber más sobre lo que cuentan. Lástima que Carl Sagan ya no esté entre los vivos. 

El aburrimiento me hizo pensar en nuestros extraterrestres: seres multimedia compuestos por las dos mitades de un cuerpo completo, unidos por gruesos cordones umbilicales, como si fueran siameses. Una ranura a la altura de los ojos llena de pestañas, con dos ojos que son como bolas llenas de pupilas, capaces de girar 360º alrededor de las cabezas y lenguas que salen de las ranuras para humedecerlos...

Seguro que mañana el día no será tan baldío como hoy.


lunes, 10 de febrero de 2014

Nacho Wert tiraba piedras...

La chivata de mi colegio se llamaba Micaela y tuve la mala suerte de compartir habitación con ella en el internado durante tres años y medio. Había que tener mucho cuidado qué se soltaba delante de ella, sobre todo si el asunto era sexual, porque los hechos que se deseaban ocultar, siempre llegaba a los oído de quien tenía la capacidad de poner un castigo. Yo la conocía lo suficientemente bien para mantener la boca cerrada en su presencia. La personalidad y el físico de esta compañera habría servido perfectamente para inspirar el papel de una villana en una película de serie B si hubiera tenido al menos una cualidad positiva que la hubiera hecho más creíble y humana. Pero, antes que chivata, era egoísta y cobarde. Jamás asumía las consecuencias de sus hechos. 

Pere está en este momento con su nuevo novio de luna de miel en New York. Siempre me pregunta que qué regalo quiero de las ciudades a las que va, y mi respuesta siempre es la misma: fotos, muchas fotos. 


Una perspectiva terrestre del Empire State Building.


La Grand Central Terminal. ¿Qué será ese gigantesco 100? Ya se lo preguntaré cuando vuelva (ahora sólo nos comunicamos por whatsapp).

Estas dos fotografías, rincones perdidos en una ciudad que queda tan distante para alguien como yo que se mueve por el extranjero principalmente con los ojos y los sentidos de otras personas (he viajado fuera de España muy poco -sobre todo si me comparo con mis hermanos; mucho, si me comparo con Guille), me son tan familiares como si estuvieran a dos pasos de donde vivo, gracias a las muchas películas vistas en las que el paisaje termina convirtiéndose en un personaje más, un personaje secundario que se hace muy familiar. Se quiere lo que se conoce.

El cine es más importante de lo que creen este puñado de políticos incompetentes que nos está tocando sufrir. Sirve para que disfrutemos un par de horas, o para que suframos, o para que nos saturemos de conocimientos... pero también sirve para que se nos conozca, nuestros paisajes y nuestra idiosincrasia, más allá de nuestras fronteras. 

Wert, tan cobarde como mi compañera Micaela, incapaz de enfrentarse a las dificultades, de tragarse el cáliz que sus obligaciones le imponen, huye ante un puñado de actores que sin duda reprocharán el maltrato que se le está dando a la cultura. La diferencia entre Wert y mi compañera, es que ella era una niña y  no vivía gracias a los impuestos de todos. 

viernes, 7 de febrero de 2014

Del amor y otras necesidades

Salgo de casa cuando la luna es una mancha blanca en un cielo muy azul y vuelvo cuando brilla en mitad de la oscuridad. Me he tirado toda la tarde buscando un regalo para Guille. No ha sido idea mía, si no de mi madre. Se empeña en que tengo que comprarle algo a mi marido para el día de los enamorados. Intenté que comprendiera que nosotros ya no nos ceñimos a las fechas oficiales para regalarnos. Ni en los aniversarios de boda, ni en los cumpleaños, ni en los santos. Estamos separados la mayor parte del tiempo. Los regalos suelen llegar con los encuentros.

Sospecho que mi madre teme que la distancia haga que Guille se acostumbre a la soledad y llegue el día que le sea más cómodo quedarse en Barcelona que venir a verme. Creo que lo aprecia más a él que a mí. Pero mi madre siempre ha sido así: muy dada a valorar lo ajeno y no apreciar lo propio. Recuerdo cómo me encorajinaba que halagara hasta lo irrazonable al hijo de una de sus amigas. Había conseguido superar el bachillerato después de que lo encerraran en Campillos (un reformatorio disfrazado de colegio, en la provincia de Málaga). Mis hermanos consiguieron lo mismo sin la supervisión de un adulto; pero para ellos nunca hubo halagos. No se daba cuenta que éramos (tal vez aún lo seamos un poco) como perros deseando que le rasque detrás de las orejas. 

Estuve a punto de comprar para Guille, en un puesto callejero, unas muñequeras de cuero. Pensé que le irían bien para cuando hace deporte. Pero en la parte interior tenían unas chinchetas de punta muy corta. El dependiente me explicó que eran para hacer deporte, pero no el que yo creía. 

miércoles, 5 de febrero de 2014

Superfluo

Las dos y pico de la madrugada. Novilunio. Es una noche muy clara porque a nuestro alrededor no hay más luces que la del faro de la moto, que ilumina las irregularidades del asfalto, semejante a la superficie ondulada de un mar en calma. A pesar de tener la visera del casco bombardeada por decenas de mosquitos aplastados, puedo distinguir sin dificultad el fulgor de la Vía Láctea. A la derecha hay un arboleda de chopos frondosos; doblemente caducos, porque los talarán antes de que crezcan por encima de los cables de alta tensión. Al mismo lado del camino rural discurre una acequia que proporciona un agradable relente fresco en la noche de verano. Estoy cansada y me apoyo en la espalda de mi hermano mayor. No protesta. Sus caderas no son muy anchas, pero llevo más de tres cuartos de hora en la misma posición y me duelen los abductores de los muslos. Quiero llegar a casa y meterme en la cama. 

Este momento insignificante de hace unos 13 o 14 años no hace nada en mi memoria. No tuvo nada de especial. Por aquel entonces mis hermanos me solían llevar de un lado a otro de paquete en la moto. Sólo lo recuerdo porque me propuse hacerlo mientras lo vivía. 

Estos días ando mirando más al cielo nocturno que de costumbre. Preguntándome qué hay ahí fuera. Culpa de la serie Cosmos, de Carl Sagan, que estoy viendo, y de la historieta que inventamos Itenio00 y yo. 

A la frustración de desconocer casi todo sobre lo que ocurre en el universo, tengo que añadir el deseo, que jamás será satisfecho, de saber qué discurre por los demás cerebros. ¿Cuántos momentos baldíos, como el mío, atesoran? ¿Con qué llenarán los minutos inútiles de espera? ¿Qué pensamientos retienen por vergüenza o temor? ¿Interpretarán las imágenes, sonidos u olores como yo?

martes, 4 de febrero de 2014

El profesor

A veces es mejor no saber. Pululan los pedigüeños alrededor de todos los supermercados de Granada (en Málaga y Barcelona no he visto tantos). Sin querer voy apoderándome de algunos en concreto. 

Había una señora que se veía por los alrededores del Barrio Fígares, vivía en la calle Maestro Leucuona, en el bajo de un local. Parecía, desde fuera, que lo tenía bien acondicionado, con un cerramiento metálico que la aislaba de la intemperie y un par de macetas colgadas de la fachada, como meros adornos. Hará dos o tres meses, vi a una pareja joven limpiar ese local, deshacerse de todo lo que la mujer tenía en él,, incluido el cerramiento metálico y algunas cortinas que le proporcionaban intimidad. Quise imaginar que la mujer había encontrado un piso, un lugar decente donde vivir. Pero no tardé en verla por la plaza de las Pasiegas. Sin el carrito que solía empujar lleno de flores y macetas para vender. Daba grandes voces, metiéndose con no sé quién (puede que ni ella lo supiera). A su alrededor se formó un vacío comprensible: nos dan miedo quienes están a nuestro lado pero viven en otro mundo.

Frente al Mercadona del Camino de Ronda suele ponerse  a pedir un señor que desde lejos se le adivina un pasado de bonanza. Al principio sólo ponía en un cartel: Tengo dos hijos y estoy en paro (con la fotografía de un par de niñas pequeñas, de unos 5 y 7 años). Lo único que le hace falta, es la corbata. Dijo Guille cuando lo vio por primera vez. Habrán pasado unos 9 meses desde que interfiere en mi mundo. Poco a poco se ha ido deteriorando. No sus ropas, que siguen siendo muy correctas, de profesor, como informa ahora su cartel (ha desaparecido la fotografía de las niñas). Pero por su físico es como si hubiera pasado toda una década. Tiene la piel atezada y arrugas que cuando su expresión facial cambia, muestra unas franjas de piel muy blanca, virgen a los rayos del sol. Mi vecina, que todo lo sabe, asegura que el hombre está separado, y que las dos niñas viven con la madre. Dice que el hombre se encuentra en esa situación porque intentó durante mucho tiempo hacerse un escritor famoso, sin importarle nada más. 

Creo que está muy bien tener sueños. Yo los tengo: conseguir que Guille y yo podamos vivir de nuevo bajo el cielo de la misma ciudad; tener un niño; vivir una vida tranquila... Pero, ¿es sano hacer que el sueño se imponga a la realidad?

lunes, 3 de febrero de 2014

La canica iridiscente - Cuidado con lo que deseas

Demasiadas muertes para un solo día. Pensó que la desaparición de la trituradora había dado una tregua a las mujeres yermas, pero el general Sagrado se equivocaba. Su cerebro funcionaba bien bajo presión, y en el último momento, cuando estaba a punto de firmar todas las ejecuciones, pidió que le dejaran al menos una de ellas para su propio uso durante unos días, para desahogarse porque no había estado con nadie desde que embarcaron por miedo a traer una criatura a este mundo de futuro claustrofóbico (tres, cuatro o cinco generaciones no saldrían jamás de la nave).

Mil ochenta y un día es una eternidad para no sentir sobre la propia piel, otra desnuda y cálida. O abrazar un cuerpo que comparte el mismo deseo. El propósito original del general Sagrado era mantener a la mujer a su alrededor el mayor tiempo posible, sin exigirle ni pedirle nada; pero cuando llegó Veintitrés, se desprendió sin pudor de la ropa y se metió en la cama, no supo resistir la tentación y satisfizo lo que su instinto animal le exigía. En posteriores ocasiones la brutalidad dio paso a la delicadeza y las caricias. Al general le enternecía que a Veintitrés la parecieran extraños los besos y su obstinación por proporcionarle placer. Hasta entonces, Veintitrés sólo había sido un animal destinado a la reproducción.

A su pesar, el general Sagrado terminó encariñándose de la mujer y durante todos sus periodos de descanso, mientras siente la cálida respiración femenina humedeciendo su espalda, pide a un Dios en el que ya no cree, que encuentre para Veintitrés una utilidad que dé sentido a su existencia en una sociedad tan necesariamente egoísta, aunque eso la aparte de su lado. Cuando en la Tierra comenzó a enrarecerse la atmósfera y los temores de una catástrofe inminente se convirtieron en certeza, el general fue a la Catedral y rezó para no ver morir a su mujer y a sus hijos. Al volver a casa, le esperaba un coche de la policía nacional para escoltarle hasta una base aérea donde le impartieron un curso acelerado de pilotaje. Jamás volvió a ver a su familia.

No tuvo que esperar mucho el general Sagrado para saber que Dios, de nuevo, lo había escuchado. Iban a pasar muy cerca de un asteroide ferroso. Los mecánicos de la nave querían mandar una lanzadera tripulada para recoger metal, fundirlo, darle forma y construir una nueva trituradora pieza a pieza. Sólo hubo una voluntaria. ¿Qué temer cuando se conoce la brevedad del propio futuro? Veintitrés supo la respuesta  a la pregunta que se hacía cuando volvió de la misión: que esa brevedad también desaparezca. El abrazo del general había sido tan tierno y el interés por su herida tan sincero, que la mujer se sintió feliz por el simple hecho de que su vida era importante para alguien. Todo había ido bien fuera. El paseo por el asteroide, encontrar la veta, colocar el explosivo, recoger el metal... Ocurrió dentro de la lanzadera. Cuando colocaba las enormes piedras en el contenedor, una lasca, con una arista tan afilada como un bisturí, le rompió el guante y de su mano comenzaron a salir esferas rojas que se convirtieron en goterones bermellón de lluvia al quedar bajo la influencia de la gravedad de la Santa María. Nada importante, aseguró el médico después de colocarle un apósito para impedir infecciones.

A cualquier hora que despierta, es hacerlo a una noche infinita. Por el ojo de buey se ve oscuridad y estrellas. Si a su lado duerme Veintitrés, en el camarote no suenan los despertadores. El general no los necesita. Su mente tiene voluntad a pesar de la inconsciencia del sueño y sale de él un rato antes de tener que reanudar sus obligaciones para ver dormir a la que comienza a considerar su esposa. Su otra esposa, la que ya debe de haberlo convertido en viudo, para intentar curarlo de su creencia en Dios, decía que dormir sólo es un ensayo de la muerte. Pero de la muerte no se sale al sentir un roce gélido. Veintitrés había escapado de la cama e ido al rincón más apartado del camarote. ¿Qué ocurre? El intento de acercarse del general fue cercenado por un grito. No, para. Soy peligrosa. Su mano derecha, la que se hirió pocas horas antes con la piedra de un asteroide, refulge como bronce pulido bajo la luz eléctrica.

Con la colaboración de Itenio00

Continuará...

domingo, 2 de febrero de 2014

Pan

Esta mañana llegaron mis primos de Madrid para rescatarme del trabajo. Llevaba más de 48 horas sin hacer otra cosa. Apenas me había tomado unos pequeños descansos para despejar la mente. No me había dado cuenta hasta el jueves al medio día, cuando empecé a hacer bocetos, lo necesitada que estaba de un trabajo real de arquitecto: proyectar viviendas de nueva planta. Nos han contratado para hacer un bloque de pisos en Málaga. No es muy grande, doce viviendas, nada más; pero es la primera edificación que tenemos en meses. Trabajo real, y no sucedáneos como son las periciales, las reformas o rehabilitaciones. 

A las 7:30 de la madrugada del domingo, me mandaron un whatsapp: Estamos en Granada para ver la Alhambra. Si tienes tiempo esta tarde, quedamos para tomar un café? Para su sorpresa, les respondí de inmediato. Los invité a desayunar por que, no sé el horario exacto de la Alhambra, pero sé que a las 7:30 aún no está abierta. También sabía que después de agotarse viendo el monumento, iban a estar muy cansados para desear algo que no fuera tumbarse en el sofá. 

Toda esta rama de mis primos, son panaderos. Le echan la culpa a la dislexia, pero yo creo que la auténtica culpable es la tradición familiar. Mi tío, ya fallecido, presumía de haber inventado los molletes antequeranos. Nunca supe si era verdad o una invención que él mismo terminó creyéndose. Le gustaba mucho la juerga y tomarle el pelo a la gente. Siempre encontraba el punto divertido a las cosas. Aseguran que hasta terminó haciendo partirse de risa a los médicos y enfermeras que lo atendieron cuando cayó enfermo. 



La conversación derivó hacia su trabajo. Lo echen en falta tanto como yo echaba en falta proyectar. Dicen que la cosa ya no es como antes, hace pocos años, siete u ocho. Todo ha cambiado mucho. Cuando empezaron a trabajar, tenían que levantarse a media noche para amasar miles de barras, cocerlas, llevarlas a los diferentes despacho... Aseguran que un regalo de quienes madrugaban, era desayunar con pan caliente. Ahora, se quejan, la cosa se ha prostituido tanto que el pan se cuece en los mismos despachos, masas congeladas y prefabricadas a medida que lo van necesitando, hechos con harinas bastardas, donde se mezclan la de trigo con la de arroz. Se lamentan del mal que está haciendo Mercadona a la mayoría de panaderías, con esas ofertas de cinco medio baguettes a un euro. Callé mi opinión. Puede que muchas familias, dada la crisis actual, no pasen hambre gracias a esa oferta. 

Mientras hablaban con tanto entusiasmo de su trabajo, me di cuenta que añoro el aroma a pan recién hecho que podía oler en algunas calles cuando corría de madrugada. 

sábado, 1 de febrero de 2014

La canica iridiscente _ Ecos del pasado

El día 1.080 de vuelo de la nave interestelar Santa María (30 de abril de 2.019, fecha terrestre), por primera vez en mucho tiempo se recibió información de la Tierra. Sólo era un eco del pasado, un mensaje que las interferencias impidieron llegar cuando debió hacerlo. Informaban del fracaso de la mayoría de las naves que se prepararon para mandarlas al espacio y preservar la raza humana de la extinción. Sólo un 18% de las previstas pudieron escapar a tiempo de la atmósfera terrestre. Al final del mensaje habían añadido: Dios les debe acompañar. A nosotros nos ha abandonado. El general Jesús Sagrado Cruz sabía que ya no quedaban ni un 5%, menos de 30 naves. Habían visto chocar vehículos al coincidir sus trayectorias en el infinito espacio vacío del exterior. Habían escuchado la trasmisión de despedida de quienes sucumbieron a la desesperación y la tristeza y prefirieron un suicidio colectivo a seguir adelante. Sabían que a su alrededor, próximas, había, por lo menos, tres naves fantasmas, llenas de cadáveres, navegando sin rumbo. En la Santa María habían escuchado las trasmisiones de auxilio, simple gritos de terror, de quienes morían abrasados por el fuego, o los lamentos agónicos de quienes morían de frío o hambre. 

El general Sagrado apunta los cambios demográficos de la nave en el libro de bitácora.
Día 1080
Altas: Una (una de las reproductoras ha dado a luz a una niña sana y sin defectos). Su nombre es Quinientos sesenta y cuatro. La primera criatura que no hemos necesitado sacrificar en siete días.
Bajas: Ninguna.

La población de la nave no aumenta al ritmo que se había previsto. Las drogas que enturbian el agua que beben todos los que no tienen un puesto de responsabilidad, producen malformaciones en los fetos, los convierten en no aptos. Al disminuir la dosis, aumenta el número de suicidios. Pero no es esa la preocupación que mantiene despierto al general Sagrado durante las pocas horas de descanso que se le permiten. Le queda sólo 24 horas, los responsables de recursos vitales le han dado un ultimátum para que decida qué hacer con las cinco reproductoras que aún no han gestado. Tomar una decisión sólo es un eufemismo: le están exigiendo que las mande a la trituradora, que las convierta en grasa con la que alimentar a los animales de granja que les sirven de alimentos. No nos podemos permitir ser humanos. Nuestros recursos son muy limitados y si esas mujeres no son beneficiosas para nuestra sociedad, sobran. Son zánganos de los que tenemos que deshacernos. Le recordaron cuando por enésima vez el general pidió un aplazamiento.

Un nuevo suicido. Es complicado dejar esta vida voluntariamente con una fuerza de gravedad leve y cuando los cuchillos y tenedores son de plástico y el uso de las tijeras está restringido.  Atragantándose con su propia lengua es el método más utilizado. El que parece que usó la mujer que yace en los baños generales de las reproductoras. Ahora el problema del general Sagrado ha pasado de cinco a cuatro. La nota de suicidio de la mujer, es el dibujo con pintalabios de un enorme smile en la pared blanca. Al doctor le bastó ver en los ojos de la difunta hemorragias petequiales para dictaminar que había sido un suicidio por atragantamiento. Se la llevaron directamente a la trituradora y durante cinco insignificantes minutos la monotonía y tranquilidad volvió a la nave.

La habían escuchado en otras ocasiones, pero ésta era la primera vez que lo hacían ante una amenaza real. Oxicrack detectado, oxicrack detectado... El ensordecedor ulular de la sirena hería los tímpanos y mataba la capacidad de razonamiento de quienes la oían. Oxicrack detectado, oxicrack detectado... su origen provenía de la sala de deshechos, de la trituradora. ¿Importaba algo que supieran que la cápsula del acelerador de la oxidación estaba incrustada en la garganta de la suicida y que las cuchillas, al seccionar el cadáver, la habían liberado? El sargento Trescientos cuarenta y cinco, el que fue considerado un héroe desde ese día, jamás lo supo. Arrastró la trituradora hasta la escotilla por la que tiraban los detritus, cerró la puerta de seguridad, abrió la escotilla que los aislaba del vacío exterior y en un segundo el hombre dejó de tener consciencia de su propia existencia. Después de explotar como un huevo en un microondas, él y la máquina sólo fueron un cuerpo celeste más.

Con la colaboración de Itenio00

Continuará...