sábado, 13 de diciembre de 2014

Jou, jou, jou

Despertar por recibir de lleno un barreño de agua helada en plena cara, sería mucho más placentero que hacerlo como consecuencia de vibrar mis tímpanos ante el estruendo de las fanfarrias de una banda de música de barrio. Si existe la palabra coulrofobia para definir el miedo a los payasos, deberían inventar otra para expresar la aversión a las bandas de música. La que suele acompañar un paso de Semana Santa de alguna iglesia de la zona, se le ocurrió hoy avisarnos del inicio de la Navidad hilando cancioncillas desafinadas a lo largo de toda la mañana. No sé cuándo empezaron. Para quien se tiró toda la noche trabajando, hasta que el cielo estaba completamente iluminado por el sol, oculto tras un grueso manto de nubes, como hice yo, cualquier hora antes de la del almuerzo, se puede considerar madrugada; pero esta ciudad no es plural. Parece respetar sólo a los católicos que tienen una vida diurna. Quienes queremos dormir de día o ignorar la fecha que se aproximan, nos es imposible, por la música, como la de esta mañana, a la que se alió el vacío reciente del Hotel San Antón, convertido en una gigantesca caja de resonancia, y las luces, tan cutres y mortecinas en algunas calles, como las de la San Antón o Alhamar, que recuerdan la iluminación tristona y deteriorada de las ferias de pueblo. También permite recordar a las ferias de pueblo las golosinas que venden en los tenderetes de la Plaza Bib-Rambla: esponjosos algodones de azúcar de color rosa, enormes chupetes de caramelo, calabaza confitada, trozos de coco, almendras garrapiñadas... es como si hubiéramos vuelto al pasado, a tiempos de la infancia. Mientras me dejaba arrastrar por la marea humana (esta tarde todos los habitantes de esta ciudad parecían haberse puesto de acuerdo para tropezarse por las calles del centro), obligada a un paso lento y tortuoso (llegaba tarde a la cita que tenía con una amiga que vive junto a la Catedral), a pedir constantemente disculpa por los empellones que la impaciencia no me permitía evitar; pensé que sólo hacía falta una tómbola ofertando como premio gordo, una bonita muñeca repollo de imitación. 

En la casa de mi amiga me ofrecieron polvorones y una copa de anís. Y esto sólo acaba de empezar...

5 comentarios:

  1. Yo, que tengo vocación de iconoclasta, me alegro cuando llegan las Navidades y lo aireo a los cuatro vientos. Creo que es muy triste devaluarlas alegando derroche y consumismo cuando muchos de quienes incurren en la ácida censura no desaprovechan la menor oportunidad para regalarse viajes, cenas y hasta caprichos inconfesables. Incluso en esta época de infamia y plomo los masacrados españoles son incapaces de renunciar al ocio, como si la diversión fuera gratis. Estamos cada día más despersonalizados y practicamos a todas horas el gregarismo para comodidad de nuestro hueco cerebro. Ya lo había advertido Unamuno en "La rebelión de las masas" y casi un siglo después continuamos igual de pánfilos e hipócritas, denominando a la estupidez ramplona "lo políticamente correcto".

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    1. Seríamos una sociedad muy masoquista si a la mayoría de ciudadanos no les agradaran la Navidad.

      No creo que a estas fiestas se las puedan censurar por el consumo y el derroche. Ayer era fuerte el contrate: cientos, tal vez miles, de personas pasando delante de las tiendas y los dependientes, al otro lado del mostrador, con cara de aburridos, la mano apoyada en la barbilla y cara de aburrimiento.

      Sería más racional que cada uno cogiera vacaciones cuando le apeteciera. Así no nos encontraríamos con el país paralizado durante días, o, incluso, meses completos (como ocurre en agosto).

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    2. Lo que quería transmitir es que la asepsia y la contención son virtudes necesarias siempre y mucho más en plena crisis, pero solo las aplicamos en Navidad, fiesta tradicional que algunos se han empeñado en maldecir porque "se consume demasiado". En cambio en cuanto llega un puente (y hay varios al cabo del año) las ciudades se quedan deshabitadas y para cenas, copas, viajecitos y vacacioncitas sobra el dinero que luego falta. Así nos luce el pelo. Lo peor es que nos compadecemos de los pobres guiris porque no saben vivir la vida con nuestra proverbial alegría. Pena, penita, pena. No echemos la culpa a los políticos de nuestras irresponsabilidades individuales, que son muchas.

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  2. Además, ahora nos han agregado a ese gordinflón con los renos y su Jou, Jou, Jou. !Pues que llegue el siete de enero de una p. vez!.

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    1. Tanto ver películas norteamericanas nos ha hecho contagiarnos de sus costumbres. Seguro que queda poco para que también celebremos el 4 de julio con fuegos artificiales.

      Lo único bueno de este año, es que me he librado de la cena de empresa. Aunque soy autónoma, algunos compañeros me invitaban a una cena donde, por lo general, la mitad terminaban con una copa de más y despotricando contra el gobierno (aunque la mayoría son de derechas). Este año no se ha celebrado por falta de presupuesto.

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