viernes, 12 de diciembre de 2014

El rastro de la sombra

Esta tarde hemos besado mejillas ahítas de lágrimas; húmedas y pegajosas. Creíamos que la hija de nuestra vecina difunta era una ficción, como la del niño que inventa a un amigo para no sentirse solo. Hablaba a menudo de ella. Decía que trabajaba como maquilladora en algunos teatros y televisiones de Madrid. Le achacaba la compra de todos los utensilios que le ayudaban con sus minusvalías pasajeras: un teléfono con los números gigantescos y que ululaba y encendía luces de todos los colores cuando la llamaban, un carro de la compra cuyas ruedas recordaban a las de un bulldozer, un bastón que antes de llegar al suelo extendía diferentes ramificaciones como si se tratara de un pulpo... 

Después de la misa, un grupo de vecinos fuimos a una cafetería para hablar durante un rato. Nos hubiera gustado arrastrar a la hija pródiga con nosotros para hacerle conocer la dulzura con la que su madre la recordaba; pero se excusó alegando planes previos. Cuando volvimos al bloque, ella y dos adolescentes que parecían el calco la una de la otra, sacaban bolsas y maletas de la casa de la difunta. Fue un alivio saber que se harán cargo de los recuerdos de la mujer. En una ocasión, hace algunos meses, después de que nos insistiera bastante, Guille y yo bajamos a que nos enseñara el álbum de las fotografías de su boda. A sus ochenta y cuatro años, era muy difícil identificarla con la muchacha delgada y esbelta de las fotos, embutida en un vestido tan recatado que parecía el de una niña haciendo la primera comunión. 

Durante dos días la imagen de ese álbum siendo mordisqueado por las ratas y arrugándose por la humedad de un trastero, me ha atormentado. La mayoría de nosotros, después de dos o tres generaciones tras nuestra muerte, apenas dejamos muescas en este mundo. La perduración de las fotografías significa prolongar la existencia de los fantasmas que aparecen en ellas. 

2 comentarios:

  1. Que caso mas triste.
    Como decía Becquer:
    Quien, después, al otro día, cuando el sol vuelva brillar,
    de que yo pasé por el mundo, ¿quien se acordará?.
    Bueno, pues seamos algo optimistas, al menos se vive mientras te recuerdan. En este caso, den este momento, yo estoy recordándolo.

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    1. Me encanta cuando trae a Bécquer.

      En parte es menos triste de lo que parece. La vecina era feliz viviendo en el bloque. A unos les hablaba bien de otros. Tenía en la memoria cada pequeño detalle que los demás habían hecho por ella.

      También yo la recordaré, sobre todo cuando pase por el parque que tenemos bajo mi azotea. Cuando volvía de la compra, solía sentarse en uno de los bancos, a la espera de que algún vecino del bloque pasara para pedirle que le ayudaran a llevar el carro hasta el ascensor.

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