miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mala leche - Primera parte

Dolores Expósito Expósito. Nunca en la pila bautismal se dio nombre a criatura humana que fuera más premonitorio de lo que iba a sentir a lo largo de gran parte de su desdichada vida. La falsa endogamia sólo significaba que se desconocían sus progenitores. Dolores, Lolita en la primera etapa de su vida, fue abandonada cuando aún goteaba placenta en el atrio de un convento de clausura el primer año de la posguerra y las monjitas, imaginando que ninguna familia querría otra boca más qué alimentar, aceptaron la voluntad de Dios y decidieron cuidarla, para satisfacción de muchas de ellas cuyos instintos maternales no habían sido cercenados al tomar los hábitos. A Dolores se le asomaba la alegría a los ojos cuando recordaba su infancia, a pesar de que la madre superiora del convento ponía en práctica con ahínco y denuedo la expresión: La letra con sangre entra. Letras aprendió pocas Lolita y sangre derramó sólo la de su primera menstruación, porque nadie le había enseñado qué era aquello y menos aún proporcionado compresas. La sangre de los golpes, tímida, permanecía tras la piel en forma de enormes manchas moradas que cuando estaban al alcance de su vista, a la niña le gustaba encontrarles parecido con alguna cosa: los pellizquitos de su profesora de costura parecían mariposas, los guantazos de su profesora de lectura, enormes calamares de cinco patas y las palizas de la madre superiora, que intentaba enseñarle matemáticas, suponía (solían sufrirlas sus nalgas) que serían como gigantescos continentes de planetas inexplorados. 

Era ya Loli -acababa de cumplir 16 años- cuando la mala suerte hizo que, como un gato negro, se cruzara en su camino doña Concha. La mujer, apodada La Marquesa por lo engreída que era y los aires de superioridad que expelía, estaba acostumbrada a que se satisficieran todos sus caprichos por el simple hecho de ser la esposa de un teniente de la Guardia Civil en un tiempo que para los marginados sólo quedaba creer en la justicia divina, porque la terrena no existía. Doña Concha quiso que la niña anduviera todos los días una hora de ida y otra de vuelta desde el convento a su casa, para que cosiera las cortinas de todas las ventanas de su enorme casa. Más de un mes le llevó hacerlo. Cuando sólo le quedaba la cortina del ventanuco de la habitación de las tres criadas, doña Concha apareció en el convento una mañana tan temprano que las monjas más rezagadas aún continuaban sentadas ante la mesa del desayuno. La madre superiora se encontró ante una mujer que bufaba, tenía las mejillas encendidas, los pelillos rubios de la barba erizados y ponía tanta fuerza en el caminar que parecía querer clavar sus tacones en las losetas del despacho. Hablaron durante más de una hora a puerta cerrada. Cuando salieron doña Concha se mostraba mucho más relajada y era la madre superiora quien bufaba, tenía las mejillas sudorosas, encendidas, las cerdas negras de la barba erizadas y ponía tanta fuerza en el caminar que parecía querer descomponer el trenzado de cuerda de las suelas de sus sandalias. Ese día Loli fue arrojada del único hogar que había conocido en su corta vida. Después de ser llamada sinvergüenza, desagradecida y recibir una tunda de golpes con un bastón, se le ordenó que recogiera sus cosas y siguiera a doña Concha. La niña obedeció. Estaba convencida que algo malo había hecho porque las monjas no pegaban sin razón. 

Al día siguiente, de madrugada, con la alevosía que proporciona más el atontamiento de quien es sacado del sueño prematuramente, que la oscuridad, Loli fue plantada ante un altar improvisado en el salón de la casa de su anfitriona, delante de un sacerdote desconocido y a la derecha de Antoñito, el único hijo de doña Concha, que le doblaba la edad a la niña y  que jamás, por muchos años que cumpliera, llegaría a ser don Antonio. 


Continuará...

2 comentarios:

  1. Que no se haga esperar la continuación, por favor, estoy en ascuas.

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    1. Como anda por aquí Guille, ahora tengo menos tiempo para esto de darle a la tecla, pero... ya está

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