miércoles, 3 de febrero de 2016

La mala educación

Hace unos días, en una entrevista que hacían a Antonio Muñoz Molina, aseguraba que sentía vergüenza por algunas tradiciones españolas. Al mismo tiempo, en la prensa aparecía la heroicidad de dos energúmenos: habían matado a 72 lechones tirándose sobre ellos. En esos momentos me alegré de vivir en esta época y no medio siglo atrás porque semejante barbaridad, seguramente, habría sido convertida en una fiesta local: aplastamiento del lechón. Por supuesto, ganaría el que matara a más cerditos de un solo golpe. 

Pero el mal ejemplo cunde y se extiende como la pólvora. En el cortijo de los padres de una amiga de Órgiva, han aparecido dos noches seguidas, cinco gallinas decapitadas. A la tercera noche, imaginando que iba a ocurrir lo mismo, se quedaron vigilando; no ocurrió nada. La cuarta, en la que no había vigilancia, volvieron a aparecer las gallinas muertas. A la quinta, el dueño del cortijo, sin decir nada a nadie, se quedó vigilando. Era su sobrino y cuatro amigos. Decapitaban las gallinas con un machete para grabarlas mientras corrían descabezadas. En esta ocasión, como la de los lechones, no se le puede culpar a la juventud de los descerebrados tales hechos porque tienen entre 23 y 27 años. 

6 comentarios:

  1. Está bien (en general) respetar las tradiciones, pero con una condición: que ellas, a su vez, nos respeten a nosotros.

    (Sandra Suárez)

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    1. Me ha gustado la frase. La apunto.

      Con lo fácil que es divertirse sin hacer daño, no comprendo por qué muchas celebraciones se centran en un espectáculo cruel, como descabezar pollos o tirar una cabra desde un campanario.

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  2. La crueldad en algunos seres humanos no creo que haya variado desde los tiempos de los romanos. Afortunadamente, lo que parece es que últimamente prevalecen los sentimientos de personas y autoridades más piadosas con el mundo animal.
    Recuerdo en mi lejana infancia, ver a muchos de mis amigos lanzar piedras a los muchos perros que entonces vagabundeaban por la calles del pueblo. Reían su "hazaña" si el tiro era certero y el animal huía aullando. Nunca participe en tan cruel práctica, a pesar de ser un niño especialmente travieso y libre.

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    1. En el destacamento donde vivía tenían la costumbre de cazar pajarillos (no sé de qué tipo era). Por los alrededores habían muchos cotos de caza, aunque supongo que los pajarillos estarían prohibido, pero dentro del destacamento no había más ley que las que querían los militares.

      Cuando pequeña era cruel con los escarabajos y hormigas: no dudaba en pisarlos si se ponían a tiro, pero a los pájaros les tenía mucho respeto. Intentaba salvar a los gorriones que tiraban de sus nidos cuando todas las primaveras limpiaban los tejados. Los intentaba alimentar con patatas fritas. Se morían todos, aunque mis hermanos, para evitarme el disgusto, solían decirme que se habían curado e ido volando.

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  3. Tienes razón, hay muchísima gente maleducada.

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    1. Y gente sin sentimientos o inmadura. Supongo -y tengo la esperanza- de que con el tiempo maduren y se percaten de la barbaridad cometida.

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