viernes, 28 de noviembre de 2014

Con el sudor de la frente

En mi primer trabajo tuve un compañero al que admiré mucho. Decía que para que una medicina fuera efectiva tenía que saber a rayos y que para disfrutar del tiempo de descanso, el trabajo debía ser un fastidio. Lo admiraba tanto porque en mi mundo invadido por adolescentes tardíos, por niñatos que se creían con el derecho de transmutar en alcohol el dinero de los padres; él parecía ser la única persona madura. Era muy agradable mirarlo trabajar, con esa seguridad que sólo permite la experiencia, sin dudas, sin torpezas, con tanta precisión que inspiraba más confianza que el propio Intenet para obtener la respuesta a una pregunta. Tardé bastante en percatarme que se trataba de uno de esos sujetos que prefiere inventar y mentir, a confesar que desconoce la contestación a la duda de una subordinada. Sus sentencias y mi admiración se doblegaron ante la verdad; pero aún hoy lo recuerdo con bastante cariño, sobretodo cuando cada uno de los minutos que disfruto trabajando lapidan su aforismo sobre el trabajo aburrido y el placer del ocio.

Es lo que he estado haciendo durante mi ausencia de estos días: disfrutar del trabajo; a pesar de tentarme constantemente los libros de El mar de John Banville y Como la sombra que se va de Antonio Muñoz Molina; eran cantos de sirenas difíciles de resistir. 

He estado completamente sumergida en las profundidades de una pericial. La que me ha hecho recordar que la gente que conozco con mala leche, suelen tener una inteligencia media; y llegar al razonamiento que mala leche + inteligencia media = sistema de protección de la especie. Si una persona con mala voluntad tuviera una inteligencia superior a la media, podría hacer bastante daño a sus semejantes; pero, una persona con mala voluntad y falta de seso, es aún más dañino, sobretodo para sí mismo. Un vecino, de una barriada populosa de Málaga, por algunas desavenencias con su vecina, se ha dedicado a fastidiarla, primero con niñerías que sólo he conocido porque la vecina necesitaba desahogarse con alguien, pero que no repercutían en el peritaje. Luego comenzó a producir desperfectos en la vivienda de la mujer por un valor superior a 3000 euros. 

El final de la historia se podría considerar de justicia poética, si realmente sospechara que con lo ocurrido el vecino molesto iba a escarmentar. El hombre rompió la bajante de aguas fecales de su vivienda (él asegura que se rompió sola) con la esperanza que las aguas sucias, por estar las casas en pendiente -más baja la de la vecina- inundaría el forjado sanitario de la que él considera su enemiga. No contaba con que esas casas están construidas sobre restos de otras, y entre ellas había un muro de ladrillo macizo bastante profundo. La casa que se ha inundado y sufrido los desperfectos es la del sujeto. Lástima que su inteligencia no le dé para comprender que su odio le perjudica, principalmente, a él. 

9 comentarios:

  1. Te recomiendo vivamente que leas, cuando tengas tiempo, Allegro ma non troppo, de Carlo Cipolla. No te lo pierdas.

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    1. Gracias por el consejo. He estado investigando. Comprendo por qué me lo aconsejas. Parece muy divertido. Punto tres de la teoría de la estupidez de Carlo María Cipolla:

      Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.

      Este punto en concreto le viene como anillo al dedo al vecino molesto.

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  2. Tan hambrienta estaba la máquina infernal que se ha comido mi comentario. Ya no repito, lo siento, "sobre todo" porque nunca segundas partes fueron buenas y el "sobretodo" te será muy necesario dentro de unos días por ahí abajo. Abrígate.

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    1. Pérfido blog. Hacía tanto tiempo que lo tenía abandonado, que estaba hambriento.

      Lo siento mucho. No sé por qué ocurre. Suele suceder con los móviles. Yo ya he desistido en intentar responder a los comentarios desde el teléfono. Espero que no vuelva a ocurrir.

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  3. Detesto a las personas con mala leche pero, como parece el caso, si se perjudican a si mismo, me alegro sobremanera.
    Conocí a alguno (por suerte poco me afectaron directamente) en la vida militar, a quienes los galones amparaban para dar rienda suelta a su crueldad instintiva. Afortunadamente, hoy en día no les resultaría tan fácil confundir la crueldad con la disciplina.
    En cuanto al trabajo, por el contrario a esa opinión, entiendo que lo ideal es que resulte grato. En mi caso, hubo temporadas en las que disfruté trabajando. Preferible sin duda, a cuando en lejanos tiempos me tocó trabajar duro, por muy placentero que resultase el descanso, que no era tal, pues siempre pensaba en el martirio del día siguiente.

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    1. Cuando estaba en el colegio, odiaba los domingos por la tarde, porque eran preludio de volver a la monotonía del internado. Creo que desde entonces odio el soniquete de la radio puesta a tope con la retransmisión de algún partido de fútbol (lo solía escuchar el padre de una amiga). Por fortuna desde que trabajo, esa manía a los domingos ya no la tengo.

      Pero me temo que los militares aún confunden mala leche con disciplina. Un ejemplo, el teniente que escribió un libro denunciando algunos delitos que habían cometido sus superiores, y a quien ya han metido dos veces en el calabozo sin otra excusa que el haber hablado demasiado.

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  4. Acabo de asistir a la presentación de la novela de Trapiello en La Central. Me sorprendió la escasa categoría del presentador y mucho más la prisa de la editora. En definitiva, solo él sobrevivió, cuando se trataba de elevarlo a los cielos. En fin...me recordó a esos restaurantes que a pesar de tener una materia prima de gran calidad la estropean en la cocina por la impericia y desdén del chef.
    Y mañana AMM en la Residencia de Estudiantes. Preveo una cola de una hora al aire libre en la tarde invernal madrileña. Si acaso me agenciaré un "sobretodo" (mejor una sobretoda) para volver a casa sin fiebre. Y hablando de excitación pudorosa, me excita la posibilidad de compartir atmósfera y emociones con alguno de mis cobardones lapidadores. Me refiero a los que se amparan en la oscuridad de la masa porque de frente no se atreven, "sobre todo" si el lapidado mide más de uno noventa y aún tiene mucho nervio y escasísima adiposidad. Pero no sé porque hablo en ese tono, como de amenaza velada, siendo como soy una persona que arrincona al rencor a los cinco segundos de recibir las piedras.

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    1. Rectifico último párrafo:
      Debo decir "Pero no sé por qué....."
      Cosas de la precipitación

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    2. En breve añadiré a Andrés Trapiello a mis lecturas. Me han dejado Las Armas y las Letras. Luego seguramente seguiré con uno sobre Sancho.

      Me temo que en este país se cuida muy poco todo lo que huele a cultura, como si perteneciera a una minoría incondicional capaz de tragarse todo lo que le den. Por fortuna una pésima presentación no va a modificar el criterio que se tenga del libro presentado.

      Espero que te diviertas hoy con la presentación del libro de AMM. Si lo saludas y hablas con él, a ver si consigues que vuelva al blog. Desayunar con su nueva entrada ante las narices es uno de los pocos placeres que lamento haber perdido.

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