sábado, 6 de julio de 2013

Entre biombos

De los cinco sentidos, el de la vista es al que más aprecio le tengo. Imagino la vida sin alguno de los demás, pero no poder ver, es el peor castigo que se me ocurre, por lo que cuido bastante mis ojos. 

Llevaba unos días sintiendo dolor de cabeza intermitente. Lo achacaba al calor excesivo. Hasta que esta mañana me miré detenidamente al espejo y vi que tenía el ojo derecho como una sandía a la que han quitado la cáscara verde: con la parte blanca llena de manchas rojas muy intensas. Ya me había ocurrido alguna vez antes. Se trata de una escleritis (la experiencia me ha enseñado que muy poco tiene que ver la mayoría de enfermedades con lo que dice de ellas Internet -y en este caso, aún menos-: me sale desde que tenía 20 años más o menos y se debe principalmente a la sequedad del ojo por culpa de la falta de lágrimas). En esa ocasión, además del enrojecimiento, me había salido una burbujita de pus. Decidí ir a urgencias, con el único propósito de que me tranquilizaran. Llegué a Nuestra Señora de la Salud (menudo nombre el del hospital, casi es más digno de un tanatorio) a las 7 de la tarde, a las 7 y cuarto, estaba en el box nº3 ante un médico barbado bastante joven -de unos 27 o 28 años-. Supongo que este será el primer síntoma de darme cuenta que ya no soy tan joven: encontrarme frente a profesionales a los que no podría llamar padre por la edad. La primera impresión fue sólo regular, porque le acaba de llegar un whatsapp y miraba de reojo el teléfono, ignorando la pantalla del ordenador donde estaba mi expediente. Le expliqué lo que me pasaba, y que seguramente sería una escleritis. Me pidió que me tumbara en una camilla separada por un biombo (uno típico de hospital: con estructura tubular y partes opacas de tela). Miré entre las rendijas que dejaba la tela y vi que buscaba en su teléfono móvil "escleritis". Viene hasta donde yo estaba, me examina el ojo y comienza a sacar cosas de los armarios: gasas, suero, botellas de líquidos raros... y una jeringa del tamaño de un extractor de semen de caballo (ENORME). Vamos a intentar quitarte esa bolita de pus, dijo precisamente antes de pensar que debía tomarme la presión arterial. ¿Es de extrañar que la tuviera alta? Por fortuna el pedazo de jeringa no era para pincharme, si no para darme en el ojo un baño a presión con suero. 

La bolita de pus siguió en el ojo; el dolor, en la cabeza y yo, por culpa de la presión alta, fui a parar a cuidados intermedios, una habitación enorme con otros enfermos donde la intimidad sólo estaba protegida por biombos  móviles que iban de un lado a otro de la habitación, dependiendo de las necesidades. Fueron tres cuartos de hora muy interesantes durante los que me hicieron un electro, me sacaron sangre, pusieron un suero por vía intravenosa y obligaron a chupar dos pastillas asquerosas con las que me bajaron la tensión de 15/9 a 12/7. Pero lo más divertido fue escuchar las conversaciones de los enfermeros (dos chicas y un chico) y un celador. Me di cuenta que echaba en falta el compañerismo que ellos demostraban. El celador incluso se quedó un rato después de acabado su turno para que ninguno de los enfermeros (los tres bastante menudos y él era del tipo el increíble Hulk cuando es de color verde) tuviera que cargar con un señor que llegó con problemas de sobrepeso y movilidad y que debían hacerle un análisis de orina. 

No creo que el doctor sea malo; sólo algo inexperto. Llegó a las mismas conclusiones que cualquiera otro, pero con media docena de pruebas innecesarias. Estaba agotada cuando me derrumbé en el sofá, ya en casa, y quedé completamente K.O. hasta el amanecer. Pero cuando intenté levantarme, fue como si la fuerza de la gravedad hubiera aumentado su potencia y cada uno de mis miembros estuviera lastrado por pesas de plomo. Las pastillas habían seguido funcionando por la noche y desperté con la presión por los suelos. Tres cafés y dos Coca-colas, me ha devuelto a la normalidad. 

2 comentarios:

  1. Desde luego la perdida de la vista debe algo terrorífico. Más si, en ese caso, se añade el dicho ese referido a Granada.
    Los médicos en estas fechas suelen ser sustitutos, en ocasiones algo inexpertos. Yo tuve la suerte que en mayo me atendieron unos expertos de primerisima calidad, que sabían de que se trataba nada más escucharme y tomaron el camino correcto.
    Espero esté del todo recuperada.

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    1. Sí, gracias, ya estoy completamente bien (con la camiseta empapada porque, aunque corra por la noche, se suda un montón -estamos en alerta amarilla por la caló; aunque me temo que por ahí están en alerta naranja-.

      El médico que me tocó en malasuerte, era novato, pero bienintencionado. Lo malo es que en algún momento tienen que coger experiencia, y nosotros nos convertimos en cobayas humanas. Antes, al menos en el hospital al que fui, los médicos novatos tenían la supervisión de un médico con más experiencia.

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