jueves, 21 de junio de 2012

El paseo de la durmiente

Todos, menos Manuela la pescadera, estaban deseando que La Prima Chica se muriera. El apodo de la La Prima Chica disfrazaba una vejez que, en una familia cuya esperanza de vida no llegaba al medio siglo, se consideraba toda una desfachatez. A sus 80 años la pobre mujer (pobre por la infelicidad, no por su situación económica) podría haberse recreado durante sus largos paseos matutinos con el recuerdo de sus 11 hermanos -ya difuntos- si un derrame cerebral no la hubiera convertido en un objeto casi inanimado, arrumbado en una silla de ruedas, que se limitaba a mirar el vacío, engullir lo que se le ponía en la boca y excretar líquidos y sólidos por todos los orificios de su cuerpo. Sus cincuenta y muchos sobrinos-nietos, única familia que le quedaba, habían contratado para su cuidado a Manuela, una santurrona de escasa inteligencia que por una miseria no se separaba de La Prima Chica ni un instante. Aquel era su primer trabajo y quería hacerlo bien. (El sobrenombre de Pescadera lo justificaba el tufo a pescado que desprendía). 

La única exigencia que buscaban en la persona que cuidase de La Prima Chica era unas entendederas escasas. Temían que alguien inteligente se pudiera ganar la confianza de la anciana, si se recuperaba de su estado vegetativo, y le hiciera cambiar el testamento. Llevaban tantos años esperando que les parecía muy injusto que esto ocurriera. Los herederos eran muchos (más de cincuenta), pero la herencia también era cuantiosa. El cortijo Las Tórtolas en Alcaudete, muchas tierras de secano, olivos y una casa enorme en el pueblo. Si en una familia con un enfermo los vecinos se suelen interesar por la mejoría del desdichado, en esta ocasión, quien preguntaba lo hacía queriendo saber si veían cercano el final de la mujer, pero siempre eran caras largas y una negativa después de un profundo suspiro. Y lo peor, desde que Manuela se hizo cargo de la enferma, es que incluso había recuperado el color en las flácidas mejillas porque todas las mañanas, hiciera sol o lloviera, Manuela solía sacarla a dar un largo paseo. Tenían la esperanza de que pillara frío y se muriera de una pulmonía, esa era la única razón por la que no impidieron las salidas. 

El día 18 de julio en el pueblo había fiesta. Carrera de burros, misa, elección de la reina de la fiesta, baile, concurso de pasteles, fuegos artificiales... A Manuela y a la enferma se las vio en casi todos los eventos, incluido en las barquillas, donde la mujer subió mientras La Prima Chica le sujetaba la manzana de caramelo a medio mordisquear. Cuando ya se retiraban y unas vecinas se acercaron a saludar a la enferma, Manuela les pidió que no hablaran muy alto porque se acaba de quedar dormida. Y realmente parecía estarlo, tan profundamente, que ni los cohetes que explotaban por encima de sus cabezas ni la música de la orquesta que pasaba por la calle, consiguieron alterarla. 

Es de madrugada cuando se suelen cocer las tragedias; pero esta ocurrió a última hora de la tarde; tal vez porque sólo para Manuela fue un evento trágico. Salió de la casa gritando, exigiendo ayuda, pidiendo que se avisara al médico con urgencia porque a La Prima Chica le ocurría algo muy raro. No tuvo que esperar mucho porque, siendo fiesta y estando casi toda la gente aún en la calle, la noticia corrió como la pólvora y el médico del pueblo fue prácticamente arrastrado hasta la casa de la enferma. Llegó y aún masticaba el pincho de tortilla que acababa de meterse en la boca cuando lo avisaron, con la servilleta del bar colgado al cuello y un eructo de cerveza mal disimulado entre las frases que tuvo que emitir al interesarse por los síntomas que presentaba su paciente. Una falta completa de apetito, en realidad no había comido nada desde el día anterior; le había salido un sarpullido rojo oscuro en las nalgas y los pies; y estaba en plan cabezón: no quería tumbarse. El doctor también pudo constatar que la paciente estaba a temperatura ambiente, que su respiración era inexistente y el corazón no le latía. Lo que Manuela pensó que era testarudez de la enferma por alguna razón que no llegaba a comprender, en realidad sólo era rigor mortis. La pobre mujer llevaba más de doce horas muerta; pero a Manuela le faltó inteligencia para notarlo.

De la herencia tan ansiada, los herederos sólo pudieron repartirse lo sacado por la venta de la casa del pueblo. La Prima Chica quiso recompensar a quien la estuviera cuidando en sus últimos momentos, y  tanto el cortijo como las tierras y los olivos quedaron con la carga de ser usufructo de esa persona hasta el día de su muerte... y de momento Manuela, a sus setenta y muchos años, disfruta de una salud excelente. 

(Otra de las historias de mi abuela)

4 comentarios:

  1. .
    Ha tenido mucha suerte tu abuela de tener una nieta de tan buen oído y mejor escribir. Toda esta labor recopilatoria que haces sería muy complicada de disfrutar por terceros sin la Red. Hemos ganado todos.
    :-)

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    1. "La Red de redes" es alucinante. Se acostumbra una tan fácilmente a lo bueno que se olvida por completo cómo eran antes las cosas, los límites claustrofóbicos del mundo de cada uno de nosotros.

      Para casi todas las historias necesito la ayuda de mis hermanos y mi madre, que conocieron los lugares y se acuerdan de los nombres de las personas mejor que yo.

      Gracias

      :-)

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  2. ¡Al cuaderno!
    Algún día, BK, cuando tengas el cuaderno lleno, podrías intentar publicarlo en un libro. Estas historias tienen mucho valor, y tú las cuentas muy bien.

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    1. Me ha salido un callo en el dedo índice de la mano derecha de tanto escribir (¡Ja!) casi había olvidado cómo coger un bolígrafo para hacer algo más que una simple anotación en un post-it.

      A este paso el cuaderno se va a llenar muy pronto. Lo que aquí ocupa el espacio de un folio, escrito a mano son 10 o 15 páginas.

      Lo de escribir las historias que recuerdo de mi abuela es sólo un divertimento que le viene muy bien a mi dislexia. Me hubiera gustado tener algo parecido cuando era pequeña y tenía que escribir interminables dictados con frases sinsentido; no me habría aburrido tanto.

      Gracias

      :-)

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