lunes, 30 de mayo de 2011

Recuerdos erróneos

Últimamente todo evoca a la infancia. A recuerdos que, al compartirlo con mis hermanos, resultan distorsionados por una realidad que no fue la mía. Aseguran que no fui una niña feliz, que incluso estaban preocupados por mi salud mental:  durante un tiempo pensaron que era autista o lo suficientemente antisocial como para necesitar ayuda psicológica. Me cuentan que les preocupaba que me metiera en los cobertizos del patio. Era capaz de tirarme horas escondida allí, cubierta por una gran caja de tablones de madera -donde solían traer las sandías-. Las sobremesas de la época estival siempre las recuerdo comiendo sandía delante de la tv, viendo por enésima vez películas muy viejas de vídeo. A mí me reservaban el corazón de la fruta, por ser la pequeña y la mimada de la familia. En invierno mi escondite estaba bajo la mesa camilla, iluminada a ratos intermitentes por el piloto rojo del termostato del calefactor de aceite. En realidad no estaba escondida. Sólo jugaba. El silencio, la tranquilidad y el calor (los techos de los cobertizos eran de fibrocemento sin aislamiento) permitían que mis juegos fueran interminables. Nunca jugaba a "papás y mamás" (eso me aburría). Mis muñecas siempre eran huérfanas y sus vicisitudes dickesianas (desde mordiscos de ratas a palizas ¿de dónde sacaría esos detalles tan macabros?). Después de contarles a mis hermanos qué hacía durante esas ausencias que los asustaban tanto, se carcajean y palmotean las rodillas. Dicen que es un milagro que no me haya convertido en una nueva Juba (un francotirador de Iraq)

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