martes, 18 de noviembre de 2014

Sobre las prioridades

Hay una hora del día que me llena de melancolía: cuando el sol comienza a ponerse y el cielo, surcado por las estelas de los aviones, se llena de rayones naranja. Es la hora de la vuelta de los niños de las actividades extraescolares, cargados con sus enormes instrumentos musicales, o vestidos con quimono, o dejando ver bajo el chándal una malla llena de lentejuelas. También es la hora de los gimnasios: musculitos con camisetas ceñidas que se exhiben al otro lado de un escaparate haciendo spinning o levantando pesas como si fueran peces de colores encerrados en una pecera. A esa hora es cuando suelo salir para hacer los recados que me arrastran al centro. Reconozco que es la peor, porque la gente tiene acumulado el cansancio de todo el día y se muestran desganados y deseosos de volver a casa; pero a mí me conviene porque la frontera en el tiempo, la amenaza del cierre inminente, me obliga a apresurarme y a no convertir la obligación en un placer que se dilata durante horas porque esta ciudad siempre tiene mil lugares donde perder el tiempo. Hoy no tenía que hacer gran cosa, llevar a afilar las cuchillas de la máquina con la que Guille se pela. A la vuelta pasé ante una librería que no es una de mis preferidas (me gustan más la de la calle Zacatín y Al Sur, la que está cerca de la Facultad de Ciencias); pero ésta me es más cómoda por la cercanía a casa. Quería reservar dos copias del último libro de Antonio Muñoz Molina. Quiero regalarle uno a mi madrina, y a ella le gustan las primeras ediciones. No comprendo su gusto. La experiencia me ha enseñado que lo primero suele estar lleno de fallos o errores. El Titanic es un buen ejemplo, y los ascensores recién puestos en funcionamiento -que suelen fallar más que una escopetilla de feria-, otro. Mi sorpresa fue mayúscula cuando el librero me aseguró que no necesitaba reservar los libros que, si quería, me los podía llevar en aquel mismo momento. Ya estaba dispuesta a lanzar cohetes cuando me encontré ante dos ejemplares de Todo lo que era sólido. Después de deshecho el error, el librero me aseguró que no era necesario reservar los ejemplares porque estaba convencido que le quedarían incluso después de Navidad. Regresé a casa ensimismada. Recordaba las colas que la gente hizo en todo el mundo hace pocas semanas cuando se puso a la venta el Iphone 6. La propaganda se la brindó gratuitamente los propios medios de comunicación. El trasto parece que está lleno de problemas, entre otros, es capaz de asarte el trasero si montas en bicicleta con él en el bolsillo trasero del pantalón, y se dobla. Es inverosímil que toda una marabunta de personas tengan la imperiosa necesidad de cubrir las prestaciones que ofrece el nuevo teléfono. Además, el móvil para la mayoría de nosotros es como nuestro cerebro: utilizamos sólo una pequeña parte de su capacidad. 

Comprendo que seamos una minoría a los que nos gusta la literatura y que incluso para un librero le resulte desconocida una novela que a mí me llena de impaciencia su salida a la venta; lo que no me cabe en la sesera es que miles de personas sean capaces de perder días de su vida haciendo colas para ser los primeros en comprar un aparato del que harán el mismo uso que el que dejarán olvidado en el fondo de un cajón. 



2 comentarios:

  1. Iphone 6!!!!! ahora en más me quedo con mi potecito!!! no me compro más un carajo!!!! Detalles en mi blog.

    Por cierto, al igual que tú, sigo sin entender que afán hay en ser el primero en comprar un producto. Total , ni que el primero tuviese un descuento, o que tuviese mayores prestaciones que el enésimo. Bueno, supongo que es felicidad, tienen dinero y tiempo para desperdiciar, además de que todas sus necesidades básicas están cubiertas (dudo que dejen de comprar comida por comprar un aparato que hace lo mismo que el que tienen en la mano, o que se arriesguen a que los boten del trabajo).

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    1. No creas que es muy comprensible eso de las prioridades de las personas. Conozco a uno que, aún estando en el paro y teniendo dos niñas, le resulta más imprescindible comprar tabaco que comida. Le echa la culpa al vicio, pero tampoco hace nada por salir de él; aunque mejor momento no va a encontrar.

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