sábado, 20 de abril de 2013

De cuando la mariposa choca con el cristal

Hitler no quería tener hijos porque estaba convencido que la genialidad se salta una generación y que tendría hijos cretinos (alguien debería haberle advertido que, de ser cierta su teoría, su descendencia estaría llena de genios). 

En mi familia es cierta esa teoría, pero salta de dos en dos las generaciones. Mi abuela era excepcional contando historias, mi madre y yo nos limitamos a repetirlas como loros, y mi sobrina, esta misma semana nos hemos enterado, ha heredado el don de su bisabuela. En la clase de lengua le pidieron escribir un cuento. Tenía toda una semana para hacerlo. El lunes ya lo tenía hecho. Pero como era un concurso, no lo presentó hasta el jueves por la mañana, porque quería escuchar los de los demás niños para saber si debía mejorarlo. Su historia iba de dos hermanas gemelas, una guapa y mala y otra fea y buena, ambas enamoradas del mismo chico. En una competición por quedarse con el chico, ambas hermanas se ponen en peligro. Aquí el cuento se divide. Tiene tres finales.

Un final para los que creen en los cuentos: El chico salva a la fea y mientras la hermana mala se recupera en el hospital, utiliza sus potingues de belleza y se vuelve guapa. Siendo guapa y buena, no necesita a un chico que exige una competición para salir con él, por lo que lo deja.

Un final para los que no creen en los cuentos: El chico salva a la mala. Con el dinero del seguro de vida de la hermana muerte se dan la gran vida durante un tiempo pero como la mala sigue siendo mala, terminan divorciándose.

Y un final para los que les gusta las historias gore: Los tres mueren. Las dos hermanas se quedan en este mundo haciendo gamberradas. Si alguna vez sentís que el vello del cogote se os eriza, son ellas que os están soplando en la nuca.


El profesor le preguntó si había tenido ayuda de alguien. Ella respondió una vez que no, el profesor insistió, y mi sobrina soltó: Sí, de mi madre (si el profesor conociera a mi cuñada, habría sabido que se trataba de una respuesta sarcástica, incluso más que si hubiera dicho: Sí, Papá Noel me ayudó). 

En lugar de ponerse a llorar como una posesa, como habría hecho yo a su edad ante semejante injusticia, aprovechó las dos horas de estudio que tenía para escribir otro cuento. Este iba de una niña que perseguía a las ranas para besarlas y convertirse en princesa. Convencida que es una clase de rana en concreto las que hacen esa transformación, aprende a reconocerlas y diferenciarlas. Sin quererlo, la niña se convierte en una prestigiosa zoóloga y se olvida de su viejo sueño de ser princesa. 

A mi sobrina le gusta nadar, montar en caballo, bailar, ver la tv, no parar en casa, jugar con el ordenador... pero no leer ni escribir; aunque, quién sabe, puede que este profesor le haya incoado el placer por contar historias. 

2 comentarios:

  1. Esa imaginación hay que preservarla de intoxicaciones (incluidas las escolares).

    Lo que no entiendo es la pregunta del profesor sobre si había tenido ayuda de alguien para escribir la historia. Él, aunque solamente la haya tenido como alumna este curso, después de siete meses, debería saber con seguridad la capacidad imaginativa de su alumna.

    Si los maestros (y los profesores) contáramos las veces que "metemos la pata" cada curso, y por ello nos aplicaran un descuento en la nómina... uff.
    :-)

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    1. Una cosa que mi sobrina ha aprendido de su madre, es a seguir la ley del mínimo esfuerzo. Pero a su vez, es muy competitiva. Las pocas redacciones que su profesor le ha mandado hacer hasta ahora, las sacó adelante sin poner mucho empeño en ellas. Con el cuento ha sido diferente: era un concurso, y ella quería ganar.
      Así que es comprensible que el profesor dudara.

      Además, mi sobrina ha tomado el error del profesor como un piropo. Mucho más halagador que un par de palmaditas en la espalda asegurándole que el cuento estaba bien.

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