viernes, 1 de marzo de 2013

La alegría de la muerte


Ayer estuve en la misa que daban por la muerte de uno de mis vecinos. Murió hace un mes exactamente, pero como pocos se enteraron de lo ocurrido en su día, le han celebrado una misa ahora para que pudiéramos darle el pésame a la familia. El hombre falleció en el asilo donde la familia lo metió contra su voluntad después de que se tirara toda una noche en el suelo de su cocina sin poder levantarse.

El hombre me caía muy bien. Había cumplido más de 95 años, pero intentaba ser independiente, no sé si gracias a su familia o a pesar de ella: no se comprendían. Estaba constantemente enfadado con sus hijas porque se obstinaban en tratarlo como a un crío y eso le dolía. Él hubiera preferido quedarse en su casa bajo la vigilancia de un cuidador. 

Este hombre siempre me trató bien. Si coincidíamos en el ascensor, la calle o un supermercado, siempre me preguntaba por cómo iba todo,  y se compungía si le hablaba de las dificultades que nos están angustiando a todos los de mi sector por culpa de la crisis. Me llamaba la señorita del ático, como si se tratara de un título nobiliario, y como sabía que me gustan los libros, los domingos que el periódico regalaba alguno, me lo echaba de forma anónima en le buzón. 

No soy creyente (no lo soy desde los seis años, a pesar de que casi toda mi infancia y adolescencia la pasé entre hábitos y cruces); pero no es necesario serlo para asistir a esa clase de eventos. Me siento, me levanto, me vuelvo a sentar, al ritmo que impone que el sacerdote, mientras lleno mi cabeza con ideas ajenas a un Dios que siempre me pareció un cuento no muy diferente al de los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez, pero necesario e imprescindible para muchas personas a las que les aterra la idea de la muerte.

Durante la media hora que dura la misa, mi cuerpo está presente en los bancos de la iglesia, pero mi mente está lejos. En mi infancia, cuando en el colegio tenía la obligación de asistir a misa todos los miércoles a primera hora de la mañana, y los sábados por la tarde, si me quedaba el fin de semana, me entretenía recitando las tablas de multiplicar o las lecciones de aquel día. Ahora utilizo la obra y  los problemas que no cesan de aparecer. 

La misa por el alma de mi vecino duró mucho más que una convencional: una hora y poco. Para mi sorpresa, la iglesia estaba llena. Una de mis vecinas, a la que Guille llama Radio Macuto, haciendo alusión a su capacidad para enterarse de todos los pormenores, me informó que la familia de mi vecino pertenece al Opus Dei. Tuvo cinco hijas, antes de que la mujer cayera enferma con una enfermedad mental que lo obligó a pedir la baja de su trabajo y cuidarla durante largos años. Las hijas, la que menos, tuvo cinco criaturas y la que más, doce (se tomaron muy en serio eso de Creced y multiplicaos). Los hijos de sus hijas también han tenido descendencia y a juzgar por el gentío que había en el templo, sospecho que, al igual que sus progenitores, han hecho uso del mandato divino de la multiplicación (Dios debería haber advertido que se refería a toda la gente en general, no a una familia sola). 

Después de la misa, mientras intentaba abrirme paso para darle el pésame a las hijas, ¡aluciné! Todos hablaban de la alegría de que el hombre hubiera ido a reunirse con Dios. No habrían hablado de él de forma muy diferente a si se hubiera ido a hacer un viaje del Imserso.

5 comentarios:

  1. "(Dios debería haber advertido que se refería a toda la gente en general, no a una familia sola)."

    Genial, esto no lo había oído nunca. Me encanta.

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    1. Es que, al menos por aquí, las familias muy creyentes, por ser pecado la utilización de anticonceptivos, tienen una burrada de hijos (ejemplo: la familia Ruiz-Mateos).

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  2. Me identifico con el fondo de todo lo expuesto, pero he de resaltar la facilidad de narración.

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    1. Muchas gracias Manuel.

      Con mi vecino, que tenía 95 años, es irritante, pero no doloroso, que demuestre consuelo con su muerte. Pero lo mismo ocurrió con una de las niñas muertas en el Madrid Arenas: la familia era muy religiosa y el padre (de profesión arquitecto) mostraba una alegría desconcertante porque su hija estaba junto al Creador... Creo que nunca llegaré a comprenderlos

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  3. .
    "Dios es el ropaje magnífico con que vestimos la Nada para que no nos aterrorice".
    Benito Pérez Galdós.
    :-)

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