lunes, 27 de febrero de 2012

Réquiem por una pava difunta

Creo que a Loli nadie la comprendía. Era rara, muy rara. Durante los descansos nos contaba que vivía con su novio, en la casa de su primo. La casa era pequeña y la compartían con otra pareja, compañeros del trabajo del novio. Loli tenía que dormir en el suelo, en un saco, porque el novio, en un gesto de generosidad -al menos así lo pensaba Loli- había cedido el dormitorio principal -con cama doble- a la otra pareja. Cuando el novio la dejaba dormir un ratito en la cama nos lo contaba con igual entusiasmo y admiración que si le hubiera donado un riñón. Era divertida y triste, a partes iguales. Divertida porque el actos más lamentable y humillante que ella confundía con amor, era capaz de contarlo con una gracia que nos hacía saltar las lágrimas de risa. 

En verano escudriñábamos furtivamente su huesudo cuerpo en busca de señales de maltrato físico (utilizaba una talla 36 y no podía donar sangre porque no llegaba al peso mínimo permitido: 50 kilos). En invierno la invitábamos a la piscina y hacíamos lo mismo: buscar en la piel desnuda un moratón o arañazo que confirmara las sospechas que todas teníamos y que, por fortuna, nunca se confirmaron. Era tan poquita cosa, tan delgada, con un cuerpo casi infantil, a  medio formar, que a veces sentía la necesidad de llamarla Lolita, "mi Lo", provocando su enfado, lo que me hacía saber que no era tan conformista como cabía esperar por el trato (o maltrato) de su novio (quería que se le llamara Loli y de ninguna otra forma). 

Por ella había que hacer cosas extrañas. Y no me refiero a las que hacíamos de forma clandestina y voluntaria (como buscar el rastro del maltrato físico en su cuerpo). A veces nos rogaba que le mandáramos mensajes de texto al teléfono a determinadas horas. A las 10 o la 11 de la noche. Y lo solíamos hacer porque nos caía simpática y nos sentíamos en deuda por sus relatos, los que habríamos considerado exagerados o falsos de no conocer al personaje. Solíamos acudir en manada al Jazz Room y él nos acompañó en alguna ocasión. Imposible no sentirse compungida por Loli. Una cosa eran sus relatos llenos de humor y suavizados por el amor que le profesaba a aquel individuo y otra diferente era verla vejada y humillada, aunque fuera con su consentimiento. Los mensajes de texto los quería para que su novio se molestara y le exigiera no recibirlos más; a cambio ella podría exigir lo mismo, porque su novio constantemente recibía mensajes, pero no los leía hasta encerrarse en el baño. Quit pro quo: "si no quieres que reciba mensajes, tú tampoco lo hagas". 

A Loli le perdí la pista un año y poco después de conocerla.  Era diseñadora de interiores y fue una de las primeras despedidas en el despacho de arquitectura. 

Ahora Loli ya no existe. Me he enterado hoy. Estuve hablando con ella casi una hora. Ahora Loli es Lola. Ha ganado peso y su cuerpo se ha convertido en algo peligroso para la cordura de algunos hombres; de su marido, al menos, que por supuesto no es el novio que tuvo durante el periodo que nuestras vidas coincidieron.

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