martes, 14 de febrero de 2012

Insomnes


De 4:00 a 5:00 es la hora más solitaria de la noche. Demasiado tarde para quienes trasnochan y demasiado temprano para quienes madrugan. Pasear o correr por las calles de una ciudad a esa hora significa encontrar ventanas cerradas, oscuridad al otro lado de los vidrios, tanta quietud que a veces ni siquiera se adivina señales de vida ajena en el tráfico lejano; el silencio, si se rompe, es por el ladrido de un perro o por el roce de las hojas de un árbol movidas por le viento.

Pero a veces existen los insomnes. Puede sorprenderte, silenciosos, en una única ventana iluminada en mitad de la noche. La curiosidad es poderosa, pero jamás te atreverás a intentar saber qué botón del portero automático corresponde a esa ventana con luz para preguntarle: ¿qué estás haciendo? ¿por qué no duermes como los demás?. Extrapolas de tu propia experiencia y sólo cabe imaginar. ¿Será alguien que se ha quedado atrapada por un libro? Recuerdo La muerte en Venecia de Thomas Mann, Plenilunio de Antonio Muñoz Molina, El Extranjero de Albert Camus ... que me atraparon durante toda la noche sin dejarme dormir. O puede que sea alguien que prepara un examen, la noche, su silencio, es más propicia para estudiar,  sin las llamadas de voces extranjeras que te invitan a cambiar de línea de Internet o los vendedores que golpean tu puerta y se creen dueños de tu tiempo. 

A veces, sobre todo las noches de llovizna fina o las de viento fuerte, el pesimismo se apodera de la imaginación y esas luces encendidas de madrugada se convierten en alguien cuidando de un enfermo. No necesariamente de un enfermo grave. Sólo de un niño con tos o dolor de estómago que necesita un cuidado puntual o la seguridad  de que no está solo. 

Cuando era pequeña, seis o siete años, me despertaba en mitad de la noche -más bien era arrojada a la realidad desde un placentero sueño- con la seguridad de que un día iba a morir. La idea de la muerte era certera, clara y aterradora. No existir más, un tiempo infinito sin mí, no volver a pensar ni ver ni sentir nada. Sólo la luz me tranquilizaba. Si alguien de la casa veía la claridad saliendo de mi dormitorio, ni siquiera preguntaban: teníamos el consenso de culpar al monstruo del armario de mis miedos nocturnos. 

A veces no es necesario que la imaginación actúe: las sirenas de las ambulancias o coches de policía no suelen ulular de noche.




2 comentarios:

  1. Antonio de La Mancha14 de febrero de 2012, 19:25

    Muy bien escrito, eres una chica inteligente, culta y con la cabeza muy bien amueblada. Sin darte cuenta repartes ternura; resulta interesante leerte. Nunca sabrás bien el valor de estas cosas para los que te seguimos.
    ¿Tomas precauciones para ir de noche a correr?
    Imagino que te encontrarás con el personal de la recogida de la basura, barrenderos, policías...y todo esto te hará que no vayas sola por las calles a estas horas.
    Un saludo.

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  2. Jajaja, haré que mi marido lea este comentario (su opinión es exactamente la contraria).

    Por las calles que voy soy muy tranquilas, y a las horas que suelo ir, aún mucho más (los cacos y "malhechores" también duermen). A la policía, la veo poco. En comparación, veo mucho más camiones de reparto y panaderos que polis. Barrenderos, sólo cuando casi vuelvo a casa, que ellos aparecen con sus caras de sueño arrastrando los carros con los cubos y escobas. Los camiones de basura... esos son inevitables. Todas las noches me topo con ellos y tengo que buscar caminos alternativos para no tragarme el hedor que desprenden.

    Muchas gracias por tus palabras

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