viernes, 2 de noviembre de 2012

La habitación de los relojes de arena gris

Estos días te fuerzan a pensar en la muerte (en la propia y en las ajenas, en las que ya han sucedido y las que sucederán en un futuro que se adivina inmediato). Imagino a mi sobrinilla ya muy vieja, con más de 90 años, escuálida y enhiesta, caminando por una habitación llena de relojes de arena de color gris, ordenándole a su mayordomo Evaristo que los gire a la vez que los va señalando con la punta de su bastón y nos nombra: Al abuelito, a la abuelita, al tito José, a la tita Queca... a mi marido número uno, a mi marido número dos... a mi marido número siete... La idea de encerrar las cenizas en relojes de arena se la he robado al sr. Sap y él la había leído en no recuerdo qué libro; aunque dice mi madre que las cenizas humanas no son apropiadas para convertirlas en el contenido de un reloj porque resultan demasiado irregulares y pesadas, pero si consiguen convertirlas en diamantes, seguro que alguien inventa una forma de transformar la ceniza irregular en minúsculas esferas perfectas.

Sólo puedo imaginar a mi sobrina cuidando de ese cementerio de relojes de arena porque de momento no tenemos más descendientes. ¿Cuánto tiempo tarda en desaparecer por completo de este mundo, borrarse de toda memoria, quien no tiene familia y no ha hecho nada importante (ni bueno ni malo) durante su vida? Seguro que menos de una generación. Incluso es fácil que se vea relegado al olvido quien sí ha tenido familia numerosa. Llevamos un tiempo (por un tema de herencia) buscando documentación de uno de mis bisabuelos. Apenas sabemos nada de él. Se llamaba Fermín, nació en 1.909 y falleció en 1.941 (32 años de vacío). De él no queda ni siquiera una tumba a la que llevar flores.

De mi padre si, existe un nicho, aunque está vacío (las cenizas, para disgusto de una de sus vecinas, las tiene mi madre en su dormitorio). Ayer fui a llevarle flores. Es muy agradable el paseo desde el centro de la ciudad al cementerio, por medio de los Jardines de la Alhambra. En algunos tramos miras hacia arriba y no ves el cielo, sólo el follaje verde de los árboles.  Es como pasear por un túnel inmenso. Por el módico precio de seis euros un chaval con edad de estar pidiendo chucherías de casa en casa o metiéndole mano a la novia de turno, según lo espabilado que sea; sube por una escalera hasta cinco metros para limpiar el cristal del nicho jugándose la vida (un porrazo desde esa altura puede ser grave). El arnés que lleva y el mosquetón, por la forma de atarse, no serviría de mucho. Muerto por limpiar un nicho vacío. Sería lamentable. Lo hago por mi madre, ella necesita esas pequeños detalles. Creo que piensa que la conciencia de mi padre continúa existiendo en alguna parte y quiere hacerle saber que aún lo recordamos.  El año que viene intentaré convencerla para que no sigamos ese ritual.


El hotel Washington Irving  agonizante
(fotografía tomada camino del cementerio)


La idea de los relojes de arena me ha gustado mucho: ¿qué mayor utilidad para algo inerte que hacer saber a los vivos de lo efímero de la propia existencia?

4 comentarios:

  1. Pero, BK, ¿cómo que de tu bisabuelo Fermín no ha quedado nada? Por lo menos has quedado tú, que ya es bastante.

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    Respuestas
    1. Gustavo Adolfo Becquer decía:
      ¿Quén después,al otro día,
      cuando el sol vuelva a brillar,
      de que yo pasé por el mundo,
      quién se acordará?
      Pues por ejemplo, después de muchos años me acuerdo yo.
      Parece que las personas viven en mientras pensemos en ellas.

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    2. Bueno... si lo miramos por esa parte... Mi familia, sobre todo la parte masculina, tiene la mala costumbre de morirse muy pronto, pero también la de procrear mucho. En esos 31 años (ya hemos conseguido el certificado de defunción y murió antes de cumplir los 32) hizo que a este mundo llegaran cuatro nuevas criaturas, y cada una de ellas, también de vida breve, se reprodujo una media de cinco veces... si llegan a ser más longevos seguramente que Sevilla tendría un exceso de población.

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  2. Muy bien traído el poema de Bécquer, don Manuel. Pensaba que con esto de Internet y la costumbre que estamos adquiriendo de escribir en los blogs nuestra existencia, la del recuerdo que se impone, sería un poco más prolongada, pero hoy mismo me he llevado una decepción: al querer entrar en un blog que escribía con un amigo, no he podido porque ya no existe por falta de actividad. Como diría Milan Kundera: es la insoportable levedad del ser.

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