sábado, 4 de febrero de 2012

Indigentes

El frío de esta noche quema la piel desnuda al acariciarlas. Dos, tres grados, sobre cero. No es mucho, pero la sensación aumenta porque corre un airesillo que es como una lija sobre los pequeños trozos del rostro que ni el gorro de lana ni la bufanda que sirve para embozarnos como si fuéramos delincuentes a punto de cometer un atraco, dejan al descubierto. Hace frío, como hace mucho no recordaba haberlo sentido.  El agua de riego de los alcorques está congelada, esta tarde la fuente de Isabel la Católica estaba rodeada por lo que parecía una lucha campal con vidrios, pero sólo eran enormes trozos de hielo que los transeúntes habían sacado del agua asombrados y curiosos. Los camiones de la limpieza dejaban una pista de patinaje sobre las aceras de Plaza Nueva, solo pocos minutos después de pasar con su rastro de humedad. 

Cuando nos metemos en la cama, Guille para dormir ya, yo para arrancarle unos minutos de conversación hasta que caiga sucumbido por el sueño, hablamos de quienes esta noche tan fría tenga que dormir a la intemperie -a pesar del nórdico, del forro de franela y de la calefacción, los cuerpos tardan en acomodarse-. Guille tiene en su mente un mapa de casi todos los indigentes que dormitan cerca de donde vivimos, aunque no se puede hacer gran cosa por ellos. Guille se hizo amigo de uno de los más cercanos, el que duerme en los soportales del edificio más feo de Granada, y que está en la Calle Agustina de Aragón. Se arropa entre cartones y una manta que parece que nunca tuvo una buena vida. También, según se acerca la hora de dormir, consigue encontrar un colchón que le aísla de las losetas de mármol blanco. Invariablemente, por la mañana los barrenderos se lo tiran. Este indigente cuenta de sí mismo que, no hace mucho, vivía en una casa con agua corriente y luz, en el noreste de la península. Había empezado la carrera de administración de empresas, pero nunca la terminó. Tenía el coco comido por las películas. Quería hacerse jugador de póquer profesional.Vivir a lo grande. Pero durante años perdió el dinero de los padres. Hasta que se cansaron de pagarle las deudas de juego y lo echaron de casa. Piensa que con su situación actual está castigándolos. Este señor aparenta tener unos cincuenta años. El cielo está raso y la temperatura ha bajado aún más. Se pega  a la pared de los soportales y desde aquí no lo veo.

La gasolinera abandonada al final de la calle Recogidas, está tomada por un grupo de subsaharianos. Entre el Colegio Tierno Galván y sobre la acequia Gorda, hay una especie de habitación sin techo, pero con paredes, que sirve de albergue a un grupo de personas. Dormitan durante casi todo el día -es como si se limitaran a esperar que la vida pase sin hace nada-. Un señor al que le había cogido aprecio por su amabilidad, y que dormía en un cajero automático frente a la gasolinera de la Recogidas, ya no está porque los clientes, molestos, pidieron que lo echaran de su refugio nocturno.

2 comentarios:

  1. No tiene nada que ver con esta entrada, pero te dejo aquí el enlace a un artículo del periódico que creo que te puede interesar, por si no lo has leído. Me he acordado de ti y de lo que me explicabas acerca de asociar las palabras a números.
    http://www.elpais.com/articulo/portada/entrene/supermemoria/elpepusoceps/20120205elpepspor_10/Tes

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    1. Gracias por el artículo. Es muy interesante. Me pica la curiosidad. Estoy buscando en Internet, a ver si encuentro esos ejercicios para mejorar la memoria. Siempre me ha costado mucho memorizar los poemas y las canciones. (Mi sistema de convertir cada letra en un número, en este caso, no sirve).

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