sábado, 9 de septiembre de 2017

Todo por la Patria

El mundo del cine y la televisión está lleno de muertos. No sólo muertos cuyos corazones han dejado de latir y han sido enterrados o incinerados (o crionizados), son, ante todo, muertos del pasado. Actores o cantantes con sólo el atractivo físico como principal mérito. Ellos echan tanto como nosotros la belleza perdida y la intentan recuperar disfrazando sus rostros con máscaras de cirugía. Todos terminan pareciéndose al Joker. 


Patria acumulaba polvo sobre mi mesilla de noche mientras Mickey devoraba libro tras libro. Hasta leyó toda la serie de Puck, unos volúmenes ñoños para adolescentes, ya viejos cuando se convirtieron para mí en una obligación, sustitución involuntaria de Stephen King. Dijo que quería conocer cosas de mi infancia, sin olvidar el presente. ¿Cómo había podido dejar de leer el libro que tenía en mi mesilla? Él lo acabó en un fin de semana. Se lo habían aconsejado media docena de personas diferentes, y él estaba de acuerdo con ellas: le pareció una novela muy necesaria. Asegura que soy la única persona que conoce que no le haya gustado. 

¿Por qué no te gusta? Mickey me pregunta y sólo sé encogerme de hombros. 

Recuerdo los atentados escuchados en la radio a primera hora de la mañana mezclados con el olor a café y a tostadas. Recuerdo a mi padre tumbándose en el suelo para mirar los bajos del coche, y la vergüenza que sentía porque la gente alrededor nos miraban extrañados. Recuerdo las palabras sosegadas de algunos militares que estaban a favor de la autodeterminación de los vascos para acabar con los atentados y recuerdo a otros furibundos que pedían que se colocara un muro muy alto alrededor del País Vasco, se fumigara con gasolina y se tirara una cerilla. Recuerdo mis paquetes de libros secuestrados durante días por culpa de algún escáner estropeado. Recuerdo la tensión de mi madre y hermanos cuando temían reconocer las iniciales de algún amigo entre las víctimas de los terroristas... Recuerdo que hace poco pensé que estaba muy bien no tener que enfrentarse a la repetición de aquella monotonía matutina de los atentados. 

¿No me gusta leer sobre el terrorismo de ETA? Si ese libro hubiera llegado tres lustros antes lo habría venerado. Ahora sólo me parece una parodia estereotipada del pasado. 

La calma después de la tormenta

He llorado por Guille como si hubiera muerto. He recuperado el placer por la lectura después de deshacerme de Patria. He reconocido que quiero a Mickey. El despacho/casa de la azotea de la calle San Antón ha vuelto a mí. He recuperado a algunos viejos amigos y trasmutado a familiares políticos en amigos. Ahora las series surcoreanas me parecen ñoñas incluso para disfrutarlas en momentos de pereza. La música k-pop ha corrido la misma suerte. Hasta he perdido el miedo a teclear una letra tras otra y convertirlas en palabras. 

De la feria de Málaga fui a Barcelona, sin Mickey al principio. No quería arrastrarlo a una ciudad herida por el atentado. Al abrir la puerta del piso de la Diagonal y ver el suelo tapizado por los libros que deberían haber estado en las estanterías -una rabieta más de Guille-, y comprendí que mi Guille ya no existía. Su propia madre y hermana se dieron cuenta mucho antes que yo. Ahora son mis amigas. 

El piso de la calle San Antón lo recuperé con chantaje. Ya no le tengo ningún respeto a Guille. 

Entre cajas de mudanza y roces comprendí que tengo muchas cosas en común con Mickey. Tal vez la falta de presión por hacer de lo nuestro una relación duradera y sólida, sea la mayor de ella.

Qué extraño. El mundo parece deshacerse en pedazos por culpa de las catástrofes naturales, la torpeza política y la estupidez humana; pero, para mí, es uno de los momentos más apacibles y placenteros que recuerdo en años.