jueves, 27 de diciembre de 2012

Mala leche - segunda parte

Los mimos excesivos de la madre parecían tener como efectos secundarios en Antoñito el crecimiento desmesurado de su lengua. Incómoda en el reducido cubículo que era la boca, tendía a asomar entre los labios como un trozo de alimento que nunca es engullido. Nadie preguntó a Loli si quería casarse  o si le gustaba como esposo aquel hombre que sólo no utilizar pañales y tener la capacidad de comunicarse, lo diferenciaba de un bebé. Cuando el cura la instó a decir que sí, obedeció después de unos segundos de duda: estaba demasiado aturdida, todo parecía de atrezo, tan de mentirijillas, que supuso que aquella afirmación sólo tendría como consecuencia satisfacer a doña Concha. Dos días más tarde compartía cama de matrimonio con aquel energúmeno en el dormitorio principal de una casita de dimensiones tan reducidas que, de haber querido tener una mascota, les habría faltado espacio. La casita estaba en un pueblo que no salía en los mapas. Cinco calles sin asfaltar, muchas casas y cortijos desperdigados, una iglesia, un colegio, tres bares, una tienda de comestibles, una panadería y una recién estrenada estación de trenes que terminaría siendo, durante algunos años, la más importante de Andalucía oriental. El padre de Antoñito movió algunos hilos para encontrarle al hijo una ocupación acorde con sus habilidades: fue nombrado jefe de la estación de trenes y su trabajo consistía en permanecer sentado en su despacho y fingir que estaba ocupado, algo bastante fácil en cuanto descubrió el matasellos y lo divertido que era estampar el logotipo de Renfe en cualquier papel.


A Antoñito le gustaba su trabajo, se sentía importante por ser el jefe, y le gustaba aún más el sexo, que acababa de descubrir después de ser instruido convenientemente por su padre; pero era mucho más feliz cuando no tenía que madrugar y podía tirarse todo el día jugando o revoloteando alrededor de la madre, a quien ahora tenía a más de 100 km  de distancia. Antoñito culpaba a Lola de su situación. Todo se estropeó en cuanto apareció ella. Primero le cambiaron las cortinas de gatitos por otras muy feas de anclas y luego lo amputaron del lado de su familia. Doña Concha también lo consideró amputación: como si le hubieran arrancado un juanete, una verruga o el apéndice. Había tenido que contar alguna mentira para conseguirlo, pero sabía que Dios la había perdonado porque se confesó y dio un generoso donativo a la Iglesia. ¿Importaba que en el convento creyeran que Loli había seducido al hijo medio tonto de la casa donde estaba trabajando? Si ya estaba estrenada, no podía ser novicia. ¿Importaba que Lola creyera que su suegra se estaba muriendo de cáncer y necesitaba la tranquilidad de saber que su hijo quedaba en buenas manos? Durante cinco años Lola esperó a que se produjera el luctuoso momento -pensaba dejar a Antoñito en cuanto su suegra se fuera  junto a Dios, y recluirse en un convento-. Al pasar el tiempo y comprender que había sido engañada, se limitó a aceptar su destino; aunque no era feliz. No le gustaba la vida conyugal -sobre todo la que tenía que compartir en la cama- y la frustración , por estar lejos de su mamá, había hecho aflorar en Antoñito una mala leche intrínseca que lo hacía ser peligroso para Lola. Sin previo aviso y sin ninguna razón, le daba con el revés de la mano y la lanzaba contra la pared o los muebles. Si el dolor hacía llorar a Lola, repetía el golpe para que dejara de hacerlo. Huir fuera de los límites de la caustrofóbica casa era su única salvación. En la vivienda contigua no vivía nadie, se colaba por un agujero que había en la tapia y, sentada bajo una morera, lloraba hasta que ya no le quedaba ni dolor ni lágrimas.

Veinticinco años es una eternidad, pero para Dolores Antoñito seguía siendo un desconocido. En ese tiempo, y sin  la influencia del padre teniente de la Guardia Civil, la cualificación de Antoñito como trabajador para Renfe fue oportunamente reajustada: se negó rotundamente a pasar de jefe a limpiador. Desde el día que Antoñito se auto despidió, fue Lola quien llevó el sueldo a casa, al aceptar el mismo trabajo que su marido había rechazado. 

Hora de la siesta de una tarde de verano muy calurosa. Dolores odia el verano porque está forzada a llevar manga corta y se ven los moratones (los que su imaginación ya no convierte en pájaros o flores exóticas).  Debería haberse dado cuenta. Si hubiera mirado hacia arriba, habría visto el árbol pelado de frutas. Si no hubiera tenido la nariz congestionada por culpa del llanto, habría olido a pan y dulces recién hechos. Si no hubiera estado sollozando, la habría escuchado llegar. Fue como un fantasma que se hace visible de la nada. Era tan joven como parecía, pequeñita, delgada, con hoyuelos en las mejillas y grandes ojos curiosos que durante un rato la observaron. Ese primer día apenas hablaron. La chica se presentó: era María, la nueva panadera. Al siguiente día, la historia se repitió. Después de recibir un golpe de Antoñito, Dolores volvió al patio (no lo hubiera hecho de recordar que la casa ya no estaba deshabitada). El tercer día hacía tanto calor que Antoñito cayó en una pesada somnolencia en cuanto comió: no hubo golpes, pero Dolores volvió al patio de la chica igualmente. Estar serena la ayudó a ser más consciente de su presencia de la panadera. María se acababa de echar un cubo de agua fría por encima y la tela adherida a las formas femeninas y las sombras oscuras en la camiseta empapada, hicieron sentir vergüenza, pero no regresó a su casa; siguió a María al interior de la casa y aceptó probar la mermelada directamente de su índice desnudo. Si Dolores hubiera tenido un mínimo de experiencia o hubiera sido perspicaz, habría comprendido que María estaba seduciéndola. 

Desde aquel día Lolita, Loli, Lola, Dolores, al abrir los ojos por las mañanas, agradecía a un Dios en el que jamás había creído, estar viva. 

Huy, se me olvidaba: esta es una nueva historia de las que me contaba mi abuela, pero, lo confieso: la he "adornado" un poquito. Ocurrió en Bobadilla Estación, y no en La Lantejuela.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mala leche - Primera parte

Dolores Expósito Expósito. Nunca en la pila bautismal se dio nombre a criatura humana que fuera más premonitorio de lo que iba a sentir a lo largo de gran parte de su desdichada vida. La falsa endogamia sólo significaba que se desconocían sus progenitores. Dolores, Lolita en la primera etapa de su vida, fue abandonada cuando aún goteaba placenta en el atrio de un convento de clausura el primer año de la posguerra y las monjitas, imaginando que ninguna familia querría otra boca más qué alimentar, aceptaron la voluntad de Dios y decidieron cuidarla, para satisfacción de muchas de ellas cuyos instintos maternales no habían sido cercenados al tomar los hábitos. A Dolores se le asomaba la alegría a los ojos cuando recordaba su infancia, a pesar de que la madre superiora del convento ponía en práctica con ahínco y denuedo la expresión: La letra con sangre entra. Letras aprendió pocas Lolita y sangre derramó sólo la de su primera menstruación, porque nadie le había enseñado qué era aquello y menos aún proporcionado compresas. La sangre de los golpes, tímida, permanecía tras la piel en forma de enormes manchas moradas que cuando estaban al alcance de su vista, a la niña le gustaba encontrarles parecido con alguna cosa: los pellizquitos de su profesora de costura parecían mariposas, los guantazos de su profesora de lectura, enormes calamares de cinco patas y las palizas de la madre superiora, que intentaba enseñarle matemáticas, suponía (solían sufrirlas sus nalgas) que serían como gigantescos continentes de planetas inexplorados. 

Era ya Loli -acababa de cumplir 16 años- cuando la mala suerte hizo que, como un gato negro, se cruzara en su camino doña Concha. La mujer, apodada La Marquesa por lo engreída que era y los aires de superioridad que expelía, estaba acostumbrada a que se satisficieran todos sus caprichos por el simple hecho de ser la esposa de un teniente de la Guardia Civil en un tiempo que para los marginados sólo quedaba creer en la justicia divina, porque la terrena no existía. Doña Concha quiso que la niña anduviera todos los días una hora de ida y otra de vuelta desde el convento a su casa, para que cosiera las cortinas de todas las ventanas de su enorme casa. Más de un mes le llevó hacerlo. Cuando sólo le quedaba la cortina del ventanuco de la habitación de las tres criadas, doña Concha apareció en el convento una mañana tan temprano que las monjas más rezagadas aún continuaban sentadas ante la mesa del desayuno. La madre superiora se encontró ante una mujer que bufaba, tenía las mejillas encendidas, los pelillos rubios de la barba erizados y ponía tanta fuerza en el caminar que parecía querer clavar sus tacones en las losetas del despacho. Hablaron durante más de una hora a puerta cerrada. Cuando salieron doña Concha se mostraba mucho más relajada y era la madre superiora quien bufaba, tenía las mejillas sudorosas, encendidas, las cerdas negras de la barba erizadas y ponía tanta fuerza en el caminar que parecía querer descomponer el trenzado de cuerda de las suelas de sus sandalias. Ese día Loli fue arrojada del único hogar que había conocido en su corta vida. Después de ser llamada sinvergüenza, desagradecida y recibir una tunda de golpes con un bastón, se le ordenó que recogiera sus cosas y siguiera a doña Concha. La niña obedeció. Estaba convencida que algo malo había hecho porque las monjas no pegaban sin razón. 

Al día siguiente, de madrugada, con la alevosía que proporciona más el atontamiento de quien es sacado del sueño prematuramente, que la oscuridad, Loli fue plantada ante un altar improvisado en el salón de la casa de su anfitriona, delante de un sacerdote desconocido y a la derecha de Antoñito, el único hijo de doña Concha, que le doblaba la edad a la niña y  que jamás, por muchos años que cumpliera, llegaría a ser don Antonio. 


Continuará...

lunes, 24 de diciembre de 2012

Complacer versus castigar

Primera consecuencia de mi encierro en el ascensor:

Tengo unos nuevos clientes la leche de pijos: se han comprado una parcela de 40 m² y quieren un lotf. En la parcela sólo se puede edificar una planta y la ocupación puede ser del 100% (los promotores tienen la errónea idea de que pueden hacer lo que les salga del pijo en las parcelas que compran). Estos, en concreto, se obstinan en que pueden abrir huecos en todas las medianerías (incluido en la que está edificada -manda huevos!!!-) o a la que da a un patio de otro vecino (al carajo la intimidad ajena -con un derecho adquirido- si a cambio "yo" tengo solecito en mi casa). Son bastante caprichosos y nada comprensivos. A mi advertencia de que se gastarán un pastón en calefactar ese único espacio gigantesco en el que han convertido su vivienda, han respondido: tú no vas a pagar la luz. Por experiencia sé que quienes realmente tienen dinero, no presumen de ello. De momento les he dado lo que piden, incluso una segunda altura que en realidad es darle una vuelta de tuerca a las normativas, y vidrios de colores -sólo estores metálicos que filtran la luz-. 

Lo malo de las viviendas es que cuestan mucho -comprar una casa significa, por lo general, estar atado a ella desde la juventud a la vejez-. Prácticamente es como un matrimonio, y al igual que catas a la persona con la que te vas a unir de por vida -al menos casi todos lo hacemos con ese propósito-, las viviendas debería permitirse ser utilizadas durante un tiempo antes de dar el

El anteproyecto (el castigo)


Socorro, sacadme de aquí!!!

Aaaaaaaag, qué agonía. Esta mañana Guille debería haber volado de Barcelona a Málaga, pero de madrugada su hermana, que estaba embarazada de 7 meses y medio se puso de parto. El marido es bastante bueno para preparar cualquier tipo de bebida, por exótica que sea, e insuperable para conseguir con formas melosas que sus subordinados hagan lo que él necesita, pero nefasto si las circunstancias lo ponen ante fluidos orgánicos (siete puntos en la sien tuvieron que darle después de desmayarse cuando intentó ver el parto de su primera hija). Mi suegra con las dos hijas de mi cuñada, la suegra de mi cuñada demasiado ocupada con la cena de esta noche -tenía 25 invitados- como para prestar alguna ayuda (y eso que sólo tenía que preocuparse de que le llevaran la comida a casa a tiempo)... Consecuencia: primera Noche Buena que Guille y yo hemos pasado separados desde que nos casamos. Por fortuna la cosa ha salido bien (después de 8 horas de parto): una nena (la tercera -como las tienen repes, le he pedido una, pero dicen que nanay-), 2.90 Kg, 48 cm y de nombre Aina (parece un lechoncillo cebado). 

Mis planes eran pasar una noche tranquila. Leer hasta que me cansara, llamar a quien es imprescindible llamar para felicitarle las fiestas, correr durante una hora y meterme en la cama. Pero, oh, desdicha: bajé a tirar la basura y al subir (por lo general lo hago por la escalera -son sólo unos 90 escalones-); lo hice en ascensor porque alguien se había excedido con el cava y echado la pota en uno de los maceteros, salpicándolo todo, incluido el arranque de la escalera. A llegar a la tercera planta el aparato hizo buuuuuuuuuuiz (como si algo pesado resbalara sobre una superficie aceitosa) y el maldito trasto se paró. Pulsé hasta quedárseme blanco el índice el botón de la campanilla (pero sospecho que ha ocurrido como en el cuento del Pastorcillo mentiroso:  tantas veces gritando Que viene el lobo - algunos chavales y algunos no tan chavales, tienen la costumbre de pulsar ese botón sistemáticamente- que a la hora de la verdad, nadie acude a quien pide auxilio). Durante una media hora intenté salir: pulsar el botón la campanilla, intentar separar las puertas de seguridad, pulsar los demás botones, palmotear las puertas... Si al menos hubiera llevado el bolso -venía de tirar la basura, sólo llevaba las llaves de casa- me hubiera podido entretener porque estos días, como consecuencia de las interminables colas en todas partes, lo tengo lleno de pasatiempos: el libro electrónico, el ipod, libreta, rotuladores... Claro que tampoco hubiera tenido que intentar entretenerme, porque habría llevado el móvil y tenido la posibilidad de llamar al número que indica la misma placa que advierte que no se pueden subir niños solos ni más de cuatro personas. 

Lo del título de esta entrada iba por ni nueva sobrinilla, que parecía deseosa de salir de donde estaba encerrada. Yo, pasado el primer momento, incluso disfruté de la situación: di solución a un par de asuntos que me llevaban rondando por la cabeza hacía unos días (no tienes otra cosa que hacer: a la fuerza piensas). Si no hubiera sido porque comenzaba a sentir frío (con el frío mi vejiga parece encoger y el líquido que contiene pide escaparse), es posible que hubiera mantenido silencio cuando escuché a mis vecinos del tercero subir a escasos centímetros de mi cabeza. A las dos llamaron al teléfono que les grité y a las dos y media apareció un  enfurruñado técnico. Cinco minutos más tarde recordé una de las escenas de Down (el ascensor asesino), al tener que saltar por un hueco de unos 80 cm al suelo de la segunda planta (a 1.40 m) -si el ascensor se hubiera puesto en funcionamiento en ese momento ¡zas! en comparación, la pota del bajo no hubiera sido nada-. (Hasta me han aplaudido cuando salí ¡ja!).

jueves, 20 de diciembre de 2012

Mientras agonizo

Ufffffffff qué trabajo me está costando terminar de leer Diario de un skin de Antonio Salas. Demasiados datos innecesarios -o al menos que a mí me traen sin cuidado-: grupos y subgrupos de los skin, grupos musicales, repetición de la estética... 

Tenía una profesora de lengua que decía: Cada persona tiene su verdad. En mi vida sólo me he encontrado de forma directa con dos cabezas rapadas. Ambos eran más parecidos a la idea que las personas normales tenemos de esa gente que a la que proporciona Antonio Salas en su libro. Uno de ellos era universitario (estudiaba magisterio, pero creo que no terminó la carrera), el otro trabajaba de mecánico. Ambos leían mucho y eran capaces de soltarte sentencias sacadas de Mi lucha, de Hitler. Ni la universidad ni la lectura hace que alguien sea inteligente. Estos, en concreto, eran bastante cabezas huecas capaces de llenar tanto espacio baldío únicamente  con ideas que confirmaran sus creencias. Si algo las contradecía, les daban la vuelta, las manipulaban, para hacerlas adaptarse a lo que necesitaban. No creo que fueran muy diferentes a los miembros de cualquier secta. Se les sustituía los tirantes por una corbata; se les amputaba de debajo del brazo Mi lucha y se les implantaba una biblia, y se transformaban en dos de esos meapilas que vienen a horas intempestivas a hablarte de Dios. Me hubiera gustado que en Diario de un skin se hablara más de las razones que llevaron a cada uno de los sujetos con los que el periodista se topaba a decidir ser un skin. Estos dos, a los que yo conocí, sospecho que sólo se dejaron arrastrar por un tercer amigo de personalidad mucho más fuerte que la de ellos.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Del rosita cerdo al marrón melaza

Últimamente estoy viendo bastantes documentales sobre la Segunda Guerra Mundial, e inevitablemente sobre Alemania y el nazismo. También estoy leyendo Diario de un skin. Todo supura racismo: asco y aversión hacia lo diferente y desconocido. Esta entrada iba a ser en defensa de la igualdad de razas, pero creo que cualquier persona sin carencias y sana mentalmente de nuestra sociedad no cree ni remotamente que su raza sea superior a cualquier otra. También sé que aún queda mucho para que se consiga la igual real.

Dos ejemplos de carencias (culturales ambas).

La semana pasada iba en autobús, desde la calle Arabial a la Estación de Autobuses. Delante de mí una profesora de instituto le estaba contando a una amiga que le había preguntado a sus alumnos qué les gustaría hacer antes de que el mundo se acabara (por la profecía de los Mayas). Las respuestas que le dieron fueron muy variopintas: terminar un juego de play, conducir un coche, casarse con su novio... Pero una de las respuestas pasmó a la profesora: Darle una paliza a un gitano. La profesora preguntó que por qué quería hacer eso;  le respondió que porque eran malos, porque robaban y violaban a las chicas payas... Por desgracia la profesora y su amiga se bajaron del autobús y yo me quedé con las ganas de saber si había conseguido sacar esa idea del cabezón del chaval. 

El verano pasado. Mi hermano, el que vive en Londres y su novia fueron a Los Ángeles de vacaciones. En el hotel donde estaban hubo un brote de gastroenteritis debido a unos alimentos en mal estado. Los llevaron al hospital y los pusieron en tratamiento. Antes de la noche todos estaban recuperados menos mi hermano. Mi cuñada, que es enfermera (cardióloga genetista -en Gran Bretaña las enfermeras tienen especialidad-) se interesó por el tratamiento que le habían puesto y se dio cuenta que con él habían seguido el protocolo para los hispanos no residentes  que consiste en atiborrarlos de medicamentos contra una serie de parásitos intestinales. Por fortuna sólo necesitó una noche más para estar perfectamente. 




jueves, 13 de diciembre de 2012

La trompetilla del Apocalipsis

El coco para mi madre se llamaba doña Natalia. Mi abuela se partía de risa cada vez que recordaba la prontitud con la que mi madre obedecía si se le amenazaba con ser delatada su pequeña maldad a aquella profesora de primaria que tenía la capacidad de atemorizar a los niños hasta el extremo de conseguir que vomitaran o se orinaran encima. Inmediatamente mi abuela se ponía triste, por haberse visto obligada a dejar al cuidado de aquella bruja a una niña de sólo tres años. Era comprensible que los niños la temieran: tenía todo un protocolo de castigos físicos; el más leve consistía en golpear una sola vez con la regla los nudillos de quien cometía la torpeza de dejar caer un lápiz o una tiza al suelo; de los más crueles, golpear nalgas desnudas hasta dejarlas en tal estado que el dolor imposibilitaba al dueño de las misma utilizarlas para apoyarlas en cualquier superficie, por mullida que estuviera, durante dos o tres días; para recibir semejante castigo sobraba desperezarse en clase, bostezar o demostrar de alguna forma aburrimiento. Entre los niños mayores, corría de boca en boca historias que sólo podían ser leyendas urbanas. Se contaba que doña Natalia antes era profesora de un instituto muy importante de Sevilla y había sido relegada a aquel colegio rural después de destrozar, durante un ataque de ira, la cabeza de una alumna contra un pupitre. A las clases de doña Natalia había que ir con el uniforme limpio, permanecer perfectamente sentados durante toda la clase y levantarse si entraba alguien. No cumplir todos estos preceptos conllevaba consecuencias nefastas: en un mundo donde nunca se cuestionaba la autoridad de los profesores, lo normal es que el alumno castigado por doña Natalia también  lo fuera por sus progenitores. 

Quienes la conocían bien aseguraban que tanta mala leche era debida a una soltería no deseada. Quienes la conocían mejor, aseguraban que esa soltería no deseada era consecuencia de su mala leche innata. La necesidad de macho doña Natalia la paliaba con la religión. Allí donde hubieran unos faldones negros, estaba ella, dispuesta a tragar misa tras misa; levantándose, sentándose, poniéndose de rodillas... en los precisos momentos que le rito lo exigía; sirviendo de eco nítido, potente y fuerte a la voz del cura.  

Ocurrió durante la misa del mediodía, la más concurrida de la semana. Fuera hacía un día luminoso y despejado de invierno, en el que el sol engañaba y el frío hería cualquier trozo de piel desnuda, enrojeciendo mejillas y narices; granulando con sabañones cualquier apéndice poco abrigado. Dentro el calor, por la calefacción era sofocante, pero no lo suficiente para mantener alerta a doña Natalia, quien cayó en un profundo sopor, a lo que contribuyó el tedio -era su tercera misa de la mañana- y la voz melosa del cura. En el preciso momento que el sacerdote levantaba la hostia para asegurar que era el cuerpo de Cristo, doña Natalia, arrobada por la somnolencia, deleitó a toda la concurrencia con una sonora e interminable ventosidad tipo trompetilla. El ruido y el hedor espabilaron a la mujer, quien no pudo ni supo disimular: se puso tan roja que los capilares de su cara y cuello parecían a punto de estallar. Cayó al suelo y comenzó a dar patadas, llorar a moco tendido y gritar mientras se tiraba del pelo. La dejaron desahogarse durante unos minutos. En cuanto se calmó lo suficiente para que sus gritos no interrumpieran la misa, el sacerdote continuó. Doña Natalia salió antes de concluir la misa. Estaba tan abochornada -había dado tantas palizas a niños por demostraciones de humanidad mucho menos vergonzosas- que no fue capaz de encararse de nuevo a sus alumnos. El lunes siguiente, a primera hora, dimitió y los niños, al menos los de La Lantejuela, ya no tuvieron que soportarla más. 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Divagaciones ... hace tiempo que perdí la cuenta

Supuestamente este gobierno no iba a tocar las pensiones: mi madre no recibirá la paga extra de navidad. Su pensión ha mutado a paga de funcionaria con jubilación anticipada. Ella, que siempre ha votado a la derecha, de presentársele la oportunidad, sería capaz de depilarle la barba a Rajoy arrancándole los pelos a puñados. 

El piso de enfrente, el que da al patio de vecinos, siempre parece estar alquilado por parejas que discuten. Estos son los más ruidosos que hemos tenido porque sus peleas se escuchan desde mi cocina a pesar de tener las ventanas cerradas. El marido es contable, por las tardes trabaja en su casa. La mujer peluquera en paro. Hoy han discutido porque la mujer quiere que el marido contribuya a hacer las tareas de la casa. Él alegaba trabajar más de 14 horas al día y no tener tiempo (creo que no exageraba porque lleva toda la noche con la luz encendida -soy una cotilla-).

Acabo de terminar de leer Brooklyn Follies de Paul Auster. Este autor me confunde. Me da la sensación de que a veces toma el pelo a los lectores (si mal no recuerdo, es en La Música del Azar donde parece cansado de escribir y ¡zas! termina la acción con un accidente de tráfico). En este libro una niña habla como si fuera una adulta y un enfermo de cáncer parece haber sufrido un resfriado y la historia chirría cuando una sobrina cuenta a su tío que ha aceptado hacerle una felación al guía espiritual del marido. A pesar de ello, es un libro entretenido.

Hoy he comprado una caja de chocolatinas Nestle para cuando vuelva Guille. En un motel cutre en el que estuvimos este verano en Cádiz, Guille, en broma, se lamentó en voz alta cuando se marchaba el recepcionista que nos llevó a la habitación: Vaya, qué mala pata, se han olvidado de ponernos el bombón en la almohada. La habitación era tan cutre y pequeña que apenas teníamos espacio para cambiarnos de ropa y temíamos dar un golpe sin querer a algún mueble porque seguro que terminaba desvencijado. A la noche siguiente y todas las noches que nos quedamos, encontramos sobre la almohada una chocolatina Nestle y una ramito de flores aromáticas: jazmines, dama de noche y lavanda, albahaca y hierba buena. Era tan grande el contraste, la habitación tan burda y el detalle de la almohada tan delicadamente preparado, que Guille y yo aún nos partimos de risa cada vez que vemos una chocolatina de esa marca.


martes, 11 de diciembre de 2012

Bajo la espada de Damocles

Hoy ha sido un día aciago, o tal vez sólo triste sin consecuencias directas. Esta mañana me tocaba una revisión ginecológica ordinaria, aunque quería matar dos pájaros de un tiro y pedir información sobre los tratamientos de fertilidad. Cuando me dijeron que mi ginecóloga de siempre no podía atenderme, casi me alegré porque así tenía una buena justificación para atrasar la visita a una fecha que Guille ande por aquí (para estos temas prefiero que me acompañe). Me gusta mi ginecóloga de Granada. Es una señora de unos cuarenta y muchos años, muy peripuesta. Me recuerda un poco a mi madre. Creo que ella habría tenido el mismo aspecto si no se hubiera tirado la década de los 40 a 50 años en la cama con una depresión. Supuse que para enero Guille ya habría tenido tiempo de terminar el trabajo que ahora mismo lo retiene en Barcelona. Pero me informaron que para enero mi ginecóloga ya no estará. La van a despedir. Seguramente será sustituida por otro profesional recién salido de la facultad que puede que no les salga más económico, pero sí será más maleable. Regresé a casa pensando en mi ginecólogo de Barcelona -hace mucho que no veo a mis suegros y también me apetece echar una ojeada a nuestro piso de la Diagonal-. Pensé que estaría bien hacer todo  a la vez. Decepción de nuevo. Mi ginecólogo de Barcelona no trabaja para Adeslas desde agosto de este año. Lo he buscado por si ahora trabaja de forma independiente, pero, de momento, no he tenido resultados. También van a echar a nuestro médico de cabecera (Guille y yo tenemos al mismo). Hace dos semanas acompañé a Guille porque tenía dolores de cabeza (resultó ser principio de sinusitis). Sospecho que él ya sabía que lo iban a echar, pero en ningún momento su atención o profesionalidad fue inferior a la acostumbrada. (Maldita crisis).

lunes, 10 de diciembre de 2012

50 m² para maría

Hace cinco semanas nos pidieron hacer un proyecto de actividad para convertir el sótano de una vivienda unifamiliar en un criadero de champiñones. Como había poco trabajo, inmediatamente nos pusimos manos a la obra. Se visó el proyecto diez días después. No teníamos ni puñetera idea de los requerimientos de los champiñones, por lo que preguntamos a un botánico: 85% de humedad en el ambiente, una red de riego por goteo (es regulable), 20ºC de temperatura y nada de luz natural. Por lo general la propiedad nos llama cada vez que termina uno de los instaladores para que comprobemos que todo está acorde con el proyecto. Este promotor no nos llamó ni una vez (supusimos que por pensar que se le iba a cobrar más o algo parecido). El miércoles nos llamó para decir que había terminado, y esta tarde me pasé para darle el visto bueno y poder hacer el final de obras que le solicitan. Para mi sorpresa, las ventanas que se había previsto cerrar en el proyecto por necesitar los champiñones que no les dé la luz natural, ahora estaban abiertas de par en par (dan a un patio interior), la iluminación, que se había proyectado muy tenue, era semejante a la de un burdel de carretera (aunque sin los colorines estridentes), la humedad había bajado un 15% y la temperatura subido 5ºC... Se lo advertí al cliente (fue como llamarlo zopenco en sus narices, porque eran más que evidentes los cambios). Me aseguró que todo estaba bien, que habían decidido plantar un tipo de champiñón especial que  necesitaba menos humedad y más luz y temperatura. Cuando llegué a casa llamé al botánico. En realidad sólo quería que me confirmara mis sospechas, y lo hizo, sin palabras, partiéndose de risa en cuanto me escuchó. 

sábado, 8 de diciembre de 2012

Como una ostra en el desierto

Me aburro. Siempre pensé que mi situación ideal era la que tengo en este momento: poco trabajo pero el dinero suficiente para ir tirando. Desde que empecé la carrera he trabajado por encima del horario que aconsejan (en realidad no sé quién lo hace; dividen el tiempo del día en tres: ocho horas para el trabajo, ocho para el descanso y ocho para el ocio). Durante la carrera tenía que ganar el dinero suficiente para cubrir mis necesidades básicas (la beca daba para muy poco y mi madre apenas me podía ayudar). Cuando conseguí mi primer trabajo de arquitecta -sin contar los que hice para algunos profesores-, tuve que seguir estudiando, porque en la carrera te hacen aprender muchas cosas inútiles, pero no las imprescindibles para hacer un proyecto en condiciones. Cuando tuve experiencia y me trasladé a Barcelona, tuve que estudiarme las nuevas normativas y aprender a utilizar algunos otros programas. Cuando supe lo suficiente para poder relajarme, empezó la crisis y hubo que luchar para rendir más que los demás: todas las semanas había más de un despido (casi todos éramos autónomos: te dejaban de pagar durante un par de meses, y si no pillabas la indirecta, te daban la carta anunciándote que ya no necesitaban más tus servicios). Nosotros abandonamos el barco cuando lo vimos zozobrar. El mismo día que nos despedimos, abrimos el estudio de Barcelona y de inmediato nos llamaron para el edificio del Campus de la Salud en Granada y tuvimos la posibilidad de abrir el estudio en Málaga. Me encantó volver a la monotonía a la que me había acostumbrado durante la carrera: dormir una noche de cada dos. ¡Qué placer era robar algunas horas al sueño para leer o ver una película! O rellenar los tiempos muertos que me dejaba el cálculo de estructuras, escribiendo en este blog. En ese tiempo que yo consideraba de agonía, imaginaba que sería capaz de leer un libro de una sentada o ver más de una película seguida: sólo necesitaba tener la libertad para hacerlo, sin remordimientos de conciencia. Ahora puedo. La carga de trabajo se ha reducido tanto que puedo tener las tardes libres y hasta dormir todas las noches. El edificio del Campus de la Salud ya está por la estructura y apenas nos está dando problemas. Tenemos la apertura de algunos locales comerciales, dos periciales y media docena de finales de obras. Debería estar contenta y disfrutar de este momento de ocio, pero me resulta imposible. No soy capaz de leer más de tres horas seguidas y si intento ver más de una película, cabeceo ante el inicio de la segunda, aunque esté ahíta de dormir. 

Sin duda Vetusta Morla tenía razón: Sin carbón, no hay Reyes Magos.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Sin conciencia o inconsciente?

Guille no ha vuelto. Debería haber regresado el lunes por la noche, pero un trabajo lo retiene en Barcelona. Es  más complicado adaptarme ahora a su ausencia que cuando venía sólo para los fines de semana. Me había acostumbrado a su constante presencia y cuesta mucho llenar los espacios de tiempo libre. Doy interminables caminatas que ya me han hecho romper un par de zapatillas de deporte y he vaciado las estanterías de los documentales del videoclub. Ayer vi uno muy interesante sobre la amante de Hitler. (Eva Braun en la intimidad de Hitler -también se encuentra en youtube-). Es una recopilación de las grabaciones que Eva Braun hizo como vídeo aficionada. No sé por qué extraña razón pensaba que la amante de Hitler había sido una afamada directora de cine, una mujer madura, sofisticada y culta. En realidad sólo fue una cría moldeada al gusto del Führer. La conoció y convirtió en su amante cuando aún era menor de edad. Acabada de salir de un colegio religioso, tenía en la cabeza la idea de querer ser actriz (¿o famosa?). La principal desgracia de Eva fue parecerse a Geli, la sobrina de Hitler, de la que parece está enamorado, y con la que mantiene una relación tan asfixiante, que Geli termina suicidándose.

Cuando Eva y HItler se conocen, él aún no es el genocida en el que se convertirá más tarde. Esos pocos años sobraron para que Eva se adaptara a la buena vida que el Fühler le proporcionaba (vacaciones, casas de lujos, aviones privados, ropa cara...). En Eva no existe el paliativo de la ignorancia para intentar comprender la admiración que siente por el dictador.  Cuando su hermana mayor Ilse muestra abiertamente su antipatía por Hitler, Eva le advierte que si no cambia, será mandada a un Campo de Concentración, y ella no podrá hacer nada. Es comprensible la animadversión que Ilse siente por Hitler: era ayudante y amante de un médico judío, el mismo que salvó de morir intoxicada por un bote de somníferos en 1935 a Eva cuando intentó suicidarse porque el Fühler parecía tener otra amante.

Supongo que nunca se sabrá si Eva Braun fue una inconsciente, que no tenía la capacidad de comprender lo que significaba un genocidio -una niña que fue aleccionada para mirar y no ver- o alguien sin conciencia que a cambio de una vida cómoda, le traía sin cuidado lo que hiciera su amante. Aunque también tenemos una tercera posibilidad: que aún sabiendo lo que ocurría en los Campos de Concentración, creyera, como su amante, que estaban haciendo un bien a la sociedad, o a Alemania.