viernes, 3 de febrero de 2012

El descanso de la guerrera

Una semana en mis tiempos de universitaria. El primer año fue el más difícil.

Vivienda: Piso compartido con cuatro compañeras más, en mitad de la calle Pedro Antonio de Alarcón. Baño y cocina lo limpiábamos todos los días, cada día una. Se tardaba una hora en limpiar los dos recintos. Los fines de semana, otra compañera que también se solía quedar y yo, limpiábamos el resto del piso, a cambio nos descontaban una pequeña cantidad del alquiler. Las comidas, como teníamos horarios muy dispares, cada una se buscaba la vida. Yo solía comer en los comedores universitarios, que están cerca de la facultad de Ciencias. Comida abundante y barata (aunque terminé odiando los filetes de cerdo empanados). 

Trabajo: Tuve algunos, pero el que más duro, de camarera en un bar -ya no existe- El Velero -hay un bar con su mismo nombre, pero no es el mismo, ni por ubicación ni por los dueños-. Estaba al final de la calle Pedro Antonio de Alarcón. Dos horas todas las mañanas para los desayunos: de seis a ocho. Menos los sábados y domingos. Los viernes, sábados y domingos, cuatro horas por la noche (en teoría, a veces se prolongaba hasta el amanecer y más de un domingo enlacé la noche con los desayunos). Recuerdo que mi primera clase de los lunes era Historia de la Arquitectura. Nos la impartía un profesor de voz melosa y susurrante, además se apagaban las luces para ponernos diapositivas (Gallego, era del Opus Dei).

Dinero: Dos becas. Una estatal. Me servía para no tener que pagar la matrícula del curso. Otra militar, de la Asociación Riquelme. Para hijas -exclusivamente- de militares muertos. Me permitió comprar algunos libros (el Neufert) y bastante material de dibujo. Con el dinero del trabajo compraba la comida y la ropa. Mi madre me pagaba el alquiler del piso. 

Clases: Las matemáticas fueron las más fáciles, y las estructuras. Las más complicadas, todas las que había que entregar trabajos. Proyectos, Dibujo y geometría, Historia... incluso en una supuesta maría optativa que me apunte: maquetas.

Horario: Las clases empezaban a las 8:30 casi todos los días y terminaban, dependiendo de las asignaturas que tocaran, a las 2:30 o 3:30. Dos días a la semana teníamos clase por la tarde. Uno de ellos era el viernes, que teníamos proyectos, el otro no lo recuerdo. 

Después de clase: Había que trabajar mucho. En casi todas las asignaturas había que entregar trabajos y, sobre todo, había que estudiar mucho. El primer mes me agobié lo inimaginable. No daba abasto. Un día -lo recuerdo con toda nitidez- mientras preparaba para un cliente del bar un pitufo con paté, pensé: ¿por qué dormir todas las noches? De todas formas me despertaba en mitad de la noche nerviosa y a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Desde ese día comencé a dormir una noche sí y la otra la dedicaba a estudiar y a hacer los trabajos. Es curioso, no entraba sueño. Aunque las noches no eran tan infinitas como parece cuando se duerme.

Personajes: A grosso modo, los alumnos nos podíamos dividir en tres grupos. Los juerguistas, que han terminado convirtiéndose en los abuelillos: sus días lectivos empezaban los martes y terminaban los jueves. Juerga-juerga-juerga-resaca. Alguno de estos aún continúan en la Facultad. Los que yo llamo "hijos del cuerpo". Sus padres tenían estudio de arquitectura, ingeniería o urbanismo y solían presentar trabajos profesionales. Ellos eran los afortunados. Y luego estábamos los demás, los ·pringadillos". Los que nos teníamos que romper el espinazo (y lo hacíamos) para aprobar las asignaturas. 

Aquel año tuve dos novios. Carlos I y Carlos II. El primero era estudiante de Geología. Lo terminamos dejando porque apenas podía verlo. Carlos II un compañero de clase algo mayor que yo. Tenía muchos complejos porque estaba rellenito y a sus 26 años no había tenido ninguna relación -de ningún tipo-. Me producía más ternura y morbo que atracción física. 

Las clases, el trabajo, las noches de sexo, las de insomnio, las de estudiar, los compañeros,  los profesores... es como si todo estuviera mezclado, lejano, confundido dentro de una nebulosa. Sin embargo, sí recuerdo sin ningún problema, incluso sintiendo las mismas sensaciones de aquella mañana de junio (el frescor de las corrientes de aire en la casa de mi madre sobre la piel desnuda de los brazos,  el suelo frío bajo los pies descalzos, la mezcla de olores de las plantas del patio...) en la que, por primera vez en muchos meses, pude sentarme en el sofá con un libro -que no fuera de arquitectura- en las manos y no sentir remordimientos por estar desperdiciando el tiempo (todos los exámenes concluidos, todas las asignaturas aprobadas). Es curioso, el autor de aquel libro es el mismo que hoy me ha hecho recordar aquel tiempo de silencio (esto de "tiempo de silencio" lo explicaré otro día).




2 comentarios:

  1. Vaya, hombre, y me dejas con la intriga de quién es el autor del libro. Muy bonita entrada, BK. Te estás aplicando mucho con lo de escribir las mil palabras al día. Eres una héroa (no digo heroína porque no quiero).

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    1. La canción era una pista sobre el libro que estaba leyendo: The Doors - Jinetes en la tormenta. El Jinete Polaco, de Antonio Muñoz Molina. Me "piqué" porque comentó que en algunas facultades se interrumpían las clases los jueves para que la gente se fuera de botellón -ya sé que es absurdo "enfadarse" por eso: no todos nos enfrentamos a las mismas circunstancias, y el mundo de una persona puede ser completamente diferente al de otra. Pero me apetecía "desahogarme". Últimamente me he dado cuenta que si escribo sobre algo que me molesta, por leve que sea, me quedo mucho más tranquila (es como una terapia).

      Jajaja me han tenido que traducir lo de héroa, que no lo comprendía. Llamé preocupada a la psicopedagoga porque conseguía escribir 1000 palabras (he descubierto que el Word las cuenta)pero con mucha dificultad. Me dijo que me pidió que escribiera 1000 palabras, porque así, al menos, escribiría 250.

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