lunes, 12 de diciembre de 2011

Mientras agonizo

Hoy he tenido un día completamente baldío (bueno, ahora estoy calculando los codales de un muro pantalla -el Cype calcula mientras yo escribo esto, después de haber metido los datos-) pero eso es prácticamente nada para un día tan largo. Ayer por la noche no podía dormir por culpa del resfriado, no pegué ojo hasta las 6 y media y a las 7 ya estaba en pie porque los señores del papel reciclado venían a recogerlo a las 8 y tenía que ducharme, desayunar y demás... En cuanto se fueron, bajé a la farmacia y faltando a mi costumbre, compré unas pastillas para la garganta y otras para la fiebre que me amuermaron hasta la hora de comer (me di un atracón de mandarinas). Por la tarde me volvió a subir la fiebre y me tomé otra pastilla -otra vez amuermada-. Las pastillas de la garganta no funcionan -son como caramelos que se chupan-, pero las de la fiebre realizan sobradamente su función. Mientras dormía en el sofá, he tenido un sueño de lo más extraño. Acababa de embarcar en un avión con destino a Barcelona, desde Granada (ahora los vuelos baratos que suelo coger para Barna salen de Málaga). No llevaba equipaje de mano. Estaba muy asustada y en cuanto el avión se estabilizó después del despegue, me quité un chaleco antibalas del que cayeron media docenas de balas aplastadas. Sabía que me había disparado Guille y eso me hacía llorar como una Magdalena. Me despertó la sirena de los bomberos que pasaba a toda pastilla por la calle (pasó de largo, nada grave cerca). Qué sueño más extraño. Incluso más extraño que esos sueños en los que vuelo. Sería más posible que volara, que Guille quisiera hacerme daño.

Las medicinas y dormir han hecho su función y ahora soy consciente de que estoy bastante recuperada y feliz por ello. 

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