lunes, 26 de diciembre de 2011

Atrapadas en el tiempo

Hoy estábamos hablando por el msn mi familia (hermanos y madre) y yo y ha tocado ponernos melancólicos y recordar cosas que han quedado atrapadas en el tiempo y casi en el olvido. 

Mi hermano mayor se ha acordado de los petardos caseros que hacíamos con pastillas de clorato de potasio y azufre: se echaba un poquito de azufre en un papel fino de estraza, se le añadía una o dos pastillas de clorato de potasio, se hacía una pelotilla el papel y se tiraba contra el suelo con muy mala leche. En una ocasión mezclaron tanto azufre y tantas pastillas (tuvieron que subirse al tejado de la cantina para hacerlo explotar) que el estruendo mantuvo en alerta a todo el Destacamento durante una hora. Hasta que mi hermano mayor se "entregó"; aunque él no había participado en esta ocasión en la "broma pesada". Pero era quien había enseñado a mis otros dos hermanos a hacer los petardos caseros y se sentía culpable. Lo tuvieron encerrado en el calabozo durante dos horas, tiempo que utilizó en dibujar un comic pornográfico en las paredes. Tuvo que pintarlo.

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Mi madre se acordaba de la brillantina. Un acondicionador de pelo que venía en tubo y era transparente y pringoso. Dice que era como echarse aceite en el pelo. En una de las primeras citas que tuvo con mi padre, después de que él le acariciara el pelo durante un rato, fueron a tomar algo a un bar. Mi padre siempre pedía zumo de tomate por aquella época. Y se lo llevaron en un vaso largo de cuba libre. Entre la brillantina y la condensación del agua porque el zumo estaba frío, el vaso se le resbaló por la mano y le cayó directamente en la entre pierna. Gracias al abrigo de mi madre pudo volver a la Base sin que pareciera que se había orinado encima (aunque su hombría se vio algo mermada porque el abrigo era de color rosa). 

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Yo recordé la unidad Zip. Una unidad exterior parecida a un pen, pero a lo bruto y con tan poca memoria que ahora parece ridícula. En el estudio de arquitectura la utilizábamos para hacer copias de seguridad. Cuando el jefe quiso hacer copias de seguridad, metió la pata y copió la carpeta de archivos temporales. Así nos enteramos que las muchas horas extras que hacía después de marcharnos nosotros, se dedicaba a mirar porno, dato realmente irrelevante porque era el jefe; pero sí curioso, porque su mujer era muy guapa y todas las chicas que aparecían desnudas en las cookies de los archivos temporales, tenían algún defecto físico.





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Mi hermano mediano se desternilla de risa. Mi sobrinilla le ha pedido para Reyes, entre otras, unos calentadores. Él se los quería comprar antes -no cree que unos calentadores sean apropiados para ser considerados como regalo de Reyes, pero mi sobrinilla ha salido con un instinto del ahorro muy extraño. Se podría considerar casi tacañería, si no llega a ser porque todo lo que tiene lo comparte con sus amigas. Mi hermano se reía porque su primera novia tenía unos exactamente iguales a los que quiere mi sobrina: de color rosa fuerte. Y al mirar las fotografías a él le parecía algo arcaico y muy antiguo. 


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Mi hermano menor se acordaba de la escopetilla de plomos que a todos ellos le regalaron por los reyes cuando tenían entre 10 y 12 años -después ya no les gustaba el "juguete" y fue relegado al olvido-. Supongo que para muchas personas las escopetillas de plomos no se pueden considerar como algo relegado al olvido, perdido en la historia. Pero para nosotros sí. Nos criamos entre armas. La presencia de mi padre en casa era delatada por su pistola descargada en el aparador. Cuando llegábamos de la calle y veíamos la funda azul marino entre las llaves y las bufandas y gorros, sabíamos que él estaba dentro. Muchas mañanas nos despertábamos con el ruido de las bombas reales que utilizaban los soldados para las maniobras, y a primera hora de la tarde, a cualquier parte, desde la galería de tiro, llegaba el ruido de los disparos. Abrías cualquier cajón, en mi propia casa o en las de mis amigas, y podías encontrar balas sin disparar o casquillos ya disparados... Y lo peor, de tarde en tarde -por fortuna- se armaba alboroto porque durante la noche, durante la guardia, algún soldado se había suicidado o había sufrido un accidente (es curioso que siempre identifico las consecuencias de las armas con las primeras horas de la mañana -porque era cuando atacaban ETA y porque era cuando descubrían a los soldados en las garitas). 

No creo que exista una familia que odie más la presencia de las armas. Odio el ruido metálico que hacen al montarse, el hedor de la grasa con que están impregnadas, la falsa y excesiva densidad que tienen al peso... Las escopetillas de plomo puedes encontrarlas aún en cualquier armería a la que te acerques, pero para nosotros, es un objeto que ha pasado a la historia.

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