sábado, 10 de diciembre de 2011

Las buenas noches de un fantasma

Los músculos de los brazos de Guille están endurecidos por el ejercicio. Apoyar en ellos la cabeza es como hacerlo sobre la tapicería de una silla de anea. Aún así, en ninguna otra parte me gusta más tener apoyada la mejilla: mientras vemos una película, cuando me cuesta dormir, durante unos minutos, al final del día, si ha sido complicado... Estos días está fuera, en casa de sus padres, ayudandole a trasladar un montón de cajas del despacho de abogados que cierran a un almacén (animalico mío). Ahora me cuesta dormir porque estoy algo resfriada (nada importante, un resfriado normal -soy una quejica, la verdad, porque no estoy acostumbrada a estar enferma-. Anoche recordé la forma de darme las buenas noches mi padre (de eso hace más de 24 años). Me remetía el embozo bajo la almohada. Hice lo mismo. Mi cabeza en medio (tengo la costumbre de dormir boca arriba cuando Guille no está, pegada a sus espaldas, de costado, cuando está), la almohada abultada a derecha e izquierda por el nórdico bajo ella: estaba encapsulada como una mariposa en su capullo. Dormí de un tirón, como un lirón, hasta que los pocos pájaros de los árboles de la plazoleta que hay frente a casa, me despertaron. Es ridículo que minucias como ésta, estando como está el mundo, me haga feliz... pero qué más da: no hago daño a nadie, ¿no?

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