domingo, 25 de mayo de 2014

Vanas esperanzas

Voté hace un par de semanas porque aún estoy empadronada en Barcelona y lo hago por correo. En un par de ocasiones he intentado empadronarme en Granada, comienzo la tramitación de la documentación, pero nunca la concluyo. Quizá tenga miedo de dar por sentado que la estancia en esta ciudad será para largo. Creo que nada avanzará si sigo aquí, por estar la mayor parte del tiempo separada de Guille.

Esta mañana parecía doblemente festivo. Domingo, buen tiempo... todo el mundo estaba en la calle. Aquí y en Málaga, donde tuvimos que ir para recoger un portátil que se había quedado una aparejadora a la que despedimos hace algunos meses. La cosa no acabó muy bien. En lugar de trabajar, esta mujer se tiraba casi todo el día chateando y navegando por Internet, obligando a la delineante a cargar con su trabajo y el de ella. El último mes, comprobado sobradamente qué ocurría, su paga se le entregó a la delineante. Pudimos recuperar la torre que utilizaba, pero no el portátil, un trasto bastante antiguo, un Acer que se recalienta casi en cuanto se enciende, haciendo muy agradable el trabajo con él en invierno, pero insoportable en verano. Lo de portátil, por lo que pesa, parece un eufemismo de masoquismo. El viernes por la noche, por alguna extraña razón que aún no hemos descubierto, la aparejadora nos llamó para entregárnoslo. El aparato no tiene ni el valor de la gasolina que gastamos en ir a buscarlo a Málaga, pero teníamos que recuperar su contenido: montones de proyectos antiguos de los que no teníamos copia de seguridad. Por un momento me dio la sensación de que la aparejadora esperaba que le restituyéramos el puesto de trabajo perdido con ese gesto.

De vuelta a Granada, pasamos por casa de mi madre. ¡Menudo susto! Lo hago sin darme cuenta: siempre que la miro, la observo con el temor de ver los primeros indicios de la vuelta de su depresión. Y esta mañana de inmediato me percaté de su pelo descuidado, falto de un tinte y algo encrespado por la parte de atrás. Por fortuna, su ánimo continúa intacto. Se había peleado con la peluquera a principio de semana. Cuando se fue una clienta, la peluquera se tapó la nariz con un gesto que daba a entender que la mujer que se acababa de marchar, olía mal. Hizo reír a las clientas que quedaban, menos a mi madre. En un pueblo pequeño como el suyo, casi todos se conocen, también sus problemas y defectos. La mujer que fue objeto de las burlas tiene problemas de contención de orina y a mi madre le ofendió que lo consideraran gracioso. Se pregunta si cuando se va ella, la peluquera finge una cojera porque los días de mucho frío renquea un poco porque está operada de las rodillas. Ingenua es: piensa que todos los adultos deben coportarse como tales. 

2 comentarios:

  1. Comulgo con esa supuesta ingenuidad de su madre. Me molesta que se hable mal de nadie nada mas da la espalda, como si, quien murmura, fuera el paradigma de la especie.
    Recuerdo que, cuando hace muchos años, aprendíamos en Bilbao (sede de mi empresa) técnicas de venta de nuestros productos, nos enseñaban que no debíamos hablar mal ni de la competencia, pues el que escucha piensa que también lo harás de el a sus espaldas. Se pierde credibilidad, así lo he pensado siempre.
    Por contra, tampoco estoy conforme a esa postura de quien dice; Hay que ir con la verdad por delante; con la verdad por norma se comenten muchas necedades y ofensas.

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    1. Y pueden producirse mucho malentendidos si se critica a otros (ejemplo: criticar a alguien delante de un amigo de ese alguien sin saberlo).
      También pienso que es un grave error eso de soltar lo que cada uno piensa que es la verdad, y herir sin darse cuenta (o dándose cuenta para, supuestamente, abrir ojos ajenos). Hay cosas que se deben decir con delicadezas y otras que no se deben soltar.

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