lunes, 23 de septiembre de 2013

La inestabilidad del sosiego

Dice José Saramago en Memorial del convento que todas las historias acaban con la muerte. Existen muertes superfluas, sin apenas importancia, como la de los negocios que nacen, renacen o muere definitivamente (la tienda de chucherías del barrio ha cerrado, parece que para siempre); otras mucho más importantes, de personas cercanas o la nuestra misma. 

Hace mucho que no me despierto con un ataque de ansiedad pensando en mi propia muerte: en una eternidad de inexistencia. ¿Por qué me da tanto miedo una experiencia que ya he vivido? Todo será exactamente igual a como fue antes de mi nacimiento: otra eternidad de inexistencia. Culpo de nuestro miedo a morir a la curiosidad, la necesidad de saber qué ocurre u ocurrirá en este mundo a lo largo de los años,  de que todo siga pasando sin nosotros. Quedarán cientos, millones de preguntas sin respuestas. 

Esta mañana llevé a uno de los obreros a urgencias. El viernes se dio un golpe en la muñeca y durante el fin de semana ha empeorado. Hoy apenas podía soportar el peso de un ladrillo. No dijo nada por temor a convertirse en un trabajador problemático si estaba de baja muchos días. El obrero es una de esas personas que quiere ser invisible y molestar lo menos posible. Llamó a su hermano para que fuera a buscarlo y liberarme de tener que llevarlo a su casa. Dio la mala casualidad que el hermano llevaba tres días ingresado en el Clínico con un problema coronario. Me convertí en la lapa del obrero (no tenía nada mejor que hacer) y lo llevé a Traumatología (están muy cerca ambos hospitales). Los hermanos, físicamente, se parecen lo suficiente para sospechar que son de la misma raza; en la forma de ser, son como dos gotas de agua. No había dicho nada a su familia por no obligarlos a tirarse horas y horas en el hospital. Estuvimos un rato haciendo compañía al hermano. En un momento dado dijo: Creí morir. Es curioso: primero fueron los abuelos de nuestros amigos, luego nuestros padres y ahora nos toca a nosotros. (El hombre no creo que tenga más de 50 años).

4 comentarios:

  1. En invierno hace frío.
    En verano calor.
    Es lo que hay, mejor aceptarlo y tratar de disfrutar mientras dure.
    Saludos.

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    1. Sí, y sobre todo a disfrutar de los días en los que no ocurre nada malo, que parece casi un milagro.

      Saludos

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  2. Tremendo. Acabamos de sufrir uno de estos golpes dolorosos con un familiar muy próximo. No acaba uno de hacerse a la idea desaparición, de la inexistencia. Esa persona nos cierra puertas, afecta a nuestras vidas. Es por lo que envidio a los creyentes verdaderos, que tienen la seguridad de marchar al Paraíso, ¿Pero existirá alguno plenamente convencido?.
    En cuanto al albañil herido me recuerda un caso que presencié hace unos años:
    Mi hijo tuvo un accidente de tráfico, que afortunadamente no terminó en tragedia y en la espera de traumatología del Virgen del Rocio coincidí con un albañil de 44 años que se había accidentado en una obra en Carmona. Tenía un corte profundo en un dedo, pero nada grave, él estaba charlando con normalidad. Poco después entró en la sala de curas y se armó un gran revuelo del personal sanitario. En hombre falleció, por lo visto por la reacción de la anestesia. Le preguntarían si era alérgico a algo, pero a veces se ignora. La experiencia me traumatizó en aquel momento. También pensaba en la familia.
    Parece que cuando no presencias algo así, no impacta, pues lo comenté cuando regresé de allí a un joven conocido quien respondió: ¡Joder, pues cualquiera abre una lata de sardinas!

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    1. Ya sé que las palabras no sirven de consuelo, pero siento mucho la pena que deben de estar sintiendo en estos momentos por la muerte de ese familiar. Es fácil sentir empatía por quienes están de duelo porque recordamos la pena sentida por nuestros propios familiares desaparecidos.

      La limpiadora que venía antes al despacho a limpiar (ahora es un lujo del que hemos preferido prescindir) me contó la muerte de su hermano. Estaban comiendo en una casa de campo que tienen sus padres, toda la familia. Se reían, hablaban, discutían, se lo pasaban bien. Su hermano se puso de pie y de repente se desplomó muerto. Diagnosticaron muerte súbita (como si fuera un bebé) tenía 30 años.

      Por supuesto no es lo mismo que te cuenten uno de estos sucesos que vivirlo en primera persona.

      Mi albañil, por fortuna, ya está recuperado y el lunes se incorpora al trabajo.

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