miércoles, 17 de julio de 2013

Atrapada

Hoy ha tocado hacer tres finales de obras en Álora, un pueblo de Málaga. Eran infraviviendas a las que la Junta de Andalucía dio una subvención hace tres años para reparar lo más imprescindible. A una se le arregló la cubierta, a otra se le añadió un cuarto de baño interior y a la otra, se le parcheó lo más básico, aunque lo que realmente necesitaba era tirarla abajo y construirla de nuevo. Las obras de las tres viviendas se habrían podido haber terminado en tres meses, pero se ha tardado tanto porque dependían de un único albañil que prácticamente les ha regalado su trabajo y, sobre todo, su tiempo. Una de las cosas que quedó por hacer en la vivienda que estaba en peor estado, era cambiarles las puertas exteriores (tenía dos, una delantera y otra que da a un patio). Ambas puertas son las que antes (mitad del siglo pasado, durante el franquismo) se solían poner en las viviendas sociales (las de VPO), pero en el interior, por su mala calidad: dos paneles de madera unidos entre sí por un entramado de cartón. Sé perfectamente cómo está compuesta porque una de las puertas, la principal, estaba completamente destrozada. La dueña de esa vivienda, una señora de unos 50 años, delgada y ágil, se cayó cuando iba a acostarse, al tropezar con un mueble. Se rompió la cadera. No podía moverse. Pasó toda la noche tumbada en el suelo y sufriendo grandes dolores (no tiene vecinos cerca). Por la mañana, cuando el panadero (reparte el pan en una furgoneta), llegó a su casa, le gritó, y el hombre, que al parecer es del tipo toro, tiró la puerta de un sólo empujón (la desintegró). Diez días hospitalizada y una operación. Ahora la mujer está recuperándose en la casa de una vecina y cuenta lo ocurrido como si se tratara de una anécdota divertida, sin rencor contra la vida y lo que le ha tocado sufrir. 

2 comentarios:

  1. Así son las puertas en el instituto en el que trabajo. Cada año hay que cambiar una o dos porque algún alumno le hace un agujero de una patada. Claro que si hablamos de las ventanas y las persianas entonces es para echarse a llorar.
    A veces tienes la sensación de estar en un centro de reclusión. Desde luego no es un entorno atractivo para la enseñanza (salvo por la arboleda del patio. Es muy agradable ver el verde desde la ventana - cuando las persianas lo permiten, claro).

    Sin rencor contra la vida. Esa señora sabe cómo vivir.

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    1. Me temo que los colegios son una asignatura pendiente de la arquitectura. Pocos he visto que no parezcan lugares de reclusión (incluso con rejas en las ventanas) o edificios militares; y aún peor, las aulas prefabricadas que no dejan de parecer lo que son: contenedores de barco, dolorosos a la vista y caro para hacerlas habitables (mi sobrina dio medio curso en una de ellas).

      Sí, la mujer que se rompió la cadera sabe disfrutar de la vida (muchos, en sus mismas circunstancias, se habrían amargado y agriado el humor).

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