miércoles, 7 de marzo de 2012

Las pisadas en Marte

El río Genil está encauzado en su paso por la ciudad de Granada. Altos muros de contención de sillares artificiales -de unos 12 metros- y solera de hormigón armado. El agua que lleva está muy sucia. Estos últimos días incluso se ve en la superficie el rastro arcilloso, mate, de las aguas fecales. En algunas partes del río se han ido sedimentando las tierras que el agua arrastra, formando dunas semi sumergidas. Algunas de esas dunas muestran las enigmáticas heridas de pisadas humanas muy profundas que suscitaban muchas preguntas: ¿quién había bajado hasta el cauce del río? ¿Con qué propósito? ¿Cómo había podido subir? ¿Para qué lo había hecho?

A menudo es mejor la imaginación que la realidad. Esta noche los he visto cuando regresaba de correr. Eran tres chavales muy jóvenes. flacos, desgarbados; creo que de origen rumano. Ataron una cuerda a la barandilla del antepecho del río y uno de ellos bajó sin más protección que su fuerza y ganas de no hacerse daño con una caída. Apenas tuvo que dar unos pasos en el fango para conseguir atrapar su presa: un carrito de la compra, del que sólo se quedó con el armazón metálico y las ruedas. Lo ató a cuerda y sus compañeros lo izaron. Desde arriba le señalaron otro objeto a cinco metros a su derecha: cinco nuevas hendiduras en el barro. Una antena terrestre, de aluminio... un paraguas roto, un carro de supermercado, el somier de una cuna, un puñado de latas de refrescos... Cuando su escaso botín fue subido por sus compañeros, el chaval escaló ayudándose de la rugosidad de la pared, pero teniendo que poner casi toda la fuerza en sus manos desnudas. Doce metros. Jugarse la vida por un puñado de basura que seguramente no le aportará ni cinco euros cuando lo haya vendido.

Hubiera preferido no saber en esta ocasión. Ahora, cada vez que vea huellas en la profundidad del cauce del Genil, sabré que la vida de un chatarrero se cotiza a menos de cinco euros. 

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