sábado, 15 de julio de 2017

Al otro lado del miedo

Mentí. Siempre dije que me había enamorado de Guille desde el principio, desde que gateaba por mi despacho atento a sus planos extendidos en el suelo, con la corbata echada sobre el hombro para no pisarla y la camisa salida que permitía ver los hoyuelos del final de su espalda. Al principio, en realidad, sólo fue un capricho. Era el tío bueno del despacho, tras el que todas iban, y él sólo me hacía caso a mí. Tuvieron que pasar algunos meses desde el inicio de nuestro noviazgo para que me enamorara realmente de él. Dos días antes de nuestra primera navidad juntos, nos tocó 300 € en la lotería nacional. Yo pensé en darnos un homenaje en algún restaurante bueno de la ciudad, él no, él propuso comprar mantas y repartirlas entre los pobres. Fuimos a un mayorista y, si mal no recuerdo, conseguimos 32. Treinta compradas y dos regaladas. Eran buenas mantas, pero muy feas, a cuadros marrones y morados. Cada vez que, en años sucesivos, veía a un indigente envuelto en una de aquellas mantas, me emocionaba hasta las lágrimas. Me enamoré de Guille porque era generoso. 

Durante una década fui incapaz de encontrarle defectos. El divorcio ha destruido el temor a molestar de muchas personas que me han dicho qué piensan de él. Es un estirado... Es un esnob... Nos miraba a todos por encima del hombro como si fuéramos moscas revoloteando un excremento.... Ese tío creía cagar diamantes... Ya no importa cómo es. Nada me une a él. Ayer renuncié al 34% de su empresa de drones, y aunque el divorcio me ha dejado con una economía muy precaria, al borde de un abismo porque el trabajo, aunque se acabó la crisis, sigue escaseando; hacía mucho tiempo que no me sentía tan libre. 

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