jueves, 15 de enero de 2015

De la misma sangre

A mi madre no le gusta Granada, dice que es caótica. Para ella las calles del centro están congestionadas; aunque ayer cuando las recorrimos y produjo su queja, el caminar era bastante fluido. El primer día de las rebajas sí fue realmente angustioso. Resultó complicado resistir la tentación de empujar a quien se había quedado alelado delante de un escaparate interrumpiendo el paso de los demás o a los grupitos que copaban todo el ancho de la acera convirtiéndose en un tapón. Empeoró su opinión cuando, por la calle Recogidas, pasaron tres coches de policía a toda  pastilla y con las sirenas puestas. Esto tiene pinta de ser muy grave, comentó. Pero no lo sería tanto porque no apareció nada en el periódico local, y aquí pasan tan pocas cosas que las más pequeñas nimiedades suelen ocupar titulares.

Durante el almuerzo en un bar cercano, bajo el agradable sol del invierno, mi madre se dedicó a entretener a Guille contando historias de mi infancia. Así, acumuladas y de golpe, me convierten en una niña torpe y rebelde, aunque recuerdo haber sido todo lo contrario. Mi tío Pere, para refrenar mi instinto de trepar a los árboles, me había contado que en sus copas vivían unos monstruos horrorosos y peludos del tamaño de un meñique, por supuesto consiguió todo lo contrario ¿A qué niño no le gustaría ver un monstruo del tamaño de un meñique? Subir resultaba fácil, bajar no tanto y solía terminar berreando hasta que alguien venía en mi auxilio. Según mi madre, mis chillidos eran como los de un marranillo al que estuvieran degollando. Durante algún tiempo, hasta que comprendí, me entristecía creer que mi tío Pere consideraba monstruos las procesionarias.


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