viernes, 20 de noviembre de 2015

El desfacedor de entuertos

El año que estudiamos en el colegio El Quijote, la profesora no había entendido bien la advertencia de la madre superiora. Los profesores eran informados a principio de curso de mis problemas con la expresión escrita. Se amoldaban con facilidad a mis necesidades (dejarme un diccionario incluso durante los exámenes, leer lo escrito en la pizarra y perdonarme algunas meteduras de pata -mala coordinación entre el género y el número de las palabras, además de sustituir las vocales por números-). 

Aquella profesora creyó que yo era completamente inútil y me obligó, durante algunos días, a colorear dibujos infantiles en la última fila y con el pupitre girado hacia la ventana, para que me distrajera con el paisaje y no molestara a la clase. Como entregaba los ejercicios como los demás, la profesora terminó comprendiendo que no era completamente estúpida, aunque nunca pareció convencida de que yo pudiera llevar el mismo ritmo de aprendizaje que mis compañeras. Cuando respondía alguna pregunta correctamente, me daba la sensación que se quedaba con las ganas de darme unos golpecitos en la cabeza y arrojarme una galleta. Puede que otro profesor me hubiera obligado a un esfuerzo, pero ella no: me perdonó leer interminables párrafos de El Cantar del Mío Cid -lo que agradecí- y varios capítulos de El Quijote -lo que lamenté-. 

Al final terminé leyendo por mi cuenta El Quijote, pero sin poder evitar considerarlo un libro mucho más complejo de lo que es. Lo disfruté, por supuesto, pero no siendo muy consciente de ello. Es una de mis relecturas pendientes. 

Ahora leo Los Trabajos de Persiles y Sigismunda de Cervantes. Cada una de sus frases es como un laberinto que se retuerce y gira y, sin embargo, te lleva de forma directa a su significado; mientras que en la historia se agolpan personajes y hechos sin tregua (me pregunto si es una de las fuentes de la que ha bebido Alice Munro). Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro, ni tanto que un libro no me exigía tanta atención; hasta la música que suelo poner de fondo me entorpece y distrae la lectura. 

Dicen que la ignorancia es atrevida, y de literatura yo sólo tengo pareceres, sensaciones, sin fundamentos aprendidos de estudiosos del tema; por eso me atrevo a preguntar: ¿cómo alguien puede pensar que la forma de escribir de Cervantes requiere una revisión para actualizarla? 

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