sábado, 1 de noviembre de 2014

Los crímenes del museo de cera de Madrid

Me gusta que las películas me sorprenda, saber casi nada de ellas, saber lo que ocurre a medida que discurre la acción; aunque algunas destrozan la expectación ya en el título: Terremoto, El hombre invisible, Crónica de una Muerte Anunciada (vale, éste es culpa del libro en la que se basa la película)... Una de esas películas en la que te despedazan la trama antes de empezar es Los Crímenes del Museo de Cera. La vi hace siglos, en un cine de verano (es curioso que las películas que mejor recuerdo las haya visto en un cine al aire libre y casi siempre en compañía de mis hermanos). He buscado en Internet, pero no he encontrado la que yo recuerdo. Era muy, muy, muy antigua, pero no lo suficiente para que los actores se limitaran a abrir y cerrar la boca y salieran cartelitos con lo que decían; tampoco tan antigua como para ser en blanco y negro. No recuerdo la trama. Sólo que las figuras de cera del museo eran como un huevo Kinder: dentro tenían una sorpresa. 

Puede que aquella película me influenciara algo para que las figuras de cera me produzcan el mismo desasosiego que los circos o la Navidad; aunque es probable que sintiera la misma aversión por esos objetos si por mis neuronas no discurriera el recuerdo de los cuerpos en descomposición encerrados tras la capa de cera. 

Muy bueno debe ser el artista que las moldea para que el parecido no obligue a poner un cartel identificando el personaje. A veces la representación resulta cómica, digna de convertirse en un muñeco del Guiñol.




Otras, las figuras parecen destinadas a la sala de los horrores:





Se podría hacer algún comentario del artista si su trabajo no hablara por si mismo (sí, es la razón del título de esta entrada).

Y, en raras ocasiones, la culpa no está en la figura de cera.... sino en el original. 




4 comentarios:

  1. Ya veo. Algunas figuras son horrorosas, habría que penalizar al artista.
    Me gustan estos museos, pero para visitarlos acompañado. También los de Semana Santa. Recuerdo, viendo el de Zamora, que de pensar quedarme allí encerrado una noche en solitario, se me erizaban los vellos. ¡Que horror!

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    1. Yo sólo he visto el museo de cera de Madrid. Pude escabullirme cuando estuve de viaje de estudio con las monjas; pero no cuando mi sobrina quiso que la llevara. Hoy día hacen figuras de látex y otra clase de plástico completamente realistas, no comprendo por qué ese empeño de seguir haciendo las figuras en un material que le da el aspecto de haber sido inyectadas con bótox.

      Sería divertido quedarse encerrada en un museo de este tipo (¿será fácil cambiar las cabezas a las figuras?)

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  2. Si bien no me da miedo el hecho de quedarme sólo en un museo de cera, para lo asustadizo que soy, cualquier ruido se convertiría en un vidrio partido, o un muñeco destrozado (te aseguro que me acompañaría una barra de hierro de al menos un metro de longitud). Soy de los que prefiere golpear primero y pedir disculpas después. Ahora que lo veo, creo que si tendría miedo.

    Me imagino que no debe ser difícil intercambiar las cabezas, si se cuentan con las herramientas adecuadas: un soplete, un machete, un rollo de alambre dulce y una cinta métrica, para validar que los cuellos coincidan en diámetro. No querremos colocar la cabeza de Miranda Kerr en el cuerpo de Yokosuna.

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    1. Sería divertido hacer el cambio que propones (no sabía quién era Yokosuna -¡menuda mole de carne!-). Además, resultaría fácil porque los luchadores de sumo no suelen tener cuello.

      A mí también me daría miedo. Algunas de las figuras son terroríficas.

      En una ocasión, hace dos o tres años, estuve a punto de quedarme encerrada en el cementerio el día de todos los santos. Fui a media tarde, estuve paseando por el cementerio viejo, que tiene tumbas llenas de estatuas muy bonitas, y cuando quise salir estaban cerrando las verjas (por aquel entonces no sabía que los cementerios tenían horario de cierre).

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