En realidad las gotas de agua son muy diferentes entre sí. Al menos eso me dijo la bióloga que vive en el tercero derecha y que, como yo, está deseando quedarse embarazada. Su problema es más grave que el mío: no tiene pareja, ni estable ni eventual.
Hace diez o doce años, no habría hablado con ella. En mi posadolescencia, pensaba que hablar con los extraños era de mala educación por invadir su intimidad y me avergonzaba cuando veía que mi madre lo hacía constantemente. Ahora es suficiente con que alguien resople o haga un simple comentario para que yo, como si estuviera sumergida en una obra de teatro, acabara de recibir mi entrada y suelto cualquier parrafada o pregunta. Si bufa en el ascensor (como ocurrió con la bióloga) comento que hace calor, aunque ella de lo que se quejaba era del olor a tabaco que alguien había dejado al bajar, sin duda, fumando -mi olfato es menos sensible que el suyo y yo sólo lo percibí cuando lo comentó-). Al final estuvimos un ratito hablando en las escaleras. Aún no tengo la pericia de mi madre, que de un simple saludo termina virando la conversación hacía los temas más personales y delicados. Mi abuela también era un gran conversadora con extraños.
Lo interesante es conocer historias, reales o ficticias, poco importa. Y cuando no hay quien nos las cuente, hay que recurrir a otros medios. Mi abuela leía El Caso y escuchaba un culebrón radiofónico: Lucrecita. Mi madre lee todo tipo de revistas del corazón y veía culebrones venezolanos (Cristal). Y yo leo todo lo que cae en mis manos y veo en el pc series asiáticas (doramas).
Podemos ser muy diferentes, pero, a la vez, nos parecemos mucho.
Hace diez o doce años, no habría hablado con ella. En mi posadolescencia, pensaba que hablar con los extraños era de mala educación por invadir su intimidad y me avergonzaba cuando veía que mi madre lo hacía constantemente. Ahora es suficiente con que alguien resople o haga un simple comentario para que yo, como si estuviera sumergida en una obra de teatro, acabara de recibir mi entrada y suelto cualquier parrafada o pregunta. Si bufa en el ascensor (como ocurrió con la bióloga) comento que hace calor, aunque ella de lo que se quejaba era del olor a tabaco que alguien había dejado al bajar, sin duda, fumando -mi olfato es menos sensible que el suyo y yo sólo lo percibí cuando lo comentó-). Al final estuvimos un ratito hablando en las escaleras. Aún no tengo la pericia de mi madre, que de un simple saludo termina virando la conversación hacía los temas más personales y delicados. Mi abuela también era un gran conversadora con extraños.
Lo interesante es conocer historias, reales o ficticias, poco importa. Y cuando no hay quien nos las cuente, hay que recurrir a otros medios. Mi abuela leía El Caso y escuchaba un culebrón radiofónico: Lucrecita. Mi madre lee todo tipo de revistas del corazón y veía culebrones venezolanos (Cristal). Y yo leo todo lo que cae en mis manos y veo en el pc series asiáticas (doramas).
Podemos ser muy diferentes, pero, a la vez, nos parecemos mucho.
Hay las abuelas, entrañables abuelas. Bueno, por lo que veo y me han contado. Ese es mi traúma: No haber conocido a ninguno de mis abuelos.
ResponderEliminarLa mía, la materna, era "la leche", me solía contar historias, la mayoría terroríficas, poco apropiadas para una niña, pero que a mí me divertían mucho.
EliminarMe alegra leerle por aquí. Gracias