domingo, 26 de junio de 2016

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Vistos los resultados de las elecciones de este domingo...


¿Qué mensaje le estamos dando a los políticos?


¿Cuanto más corrupto seas, más te voto?

Y dado que no existe ninguna mayoría absoluta...


¿Nos encaminamos hacia unas nuevas elecciones?

Porque cualquier partido que pacte con el PP, seguro que se sume en la inmediata desaparición, semejante a la de Izquierda Unida, que ha sido fagocitada por Podemos. 

Dicen que la Democracia es la mejor de las peores formas de gobierno, pero a veces es una auténtica... 





jueves, 23 de junio de 2016

Estirando la goma

Llegando el mes de junio, la mayoría de personas intentan buscar tiempo para planear sus vacaciones; nosotros, invariablemente, reservamos dos o tres días para dedicárselos en exclusiva a Hacienda, porque desde que empezó la crisis, siempre nos investigan. Pensaba que este año nos íbamos a librar, pero debemos estar en las listas negras del fisco, aunque ningún año hemos tenido problemas. Un año nuestra declaración y la revisada por Hacienda tuvo una diferencia de 7 €... a nuestro favor. Este año la revisión ha sido mucho más laxa. No nos han metido durante horas en una oficina ante un inspector que parece conocer todos los artículos, incluidos puntos y comas, de las leyes fiscales. Estuvimos abajo, ante una inspectora que debe ser del personal de refuerzo de esta época porque tuvo que hacer una docena de preguntas a su superiora. 

En ese lugar no hay ninguna privacidad. Las mesas están separadas por paneles, pero sin puertas ni cerramientos que permitan el aislamiento. Junto a nosotros atendían a una señora mayor que se iba enfadando poco a poco, se notaba en el volumen de su voz y en el color encarnado de sus mejillas. La mujer es pensionista, el año pasado cobró veintidós mil ciento y pocos euros. Hacienda le exige el pago de ciento y pico euros. La mujer alegaba que tenía a su cargo a sus dos hijos en paro y a sus mujeres. De la pensión viven cinco personas. La mujer no comprendía que esas cargas no tuvieran ningún tipo de desgravación. Nos estáis asfixiando. Nos estáis ahogando. Y todo para que el político de turno se llene los bolsillos y la tripa a nuestra costa. Dijo al irse, sin dirigirse a nadie en concreto. Mi asesora fiscal (el mundo está lleno de buena gente), aprovechando una de las interminables pausas de consultas a terceros de la funcionaria, fue tras la mujer. Le hizo algunas preguntas. Desde lejos vi cómo le pasaba la mano por el antebrazo para confortarla, como quien da el pésame, y negaba con la cabeza. Tampoco ella podía ayudarla. 

Lástima que esa mujer no gritara las mismas frases en cualquiera de los mítines de hoy y mañana. 

martes, 14 de junio de 2016

El origen de los nombres

Me encanta mirar los mapas antiguos de las zonas rurales. Suelen estar llenos de nombres enigmáticos, como Cortijo de los Amargo, Casillas de las Tres Lunas, Casa de la Fuente del Piojo... ¿De dónde saldrán esos nombres? A veces la realidad frustra la imaginación y convierte en mundano lo poético. El cortijo de mi abuela se llamaba de las Tres Esclavas. Pero sólo hacía referencia al precio que había costado: tres pulseras de oro. El que estaba junto al de mi abuela, se llamaba el Cortijo del Aullido del Lobo. Ni licántropos ni canes. Lo llamaban así porque el viento al pasar por el pequeño espacio que había entre dos edificios, sonaba como el aullido de un lobo. 


Ayer estuve midiendo un cortijo para hacer una ampliación. Ni siquiera tiene nombre. Ahora los cortijos se suelen identificar por el número de polígono al que pertenece y la parcela. Dos números, nada más. Está al sur de Torreperogil, un pueblo de Jaén. Allá donde se mire sólo hay olivos. Olivos y más olivos en formación y uniformados, creciendo, a pesar de la aridez de la tierra. 

En el cortijo me esperaba el guardia. El trabajo de ese señor debe de ser lo más parecido al de un farero en mitad de una isla sin población. Como novedad, se alegró de tener compañía durante unas horas. Me siguió como un perrito faldero y se dejó utilizar para coger la punta de la cinta métrica en los exteriores, donde no funciona el distanciómetro. 

Su trabajo es imprescindible en esta época del año de parón en las labores del campo, porque los cacos suelen visitar los cortijos cerrados para arramblar con todo lo que pillan. Desde generadores de luz a los ordenadores de las oficinas. El vigilante de ayer me contó que una noche escuchó el ruido de un camión acercándose y mucha gente. Cuando salió al exterior del cortijo, descubrió que tres sujetos intentaban arrancar de su anclaje un tractor antiguo que hay frente a la puerta de entrada como adorno. Hasta llevaban una carretilla elevadora para subir la antigualla al camión. Tuvo que advertirles que había llamado a la guardia civil para que salieran echando leches.

El vigilante se llama Ángel Moreno. Un nombre tan castizo choca con su acento y su aspecto. Le pregunté  por qué se llamaba así. Porque quiero, respondió sin ser su intención la de mandarme al cuerno por mi curiosidad. La dueña del cortijo lo llamaba ángel porque siempre la estaba ayudando cuando los demás jornaleros se rascaban la barriga y sus compañeros lo llamaban moreno por su color de piel. Como necesitaba un nombre para legalizar su situación, decidió llamarse como ya lo habían bautizado los demás.

domingo, 12 de junio de 2016

Algunos hombres buenos

Mi primo Miguel Ángel tiene una de esas caras que choca verlas en un entierro porque, aun sereno o triste, su rostro parece sonreír. Curiosamente, la primera vez que lo vi fue en un funeral, el de mi padre. Nadie se lo pidió, él mismo decidió que tenía que protegerme y no se apartó de mi lado ni un instante durante toda la caótica mañana. Primero estuvimos en el cementerio de Antequera, luego en el de Málaga y finalmente en el de Granada. Sin su rígida vigilancia, seguro que me hubiera extraviado entre tumbas y nichos porque por aquella época tendía a ensimismarme con cualquier lugar que fuera una novedad para mí y deambular sin rumbo.

Hace algunos años, en el 2011, me ofreció su médula. Me habían detectado un bulto en el pecho. Era benigno, pero como él está acostumbrado a los secretos, pensó que había mentido a mi familia. Estaba dispuesto a desplazarse a Barcelona, donde me quitaron el tumor, para comprobar si podía serme de ayuda. 

Mi primo es muy buena gente. No porque piense que va a recibir un regalo divino cuando muera, yendo al cielo, ni porque desee que la gente le palmotee la espalda reconociendo la buena persona que es. Eso, hasta le incomoda. Es así porque no puede evitarlo, de la misma forma que algunas personas no pueden evitar ser hijos de puta. Como el vicegobernador de Texas, que tras el asesinato de 50 personas en un club gay de Orlando, consideró oportuno culpar a las propias víctimas asegurando que No se pueden burlar de Dios. Un hombre recoge lo que siembre

El secreto que mi primo oculta, al menos a su madre, es que tiene novio. 


sábado, 11 de junio de 2016

¡Tú puedes!

En el colegio aprovechaba la libertad que me daban para leer lo que quisiera, mientras mis compañeras debían tragarse insoportables tochos tipo El Cantar de Mio Cid, yo disfrutaba de la frivolidad de Stephen King. Mis compañeras leían El Cantar de Mio Cid, yo Maleficio y al colegio vino un psicólogo a hablarnos de la anorexia nerviosa y la bulimia. Siempre me pregunté si aquel psicólogo nos visitó para advertirnos de los riesgos de no tener una alimentación sana o para buscar nuevas pacientes porque desde aquellos días hasta un futuro muy lejanos, escuché a más de una compañera echar la pota encerradas en el cuarto de baño. Desde entonces me asusta ver los cambios drásticos en la figura de las personas. Imagino que están malditos, o, lo que es lo mismo, enfermos. Aunque muchas personas intentan adelgazar más por estética que por salud. 

Ahora le ha tocado a mi cuñada. El embarazo le cambió la figura, llenándose de curvas y grasas que deben estar fosilizadas en sus caderas y abdomen (la niña ya tiene 15 años). Se ha empeñado en querer adelgazar hasta caber en la ropa de su hija (tiene una talla 36 y ella admite una 46 -shhhhhhhhh, una 50, en realidad-). 

Empezó siendo sensata. Fue al médico y éste la derivó a un dietista. Le puso una dieta muy equilibrada y cómoda y le mandó hacer ejercicio. Durante tres días me acompañó a correr, pero el deporte le abría el apetito y después del esfuerzo se solía dar un homenaje. Cuando en lugar de adelgazar, engordó, buscó refugio en los alimentos bajos en calorías de supermercados y farmacias. Me dio a probar uno de los batidos que sustituían al desayuno y era como yeso con olor a vainilla. Volvió a engordar porque esas porquerías la saciaban, pero no le proporcionaban la satisfacción de paladear los sabores y texturas de las comidas. Recurrió a los curanderos, a dos, en concreto. Lo raro es que no hubiera empezado por la insensatez, porque ella confía más en los curanderos que en los médicos. Uno de ellos le pidió que fuera a primera hora de la mañana a dejar una estampa de la Virgen de Gracia a la ermita del pueblo y que la recogiera a última hora de la tarde. El hombre, aunque un jeta, parecía sensato: la obligaba a hacer ejercicio. Pero para ella, el ejercicio sin dieta equivale a engordar. El segundo curandero, además de un jeta, fue un hijo de puta: le pidió que sólo desayunara y que el resto del día, si sentía hambre, bebiera seguidos tres vasos de agua. Al segundo día tenía tantos mareos que tuvo que ir al médico y... vuelta a empezar. 

miércoles, 8 de junio de 2016

El cuento de la lechera

Shhhhhh, silencio. A veces las palabras susurradas son más fáciles de comprender que las espetadas a gritos porque se tiene mayor cuidado al articular las sílabas. Ayer, avanzada la madrugada casi hasta el amanecer, mientras esperaba a que se me secara el pelo tumbada en una hamaca en la terraza, había salido a correr y luego duchado, escuché la conversación que dos hombres jóvenes tenían bajo mi ventana. Compartían una litrona y uno de los bancos de la plazoleta. Uno de ellos se quejaba de haber encontrada esa mañana en el buzón el recibo del IBI. Le iban a desplumar más de 250 euros por una mierda de casa que tenía en el Realejo; el otro se reía en lugar de consolarlo. 
- Eso te pasa por ser un puto proletario, tío. Métele yesca y que te pague el seguro. 
- Con la mala suerte que tengo, seguro que me pillan. ¿Sabes qué estaría de puta madre?
-¿Qué?
- Te vas detrás del tío que reparte los recibos del IBI, los sacas de los buzones, das el cambiazo a la cuenta del Ayuntamiento por la tuya y te forras en ná de tiempo. 
- Te pillarían por la cuenta.
- Cojo la de mi yayo que tiene más de 70 años. Con 70 años no te enchironan. Lo mandaría a sacar la pasta todos los días. Seguro que picaba más de un pardillo.
- Y más de dos.
- Qué vacaciones más de puta madre nos podríamos tirar. Y sólo necesitas un escáner, una impresora y mucho papel.

Cuando entré en casa para dormir, los dos sujetos seguían imaginando qué podrían hacer con el dinero. Lástima que no utilizaran su imaginación para conseguir un negocio legal.

Licencia para mentir

En este momento una pareja de homosexuales debe de estar fornicando en Peal de Becerro (Jaén). Según un clérigo musulmán de Ghana los terremotos se producen por culpa de los gais. Dios se enfurruña cuando dos personas del mismo sexo tienen relaciones y hace que inocentes paguen por pecadores provocando que la tierra tiemble. La relación de los homosexuales de Peal de Becerro no debe de haber sido muy placentera porque el terremoto fue pequeño y profundo. Desapercibido para los ciudadanos... 


Estamos acostumbrados a las burradas que sueltan por sus hociquitos los clérigos musulmanes o los obispos católicos. Vivir en el pasado y añorar tiempos donde la desigualdad estaba bien vista, parece mandar a las neuronas a un profundo sueño irreversible. Teniendo en cuenta que viven atados a una fantasía, se les acepta que suelten todo tipo de burradas, aunque sean un ataque a la igualdad de géneros y un atentado contra la ciencia. 

Pero, y a los políticos, ¿por qué disfrutan de la misma impunidad para soltar barbaridades? ¿Por qué nadie les pide cuentas por lo que dicen? Hoy Rajoy prometía dos millones de empleos. ¿Por qué no los consiguió cuando estaba en el poder? ¿Por qué sólo ha prometido dos millones y no mil millones, que era la cantidad que soltábamos cuando éramos pequeños y queríamos decir muchos? ¿Es que para el gobierno somos como Dios: inexistentes e inocuos? 

domingo, 5 de junio de 2016

Desasosiego

El cine nos miente. Los disparos en las películas tienen una sonoridad mucho más rica que en la realidad. Quienes escuchan un disparo por primera vez, fácilmente puede confundirlo con el portazo de una puerta metálica. Y la sangre nunca coagula. Siempre es roja tomate o frambuesa, brillante y líquida. No es de extrañar que mi vecina del segundo piense que un reguero de gotitas de sangre coagulada y marrón, es pintura que alguien voluntariamente -ella siempre imagina lo peor- ha vertido en el suelo, en la acera, junto al portal, por una gamberrada. Pero yo sé que es sangre porque vi a un chaval con monopatín besar el suelo al intentar salvar el escalón del bordillo con un salto, gritar, con la nariz y la boca ensangrentada: Me cago en la puta... montarse en el monopatín y desaparecer casi de inmediato, sin dar tiempo a quienes lo habíamos visto, a auxiliarlo. Pero mi vecina tiene perdón: tampoco yo identifiqué como sangre la sustancia marrón que había acartonado la camiseta de Guille. El día 24, a las 15:20, Guille y su colega tuvieron un accidente de tráfico volviendo de una exhibición de drones que habían dado a un grupo de topógrafos de Málaga. No fue nada importante, aunque la bonita cara de Guille ha parecido una hamburguesa durante unos días. Ahora todos se asombra por la suerte que han tenido. Suerte porque ambos llevaban el cinturón de seguridad puesto, porque el coche tenía airbags laterales, porque el coche chocó contra el único árbol que había junto a un talud, porque Guille iba dormido y llevaba los ojos cerrados -su socio, que conducía, también iba con los ojos cerrados y durmiendo-. 

Desde ese día tengo una extraña sensación. Estoy convencida que tanta buena suerte se tiene que compensar con un desastre. Cuando acompañé a Guille al dentista porque se le han roto un par de dientes y se los han tenido que sacar, imaginé que a la dentista, una mujer joven y escuálida, se le escapaba el punzón y le hacía verdadero daño. Tuve que salir de la consulta porque estaba tentada a detenerla. También miro constantemente la página web de los terremotos del Ministerio de Fomento, imaginando que en cualquier momento recibiremos una sacudida fuerte y brusca como una electrocución, que convertirá en escombros todo nuestro mundo.

Ya sé que es un pensamiento poco racional, pero utilizar el sentido común no consigue tranquilizarme. 




E pur si muove

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta... y quedan 950.









Días contados

Hace unos días venía en el periódico una noticia que parecía sacada de El Mundo Today: a una mujer la habían multado, gracias a la ley mordaza, por llevar un bolso que decía "All cats are beautiful", un acrónimo de "all cops are bastards". En el momento de leer la noticia pensé que los policías que habían puesto la multa se cogían el pene con papel de fumar para orinar. La multa implicaba:
  1. La exigencia de que la mujer que llevaba el bolso supiera inglés. Teniendo en cuenta que en nuestro país ni los políticos lo hablan, es mucho pedir.
  2. Que la mujer conociera el acrónimo. Yo no tenía ni remota idea. Y la mayoría de la gente con la que he hablado, tampoco. 
  3. Que la mujer tuviera intención de insultar.

Por fortuna alguien tuvo sentido común y la multa ha sido archivada.

Hace algunos meses me robaron. Estaba sentada en una terraza, en el centro de Granada, era un día festivo por la tarde. Una mujer me distrajo preguntándome por una iglesia cercana, mientras, alguien se llevaba mi bolso de la silla contigua, donde lo había dejado. Poner la denuncia me hizo perder cuatro horas. De seis a diez. Tuve que trasladarme hasta la comisaría que hay junto a la estación de autobuses y luego esperar una eternidad porque había cola. En ese momento no pensé que todos los policías son unos bastardos, pero sí algo peor de los dos sujetos que me atendieron. Les expliqué con detalle lo ocurrido, les indiqué el lugar y la hora y ellos se obstinaron en intentarme convencer que lo ocurrido había sido una negligencia mía y que, por lo tanto, no se podía considerar un robo. ¿La ley mordaza me prohíbe pensar que los policías que me atendieron eran unos huevones por importarles únicamente sus estadísticas y pasar olímpicamente de mi problema? 

Esperemos que esta ley tan injusta tenga sus días contados.

El falso glamur de la infelicidad

De uno de mis profesores de la facultad aprendí más trabajando en su estudio de arquitectura que en sus clases. Cada vez que apunto cualquier comentario tonto dicho por un cliente en su expediente, lo recuerdo. Es una costumbre que heredé de él. Aseguraba que todo el mundo tiene su verdad, y que no necesariamente la verdad de otra persona tiene que coincidir con la tuya. Si hoy alguien dice una cosa, puede recordar, sin creer mentir, que dijo completamente lo contrario. Y tenía razón, esos comentarios apuntados en un archivo de txt me han evitado creer en más de una ocasión que mis neuronas no funcionan como deberían. 

En cuarto de primaria tuvimos de profesora a una monja que se obstinaba en obligarnos a mantener la espalda erguida para que no nos saliera chepa. Nos corregía la mala postura hincándonos el índice en el espinazo y exigiendo que nos pusiéramos bien. Ese simple contacto entre los omóplatos, que apenas duraba dos o tres segundos, tenía de libidinoso lo que una patada en las espinillas. Ni siquiera dolía, sólo obligaba a dar un respingo porque siempre era inesperado. No había olvidado a la profesora. Se portó bien conmigo: fue severa. Pero mi memoria sí había enterrado casi por completo aquella costumbre suya, y puede que jamás la hubiera recordado de no encontrarme hace pocos días, en el perfil de Facebook de una antigua condiscípula, la detallada descripción del gesto de la monja, pero convertido en un severo castigo del que, insinúa mi compañera, la profesora sacaba placer sexual. Se regodea en el martirio que para ella significó aquella experiencia. Lo considera el origen de mil problemas que ha tenido con posterioridad. Todo su perfil parece tener un único fin: hacer alarde de su infelicidad, como si eso la hiciera más interesante, y no más lamentable.