jueves, 31 de marzo de 2016

El burdel del silencio (Historieta)

Se persignó. Las lágrimas y los rayos oblicuos de la tarde le habían mentido. Por un momento creyó estar ante una aparición milagrosa de la santísima Macarena. Un refregón contra sus ojos del gurruño en el que se había convertido el pañuelo que apretaba en el puño y las sombras de la noche que apagaron la luz dorada, transformaron la imagen etérea en carne.

No la había visto nunca, pero supo que era ella, la dueña del burdel, la puta que incomprensiblemente se había enamorado de su Paco. Se arrepintió de no haberse puesto el vestido de los domingos. Sus medias, tan viejas como remendadas, parecían pellejos despegados de la carne de sus pantorrillas. De nada serviría intentar recomponerlas, al primer paso volverían a su estado natural: arrugadas, fofas, caídas en los tobillos. Comprendía que a su Paco le atrajera aquella mujer. No era guapa, pero sí exótica. Su piel, muy blanca, parecía brillar bajo la luz de docenas de candiles que un criado fue encendiendo alrededor del jardín del burdel, escandalizando a Dominga por el derroche de aceite; y su pelo, una melena corta y rizada, se asemejaba al oro sólido de la corona de la Macarena. Para cualquier hombre, en un país arrasado por el hambre desde hacía más de un lustro, debía ser una novedad tener entre los brazos un cuerpo femenino moldeado por una alimentación abundante y sana. Ningún hueso asomaba entre las redondeces de la prostituta. ¿Por qué una mujer como aquella se había enamorado de su Paco? Su marido era un buen hombre, pero, aunque ella lo quería mucho, ver belleza en su físico significaba tener problemas visuales. ¿Sería bondad lo que buscaba la fulana? Debía de estar cansada de hombres sin alma y egoístas, que la olvidaban inmediatamente después de derramarse dentro de ella.  Por eso intentaba quedarse con el único hombre bueno que el azar le había puesto en el camino, aunque tuviera que robarlo a otra mujer, aunque tuviera que comprarlo con regalos. La primera vez fue una hogaza enorme de pan blanco; la segunda, una tableta de chocolate y la última, la que obligó a Dominga a armarse de valor e ir al burdel a enfrentarse con la puta, un paquete de café que llenaba de aroma el aire. Lo tomaban de madrugada, cuando todos los vecinos ya se habían ido a la cama, para que el olor no atrajera a los moscardones. El insomnio que proporcionaba la cafeína les permitía un rato de placer que para Dominga siempre terminaba en un orgasmo semejante a una descarga eléctrica: la vaciaba por completo, su mente quedaba en blanco y su cuerpo, durante unos segundos, era consciente de la culminación del gozo. Por eso le quedaba un ápice de esperanza. Por muchos regalos que le hiciera la prostituta, aún quedaba algo que no le podía proporcionar.

La vio. Un señor alto, moreno, con una bonita sonrisa de dientes casi perfectos: por la separación de sus paletas cabían dos monedas de diez céntimos juntas. Abrió la verja desde la que Dominga había estado espiando y la invitó a pasar con gestos, sin preguntarle qué quería. La mujer era consciente de su propio encogimiento, de sus hombros caídos y cabeza gacha. Los extraños la amilanaban. La guió hasta el interior de la casa. ¿Así era un burdel? Las paredes estaban llenas de cuadros dignos de un museo, las estatuas eran de tamaño natural y los muebles, muy labrados, parecían compuestos por volutas de humo petrificadas. Cualquiera de las habitaciones por las que pasó para llegar al dormitorio de la prostituta, doblaban en tamaño a toda su casa. Como en la mente de Dominga la riqueza equivalía a poder, y el poder ajeno, en los tiempos que corrían, podían llevarla a la cárcel o el cementerio, cuando estuvo ante la amante de su marido, el miedo había retirado de su boca toda la saliva. Fue incapaz de articular palabra, pero no importó porque la puta no paraba de parlotear con un acento extraño y grave que contrastaba con su aspecto dulce, ingenuo, bobalicón. De las palabras que pronunció mientras desabrochaba la hilera interminable de botones de su bata de terciopelo negro y bordados de oro, Dominga sólo entendió: búnker, doble, suicidio, escapar, tren, aliados, simiente, gemelos; insuficientes para saber qué quería contarle. La bata cubría un camisón blanco, tenue, tan delicado que permitía distinguir con precisión los oscuros pezones y el vello púbico. De aquella visión debían de estar  saciados los ojos del hombre de sonrisa casi perfecta que las acompañaba, porque ni siquiera se ruborizó, ni la miró de soslayo al pasar junto a ella para abrir una vitrina donde guardaban extraños objetos, la mayoría desconocidos para la mujer. Escoja, pidió el hombre. La guerra había adiestrado a Dominga a obedecer a quien creía la autoridad. Tomó uno al azar, un látigo de cinco puntas con bolas metálicas en sus extremos que tintineaban al chocar entre sí porque no podía evitar temblar. Proceda. El gesto que acompañó la palabra del hombre indicó a Dominga qué esperaban de ella. ¿Era ese el precio que le pagaban por aceptar el engaño? ¿La única satisfacción que obtendría por ceder a su Paco? La rabia acumulada durante semanas se desató. Con el rostro congestionado y los labios apretados, alzó el látigo por encima de su cabeza y con mucha más fuerza de la que se podía esperar de sus escuálidos brazos, hizo que surcara el aire silbando hasta estrellarse las bolas de metal en la carne desnuda de las posaderas de la prostituta, quien se había postrado en un reclinatorio y levantado el camisón hasta la cintura. No gritó, de sus labios no salió ninguna queja al recibir el golpe, aunque Dominga estaba convencida que la había dejado baldada de por vida. Tal vez la costumbre la había insensibilizado. La carne de sus glúteos parecía llevar meses siendo macerada. Tenía todo un arco iris en su piel castigada: moratones en diferentes etapas de curación. ¿Pero cómo había podido ser tan bruta? De los cinco verdugones de los que era culpable, empezó a manar sangre. Dominga se asustó, tiró el látigo e intentó escapar de la casa, pero no fue capaz de abrir la puerta que le daría libertad. Llegó el hombre moreno para socorrerla. Su rostro no delataba enfado, hasta mostraba con cordialidad la imperfección de sus paletas separadas. Frau Eva le está muy agradecida por ayudarla a redimir sus pecados con la mortificación de la carne, dijo, y la dejó ir después de colocar en sus brazos una pesada carga envuelta en un paño blanco. Tuvo que disiparse la conmoción por lo ocurrido para que Dominga sintiera curiosidad y retirara el paño. Era un salami gigantesco, el más grande que había visto en su vida, incluso antes de la guerra. A la mujer le habría gustado secar con un refregón de su pañuelo las lágrimas de alivio y agradecimiento que caían de sus ojos, pero tenía las dos manos ocupadas.

sábado, 26 de marzo de 2016

Ese gordo, loco, bajito

Admito que me gustan los doramas (series asiáticas, principalmente surcoreanas) aunque en realidad sólo he conseguido terminar de ver dos: Secret y Healer. Suelen tener un principio brillante y cuidado, pero se desinflan antes de llegar a su ecuador. Por lo general, es la historia de la Cenicienta contada una y otra vez de mil maneras diferentes. 

En los doramas, a pesar de ser fantasiosos y ñoños, de forma muy naíf, dan a conocer la vida de los ciudadanos surcoreanos. Inevitable compararla con la mía. Inevitable agradecer al azar que me haya hecho nacer aquí y no en Corea del Sur porque seguramente ahora sería una arquitecta frustrada y tendría que trabajar noche y día para pagar los gastos médicos generados por el cáncer de mi padre.  Probablemente inclulso tendría que estar trabajando mi madre (el capitán del transbordador hundido hace unos años, aún no se había jubilado a los 68 años). Nos quejamos y menospreciamos a España, pero aquí no se vive tan mal (bueno es reconocerlo). 

Algo me preocupa de algunos nuevos doramas. Hasta ahora era raro que la acción principal se desencadenara por una catástrofe, y, menos aún, que fueran militares los protagonistas. Como Corea del Sur es un país tranquilo, alejado de los núcleos de las catástrofes naturales, con una sismicidad baja, a pesar de encontrarse a las espaldas de Japón, y sin peligro de huracanes, tornados o tsunamis, me pregunto si el peligro que parecen intuir los guionistas de las series asiáticas, se llama KimYong-un.

¿Estará dispuesto ese gordo con complejo de chincheta -utiliza alzas- a atacar a sus vecinos de frontera? Sólo cabe imaginar un final: ser derrotado por una alianza de los países de su entorno. Sería un momento anhelante: la unión de las dos Coreas, la libertad de un país oprimido, si de esa ecuación se pudieran eliminar los millones de muertos que cualquier guerra moderna produce. 


viernes, 25 de marzo de 2016

La estrategia de la ensaimada

Me han insultado. He recibido un correo electrónico con una única frase: Eres una cursi insoportable. Creo que no estaba tan cabreada desde el día que en el blog de Antonio Muñoz Molina me llamaron niñata de tres al cuarto. En aquella ocasión no me irritó que intentaran molestarme menospreciándome, fueron las palabras que utilizaron. En un lugar lleno de intelectuales, gente muy lista, donde se suele cuidar el lenguaje, me zahirió que utilizaran una expresión digna de un grupo de pandilleras adolescentes. 

De lo de insoportable, no me puedo hacer cargo. Es ridículo que algo en Internet nos resulte insoportable porque tenemos muy fácil deshacernos de ello (cruz, en la parte superior derecha de la pantalla). Y de lo de cursi... sí, lo admito, me han pillado. Soy cursi. ¿Cómo negarlo? En estos momentos, siempre que Guille no está presente a la hora de comer, suelo disfrutar viendo algún capítulo de esta serie: 


La historia entre los protagonistas principales es bastante insulsa, pero la del gánster con la Lolita, resulta entretenida. 

Admitir que veo esas series es delatar que además de cursi soy friki, hortera y no muy inteligente. Por supuesto, me gustaría no tener ninguno de estos defectos, pero negarlos sólo es mentirme. A veces, para disimular, utilizo la estrategia de la ensaimada (como esos señores que para disimular una calva evidente pegan a su cuero cabelludo desnudo un mechón de pelo muy largo al que le dan vueltas y más vueltas). A veces, hago lo mismo con las ideas, les doy vueltas y más vueltas para ocultar los defectos que delatan, pero, al igual que la calva brilla bajo el sol, mis defectos afloran por poco que se preste atención a lo que suelto en este blog o algunos foros. No puedo fingir ser quien no soy. 

Por supuesto, el cabreo no es porque me hayan llamado cursi, que lo soy, el cabreo tiene su origen en que sólo me han llamado cursi. 

Me robaron el sueño al hacerlo. Buenas noches.

miércoles, 23 de marzo de 2016

La soledad de los muertos

Aaaaaaaaaaaaaaaah, ¡me tiene hasta las narices Arturo Pérez-Reverte!!! ¿Dónde diablos tiene ese hombre las neuronas? ¿Por qué diablos se burla de las formas de expresar el dolor las personas? Si alguien enciende una vela o escribe un poema, o deposita un ramo de flores cerca de las tumbas de los asesinados, no lo hace para acojonar a los yihadistas; lo hace para solidarizarse con las víctimas, y, sobre todo, con los familiares. 

¿En qué pretende que nos convirtamos? ¿Quiere que tengamos miedo a todos los musulmanes? ¿Que nuestros niños aprendan lucha personal en los colegios? ¿Que vayamos armados? ¿Que nos convirtamos en soldados? ¿Que paguemos con la misma moneda a los que ya mueren y sufren a manos de los mismos descerebrados que nos asesinan? ¿que pongamos fronteras?

Europa no lo está haciendo tan mal. Quienes se tienen que ocupar de buscar y detener a los terroristas, lo hacen. Quienes tienen que legislar para aumentar la seguridad, lo hace. Quienes tenemos que llorar y lamentarnos por las victimas, lo hacemos. Podría hacerse mejor, si existieran más efectivos para responder a todas las advertencias de sospechosos, pero los recursos son limitados y la locura y sinrazón mucha. 

Fijarse en la posible sensiblería de la sociedad para expresar su dolor después de haber sufrido la pérdida de 34 de los nuestros, es tan ridículo como si después de recibir un disparo en el estómago se piensa: Oh, cielos, se me está manchando la camisa de sangre

Por favor, si tengo la mala suerte de ser una víctima del terrorismo, y sois religiosos, rezad una oración por mí; si sois poetas, escribid un poema en mi memoria; si sois músicos, tocad una canción para recordarme; o, simplemente, encended una vela para que el olvido no sea inmediato. Yo no os lo podré agradecer, pero seguro que reconfortáis a mi madre. 

martes, 22 de marzo de 2016

Mismo perro, diferente collar

Los atentados etarras tienen en mi memoria olor a pan tostado y café. Durante los desayunos, en mi casa materna, se escuchaba la radio. Los etarras solían madrugar, tal vez por la necesidad de que el sueño los emborrachara y les diera valor para lo que no lo necesitaban. ¿Existe alguien más indefenso que quien, desarmado, está atento a las llaves del coche y recibe un disparo en la nuca? ¿O quien regresa a casa echando una ojeada al periódico recién comprado? ¿O el profesor que tras su mesa de despacho en la universidad, espera la entrada de alumnos? 

Si el desafortunado que recibía un tiro era identificado de inmediato, mi madre nos miraba a mis hermanos o a mí para saber si lo conocíamos. A ella nunca se le han dado bien los nombres. Sólo recuerda los apodos y las caras. Por fortuna, o por desgracia, sólo en una ocasión obtuvo una afirmación: un barbero civil que trabajaba en la Base Aérea de Armilla. 

Qué rabia me daba cuando veía en alguna película o serie, por lo general norteamericana, retratar a los etarras como un grupo separatista de guerrilleros, envueltos en un halo de romanticismo y justicia. 


Aquellos luchaban por una supuesta libertad con tufo a dictadura. Estos, los de hoy, los que han asesinado a 34 inocentes en Bélgica, también luchan por la opresión. 

¿Duelen? Sí, incluso más que el doble de víctimas de algún país perdido en el mapa, porque Bruselas está próxima, es conocida, nos permite imaginar sin exageraciones que podríamos haber sido nosotros. 

¿Tendrán consecuencias sobre nuestras vidas de forma inmediata? Guille viajará mañana en el AVE de Madrid a Málaga, mi sobrina vuela a Tenerife con unos amigos, yo iré a los juzgados a defender una pericial... de momento, no hay cambios de planes. Nos los modifica más las manifestaciones folclóricas religiosas que invaden estos días las calles de Andalucía. 

Dentro de unos años, cuando los yihadistas sean derrotados, aparecerá otro grupo terrorista queriendo imponer su voluntad en nombre de dios o cualquier majadería semejante, por medio de la violencia. Poco importa por lo que luchen. Ya los conocemos. Matan porque es fácil, se les hace caso porque nos duele, tal vez consigan disminuir durante un periodo de tiempo algunas libertades; pero nada más. La razón y el tiempo los extinguirán. 

sábado, 19 de marzo de 2016

¿Cuándo llegamos?

Mi tío Fermín me hacía chantaje cada vez que venía a recogerme para llevarme de vacaciones con él. Compraba una enorme bolsa de gominolas con forma de botella de Coca-cola y me la daba. Por cada vez que pidiera ir al baño o preguntara cuánto faltaba, me quitaba una. La bolsa de golosinas siempre llegaba intacta. Creo que tengo una vejiga de tamaño XXXL, y de los viajes siempre me gustó más el trayecto que la llegada. Lo que nunca supe es quién terminaba comiéndose las gominolas, porque yo, por aquel entonces, era muy quisquillosa con los olores y las tiendas de golosinas me parecían perfumerías descontroladas. 

Ahora sí, ahora no paro de preguntar cuándo llegamos al destino de este viaje de incertidumbre en el que nos han embarcado los políticos. El mundo de la construcción, que parecía haber comenzado a moverse después de mucho tiempo, vuelve a estar parado, en un in pass de espera, de indecisión, de expectación. Los directivos del despacho de abogados para los que trabajamos haciendo de vez en cuando algún informe de edificios, aseguran que el capital necesita seguridad. Nadie quiere hacer inversiones arrojándose al vacío. Lo que hoy puede ser rentable, con nuevas leyes e impuestos, puede ser un desastre dentro de pocos meses. Por como hablan en el despacho de abogados, gente muy entendida en macroeconomía, el gobierno ideal es semejante a la banda sonora de una película: para que sea bueno, no debe hacerse notar. 

¿Cuándo llegamos? 

jueves, 17 de marzo de 2016

Las invisibles

Hace poco vi un sillón con un pañito de ganchillo. El sillón estaba en una vivienda que llevaba cerrada más de 20 años, pero sospecho que ya en aquel entonces, era un adorno digno de ser considerado antiguo. 


La única persona que conozco que sabe hacer ganchillo, es un hombre, un sastre mayor. Mi madre tuvo que aprender cuando era pequeña, pero es algo que su memoria no ha querido, ni necesitado, retener. No creo que haya algo con tan poca relación con la mujer en la actualidad y, aunque este año el día de la mujer ha sido bastante crítico con muchas de las celebraciones, nadie ha puesto el grito en el cielo porque en Montefrío, hayan decidido celebrar tal evento cubriendo sus calles con tapetes de ganchillo

¿Para qué sirve el día de la mujer? ¿Para montar eventos del tipo calles-tapetes-ganchillo? Comprendo que sean necesarios algunos días conmemorativos, como los de las enfermedades raras, porque la mayoría de nosotros, por fortuna, las desconocemos por completo. ¿Pero quién, que no sea un misógino recalcitrante, no tiene presente en su vida constantemente a alguna mujer? Aunque a veces somos como invisibles. A pesar de tener en la puerta del estudio una placa dorada con mi nombre, si cuando abro la puerta Guille pulula entre las mesas de los ordenadores, la gente suele ignorarme y dirigirse a él. Es a lo que estamos acostumbrados: el hombre manda y la mujer es invisible. Incluso nosotras estamos acostumbradas a ignorarnos, a quitar mérito a lo que hacemos. ¿Cuántas biografías de nuestras madres o abuelas no serían dignas de ser escritas? Ni siquiera hay que echarle imaginación. Mi abuela, doña Francisca Caballero, consiguió sacar adelante a cinco hijos y al marido pelele que le impusieron. Tenía el don de hacer felices a todo el que estuviera a su lado... 

En lugar de cubrir las calles con tapetes de colores, ¿no habría sido mejor forrarlas con las biografías de todas aquellas mujeres cercanas, pasadas y presentes, que nos han servido de ejemplo? 

lunes, 14 de marzo de 2016

Los sin alma

El Señor de los Boquetes me ayudaba a medir un edificio el día de la fallida investidura de Pedro Sánchez. Llevaba un pinganillo y estuvo escuchando durante toda la mañana los discursos de unos y otros. Se desternilló de risa con Pablo Iglesias. Lo único que no le gustó del dirigente de Podemos es que ninguneara a Rajoy al no mencionarlo. 

A El Señor de los Boquetes le encanta dar patadas a la estructura de los edificios que medimos, y los edificios que medimos suelen estar destinados a rehabilitaciones. Cuando veo algún pilar muy deteriorado, corro y le sirvo de escudo, para que El Señor de los Boquetes no le dé una patada con tanta fuerza que nos enharinemos en polvo. Me da miedo que algún día consiga derribar alguno de ellos y, como en una fila de fichas de dominó, caiga todo el edificio. Aunque el sentido común me debería tranquilizar porque El Señor de los Boquetes es muy viejo (seguro que ya se afeitaba el día que vio extinguirse a los dinosaurios). Si ha conseguido sobrevivir hasta ahora, a pesar de su peligrosa costumbre, es que tiene un sexto sentido que lo mantiene a salvo.

Hasta hace poco creía que El Señor de los Boquetes era de extrema izquierda porque la diana de sus críticas es Rajoy. Pero los extremos se tocan, se parecen tanto que se confundan. El hombre está más allá de cualquier derecha imaginable. El días de la fallida investidura aseguró: Con Paco se vivía mejor. Estas cosas no pasaban. Mandaba quien tenía que mandar y punto. Hice memoria. ¿Qué presidente se llamaba Paco? Rajoy: Mariano, Zapatero: José Luis; Aznar: José María; González: Felipe; Calvo Sotelo: Leopoldo; Suárez: Adolfo... ¿Qué Paco?, terminé por preguntar. Por supuesto, El Señor de los Boquetes cree que soy completamente gilipollas e ignorante porque ya confundí en su presencia un inodoro con un recipiente para agua bendita. 

¿Aceptar la ideología de un dictador, su religión, la censura, la posibilidad de ser encarcelado por motivos ideológicos o sexuales, e incluso a ser asesinado; a cambio de una mayor seguridad ciudadana que sólo está en el silencio de la prensa? Conmigo, que no cuenten.

Entre dos aguas

Es útil nuestra becaria. Apenas es productiva, sus diseños aún son muy infantiles, llenos de elementos extraños que pretenden ser innovadores, pero que son imposibles de llevar a la realidad por lo complicado de su construcción o por el presupuesto. Tardará en aprender que los arquitectos no somos Dios y que nos debemos ceñir a normas y restricciones tan estrictas que nos asfixia la imaginación. Nuestra lucha está en intentar que la imaginación siga fluyendo a pesar de tantas limitaciones. 

Mi becaria nos es muy útil porque nos recuerda que cualquier tiempo pasado no fue mejor. 

Esta mañana apareció con los ojos hinchados y rojos. Una noche de sexo y porros o un resfriado, pensé. Por su bien, deseé que fuera lo primero. Pero soy bastante mala sacando conclusiones. En cuanto le pregunté si se encontraba bien, las lágrimas y los mocos se le escaparon a la vez: se le había estropeado un archivo muy importante y la copia de seguridad que tenía era de hacía siglos. 

Fue fácil recupera su archivo. Era un dibujo. Sobró con utilizar el "recuperar" de Autocad, no hubo que hurgar en los temporales. Durante el resto de la mañana no dejaron de caérsele enormes lagrimones de los ojos, ahora de alivio. 

¡Y pensar que sentí envidia de ella, creyendo que no tenía ninguna preocupación, cuando el viernes, a última hora de la mañana, salió del estudio, con su minifalda, sus botas planas y la convicción de soportar todo el fin de semana de juerga!

domingo, 13 de marzo de 2016

Cuando las palabras no sirven de consuelo

Consejos para quienes tienen un enfermo de cáncer (algunos comentarios son de perogrullo, pero se suele tener la mente embotada porque es una enfermedad que abruma y a veces no se cae en la cuenta de lo más evidente). 


- En todo momento hay que guiarse por la intuición.
- Los productos milagro fuera de la medicina convencional no existen. Es absurdo consumir esfuerzos y dinero en conseguirlos. Con regularidad suele salir alguno que se hace famoso entre los enfermos oncológicos. Cuando mi padre estuvo enfermo eran unas setas que había que pedir al País Vasco, costaban un ojo de la cara y supuestamente servían para suavizar las consecuencias de la quimioterapia. En realidad eran alucinógenas y le hizo más mal que bien porque la euforia que le producía al tomarlas acababan con sus fuerzas. Los porros sí sirven para mitigar las nauseas. 
- No utilizar perfumes ni productos de limpieza fuertes junto al enfermo. La morfina o la quimio les hace tener el olfato más sensible y es posible que algunos no se quejen por cortesía. 
- No invitéis a casa a nadie después de ser sometido el enfermo a la quimio: necesita tranquilidad.
- Algunos enfermos quieren que se les sujete la frente mientras vomitan, otros prefieren la soledad. Si no se conocen las preferencias del enfermo, mejor preguntárselas directamente.
- La quimio, a veces, quema el esófago y llena de heridas la boca: no hay que forzar al enfermo a comer. Hay que buscar alimentos suaves. A mi padre le gustaba el melocotón en almíbar.
- No hay que tener miedo de la morfina. Cuando el enfermo deje de necesitarla, no la echará de menos.
- Antes de que todo empiece, preguntad al médico si es posible que en el futuro sea necesario un auto trasplante de médula. La quimio la deteriora y es posible que cuando sea necesaria, esté inservible (es complicado, aún entre los familiares más cercanos, encontrar un donante de médula).
- Haced caso a los médicos, y no retraséis lo inevitable a costa de sufrimiento.
- Haced caso a los consejos si las defensas bajan.
- Y si hay suerte, una vez superado, comprobad con regularidad la temperatura del exenfermo. No lo canséis poniéndole el termómetro. Tocarle el brazo o la frente, es suficiente, o espiar su respiración: si es acelerada, es posible que tenga fiebre. 

jueves, 10 de marzo de 2016

Quien mucho te quiere, te hará sufrir

El silencio de Málaga está lleno de los graznidos de las gaviotas y su aire, de humedad salobre. Paradójicamente, es Granada en la que parece sonar el mar. Cuando de madrugada, después de pasar los camiones de la basura y haberse recogido todos los borrachos, se escucha un ronroneo que parece el vaivén de las olas, pero sólo es el tráfico lejano de algunas de las vías de comunicación que esquivan la ciudad rodeándola. Me di cuenta de la sonoridad del silencio de Málaga el miércoles pasado, cuando medía el patio de manzana de un edificio aún no habitado. Cuatro paredones llenos de ventanas sin personas, ni ruidos, ni olores. Durante unas horas, fue como estar en mitad de una isla desierta. 

Aunque siempre estoy deseando regresar a casa, al terminar el trabajo me paré a comer junto al puerto. Dice Guille que tengo la cualidad de encontrar los sitios más cutres para comer; pero en esta ocasión no fue así. Ensalada mixta, bacalao rebosado con patatas asadas y flan de la casa, todo por 10 euros. Se puede comer muy barato en Málaga de menú. Mientras hincaba el diente a la ensalada, pensaba en una noticia que apareció en los periódicos hace unos días: una madre sólo deja alimentarse a su hijo con verduras y frutas crudas. Aunque el artículo defiende a la madre, a mí sólo me parece una majarona caprichosa. Existen cientos, miles de estudios que te dirán que cualquier alimento es beneficioso y la misma cantidad que te asegurará que es perjudicial. Si hiciéramos caso a todos los estudios que aparecen publicados, mi dieta -y la de cualquier humano- sería muy equilibrada si bebiera a diario vino, cerveza, café y me atiborrara de chocolate. No quiere que coma alimentos cocinados: el jamón es un alimento crudo, el sushi también, la mojama... ¿Tiene miedo al mercurio del pescado marino? Hay montones de piscifactorías que regulan el agua... Si no encuentra soluciones, es que está obcecada. 

Por supuesto, sería una locura separar a madre e hijo por la dieta; pero, si a la madre de un par de hermanos con sobrepeso, del colegio de mi sobrina, la invitaron a asistir cuando fue a visitarlos un dietista, no estaría de más que la mujer fuera invitada al colegio de su hijo cuando los visitara un psiquiatra.