jueves, 30 de octubre de 2014

El juego

Si vas a Egipto cuando el Estado y las agencias de viaje se comportan como una madre medrosa con sus hijos, y te aconsejan que no vayas; tu descendencia puede pensar que la jubilación prematura te ha desanimado lo suficiente para no querer seguir participando en el juego de la vida. Es lo que le pasó a don Pepe, el suegro de mi hermano, el padre de mi cuñada: en cuanto tuvo la jubilación definitiva -hasta entonces había disfrutado de una intermitente-, con nocturnidad y alevosía, sacó el vuelo para Egipto y se machó al día siguiente después de repartir mensajes con el móvil informando de dónde iba a estar en las próximas dos semanas. Por fortuna no le ocurrió nada. Apenas aterrizó, volvió a hacer lo mismo, pero en esta ocasión su destino era menos peligroso: El Gran Cañón del Colorado. Sólo estaba visitando los lugares que quería ver antes de morir. Aún le queda por hacer otro viaje, a Yellowstone, pero lo ha dejado para más adelante. Durante más de un año ha estado enredado en otro de sus sueños, en el que ha conseguido enredarnos a todos los que tiene a su alrededor. Compró un terreno, no muy grande, y una casa rural cerca de Cenes de la Vega. La casa es una completa ruina que requiere ser rehabilitada por completo; pero el terreno parece ser muy fértil. Un secadero en las inmediaciones delata que hubo sembrado tabaco en algún momento del pasado. 

Esta mañana estuvimos en el terreno mi aparejadora y yo. Fuimos a tomar medidas de la vivienda para hacer un atenproyecto. A cambio de nuestro trabajo desinteresado, don Pepe nos permite sembrar en su terreno lo que queramos. Mi aparejadora llevó huesos de chirimoyo y yo pimientos y una bolsa con semillas de hierbabuena. Ni siquiera sabemos si debemos esperar futuro para lo sembrado. 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Resistencia

Hoy ha sido un día casi festivo. Apenas he trabajado. Ahora (estoy en un pequeño receso) me toca enfrentarme a todos los certificados y correcciones que quedaron aplazados. 

Quiso la casualidad que cuando bajaba del cementerio, me encontrara en el bosque de la Alhambra con una amiga que es profesora de apoyo en un centro de la zona norte de Granada. Estaba con sus alumnos. Habían visitado los jardines del Generalife y esperaban que el autobús del colegio los recogiera. Al principio de curso mi amiga estaba tan decepcionada que le faltó muy poco para pedir un año sabático, con la esperanza de que el  paso del tiempo y la suerte le proporcionaran plaza en cualquier otra parte de Andalucía (estaba convencida que no le podía caer peor colegio). Sus alumnos, por lo menos los que había ido a la excursión, eran adolescentes encerrados en cuerpos de adultos. Revoloteaban a su alrededor, la llamaban maestra, y una niña se aferró a ella, buscando protección, cuando pasó junto al grupo una pareja con un perro, aunque el animal iba con correa. Parece que el nubarrón pasó y ahora está contenta, a pesar de haber tenido que sacrificar su larga melena por culpa de una epidemia de piojos (lleva un pelado tipo Sinéad O'Connor). 


Su transporte llegó y se marcharon. Yo seguí paseando con pereza porque es lo que este tiempo invita a hacer. El otoño asomó sus zarpas durante un par de días, pero como si la climatología quisiera cuidarnos con una transición suave, de inmediato las escondió permitiendo al verano prolongarse hasta producir frustración en los vendedores de ropa (la mayoría no compramos hasta que se produce la necesidad: ¿y si no llega nunca el invierno?). Si la situación sigue igual, me veo celebrando año nuevo como en el hemisferio sur: con bikini y gorrito de Papá Noel.

martes, 28 de octubre de 2014

Calderilla

Granados y su socio tenían sólo unos míseros 5.800.000 euros en tres cuentas en Suiza y Hacienda exime al PP de pagar impuestos por su financiación ilegal (yo también quiero; a mí me pusieron una multa por pagar dos días después de la fecha tope el Impuesto sobre el Valor Añadido). 

Indigna, hoy más que nunca, estos datos. Ha sido una tarde pésima. La mitad de ella me la he pasado intentando tranquilizar a mi aparejadora. Tenía un ataque de ansiedad, y me temo que también está algo deprimida. Dice que su vida es una puta mierda. Ella y su madre sobreviven con una pensión de 500 y pocos euros al mes. No le alcanza para comprarse ropa o zapatos, e inimaginable ir al dentista o adquirir las nuevas gafas que necesita. Quien no la conociera la podría considerar muy orgullosa porque no suele compartir sus problemas (hoy la ansiedad le gastó una mala pasada); pero yo sé que es su temor a importunar con sus lamentos lo que le hace guardar silencio. 

Mientras tanto Rajoy pide disculpas por los casos de corrupción (¿alguien lo considera inocente? ¿cree que no conocía nada de lo que se estaba cociendo a su alrededor?). Y en el Ayuntamiento de Sevilla ponen multas de hasta 750 euros a quienes hurgan en los contenedores de basura (¿habrá mayor sinsentido?). 


Treinta segundos - Segunda parte (historieta)

Quiso la casualidad que a la vez que Leonor salía del polvoriento zoológico, Rodrigo llegaba a la sala de costura -faltando a su costumbre de no pisar nunca aquella parte de la fábrica- y una de las chicas, distraída, se cosía la palma de la mano a la prenda que tejía. Hubo sangre y gritos, y antes de que llegara la ambulancia, incluso un desmayo. El encargado de planta pidió a Leonor que acompañara a la herida, así, de paso, podían darle algún antibiótico para evitar que enfermara por culpa de los mordiscos de las ratas. Pero el encargado no la protegía de los roedores. Cuando Rodrigo empezaba a subir las escaleras metálicas para volver a la parte noble de la fábrica, el encargado le susurró: A la niña me la dejan, que es una de las pocas que se rompe el espinazo trabajando.

La imaginación de Sebastián, comparada con la de Rodrigo, era escasa, casi nula. Desde la noche que recogieron a Leonor en el camino para devolverla a las comodidades de la civilización, entre el secretario y la mujer se inició una amistad lo suficientemente profunda como para intercambiar algunas intimidades. A él llamó cuando necesitó consuelo por haber encontrado a su novio en su propia cama, metiendo mano a la hija de una vecina que no pasaba de ser una adolescente. Maldijo a las ratas por haberla arrastrado a casa cuando aún faltaban varias horas para finalizar su jornada de trabajo. Utilizó a Sebastián como paño de lágrimas y para pedirle permiso para quedarse durante el fin de semana en el cuarto de descanso de las trabajadoras de la fábrica. Vestir siempre traje y estar pegado al jefe en todo momento, a los ojos de Leonor le proporcionaba un poder que en realidad no tenía. Sebastián habló de inmediato con el vigilante, pero hasta la tarde del domingo no hizo ningún comentario a su jefe. En el inventario de las peores noches de Rodrigo, aquella ocupaba el primer puesto. Estaba convencido que en cuanto la fábrica se quedaba en silencio, las ratas salían de sus escondites, en busca de calor. Cerraba los ojos y veía a un centenar de ellas devorando el escuálido cuerpo de Leonor, debilitándola durante el sueño lo suficiente para que fuera incapaz de pedir auxilio al despertar. Cuando a la mañana siguiente la vio en su puesto de trabajo, con ojeras por haber llorado, pero completamente indemne, sólo el temor a ser considerado un loco evitó que corriera a abrazarla.

Pocas noches más durmió Leonor en la habitación de descanso de las trabajadoras. Rodrigo la contrató de acompañante en reuniones sociales. Le resultaba muy divertido llevarla colgada de su brazo. Era como una niña pequeña que se ha colocado en una fiesta para adultos. Con la excusa de necesitar tenerla cerca para evitarse la molestia de hacer muchos kilómetros al ir a buscarla, le alquiló un apartamento a pocos metros del suyo. Las señales eran inequívocas; y no sólo por el dispendio económico que hacía para adornarla; lo más importante estaba en los detalles. Si Rodrigo la veía bostezar en alguna reunión, aunque acabaran de llegar, le proponía marcharse; le reía las bromas, aunque no tuvieran gracia; la obligaba a cogerse de su brazo porque sabía que ella y los tacones eran incompatibles; y si la noche era propicia, el último tramo hasta la casa se convertía en una caminata de pasos muy cortos y lentos. Pero la madrugada que Leonor, con la ayuda del valor sacado de un vaso de whisky, quiso satisfacer los aparentes deseos de Rodrigo, el hombre giró la cara evitando un beso en los labios. Aquel fue el primer y único momento incómodo que sintieron el uno frente al otro. El reflejo del rostro de Leonor en el espejo del ascensor, ensombrecido por la decepción, el cansancio y la escasa luz cenital, anodino a pesar de los cientos de euros gastados en maquillaje; hizo que creyera comprender: Rodrigo la llevaba a las fiestas para deshacerse de las chicas que se pegaban a él como lapas, nada más, y ella acababa de estropearlo. Pero no tuvo valor para hacer una llamada telefónica o mandar un mensaje rogando perdón: eso la habría convertido en una mentirosa. 

Apenas habían pasado dos horas cuando el deseo de Leonor venció a su voluntad y quiso correr hasta el apartamento de Rodrigo para pedirle que olvidara lo sucedido. No volvería a hacer el ridículo ofreciendo lo que él no deseaba. No se percató que sobre la ciudad el cielo comenzaba a teñirse con la suciedad de las primeras luces del día; pero poco importó porque fue innecesario cruzar el umbral de la salida: apoyado en la puerta estaba Rodrigo, había estado allí todo el tiempo, a muy pocos metros de ella, sin atreverse a llamar ni a irse. 

La luz del mediodía es tamizada por las cortinas naranja del dormitorio y baña la espalda desnuda de Leonor haciendo que su piel parezca muy morena y suave. Está tan dormida que Rodrigo puede acariciar su cuerpo sin temor a despertarla. Sonríe satisfecho. Aunque nunca los contabilizará, son de media 30 los segundos que todas las mañanas, en el futuro, disfrutará de plena felicidad: desde el momento que el abandono del sueño le devuelve la conciencia, al de comenzar a estar abrumado por los temores. Había esperado ante su puerta para contarle la verdad, pero la curiosidad le pudo: ¿a qué sabían sus labios? ¿cómo reaccionaba cuando le tocaba la nuca o la apretaba contra su cuerpo? ¿qué consistencia tenían sus pezones cuando las caricias los erizaban? 

Había ido a contarle la verdad, pero terminó sabiendo que Leonor emitía un ronroneo placentero mientras mantenía relaciones sexuales y un quejido ahogado al correrse. ¿Por qué ella, cuando era la única mujer de toda la Tierra que le estaba vetada? Desde muy pequeño lo habían predispuesto para odiarla, le habían cincelado en la memoria el nombre y apellidos de Leonor: su futura existencia, fruto del amor con otro hombre que no era el padre de Rodrigo, le usurparon el cariño y la presencia de la madre durante toda la infancia. Y ahora no podía evitar amarla. 

lunes, 27 de octubre de 2014

La muerte de los intocables

Imagino los dedos presurosos de los periodistas sobre los teclados, echando humo, intentando redactar lo que sus cerebros acaban de comprender a duras penas. Cincuenta y uno corruptos detenidos hoy. En los últimos meses no es raro encontrarnos con la noticia del descubrimiento de un nuevo caso de corrupción; en los últimos tiempos, concentrados en el partido político del PP. Es como si le exigieran, para ser aceptados entre sus filas, no tener moral y sí unos bolsillos muy grandes para llenarse con el erario público (la pasta de todos). He estado toda la mañana muy liada, fuera, sin posibilidades de escuchar la radio o leer un periódico. Esta tarde Guille tiene trabajo fuera y hemos comido temprano, en un bar frente al río, en la terraza, porque hace muy buen día. Por la ventana abierta del establecimiento, veíamos las noticias. Mi primera reacción fue la incredulidad: No es posible. Nos vamos a quedar sin políticos a este paso. ¿Es que no hay ni uno que no sea corrupto? Luego pasé a la indignación: Están convirtiendo nuestro país en un circo. En una mofa. España va terminar siendo sinónimo de corrupción. (Guille no me hacía puñetero caso porque estaba concentrado en evitar comerse algún guisante de su paella -odia los guisantes, creo que porque siempre le ponemos una bolsa de guisantes congelados en los golpes que se da para evitar las inflamaciones-). Al final sólo me  he quedado alucinada: ¿será que la policía y los jueces ya no les tienen miedo? ¿O que están enfadados porque la crisis los ha obligado a una vida más precaria y han dejado de no querer ver lo que, para ellos, ha sido evidente siempre?


domingo, 26 de octubre de 2014

Treinta segundos - Primera parte (historieta)

Putéala, había sido la única y precisa petición de Rodrigo. Sólo el aspecto de la muchacha convertía en extraña la solicitud. Era normal que el amigo de una de sus tías o un antiguo compañero de clase que no había dejado residuos en su memoria, le pidieran trabajo para una jovencita cuyo único y exclusivo propósito era seducirlo. La mayoría no lo hacía con intenciones perniciosas y egoístas. Era verdad que buscaban un futuro cómodo para la chica escogida, pero también, que todos ellos tenían la convicción de que su felicidad sería completa si fundaba una familia. Por eso arrastraban hasta sus narices chicas sensuales, voluptuosas, amables, capaces de desprender distinción por cada uno de los poros de su piel; como si se trataran de mercancía en exhibición. Nunca se negaba a satisfacer el favor al interesado, después de todo Rodrigo era un hombre de negocios: así siempre estaba rodeado de deudores. Resultaba más cómodo hacer desistir de sus propósitos a las cómplices en aquel juego de celestinas. Era fácil. Después del primer día, ninguna había vuelto a aparecer por la fábrica. Pero Leonor en nada se parecía a sus predecesoras. Resultaba tan anodina y normal que cuando estuvo mezclada con el resto de trabajadoras durante la hora del almuerzo, Sebastián no pudo distinguirla y tuvo que esperar a que ocupara de nuevo su puesto de trabajo para saber que aún no había desistido. Estaba ante la taladradora, donde se le abrían un par de agujeros a las bragas náuticas que sus compañeras habían confeccionado. Sebastián consiguió que le explicaran mal cómo hacerlo y durante horas esperó los gritos furibundos del encargado de planta al percatarse del error cometido por la novata. Aquel primer día ganó Leonor. Le había parecido extrañas las explicaciones recibidas y prefirió fiarse de la muestra que había en el expositor. 

Dos, tres... siete días sin mencionarla. El trabajo enterró el recuerdo de Leonor en la mente de Rodrigo; pero no en la de Sebastián, quien cada día sentía más curiosidad: ¿qué relación existía entre su jefe y la chica? Por casualidad supo que no era una de conocimiento directo. Después de firmarle el primer cheque de la paga y saber que continuaba en la fábrica, Rodrigo volvió a insistir: putéala, hasta que llore sangre y salga corriendo. Para entonces Sebastián ya conocía los puntos débiles de Leonor, y uno de ellos eran los números. Era lenta con las cifras; pero también, cabezota. La puso a ordenar las muestras de telas, todas numeradas. Cuando terminó el trabajo, en la fábrica sólo quedaban las ratas y el guardia de seguridad. Sebastián y Rodrigo habían salido pocos segundos antes. El tiempo que se entretuvieron en sacar el coche del aparcamiento, sobró para que Leonor llegara a la parada del autobús. Nadie le había dicho que a aquella hora ya no pasaban. Una carretera secundaria llena de baches, más de 15 kilómetros hasta la ciudad, sin iluminación, el frío de las noches de finales de noviembre lleno de humedad por el riego de los sembrados. A cien metros, la chica, iluminada por la única farola del camino, parecía estar bajo el foco de un escenario, rodeada por una ligera neblina. Sólo cuando la primera curva la ocultó a sus ojos, Rodrigo salió de su letargo y pidió a Sebastián que volvieran a por ella. Muchas palabras de gratitud, pero ninguna que delatara una relación anterior. A los pocos minutos sólo eran dos personas agotadas a final de una jornada interminable de trabajo, incapaces de mantener una conversación de cortesía. Sebastián se limitaba a conducir.

Las mañanas luminosas de invierno sólo resultaban cálidas a través de los vidrios de las ventanas. La experiencia hacía saber que, en el exterior o cualquier recinto sin calefáctar de  la fábrica, el frío se clavaba como cristales de hielo en cada poro de la piel que quedaba al descubierto. Por esa razón Sebastián retrasó hasta el mediodía, cuando la temperatura subía unos grados, el nuevo castigo que Rodrigo quería imponerle a Leonor. ¿Por qué la odiaba tanto? ¿Qué le había hecho? Su obsesión por la chica parecía sadismo.

Al viejo almacén sólo dejaban entrar a uno de los ordenanzas. Al hombre, descomunal en talla y menguado en inteligencia, las alimañas le resultaban indiferentes. Todas las telas que la moda volvía desfasadas, iban a parar a aquella enorme, gélida y caótica habitación. No era raro que pocos años después, lo antiguo volviera a considerarse moderno. Leonor salió bien parada de su encuentro con las ratas, sin contar la repugnancia y miedo que le producían. Media docena de mordiscos en las manos, pero sólo uno le llegó a la piel; el resto no atravesaron la gruesa tela de los guantes; y otro mordisco en el tobillo. Lo que más le dolió fue que le rompieran los leotardos. Los estrenaba ese día porque por la noche, era viernes, había quedado con su novio para cenar fuera. No imaginaba que antes de terminar el día habría perdido el derecho de considerar propios a su novio y su casa. 

El abrazo del oso

Obama ha abrazado a Nina Pham en cuanto salió del hospital. Cuando sea dada de alta, ¿quién abrazará a nuestra Teresa Romero para demostrar que no es contagiosa? 

Hace mucho tiempo, cuando la televisión emitía en blanco y negro, en una playa de Palomares, un pueblo de Almería, un avión norteamericano cargado con armamento termonuclear sufrió un accidente al repostar combustible en el aire. Cuatro bombas cayeron en el mar Mediterráneo y Fraga, un ministro del franquismo que luego fue demócrata, se puso en gayumbos y se metió en el agua para demostrar a los españoles que no había peligro. Pero en las imágenes había trampa: la playa del reportaje no era donde se produjo el accidente. Tal vez Rajoy podría hacer algo parecido. Mezclar imágenes de la salida de Teresa Romero con las del abrazo a una doble de la auxiliar de enfermería; no por temor a un contagio (aunque este gobierno ha demostrado ser bastante ignorante e inútil respecto al conocimiento real del ébola) sino por la casi completa seguridad de que el contacto del presidente será rechazado por la auxiliar. Imagino que en este momento habrá alguien del departamento de imagen de Rajoy comiéndole el tarro a Teresa, asegurando que ese abrazo es necesario para la tranquilidad ciudadana y por su propio bien, para evitar que sus vecinos le tengan miedo. 

También es posible que el partido del gobierno quiera aprovechar la oportunidad del alta de la auxiliar de enfermería para salvar el culo de su consejero de sanidad en Madrid (Javier Romero, el mismo tipejo que la llamó inútil y mentirosa). Y lo obliguen a recibirla con un perrito como regalo para sustituir a la mascota que se cargaron (ha demostrado ser aún más insensible, así que no sería extraño). Lo raro sería que el consejero no pusiera impedimentos para la reunión por temor a su salud. Hay que recordar que él mismo censuró a los periodistas que rodearon al médico que estuvo 16 horas atendiendo a Teresa, como si debieran tener miedo al contagio cuando se nos había dicho hasta la saciedad que una persona sólo es contagiosa cuando presenta los síntomas y esto sólo es posible, como muy pronto, cuatro días después del contacto (menudo cacao mental tiene Javier Rodríguez). 

Si este blog lo leyera más gente (a duras penas llega a los 40 visitas diarias, y sospecho que la mitad son bots), propondría que todos los que se encuentre en el futuro con Teresa, la abrace, para que sienta el calor humano que han sido incapaces de demostrarle los mismos que la pusieron en peligro de muerte. Tenemos que recordar que gracias a personas como ella, y a pesar del gobierno, en este país aún no vemos imágenes como ésta:




viernes, 24 de octubre de 2014

Requiem por el buen doctor

Estos días, adquirir las flores para los muertos es todo un ritual. Hay que escogerlas entre las menos feas, cortas sus tallos de grueso alambre, hincarlas en un corcho verde... y dentro de unos días, hacer el hermoso paseo hasta el cementerio atravesando el bosque de la Alhambra, guardar cola  para ser atendida por los chavales que se juegan la vida subiendo por escaleras de mano, cinco o seis metros del suelo; y mirarlos colocar las flores con la mente tan vacía como la propia tumba (las cenizas de mi padre están en una urna, sobre la cómoda del dormitorio de mi madre). Hace tiempo que aprendí que es mejor no adquirir los adornos florares para el nicho ya montados porque no suelen servir. Las flores tienen que estar en un plano vertical con el corcho porque quedarán aprisionadas por un vidrio, y muy bajas; a pesar de ello nunca he conseguido evitar que cubran el Tu esposa e hijos no te olvidan. Siempre he sido yo quien se ha ocupado de este ritual tan absurdo que sólo sirve para satisfacer a mi madre. Los primeros años iba con mis hermanos o alguno de mis tíos, luego, sola. Cuando le dije a mi madre que me iba a estudiar a Granada -mis opciones hasta entonces habían sido Sevilla o Madrid- se alegró mucho. Así podrás visitar a tu padre, soltó, como si aún estuviera vivo. 

Creo que pocos objetos me entristecen más que las flores artificiales. Aunque estén recién compradas, ya las imagino desvaídas por el sol y polvorientas por culpa de la intemperie. Casi siempre señalan, como si se tratara de una brújula muy precisa, un hecho luctuoso. No es difícil verlas en cualquier trayecto que hagamos por carretera. Sólo hay que estar atentos a una curva más cerrada de lo normal o, incomprensiblemente, junto a un árbol en un tramo recto. Nuestro médico de cabecera murió con toda su familia, mujer y dos hijas, en uno de esos tramos cuyo peligro sólo está en un error humano (o divino, si lo que ha fallado es el organismo del conductor). Mi hermano mediano, a quien había curado el asma, llevó dos ositos de peluche y un ramo de flores al lugar del accidente. Ocurrió hace muchos años. La muestra de admiración de mi hermano desapareció sin soportar el primer invierno; pero fue sustituido por otros. Aún hoy, después de tantos años, sigue habiendo un recordatorio en el lugar exacto donde murió nuestro doctor y su familia. Era un buen médico. 


jueves, 23 de octubre de 2014

Torrente for president

Siempre pensé que sería muy fácil programar Autocad para que diseñara por nosotros algunas instalaciones de los proyectos. Sólo no tener suficientes conocimientos para programar (seguro que terminaba consiguiendo únicamente una frustración) me ha evitado intentar diseñar la forma de hacerlo. Aunque sería muy cómodo sentarse ante el ordenador y mirar con los brazos cruzados al programa diseñar las instalaciones por nosotros. Por eso me da mucha envidia en estos momentos Santiago Segura. Con los brazos cruzados está viendo cómo la actualidad le escribe el guión de Torrente 6. 


Imaginad esta escena: Torrente sentado ante una enorme mesa de roble, a su derecha, Francisco Camp, en el papel de sastre (Torrente tiene que cambiar su aspecto cutre si quiere ser presidente) enseñándole telas; a su izquierda, El Pequeño Nicolás informándole de la agenda del día (¿qué mejor secretario que alguien con tan buenos contactos?); ante a él, el arzobispo Cañizares (todo futuro presidente necesita relacionarse con el clero para conseguir su apoyo). Por supuesto, el arzobispo debe ir ataviado con la capa de no sé cuántos metros de largo. Y mientras, Olvido Hormigos bajo la mesa, practicándole una mamada... Blesa, Rato, los Pujol, La Pantoja (en el papel de La Legítima)... y un interminable etcétera que ni el mismo Cela en La Colmena habría podido imaginar. 

¡Qué envidia! Al resto de la humanidad la actualidad no nos mima tanto. 

martes, 21 de octubre de 2014

Los malditos

El ministerio de educación (no sé si aún tenemos de eso) debería dar un premio al programa Sálvame por su contribución en la enseñanza del bullying a los alumnos españoles (y seguramente internacionales). Los tertulianos, que nunca están de acuerdo en nada, de repente hacen causa común y todos se lanzan contra la víctima como una jauría furiosa. Lo hacen muy bien. Lo bordan. A menudo hasta consiguen hacer llorar a la víctima; aunque, de momento, entre sus proezas no se puede contar ningún suicidio. (Espero que se me haya pillado la ironía). 

A menudo recuerdo a mis primeros jefes. Dos de ellos también fueron mis profesores. No eran arquitectos estrella, pero se comportaban como tales. Esbozaban en la servilleta de un bar el volumen del edificio a proyectar y los demás, sus abejas obreras, debíamos pelearnos con la normativa para que lo imaginado y lo finalmente dibujado en Autocad coincidiera lo más posible. Para ellos el trabajo era muy aséptico, tan limpio que se podían permitir el lujo (o la incomodidad) de ir todos los días con traje y corbata. Tampoco se pringaban en el estudio. Alguno, estoy convencida de ello, no sabía ni encender el ordenador. Supongo que ese comportamiento proporcionó a la carrera de arquitectura un prestigio que tal vez nunca ha merecido. Pero tampoco creo que merezca el enlodamiento al que está siendo sometida en la actualidad. Como esos personajes del programa de la tarde de Tele 5, los culpables de dictar la leyes y normativas nos están castigando por alguna sádica razón. 

Empezaron por aceptar igualar a la nuestra titulaciones extranjeras que nada tienen que ver, que sólo se parecen en el nombre (un arquitecto paisajista norteamericano en España tiene nuestras mismas competencias). Le siguió el código técnico de la edificación. Tan pésimamente redactado que es obligatorio preguntarse si no será un plagio del código chino, traducido con el google traductor. Se apresuraron tanto en sacarlo que estaba lleno de errores e imprecisiones que constantemente obliga a que salgan modificaciones, y al técnico, a releérselo cada poco tiempo. Tal vez lo peor del CTE sea el apartado destinado al ahorro de la energía. En un par de años ya hemos utilizado cuatro certificados energéticos diferentes. Lo último ha sido permitir que competencias que hasta ahora sólo teníamos los arquitectos, ahora también las tengan los ingenieros. De nada han servido protestas y huelgas. 

Jamás me imaginé tan endiosada como mis primeros jefes: rodeada de acólitos, más que de empleados, imponiendo mis normas e ignorando las de los demás. Pero tampoco me imaginé con el temor constante a que ese título colgado en la pared del despacho se convierta en papel mojado. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Los sin nombre

La primera vez ocurrió hace cinco o seis, tal vez siete años. No tengo buena memoria para las fechas que me entristecen. Era Semana Santa. Estábamos en Barcelona y los días de vacaciones convencionales (había que tomarlas los días marcados en rojo en el calendario), nos obligó a meternos en la boca del lobo (es una locura visitar Andalucía en Semana Santa si eres alérgica al Vellocino de Oro y toda la parafernalia que lo rodea -incienso, mantillas, cera en el pavimento, fanfarria desafinada... -). Íbamos a visitar a mi familia. Tuvimos que cambiar el viaje en avión por el tren; pero no nos importó. Jamás me parecieron tan breves aquellas diez horas infinitas. Hasta creí no haber estado consciente durante todo el viaje. Nos sirvió para darle nombre -aún éramos novatos en eso de la decepción-. E inventarnos su futuro. Miquel si era niño, Neus o Mireia, si era niña -cualquiera que no fuera Rebeca-. Hicimos promesas de silencio que inmediatamente rompimos. Antes de llegar a Granada, el pitido que informaba de la llegada de mensajes al móvil era como una ráfaga de metralleta: constante y regular: un bombardeo de enhorabuenas.

Aquella primera ocasión fue un falso positivo. Miguel o Nieves nunca pasaron de ser dos rayitas paralelas en un test. Le siguieron otros que ya no tuvieron nombre (no contabilizamos las desdichas). El último erró dónde tenía que asentarse y fue creciendo camuflado tras los síntomas de un resfriado. Ya no existe. Ya no duele. 

lunes, 13 de octubre de 2014

Cosas perdidas - Tres

Uno de mis primos. Debería haber vuelto de las vacaciones al final de agosto. Nadie lo echó en falta porque está divorciado, sin hijos. Su madre murió (era el pegamento que mantenía unida a la familia). Su padre está demasiado preocupado con sus propios problemas para querer hacer caso a los de otra persona (aunque sea carne de su carne -esta frase se la he robado a mi madre-). Trabajaba para Gas Ciudad, calculando caudales y diseñando circuitos. Intentaron contactar con él sin conseguirlo; pero no se les ocurrió poner una denuncia o avisar a la familia directa. 

Se llama Paco, Francisco, y el día 4 de octubre fue su onomástica. Entre mis primos, sólo nos felicitamos el día del santo, no del cumpleaños, porque no tenemos tan buena memoria. Así sólo tenemos que mirar el santoral. Además, es fácil, porque toda mi familia está llena de nombres repetidos. Francisco, siete u ocho; Miguel, otros tantos; Gabriel, el doble... Ninguno pudimos contactar con él. Pusimos una denuncia en la policía; pero dudo que hicieran algo (un adulto, sin evidencias de haberle ocurrido nada...). Al final lo encontramos gracias a las redes sociales (al twitter) y a una de esas extrañas carambolas que se dan de vez en cuando. La mujer de uno de los contactos de mi hermano (sólo tiene a clientes con los que no suele tener relación social) vio la fotografía que mi hermano colgó de nuestro primo. Pudo identificarlo como uno de los pacientes de la clínica de estética en la que trabaja la mujer. Mi primo fue a que le quitaran unos bultos de grasa que le salen bajo los brazos y aún permanece hospitalizado por culpa de una infección. No contactó con nosotros porque no quería que nos enteráramos de su operación.

Da bastante miedo comprobar lo fácil que es convertirse en un fantasma, ignorado por todos. Si mi primo se hubiera llamado Guillermo, por ejemplo, cuyo santo es el 25 de junio, seguramente no habríamos notado aún su ausencia. 

Cosas perdidas - Dos

La memoria de mi tía. Fue a pasar unos días con sus nietos y nuera a Albacete. Durante unas horas se le desconectó el cerebro. No sabía cómo había llegado allí y deambuló casi toda la noche buscando la estación de tren para volver a su casa. Ha estado dos días en el hospital. Según ella (ya está completamente recuperada) es como si le hubieran hecho una entrevista personal a cada una de sus neuronas, por el montón de pruebas a las que ha estado sometida. No le han encontrado nada. Está perfectamente. Nadie se explica qué le pasó. Ella cree que se le fundió algún plomo al salir de su casa y encontrarse en un lugar desconocido. 

Cosas perdidas - Uno

El tiempo de toda una semana. He ido enlazando pequeñas dolencias que me ha tenido tenido arrebujada en el sofá o la cama. Ahora tengo que recuperar esas horas perdidas en la semi inconsciencia de la pereza.

jueves, 9 de octubre de 2014

¡Dejadme tener miedo!

Si los datos engordaran, ahora mismo mi panza sería oronda, redondita, como un globo, semejante a la de Papá Noel. Estos días es inevitable ver documentales y leer noticias sobre el ébola. Pero cuantos más datos tengo, más confusa estoy, sobre todo por la forma de actuar de la administración.

Algunas preguntas que me hago:

Creo que no se sabe cuánto tiempo está vivo el virus fuera del cuerpo humano. Los científicos admiten este desconocimiento, aunque en algún documental escuché que 21 días y en algún periódico, de 1 a 24 horas. Supongo que los primeros minutos después de haber sido depositado será cuando el virus es más peligroso y virulento. ¿Si es así, por qué se ha tardado más de 48 horas en limpiar las zonas comunes del edificio donde vive la infectada? ¿Si es así, por qué aseguran que es muy complicado que te contagies en un autobús? Porque en los autobuses lo más normal es que vayas sujeta a una barra de hierro. Si se tiene fiebre, el sudor es inevitable. Un autobús atestado de gente y una mano que va impregnando de sudor contaminado toda la barra a la que se aferran los demás viajeros....

¿Por qué esa precisión de la temperatura para considerar sospechoso un posible caso de ébola? La temperatura normal de mi Guille es de 36.5ºC, cuando tiene 37.0ºC, para él, es fiebre. A mí me operaron de apendicitis afebril, y estaba a punto de sufrir una peritonitis. La misma enfermera tenía sólo 37.2ºC, confirmado por un médico, el día antes de ser hospitalizada. 

¿Nuestro virus del ébola es más delicado que el de, por ejemplo, Sierra Leona? Porque en los países (supuestamente subdesarrollados) de África, antes de quitarse los trajes protectores, pisan en un barreño lleno de desinfectante y se lavan las manos enguantadas antes de retirar el traje. 

¿Por qué llama mentirosa a la auxiliar de enfermería el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid? De su propia cosecha y negando las evidencias, Javier Rodríguez asegura que la enferma mintió al dar a conocer su temperatura. Pero, cuando su estado de salud empeora, ya estando bajo observación médica, su temperatura alcanza los 38ºC -es decir, hasta entonces la había tenido más baja-. Y, ¿por qué se le exige a la auxiliar de enfermería que se considere enferma con el ébola cuando el centro de riesgos laborales de su hospital, con el que contacta al sentirse mal, no la consideran en riesgo?

Demasiadas meteduras de pata, agravadas por la constante intención de culpar a la más inocente de esta crisis: la contagiada. 

Así que, por favor, dejadme tener miedo (no del virus, que se puede vencer) sino del montón de patanes que están convirtiendo un error en un desastre. 

El coste del orgullo

¿Para qué sirve? A mi pregunta infantil, mi padre respondió que para destrozar el asfalto de las calles por las que pasaban los tanques y carros blindados. Hoy día mi pregunta sería otra: ¿Cuánto nos cuesta? Me refiero al desfile militar del día de la Hispanidad. La respuesta es 800.000 €. Con la que está cayendo, ¿necesitamos este dispendio? No creo que ver pasar un montón de armamento por una calle o ver volar unos aviones, haga sentir a alguien más patriótico (en todo caso, más cabreado, si el desfile interrumpe su transito normal por Madrid). 


lunes, 6 de octubre de 2014

Unos hilillos

Preocupa imaginar que tenemos a los ineptos de turno para resolver una crisis que se puede convertir en mundial. ¿Será España la culpable de miles, millones de muertes debido al ébola? Imposible olvidar en estos momentos los hilillos de plastilina del Prestige que en realidad fueron toneladas de petróleo, o las bombas de ETA en los trenes de Madrid, cuando los auténticos culpables exigían que fuera reconocida su autoría; o la negativa de la existencia de una crisis cuando ya se producían los primeros suicidios por asfixia económica (los ineptos están en todos los partidos). 

La evolución de la enfermedad está clara. Los médicos aseguran que es imposible que se recupere un enfermo cuando los daños comienzan a ser graves, evidenciados por hemorragias. Los dos enfermos que repatriaron ya estaban agónicos, en las últimas fases de la enfermedad (sobre todo el segundo), lo demostraron los pocos días que sobrevivieron a su traslado, el que debió ser un castigo para ellos. Maltratar dos cuerpos enfermos, poner en peligro la vida de miles de personas a cambio de tranquilizar la conciencia a alguien. ¿Valió la pena?


Debería estar asustada por el virus invisible; pero da más miedo la forma de defenderse del gobierno: con la desinformación o el silencio. ¿Por qué lugares se ha movido la auxiliar de enfermera? ¿Con qué personas ha estado en contacto? Estaba de vacaciones, ¿se trasladó a alguna otra ciudad?

Si no estuviera resfriada por el enfriamiento del día de la tormenta, mi enfado sería más contundente. 

sábado, 4 de octubre de 2014

Esa delgada línea

El azar hace que a veces un mismo tema nos acribille los sentidos. La religión se encuentra en cualquier periódico o noticiero que se mire estos días. Los yihadistas asesinan a los más inocentes, a quienes regalaban su tiempo a cambio de sentir la satisfacción de saber que hacen el bien; amenazan con cortarnos la nariz y degollarnos a quienes nada tenemos que ver con ellos; los obispos insultan al gobierno español (laico) por mostrarse democrático y hacer lo que la mayoría exigía: no seguir con la ley del aborto de Gallardón; en Corea del Norte detienen a un turistas norteamericano por olvidarse en la habitación del hotel una biblia... 

He observado con temor y curiosidad a mi sobrina durante los primeros años de su vida. Desde que nació, nadie la ha perturbado con creencias de dioses o hadas (como aconseja mi admirado Richard Dawkins). Temí durante ese tiempo que la idea de la muerte y sus consecuencias (dejar de tener consciencia durante el resto de la eternidad) la atormentaran, o que su moral fuera mucho más relajada que la de un niño que teme el castigo divino. Nada la diferencia de sus compañeros y amigos. Es fácil deducir que la religión es superflua en el desarrollo de una persona. 

La religión está en un débil equilibrio entre algo beneficioso y perjudicial. Sin ella la soledad de muchas personas, sobre todo mayores, sería aún mayor. Pero para muchas otras, se convierte en un lastre que merma su felicidad. Como los remordimientos del beato por masturbarse, la incompatibilidad de las parejas en la cama por haber esperado hasta la boda (como Dios manda -la mayoría de los dioses lo ordenan así-), el interminable tiempo perdido en ritos que sólo sirven para hacer ejercicio con la mandíbula por culpa de los bostezos... la pederastia, el robo de bebés, el asesinato en nombre Dios no se le puede achacar a la religión. Esos delitos igualmente se realizarían en nombre de una nación, de un fantasma o de sus propios genitales. 


viernes, 3 de octubre de 2014

Llamémosle Tapón

¿Está bien alegrarse del mal ajeno? ¿Es siempre la respuesta a esta pregunta no?

Kim Jong-un, el dictador norcoreano, se ha roto los dos tobillos por culpa de su gula y por su complejo de bajito (está muy gordo y anda con tacones). Es dramático que en un país donde la mayoría de sus ciudadanos está mal alimentada (sobre todo los prisioneros en los campos de trabajo -lavado cerebral, como en la novela 1.984-, a los que se priva de alimento durante días -un prisionero delató a su madre por un plato de arroz-), su dictador sufra obesidad mórbida. 



Esta noticia tiene más peso del que parece. Es raro que una persona con obesidad y alcoholizada sea longeva. ¿Tiene Kim Jong-un los días contados?

Vuelvo a preguntar: ¿está bien alegrarse del mal ajeno?


Los problemas de los compañeros de mis compañeros...

... son mis problemas. 

El problema del compañero de mi aparejadora: Tiene una imagen ráster que debe estirar en uno sólo de sus ejes; pero las imágenes ráster sólo se pueden escalar de forma proporcional en sus dos ejes. No podemos hacer que el eje X mida una cosa y el Y otra, fuera de la proporcionalidad de la imagen. Solución: convertir la imagen ráster en un bloque.

Crear un bloque es muy fácil, se pulsa el icono correspondiente de la barra de herramientas, o se escribe bloque en la línea de comandos. Nos sale la siguiente pantalla.


Se le da al bloque el nombre que queramos, se selecciona un punto de designación (a mi me gusta que sea una de las esquinas de la imagen) y se selecciona la imagen ráster, como único componente del bloque. Ahora, abriendo el cuadro Propiedades y seleccionando el bloque (que está compuesto por la imagen), nos permite darle una escala diferente al eje X y al eje Y.



Ira

¿Hay personas que son felices estando enfadas? Es una pregunta retórica. Sé que sí. Es muy normal encontrarlas en Internet. Gente que va de víctima y hace creer a los pocos incautos que la leen, que todo el mundo está contra ella por razones peregrinas. También la hay fuera del ciberespacio. Tengo unos vecinos frente a mi piso que se tiran discutiendo desde la mañana a la noche: gritan, discuten y resulta extraño que alguno no termine llorando. Son muy molestos, no por los gritos, sino por saber que personas aparente completamente sanas, se esfuerzan por estar amargadas.

Siempre he querido saber cómo es posible que encuentren tantas razones para las riñas, o si es una que prolongan y gastan durante días y semanas. No se me había ocurrido pensar que, simplemente, se las fabrican.

Uno de los compañeros de fútbol sala de Guille tiene la mala suerte de padecer por novia a una de estas personas. El martes por la noche el amigo de Guille durmió en casa porque su novia lo había echado de la suya. ¿Su pecado? ¿La razón por la que fue expulsado de su propio piso? La ex novia del amigo de Guille fue a uno de los partidos amistosos que jugaron la semana pasada y él tuvo la desfachatez de saludarla.  Mi juicio debe de estar nublado porque yo no veo nada malo en ese hecho; pero todos los que conocen el caso, censuran el gesto del amigo de Guille y le dan la razón a la novia. Ese día la novia empezó la bronca. Siete días de discusiones por sólo un inocente saludo. Todos aconsejan al amigo de Guille que deje pasar unos días y luego vuelva a llamarla. Yo soy de otra opinión, pero no aconsejo. ¿Para qué volver con una persona que te obliga a estar enfadado la mayor parte del tiempo? 

jueves, 2 de octubre de 2014

Glub, glub, glub....

Este año ha llegado el veranillo del membrillo (días de calor cuando ya ha entrado el otoño) con una precisión de calendario. El 29 de septiembre, san Miguel, las rebecas que habíamos cogido días antes, sobraban. Resistir a quitárselas significaba sudar a chorros y sentir la molestia, reminiscencia de la infancia por culpa de un cuidado excesivo materno, de ir muy abrigados. Ahora vuelve a hacer frío, aunque esta mañana aún apetecía tumbarse en un banco del Paseo de la Bomba y ver el sol colándose entre el follaje de las copas de los árboles. El frío ha vuelto de golpe, con sólo una hora y poco de transición. El tiempo que ha durado la tormenta que nos ha tenido retenidos esta tarde. Empezó con un inocente chaparrón de verano de gotas enormes y olor a tierra mojada, le siguieron los truenos (si se miraba el cielo, parecía que estuviera lleno de fluorescentes parpadeando) y finalmente el granizo. Más de media hora cayendo bolas de hielo tan gordas que repiqueteaban en la chapa de las persianas metálicas como balas de una metralleta. Como todas las tormentas, se fue calmando poco a poco y ahora sólo queda en el asfalto manchas de humedad que la noche no ha permitido secar aún. Si un viajero llega en este momento a la ciudad, debe de preguntarse si todos los árboles están enfermos porque pegados a sus troncos, centenares de hojas verdes y sanas tapizan el suelo. 



Recorrer los 400 metros que en el momento más furibundo de la granizada nos separaba a Guille y a mí, fue imposible. Las calles eran ríos y los granizos, de hasta 2 cm de diámetro, dañaban como si fueran pedradas lanzadas con muy mala intención. 

Entró agua en el estudio. Por fortuna no se ha estropeado ningún ordenador, pero sí los rollos de papel que servían para imprimir en un plotter que pasó a mejor vida hace siglos. Casi toda la noche reparando el destrozo. Tengo los dedos de los pies como garbanzos en remojo (voy a que Guille me los caliente). 


miércoles, 1 de octubre de 2014

El recuerdo en imágenes

¿Se llegará a poder convertir nuestros recuerdos en píxeles, pasarlos a una pantalla y tener una imagen detallada y perfecta de lo que vimos hace años o con lo que nos topamos sólo una hora antes? Sería divertido: cualquier humano sería como una cámara de vídeo. Poco quedaría libre de dejar una constancia visual. Los testigos de un hecho delictivo serían fiables, y los retratos robots o hablados (como dicen, con más precisión, en Centroamérica y Sudamérica) se convertirían en retratos pensados. Estoy convencida que más tarde o temprano esta conversión de recuerdos en imágenes, se hará realidad, aunque es posible que yo no esté viva para regocijarme con el invento. Puede que necesitemos hipnosis para que la imagen recordada se adapte a la realidad y no a la modificación que nuestro cerebro ha ido haciendo de ella. 

De un mismo hecho, mi hermano y yo tenemos versiones muy diferentes. Él, mi madre y yo vamos a ver a una amiga de la familia que acaba de tener un bebé. La casa es la típica andaluza: un atrio que da paso a un patio interior lleno de macetas y una galería en la parte superior que comunica con todas las habitaciones. Hace fresco dentro de la casa, aunque es verano. El niño berrea y se escucha desde la calle. El bebé y la parturienta están en un dormitorio que mi memoria convierte en el cuarto de un enfermo con el síndrome de diógenes. El bebé es tan feo como se puede esperar de una criatura congestionada por el llanto. La historia varía en este punto. Mi hermano recuerda que mi madre quitó de encima del bebé una manta con la cabeza de un payaso y que mi madre se rió por la inexperiencia de la parturienta. Yo recuerdo que la manta era de una mujer barbuda y que mi madre le echó una bronca tremenda a la madre por tener tan abrigado al bebé y no prestar atención a su llanto. Mi madre no recuerda nada. Demasiadas pastillas durante el tiempo que tuvo depresión. Aunque imagina, sospecha, que pudo ser el tapete con la figura del Nuestro Señor de la Verónica. Durante un tiempo estuvo de moda cubrir a los bebés con esa prenda para apartar el mal de ojo (supersticiones de finales del siglo XX).