domingo, 31 de agosto de 2014

Ya están aquí

Los adornos navideños suelen desaparecer de los escaparates de las tiendas con mayor rapidez de la que aparecieron. Chirrían y molestan si cuando ya se muestra la mercancía de las rebajas preceptivas de enero, aún hay arbolitos llenos de bolas, luces y guirnaldas de colores. Irritan porque nos recuerdan los días festivos perdidos y las expectativas de diversión y descanso desaprovechadas. Con los carteles veraniegos de Cerrado por vacaciones, ocurre lo mismo. El mes de agosto acaba de morir y los letreros ya han pasado a mejor vida, aunque la mayoría de las tiendas aún permanecían con las persianas bajadas este fin de semana: hubo una avanzadillas que retiró del suelo los ominosos sobres americanos donde se adivinan facturas o avisos de cobros, y limpió el polvo acumulado durante una eternidad de las estanterías. Mañana (para mí la transición de un día a otro sólo ocurre mientras duermo), por fin volveremos a la monotonía, a la normalidad, a la esperanza de que ocurra algo más que en el cielo aparezca una nube blanca y alta.

Mañana, cuando abra los periódicos y busque las novedades literarias del otoño o un evento cultural al que asistir, quién sabe, hasta puede que tenga suerte y encuentre algo más que la pasividad del verano, ese tiempo muerto que dura todo un mes y nos hace sentir que en septiembre, mucho más que a principio de año, algo empieza y nos arrastra.




sábado, 30 de agosto de 2014

Al otro lado de la alfombra roja

Vivimos en un país de herejes que están deseando que algo se salga de la norma dentro de la Iglesia Católica para hacer burla y mofa de ello. Lo último es una fotografía, ya añeja, del nuevo obispo de Valencia, en el que se ve con una enorme capa roja (también conocida como capa magna). 


[Un inciso: este señor de cara tan simpática ya tiene casi 69 otoños, ¿no jubilan a los altos cargos eclesiásticos? ¿No estaría bien que lo mandaran a descansar a uno de los muchos monasterios que tiene la Iglesia Católica esparcidos por toda nuestra geografía y dieran paso a sangre joven?]

Razones por las que monseñor va vestido de esa guisa:

1º.- Por humildad: los actores suele caminar sobre la alfombra roja, él la lleva encima para poder esconderse bajo ella cuando el pudor y la vergüenza lo venza. 

2º.- Por no atreverse a hacerle notar a su sastre el error: ¡Oye, tío, que era metro y medio de tela, no quince!!!

3º.- Por temor a que le ocurra lo que a Rouco Varela con las femen. Así tendrá con qué cubrir a esas desvergonzadas que van buscando el pecado de hombres santos.


4º.- Por necesitar sentirse como supermán (la de supermán es más cortita pero porque tenía menos a los que salvar; en este mundo hay mucho pecador para liberar de las llamas de los infiernos). 


5º.- Porque a su edad ya busca destinos de climas más cálidos. Está deseando que lo manden a Tenerife y, para estar más cerca de sus feligreses, planea participar en concurso de las Drag queen. Como no está acostumbrado a subirse en plataformas, piensa compensarlo con su capa. 


Espero que se me haya pillado la ironía. Siempre me han parecido muy curiosos los armarios de los altos cargos de la Iglesia católica. Entre encajes, bordados, colores chillones y brillantes, telas caras... son como enormes pavos reales (lástima que no lo hagan para aparearse: estarían más relajados). 

viernes, 29 de agosto de 2014

Los tesoros de Eva - Primera parte (historieta)

A la barra había sentada una señora que parecía estar desayunando un café con leche y una tostada con mantequilla, aunque el reloj que había frente a ella marcaba las dos menos diez, extrañamente puntual en un lugar donde la señal de la televisión llegaba con irregularidades y la máquina del tabaco se obstinaba en dar las gracias cada vez que alguien pasaba junto a ella. A un palmo del reloj, un cuadro o un almanaque había protegido de la negligencia, la grasa y la pelusa, durante mucho tiempo, un puñado de azulejos. Pero no estaban lo suficientemente brillantes para devolverle el reflejo de la mujer que desayunaba a la hora del almuerzo. Tampoco fue necesario para satisfacer la curiosidad de Gerardo porque el tintineo de la cadena de las esposas hizo girar la cabeza femenina y mostrar un rostro que no incitaba a una segunda ojeada. De un solo buche acabó con la mitad del vaso de café con leche que le quedaba y de dos bocados, con el resto de la tostada. No se fue inmediatamente. Esperó a que Gerardo levantara de nuevo la vista para, con una agilidad cosechada en la experiencia, sacarse una ubre de pezón enorme y venas varicosas. La invitación fue contestada con el rubor del hombre y la protesta del camarero. Niña, que me espantas a los parroquianos. Gerardo se sintió aliviado al verla marchar. Escondió una sonrisa bajo el pañuelo con el que se limpió el sudor. Sobre su cabeza un ventilador giraba perezoso, entorpeciendo el vuelo de las moscas, sin aliviar la temperatura que le empapaba la camisa por las axilas y la espalda. Una de ellas descendió y durante unos segundos se posó en la barbilla grasienta de Gerardo; antes de ser espantada, siguió descendiendo y aterrizó, golosa, junto a la costura del maletín. Resultaba complicado comer con la mano izquierda, su torpeza para cortar los alimentos, le hacía engullirlos, y comía con apetito, aunque la calidad de todo cuanto el camarero le había puesto sobre la mesa era digna del número de clientes en el bar. Gerardo ya no recordaba cuándo fue la última vez que había podido disfrutar de unos huevos fritos con patatas y chorizo. Eva se los tenía prohibido. Él era quien estudió medicina, pero era ella quien ejercía de dietista. Resultaba fácil confundir la prohibición con el cariño, pero Eva le había demostrado pocos días antes, que no era así. Ahora dudaba mucho que ella lo hubiera querido realmente alguna vez. Aunque se esforzó tanto por convertirse en su mujer... Estaba destinado a casarse con su novia de siempre, la chica que había conocido en el instituto, la que le había esperado con paciencia mientras hacía la carrera, siempre encerrada en su casa, ahorrando los dos, como uno de esos noviazgos antiguos de los que presumía su suegra, con apenas encuentros sexuales por temor a que un hijo antes de tiempo destrozara el futuro que habían planificado. Todo se estropeó la noche antes de la boda, durante la cena que los novios compartieron con los familiares más cercanos y algunos amigos. Entre las fotografías de la infancia y adolescencia de la pareja que proyectaban en el comedor del restaurante, alguien coló un vídeo de lo ocurrido en la despedida de soltera. La novia, con voz pastosa y nariz y mejillas arreboladas, mientras mantenía cogido con avaricia el pene de un boy y los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas, hacía comparaciones ominosas con el miembro de su futuro marido. Gerardo hubiera preferido no saber, o saberlo, pero no ser consciente que todos quienes lo rodeaban también conocían los hechos. Hubiera sido capaz de perdonarla. Desde ese momento Eva no se apartó de su lado. Lo he hecho por tu bien, dijo como una confidencia, porque tienes derecho a saber con la clase de bicho que te ibas a casar.

Las moscas pegadas a la costura del maletín eran ya media docena. Con disimulo se quitó el sello de oro que le regaló su madre el día que le dieron el título de médico. Hubiera querido meter la mano bajo la mesa, pero la cadena de las esposas era muy corta. Una marca blanca en el anular delataba la ausencia del anillo. La alianza no quiso protegerla escondiéndola en el bolsillo para las monedas del pantalón.

Continuará... 

Bajo las estrellas

El calor esta noche ha sido insoportable. Una de esas noches en las que es imposible imaginar que dentro de unas semanas estaremos durmiendo arrebujados bajo el nórdico y envueltos en pijamas de franela, contentos de tener un cuerpo cerca con el que compartir el frío. 

Creo que la única persona que ha podido dormir a pierna suelta, ha sido un indigente que arrastró un colchón de gomaespuma hasta el pie de una farola en el parque que hay bajo mi azotea. Supongo que será uno de esos fantasmas de Eloy Cebrían, que teme la oscuridad. Ya dormía cuando salí a correr, y seguía durmiendo cuando regresé. Me quedé un rato junto al parque, por pura curiosidad. Quienes pasaban y lo veían, la mayor parte de ellos insomnes que volvían de juerga (se adivina por sus elegantes uniformes para ligar); daban un rodeo. 

Si hubiera estado despierto, dudo que hubiera podido percibir las estrellas porque la luz anaranjada de la farola, aunque de pocos lúmenes, debía de engullir la mayoría de ellas; pero podría haber olido los jazmines que cubren toda una pared, desde el suelo al saliente de un balcón a más de cuatro metros, con tanta abundancia y frondosidad, que las flores que se han marchitado, caen y comienzan a tapizar el suelo pocos minutos después de la marcha del barrendero. 

Soy mala, pésima, adivinando la edad de las personas; más si permanecen con los ojos cerrados. Tenía arrugas en la cara y algunas canas, así que sospecho que se acercará a la 4º década de su vida. Y llevaba una camiseta de la Universidad de Granada, lo que significa que con casi toda seguridad jamás ha puesto un pie en ese templo del saber (de las injusticias, las frustraciones y los desmadres). Pocos quieren recordar esos años de agobio.

Desperté a eso de las 9 (continúo de medio vacaciones, me tomo la vida con mucha tranquilidad) y el hombre ya había desaparecido, aunque el colchón siguió bajo la farola hasta la tarde, como si aguardara a su dueño. Cuando bajé la basura hace un rato, junto al contenedor había un sofá casi nuevo y con pinta de ser muy mullido. Tal vez hoy, el indigente, tenga un dormir mucho más cómodo que el de ayer. 

jueves, 28 de agosto de 2014

Sueños lácteos

Después de cuatro horas seguidas hurgando entre las páginas del CTE (Código Técnico de la Edificación) necesitaba un descanso porque las neuronas, entre el calor y el aburrimiento, comenzaban a demostrar un raciocinio inherente a una persona más inteligente que yo y obligaban a que mis párpados tendieran a cerrarse y a permanecer así. Decidí tomarme un descanso de cinco minutos y ocupar el tiempo viajando virtualmente gracias al Google Earth. 

Desde que vi los primeros episodios de la serie Heaven, quería saber dónde estaba ubicado con exactitud el pueblo de la serie y cómo era todo aquello que no aparecía en pantalla. En teoría está en el estado de Maine. 

Al final fueron más de 20 minutos enganchada al paseo ficticio entre una arquitectura muy diferente a la nuestra. Me encantan las viviendas de esos pueblos que se extienden por kilómetros y kilómetros pegados a la carreteras, cuyas casas parecen diseñadas y coloreadas por un niño; llenas de ventanas enormes, recovecos y tejados de pendientes tan pronunciadas que delatan inviernos blancos y gélidos. 

En España, en cualquier pueblo, sería imposible construir de esa formal. Obligan a una edificación masificada, con viviendas apelotonadas, unidas por las medianerías laterales y las tapias de los patios traseros, todas alineadas, pegadas a la parte interior de las aceras. Encorajinan tantas restricciones. Al final se está consiguiendo que todos los pueblos sean un calco unos de otros. 

Siempre pensé que jamás desearía pisar EEUU. Tengo miedo justificado: ayer mismo venía en el periódico que una niña de 9 años había matado por accidente a su instructor de tiro. También a mí me pusieron un arma en las manos cuando apenas levantaba cinco palmos del suelo (¡Inconscientes!), pero no era una semiautomática. Sin embargo, el miedo desaparece cuando se impone la curiosidad. A Guille también le gustó el plan, aunque no tiene ni idea por dónde queda Maine (no suele leer a Stephen King). Me gustaría alquilar un coche y recorrer toda la costa. Hay una carretera que la bordea. En invierno debe de ser complicado, porque parece que es un lugar donde nieva mucho. Por la cantidad de árboles que hay, de bosques gigantescos, seguramente el otoño sería la mejor época. 


Maine: fotografía robada del Google Earth. Edificio abandonado al margen de un bosque. Con escenarios como éste, ¿no es comprensible que la imaginación de Stephen King sea tan prolifera? 

Después de 20 minutos sin descubrir dónde estaba el pueblo en el que han grabado Heaven, recurrí de nuevo a Internet y me enteré que en realidad está en Canadá. Ingenua soy: como si no supiera de sobra que todo en la TV es mentira. 


Lunenburg (Canadá) - Pueblo donde se ha rodado la serie Heaven


miércoles, 27 de agosto de 2014

La mujer que gritaba a los animales

¿Qué pensarán los animales? En estos momentos tengo poca relación con cualquier bicho que sea de mayor tamaño a algunos milímetros (mosquitos y moscas, principalmente), aunque en teoría soy dueña de una perra llamada Tula. La cuida mi suegro biológico. Considera (creo que correctamente) que los animales deben disfrutar de un espacio amplio y de bastante libertad (vive en el campo), ¿o es que a ti te gustaría que te obligaran a ir al baño una o dos veces al día y al antojo de otra persona y no de tu vejiga o tus intestinos? (estas son sus palabras). 

Cuando era pequeña, sobre todo en verano, los animales se convertían en nuestros juguetes. Literalmente: jugábamos a las canicas con las cochinillas que encontrábamos bajo algunas piedras. Era un juego acelerado y urgente porque los bichos podían dejar de estar asustados y alejarse caminando del agujero donde había que colarlo. O en nuestros compañeros de juegos: toreábamos el enorme pavo de mis vecinos con una toalla de playa que parecía una bandera del orgullo gay. El animal parecía odiar los colorines. Lo más curioso es que ganaba quien se llevara la mayor cornada (el picotazo más profundo -siempre nos advertían: Que os puede saltar un ojo; pero con cinco, siete o diez años, no conoces el peligro). Pensé que toda mi vida sería igual. Ahora veo una avispa, y corro despavorida. 

La mitad de la semana pasada pude recuperar muchos recuerdos de mi infancia gracias a una de mis tías. Estaba enfadada. Sus tres hijos se han ido de vacaciones y le han dejado todos los animales domésticos que tienen: el hijo mayor, un perro y unos canarios; el hijo mediano, un perro; la hija más pequeña, un conejo y un par de tortugas. Vive esclavizada por culpa de los bichos. Se ve obligada a sacar a los perros, soportar el canto de los canarios (que puede ser agradable durante cinco minutos, pero entran ganas de desplumarlos después de una hora completa), darles de comer y pasar constantemente la aspiradora porque el conejo está perdiendo el pelo. Me quedé para echarle una mano con los animales y para ayudarla a arreglar algunas cosas en la casa. 


Pillado de Youtube (quería sacar una foto al conejo para no tener que describir su fealdad -una imagen vale más que mil palabras- pero me quedé sin batería en el móvil)


Los animales parecían entender la situación. Sobre todo uno de los perros: veía a mi tía aparecer por la puerta del patio, y corría a esconderse entre las macetas. Parecía tenerle tanto miedo que casi siempre dejaba un rastro de orina en el suelo, y eso que mi tía se limitaba a gritarle. 

Cuando volví a mi casa y hablé con mi madre, después de explicarle que el conejo era muy feo, pelón, con muchas calvas, como si tuviera tiña, dijo: Huuuuuy, pobre de tu tía. El conejo es coneja y dentro de unos días sí que va a estar enfadada tu tía. (Al parecer, las conejas pierden el pelo poco antes de parir para hacer una especie de nido para sus crías). 

lunes, 25 de agosto de 2014

Los monstruos de la sinrazón

Por lo general, no somos conscientes, no se nos queda en la memoria, qué pensamientos tenemos en determinados y precisos momentos. Llevo unos días esforzándome para percatarme qué ideas rondan por mi cabeza cuando entro en un ascensor. En los últimos días:
Tengo que comprarle una corbata a Guille para el traje gris (es uno de los trajes que más le gustan, pero se lo pone con una corbata a rayas grises, blancas y azules y parece un ministro).
Debería ir a la peluquería (tengo abiertas las puntas por culpa del cloro de las piscinas).
Ay, eso debe de doler un huevo y medio y costar parte del otro (me refería a un tatuaje).
Estos pensamientos lo generaron diferentes personas con las que coincidí en el ascensor. El de la corbata, un señor mayor, familia de mi vecina del tercero. Iba emperifollado como para una boda o bautizo. Su corbata era llamativa, con muchos colorines (un estilo que jamás aceptaría Guille porque le gusta pasar desapercibido). El de las puntas abiertas fue consecuencia del pelo largo, muy largo, de un chaval con pinta de estudiante que se apeó en el primero (se tarda más tiempo en esperar el ascensor, ver cómo se cierran las puertas exteriores, la de seguridad, ponerse en marcha el trasto y ascender con dificultad los tres metros y medios, que subir a pie los 18 escalones). El pensamiento del tatuaje lo originó mi vecino de abajo (el que estuvo a punto de incendiarnos el edificio porque una mañana hubo un apagón, él se fue al trabajo y dejó el calefactor, sin darse cuenta, enchufado, apuntando a un montón de ropa para que se secara). Le han hecho un tatuaje en el antebrazo, un entramado de líneas con inspiración celta. Es bonito, pero tan reciente que la piel junto al dibujo está muy enrojecida e inflamada (parece que el tatuaje tuviera relieve).

Creo que ni ante el personaje de aspecto más sospechoso, por mi mente ha pasado la idea de que el sujeto en cuestión me iba a violar; y menos aún, ante un mojigato, creer que se iba a arrancar la camisa y salir despavorido acusándome de agresión sexual. Qué triste sería caminar por este mundo imaginando que la mayoría de los que nos rodean son monstruos destinados a hacernos daño. Es lo que le ocurre al alcalde de Valladolid (espero que pronto se pueda poner delante de la definición de su cargo, el ex). Aunque es una persona mayor, parece que nunca se ha deshecho de la creencia de que bajo la cama, en el armario o dentro del ascensor, se esconden monstruos, y en ocasiones le da reparo entrar en un ascensor con una mujer por miedo a que se ponga a gritar y se arranque la ropa, acusándolo de agresión sexual. Pobre desdichado. ¿No debería ir a un psicólogo para que le cure esos miedos irracionales? Cualquiera de nosotros lo habríamos hecho porque no es normal cargar con temores nacidos de una educación rancia, de una mente que no ha evolucionado desde la infancia y de un rencor añejo y generalizado basado sólo en una falsa idea de la superioridad del sexo masculino

Foto: El País digital


Entre los muchos datos que han salido estos días de este rumiante, he sabido que su profesión original es la de ginecólogo. Que no me haya topado con él como paciente, me produce el mismo alivio que cuando en el periódico sale el listado de establecimientos de comida rápida cerrados por falta de higiene y entre ellos no se encuentran los que yo frecuento. 

sábado, 23 de agosto de 2014

Bajo la cúpula

Mi madre debe de creer que Granada es como Cherter's Mill, el pueblo de la serie La cúpula, donde, cualquier cosa que ocurre, repercute sobre todos sus ciudadanos. En realidad, puede haber un tiroteo a dos calles de mi casa y enterarme por la prensa. Las sirenas de los bomberos, policía y ambulancias se suelen achacar al incendio en un garaje o a que alguien se ha quedado atrapado en un balcón (los cierre de clic de las puertas correderas, son muy traicioneros). 

Aunque ayer, si hubiera estado en casa, me habría enterado de primera mano porque aún quedaban mucho indicios cuando llegué a última hora de la tarde. La luz resultaba insuficiente para que los medios aéreos siguieran volando, pero sí para ver en el horizonte, hacia la zona sur de la ciudad, tras los cerros y elevaciones que esconden la Alhambra, una densa nube de humo; y el aire apestaba a rastrojos. Ya me extrañaba la tardanza: casi todos los años queman esa zona, la que va desde el cementerio o Cenes de la Vega, los montes llenos de arbustos, olivos y encinas. En esta ocasión ha sido más pegado al pueblo.


Fotografía: Ideal

Dicen que en la vida hay que hacer tres cosas: Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Ante las dificultades física e intelectual de hacer las dos primeras, he compensado con la tercera la imposibilidad de hacer las dos primeras. No sé cuántos árboles he plantado. Decenas, cientos., durante jornadas que empezaban al amanecer y terminaban cuando la luz se iba y durante tantos días seguidos que las manos que se aferraban al azadón, primero se llenaban de llagas negras llenas de sangre, luego reventaban y después daban lugar a los callos. Pero lo más probable es que ninguno de esos árboles que planté, todas aquellas horas de trabajo porque tenía fe en la condición humana, ya no existan porque casi todos estaban en el terreno que año tras año se obstinan en quemar. 

lunes, 18 de agosto de 2014

El oscuro ocaso

Estoy en proceso de desintoxicación de mis antiguos vecinos. De ella en concreto, la dueña de Mambrú, cuyas carantoñas al animal, si te cogían desprevenida, podían darte un susto de muerte porque parecía el inicio de un terremoto -tenía la costumbre de patalear muy fuerte contra el suelo-; y de sus relaciones sexuales, tan ruidosas que me veía obligada a tapar el micrófono del teléfono si me pillaba hablando porque parecía que estuviera viendo una película pornográfica (hubiera quedado mal, muy mal, ante mi suegra, mi madre o un cliente). Lo más extraño es que no recuerdo haberla escuchado tener nunca un orgasmo. Aunque en el piso que ocupó ahora parece vivir un ejército, no se escucha ni un suspiro. Pensé estar viviendo en un edificio fantasma: los estudiantes se han ido y aún no han vuelto (volverán la próxima semana o los primeros días de septiembre). Ni siquiera está mi vecina del segundo, a quien puedo recurrir para enterarme de los pormenores que ocurren en el edificio o sus cercanías. Me dejó una nota en el buzón: está de vacaciones en su pueblo. Supongo que esa nota y que pensara en ella a la hora de comprar recuerdos durante las vacaciones, nos convierte en amigas. 

Esta mañana tuve muy mal despertar. Era muy temprano, tanto que aún tenía el sabor del dentífrico en la boca. Mientras duerno, si no tengo ninguna obligación matutina, soy capaz de ignorar la estridencia del despertador (mi sobrina me puso el tono de Jurassic Park cantado por un burro). Pero la voz melosa y casi susurrante de una persona desde el patio de vecinos de mi bloque, me sacó del sueño con un sobresalto. Era una señora mayor, en camisón, aterrada. Pedía socorro porque había un extraño en su piso. La policía llegó casi de inmediato. Otros vecinos se habían despertado y reaccionado antes que yo. El extraño, en realidad, no lo era. La hija de la mujer aterrada se había teñido el pelo a última hora de la noche y la mujer, que tiene algún problema mental degenerativo, no había sido capaz de reconocerla. Todo se resolvió favorablemente antes de que fuera demasiado tarde para no regresar a la cama; pero fue muy difícil volver a conciliar el sueño: ¿cómo no atormentarse con la idea de dejar con vida el cuerpo, una carga y un castigo para quien más nos ha querido, mientras la mente se ha muerto?

domingo, 17 de agosto de 2014

Con luz propia

La última vez que intenté contabilizar cuántos primos tengo, me perdí al pasar de cuarenta (es que los primos de los primos de mi madre, también cuentan). De todos los que tengo, sólo dos son algo raros; un buen ratio, para el montón que somos. Los raros son mi prima la descocada, de cuya compañía, entre siete más, he disfrutado estos últimos días (sólo la voluntad ajena ha impedido la endogamia) y un primo que cuando comete alguna tontería y se percata de ello en voz alta (Ups, qué tonto soy -suelta siempre), nadie lo contradice porque sería mentirle. Este primo suele hacer cosas extrañas, como meter el dedo meñique en cualquier agujero (prohibido ponerse una camiseta con algún calado en su presencia) o pulsar botones (el del ordenador cuando está en funcionamiento, los timbres de cualquier piso mientras baja por las escaleras o los del despertador, lo apaga o reprograma sin querer). A pesar de sus rarezas, le va bien en la vida. Es gerente en una fábrica de domótica. De su compañía no hemos disfrutado en la improvisada reunión familiar. Una pena porque somos un puñado de pavisosos y él suele ser, involuntariamente, quien nos proporciona sorpresas y diversión. 

Estas reuniones son reminiscencias de las que la mayoría de mis primos hacían cuando eran pequeños. Mi abuela les daba cobijo en el cortijo, cuando aún lo administraba ella. Recuerdan que se bañaban en una alberca, comían bajo una parra, sacaban agua muy fría de un pozo con polea y cubo de zinc, cogían frutas y verduras del huerto y huevos del gallinero... Lo cuentan como una época muy feliz de su infancia. Cuando yo nací mi abuela era ya demasiado mayor y estaba demasiado cansada para bregar con tanta criatura (palabras de mi madre). Además, la mayoría habían crecido lo suficiente para buscar otras diversiones durante los meses de vacaciones; aunque ahora se les enciende los ojos mientras se ayudan a recordar entre todos.

Tamizando

A veces me encuentro con planos como este: ¡Aaaaaaaaaaah!!!!


Un dibujo complejo pero con sólo una capa y todas las entidades con la propiedad de tener un color diferente a por capa. La experiencia nos enseña que conviene tener las suficientes capas para poder encender y apagarlas cuando sea necesario (ejemplos: mis planos de fontanería sólo lleva sanitarios y no muebles -para darle claridad al dibujo- y para meter los planos en el Cype, conviene que no tengan ni muebles ni sanitarios. En lugar de borrar las entidades, se apaga la capa y tenemos resuelto el problema). 

Por fortuna, es muy fácil rectificar un plano de este tipo. Para ello, primero nos creamos las capas que creamos necesarias.


Como sabéis, el número de capas, colorines, nombres, etc, depende del gusto del consumidor.

Posteriormente se selecciona Propiedades (Control+1) y se pulsa Selección rápida (es el primer icono por la derecha, en la parte superior: un embudo y un rayo, aunque debería ser el dibujo de un tamiz). 


En la pantalla que nos aparece escogemos Tipo de objeto: Múltiple; Color (en la ventana más grande); Operación: Igual a y en Valor: Azul. Si no tenemos seleccionados ya todo el dibujo, pinchamos en el icono de la parte superior derecha de la ventana y lo hacemos. Después de darle a aceptar, nos percatamos que sólo tenemos designados los objetos que son de color azul. Ahora sólo tenemos que, en Propiedades, escoger la capa donde queramos que estén las entidades de color azul (en este caso, sería en la capa Muebles); también podemos hacer que las entidades tenga Color por capa

Se repite el mismo procedimiento con cada uno de los colores del dibujo.

Este sólo es un ejemplo de las miles de utilidades que tienen los filtros de selección.

sábado, 16 de agosto de 2014

Razonamiento


Estar en contra de quien manda bombardear un colegio en Gaza, no me convierte en antisemita, sólo en anti-hijos-de-puta, independientemente de la religión que tengan (lo raro es que alguien que crea en Dios sea capaz de hacerlo). 

Punto de inflexión

Alguien, no recuerdo quién porque durante unos días ha coincidido mucho el tema de conversación de las series televisivas, me aconsejó que viera The Strain. Con el primer episodio creí estar sufriendo un deja vu. Al principio pensé que estaba ante una nueva versión de algo que ya había visto. Un avión que aterriza y todos sus pasajeros parecen estar muertos. Luego se percatan que cuatro han sobrevivido. Cuando están haciendo las autopsias... hay sorpresa. Los enfermos están infectados por un extraño virus (por su torrente sanguíneo corretean unos gusanos que se parecen mucho al virus del ébola, aunque a diferente escala). No necesité leer en los títulos de crédito el nombre de Guillermo del Toro para recordar que se trataba de Nocturna. La novela me pareció otra más sobre vampiros, pero ahora me interesa la serie: siento curiosidad por saber cómo evoluciona el comportamiento de los medios sanitarios ante la epidemia. Existe un paralelismo con lo que está ocurriendo con el ébola: no se le está dando la suficiente importancia. 



Supongo que habrá un punto de inflexión: cuando la epidemia llegue a Europa de forma no controlada. España tiene todas las papeletas para ser el país de entrada. Espero que en ese momento no nos limitemos a poner barreras más restrictivas entre las fronteras, en lugar de intentar atajar el problema donde se originó, aportando ayuda sanitaria material y humana. También espero que no ocurra como con la gripe aviar, cuando se compraron ingentes cantidades de vacunas que luego no sirvieron para nada (enriquecer a las farmacéuticas y a algún intermediario, no cuenta). 

Es como si no hubiéramos salido de la edad media. Las epidemias se extienden por culpa de la ignorancia, la falta de higiene y la carencia de medios; mientras que se sigue matando a la gente por su religión.


El color de la piel, mata

Hasta ayer al mediodía tuve la casa llena de gente, de primos que durante las vacaciones vienen y van en bandada, de una casa a otra, buscando una forma económica y divertida de pasar los pocos días que el trabajo no los asfixia. Había colchones hasta bajo las mesas de los ordenadores. Ahora que se han ido, me ocurre como cuando me sacaron la muela del juicio: noto su ausencia constantemente, y creo que pasará bastante tiempo hasta que me acostumbre al vacío que han dejado. 

Durante el tiempo que estuvieron, fue complicado mirar con detenimiento los periódicos. Apenas podía echarles una ojeada por encima, prestar atención a los titulares, nada más. Llevaba unos días leyendo que en San Luis había disturbios por la muerte de un joven negro a manos de la policía, pero no conocía con exactitud la injusticia de lo ocurrido.

Hechos según los relatos policiales:
Un joven afroamericano acompañado por otro roban en una tienda unos cuantos cartones de tabaco. Han difundido el vídeo de seguridad donde se ve a un joven bastante corpulento sustraer lo que parece tabaco y dar un empujón al dependiente cuando intentaba impedirles que se fueran sin pagarlo (en el vídeo no se distingue bien las imágenes). Otro policía, sin conocer los hechos del robo, pide a Michael Brown que deje de caminar por mitad de la calzada porque está interrumpiendo el tráfico. Michael no le hace caso, intenta quitar el arma al policía, y éste le dispara varias veces.

Hechos contados por un testigo: un policía pide a Michael Brown que se retire a la acera, el chaval se arrodilla y levanta las manos y en esa posición le disparan.

Preguntas que me hago: ¿Es razonable pensar que una persona que acaba de cometer un delito (aunque sea un hurto) se ponga a llamar la atención de la policía caminando por mitad de la calle? ¿La policía no está preparada físicamente para derribar a individuos desarmados, aunque éstos sean de proporciones considerables? ¿Cuántos disparos recibió exactamente Michael Bronw? (en todas las informaciones que he leído o visto generalizan con varios, lo que hace sospechar que fueron más de dos). Si estaba interrumpiendo el tráfico, ¿qué dicen los demás testigos de lo ocurrido (los de los coches)? Si la piel de Michael Bronw hubiera sido blanca, ¿el resultado hubiera sido el mismo? ¿Hubiera tenido la misma protección de sus compañeros el policía que disparó si su piel hubiera sido negra? ¿No existen imágenes de lo ocurrido? (hoy día hay cámaras de seguridad hasta en las alcantarillas). Difundir las imágenes del atraco en el que supuestamente estuvo implicado Michael Bronw, ¿no inculpa aún más a la policía por quedar patente que iba desarmado? ¿Qué culpa tienen los comerciantes de lo ocurrido a Michael Bronw para que los manifestantes la tomen con ellos?

Hay algunos ingenuos que piensan que nada debes temer si no has hecho nada. A veces, el delito, está en el color de nuestra piel, o nuestra religión, o tendencias sexuales, o nacionalidad... 

jueves, 14 de agosto de 2014

El precio del dinero

En arquitectura son muy importantes los colores. Ya no recuerdo en qué asignatura nos trajeron a un psicólogo publicista para que nos hablara de ellos; aunque sí recuerdo qué dijo. Era más publicista que psicólogo y terminó hablándonos de los pequeños trucos que hacían en los anuncios, sobre todo de televisión, para que en la mente y la memoria del sujeto perdurara el recuerdo de los escasos segundos que había visto; como cambiar de color la ropa de los personajes (nos puso un anuncio antiguo de detergente donde un niño hablaba con su madre, había un cambio de escena; primero el niño llevaba una camiseta a rayas rojas y blancas y luego eran blancas y azules) o cambiar los objetos del atrezo (de ejemplo trajo un anuncio de estropajos, en una escena un ama de casa fregaba platos pero cuando se volvía para hablar de las maravillas del estropajo, en el escurridor del fregadero había un montón de sartenes). 

No veo mucha tele, pero eso no evita que me trague una ingente cantidad  de anuncios. Aunque presto atención, no he descubierto ninguno que utilice los trucos que el psicólogo-publicista nos enseñó. Parece que el único truco que hoy día funciona es el escándalo. Creo que a nadie le sobra la suficiente ingenuidad para pensar que un publicista curtido (o recién salido del horno) es incapaz de sospechar que no se armará un revuelo si utiliza la violencia de género o el machismo para hacer propaganda de cualquier cosa.

¿Cuánto cuesta un anuncio en una televisión a nivel nacional? ¿Y en la mayoría de cadenas? ¿Y en casi todos los periódicos?... El último escándalo (léase propaganda gratuita)  ha sido las camisetas que repartían en una discoteca de Mallorca, en las que se hacía, con tanta evidencia que hasta un crío podía percatarse de ello, apología de la violencia de género.

Aunque yo soy más torpe que un niño pequeño y al ver la fotografía de la camiseta, sin haber leído el artículo, pensé que hacían propaganda, con bastante brutalidad, de una discoteca de ambiente gay. 


martes, 12 de agosto de 2014

Las estrellas rojas

Un verano, en el destacamento donde vivía, llegaron las excavadoras, los hombres con sierras mecánicas y allanaron una gran extensión de terreno y podaron todos los árboles que quedaban a cincuenta metros a la redonda. No nos dejaron acercarnos a los trabajadores porque, supuestamente, era peligroso (aunque nadie ponía reparos para que deambuláramos alrededor de la galería de tiro cuando hacían prácticas). Tuvimos que esperar a ver una enorme H encerrada en un círculo para comprender qué hacían. Y con el helipuerto llegaron las estrellas rojas. Llenaron el cielo de ellas, muy brillantes, extrañamente cercanas, estáticas. Le pregunté a mis hermanos que qué eran esas estrellas rojas, y ellos me dieron una explicación muy escueta, me dijeron que tenían que ver con los helicópteros. 



El primer helicóptero que aterrizó era muy raro. Parecía una pecera con media cercha incrustada a forma de cola, donde iba el rotor. Sirvió de transporte al capitán del destacamento. El piloto no se fue inmediatamente. Lo invitaron a beber algo en la cantina y allí fui a preguntarle qué eran las estrellas rojas. El hombre se quedó pasmado. Me explicó que eran estrellas de muy poca masa que se consumían lentamente y que desde los telescopios muy potentes se podían ver algunas. Quiso saber si iba a ser astrónoma cuando fuera mayor, le dije que no, que quería ser arquitecta (sí, cuando pequeña era muy repelente y repipi, hasta que entré en el internado y me bajaron los humos y el engreimiento). 

Algún tiempo después me llegó un póster enorme de las constelaciones. Me lo mandaba el piloto, a quien nunca volví a ver (es lo que pasa con los militares, los encuentros pueden ser intermitentes o fugaces). Mis hermanos lo pegaron al techo de mi habitación y durante mucho, mucho tiempo tuve la sensación de dormir a la intemperie, hasta que la fuerza de la gravedad hizo que un día me cayera encima porque de tanto pegarlo y despegarlo se había terminado deteriorando. 

Ya no recuerdo cuándo me sacaron del error de creer que la balizas rojas que señalan las alturas son lo mismo que las enanas rojas. 

domingo, 10 de agosto de 2014

¿Un espejismo?

Tengo el trasero de tres colores: blanco, como el de un bebé; moreno, como el resto de la piel, y chamuscado, porque el último bikini que he comrpado tiene menos tela que los anteriores. Ha sido divertido no hacer prácticamente nada durante tres días.  Permanecer tumbada bajo una sombrilla y alimentarme como una foca: sólo a base de pescado. Durante los últimos días únicamente he estado dos horas ante un ordenador (era complicado pillarse en el hotel los dos únicos ordenadores que tenían para uso de los clientes). Las tres últimas entradas las escribí antes de marcharme, las configuré para que se publicara nautomáticamente cada 24 horas (plot, plot, plot), pero algo fue mal y se salieron todas de golpe: ¡PLOT! 

El miércoles, antes de salir, tuve que darme una vuelta por los alrededores para hacer algunas compras. A eso de las cinco y media de la tarde, parecía una ciudad fantasma. Aunque vivo en el centro y suele ser un lugar bastante concurrido, recorrí media docena de calles sin ver a otro ser humano. Pero me asombró descubrir que muchas tiendas estaban abiertas, sin el cartel de Cerrado por vacaciones. Paradójicamente, esta falta de descanso en los establecimientos indica todo lo contrario de lo que parece. El año pasado muchas tiendas cerraron durante el mes de agosto porque significaba un ahorro en previsión de las pocas ganancias que se esperaban (les hubiera costado dinero permanecer abiertos). 

Me marché con la idea de que la crisis comienza a desfallecer, a morir lentamente, a necesitar una buena eutanasia; en parte, también porque en el último mes hemos conseguido dos proyectos de nueva planta (parece que la gente vuelve a edificar). Pero al llegar a Salobreña encontré a mi sobrina acompañada por una amiga. La conocía. El padre era un viejo amigo de mi familia. Un tío muy estirado, de esos cuya marca de su reloj cuesta más que mi utilitario. Bueno, eso ocurría antes de que hicieran un ERE en el banco que trabajó desde que se le cayeron los dientes de leche; un banco que tuvo unas vergonzosas ganancias el mismo año que lo despidieron a él y a la mitad de la plantilla. Ahora hace suplencias en un centro geriátrico. En teoría, cincuenta euros por una jornada de cuatro horas; pero eso sólo es para engañar a la seguridad social; en realidad son 8 horas. 

Fuera de la diana

Debería buscarme otra forma de elegir los libros que leo. Desde hace algunas semanas dejo que sea el azar el que me los imponga y estoy teniendo bastante mala suerte. Algunos ejemplos:

- Edipo Rey. Un hijo que se acuesta con su madre, que tiene hijos que a su vez son sus hermanos y que ha asesinado a su padre sin saberlo. ¿Cómo se puede conseguir que una historia tan rocambolesca parezca aburrida? 

- Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. Este no ha sido tan aburrido, pero en los libros de ciencia ficción se espera encontrar (al menos me ocurre a mí) un ápice de fundamento, de ciencia, de realidad. Ray Bradbury puebla y despuebla Marte con cohetes que parecen viajar a velocidades superiores a la de la luz. Los cuentos son entretenidos, pero se les deberían definir como fantasiosos. Me hizo mucha gracia uno de ellos: dos personas, después de estallar una guerra nuclear en la Tierra, se quedan solas en Marte. Se hablan por teléfono y cuando se conocen, el hombre sale escopetado porque la mujer le repele (suele ocurrir todo lo contrario en las películas románticas). 



- El Profesor, de Charlotte Brontë. Es increíble que sea la misma autora de uno de mis libros favoritos: Jane Eyre. Éste, el primero que escribió y que sólo se publicó después de su muerte, rezuma rencor contra los belgas. Existen dos clases de libros, los que el autor impone un pensamiento a martillazos y en los que el autor intenta sugerir al lector un pensamiento sin forzarlo. El Profesor es de la primera clase. 

- La Capilla Real, La Catedral y su entorno, de Ignacio Henares Cuéllar. Pensé que sería interesante conocer más a fondo una parte de la ciudad en la que vivo; pero el libro sólo es una retahíla de datos soltados con un lenguaje pomposo y envarado.

En adelante, para mis lecturas, creo que seguiré los muchos consejos que me han dado. 


Veda abierta

Durante todos los veranos de mi infancia y adolescencia, pude contar con nuevos amigos o tuve que despedirme de algunos otros porque los militares con hijos intentan trasladarse en verano por los colegios, o ellos se convierten en las avanzadillas de las familias que se reagruparán en las vacaciones. Solíamos ser grupos muy cerrados que se habían forjado durante todos los fines de semana de uno o dos años. Los extraños siempre eran recibidos con recelo y, si eran mejores que nosotros corriendo, nadando, jugando al ordenador o la pelota, tardábamos mucho en aceptarlos. 

Me da la sensación que Pablo Iglesias y su grupo político Podemos, están siendo recibidos por quienes ya llevan un tiempo apoltronados en sus escaños, con la misma aversión que recuerdo de mi infancia. Es divertido ver cómo le tienen miedo y buscan y rebuscan en un pasado inmediato cualquier hecho que pueda mancillar la reputación que se han ganado más en contraposición de la ceguera de quienes nos llevan gobernando desde hace tiempo, que por méritos propios. Sin duda, si quienes están en el poder o en la oposición hubieran abierto los ojos y visto a la gente que sufre y vive en la miseria, grupos como Podemos serían sólo una anécdota en las listas electorales. Ahora se esfuerza en encontrar una promesa no cumplida o unas palabras sacadas de contexto, sin darse cuenta que Podemos, o cualquier nuevo partido político, si se trata de defender la limpieza moral, llevan las de ganar. Casi cuarenta años han dado para muchas miserias humanas y muchos enriquecimientos ilícitos. 

Por supuesto que Podemos no está libre de toda culpa. Incluso parecen pecar de estulticia, de estupidez e inexperiencia; pero eso es algo que se cura con un poco más de rodaje (en parte, son tan ciegos como quienes están en este momento en el gobierno). También me temo que esto, a la larga, sólo está dando fuerza a la derecha (divide y vencerás). 

Muchas personas, en las anteriores elecciones, no conocían a Podemos y muchas otras pensaron que votar a un partido minoritario era arrojar sus papeletas al viento. Ahora la veda para votarlos está abierta. ¡Temblad, bipartidismo!

Dándole a los engranajes

Uno de mis primeros trabajos como arquitecta (como delineante, en realidad, porque sólo me ocupé de la parte gráfica) fue haciendo los dibujos para una patente. Un  colgado había inventado, supuestamente, un cubo para fregar que siempre mantenía el agua limpia. Dibujé a ciegas. Él hacía los bocetos a lápiz y yo los pasaba a ordenador. Intuía de qué se trataba, pero no estuve segura hasta el final. Podríamos habernos ahorrado mucho trabajo inútil. Aquel tío no había cogido una fregona en su vida. Creía que el agua no se mancharía si hacía pasar la del escurridor por una serie de filtros (un embudo recogía el agua que pasaba por un tubo lleno de filtros y que devolvía de nuevo el agua filtrada al cubo -era muy aparatoso-). Por supuesto, el agua seguía manchándose. Hubo otros inventos (otras cagadas), como un carrito para bombonas de butano que ya se vendían muy baratos en los bazares chinos, y un armario para guardar las bombonas con rejillas en la parte inferior y pintado de naranja chillón. Las bombonas que quedaban a nivel del suelo eran fáciles de guardar; las que quedaban a segundo nivel... levantar más de un metro un peso de unos 30 kg y bajarlo... (ay, los dedos gordos de los pies) hubiera estado bien para un cachas, pero no para un ama de casa de 50 kg de peso o con problemas de espalda. Desde aquella época, siempre he identificado a los inventores que buscan más tener una patente que resolver un gran problema, con majaras. 

Unas cuantas ideas para estos necesitados de hacerse un lugar en el mundo inventando inutilidades:

- Un contestador que filtre las llamadas y tenga entretenidos un rato (o unas horas) a quienes llaman para ofertar un seguro o un servicio de Internet más barato, o botellas de vino.
- Una aplicación telefónica que te avise si estás a punto de darte una leche (la gente suele caminar a la vez que busca un número de teléfono o manda mensajes). 
- Una aplicación telefónica que, al pasar junto a un bar, te informe si las tapas ahí te mandarán al séptimo cielo o al hospital con una gastroenteritis. 

¿Alguna otra idea? -convertir la comida en un polvo que se mezcla con agua y sustituye a la comida, no vale: ya está inventado. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

La aburrida verdad

Mi primer novio de la facultad estaba en cuarto o quinto de aparejadores (es una diplomatura de tres años, pero él se lo tomaba con mucha, mucha calma). A principio de año me invitó a una conferencia en su facultad. No recuerdo sobre qué trataba, pero sí algunos detalles del profesor que la daba: tenía un gusto pésimo para las corbatas y le hacía falta las últimas falanges de los cuatros dedos más largos de la mano derecha. Mi novio bromeó, dijo que el propio profesor se había seccionado los dedos para no tener que cortarse las uñas. Yo le seguí el rollo y dije que no, que en la facultad de arquitectos nos lo ponían de ejemplo para que tuviéramos miedo de los edificios en construcción porque el profesor se había quedado encerrado en el ascensor de uno de ellos y durante varios días nadie lo echó en falta. Había tenido que beber su orina y comerse sus propios dedos para subsistir. La historia era tan extravagante que no pensé que nadie fuera capaz de tragársela. Por navidad, durante una fiesta, unos amigos de mi novio me contaron la misma historia como si fuera verídica y aseguraban que la madre de uno de ellos, que trabajaba en urgencias, se había hecho cargo del profesor cuando consiguieron sacarlo. De nada sirvió que contara la verdad. Nadie quiso creerme. 

Esta historia es completamente inocua (creo); al igual que las cientos que aseguran que Elvis vive o que en la Zona 51, el gobierno de los EEUU tiene escondido un extraterrestre. La verdad suele ser aburrida y siempre hay montones de cazadores de fantasías que las convierten en su realidad a fuerza de repetirlas. Pero no siempre son tan inofensivas. Están los que convierten en inocentes a asesinos e ignoran a las víctimas de atentados, como el ocurrido en Madrid y en las Torres Gemelas.


Algunos ignorantes quieren ver en la imagen de arriba (el texto que la acompaña queda fuera de lugar: la torre ya se está derruyendo, y eso ocurrió una hora después de estrellarse los aviones) explosiones programadas por debajo del derrumbe, sin querer pensar que puede ser el aire a presión que sale de una planta que ha colapsado (esto puede ocurrir por muchas razones: planta más cargada que el resto, estructura debilitada, taras en la construcción...). Hay que recordar que la estructura exterior de las Torres era metálica y la interior mixta (hormigón y metal). Primero colapsa el interior y luego el exterior. Si no llega a ser por la esbeltez, podría haber quedado el armazón exterior completamente hueco.

Los inocentones, inventores de conspiraciones, también aseguran que el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, fue una falsa. Se basan, entre otras imágenes, en la siguiente:


Quieren ver un montaje en la fotografía de arriba porque el chaval está manejando el móvil a pesar de los graves daños oculares que sufre (en realidad los ojos del chaval estaban bien, tenía un traumatismo encefálico debido a la metralla -salió algunos días después del atentando, ya en el hospital-). Mamá, no te asustes. El tren en el que iba ha estallado, pero estoy bien. Me llevan al hospital. Te quiero... ¿No haríamos la mayoría de nosotros esa llamada? 

Aunque estas historias de conspiraciones tienen la mala leche de la injusticia, el daño que hacen es moral, pero no físico; tal vez los que peor parados quedan son los propios inventores, que parecen fantasiosos al borde de la locura.

Pero existen otros adictos a las conspiraciones que tienen como víctimas reales a quienes más deberían proteger: padres que creen que las vacunas sólo tienen la utilidad de enriquecer a las farmacéuticas e ignoran los consejos médicos para que vacunen a sus hijos. Estos días mi sobrina se pasa las tardes haciendo compañía a su amiga Lidia, enferma de sarampión. A mi sobrina, sí la vacunaron. 

domingo, 3 de agosto de 2014

Texturas

Desayuno: una tostada con panceta y tomate y un té negro con canela. El pan era un mollete auténtico, de esos que dejan un rastro de harina en los dedos al cogerlo y vienen envueltos en un papel como si fueran un caramelo gigante (me lo mandó mi madre de Antequera, donde está pasando unos días de vacaciones en la casa de campo de una amiga). Corto el tomate en rodajas muy finas y las coloco sobre la superficie del mollete, luego pongo la panceta y lo cubro con la otra mitad del mollete. Guille prefiere refregar el tomate por la superficie del pan, pero a mi me da un poco de asco la masa blandengue que se forma con la miga. Me encanta sentir en la punta de la lengua la suavidad del tocino y la aspereza de la carne  de la panceta, todo mezclado con la acidez del tomate. El té es muy aromático. Casi se puede saborear la canela antes de beberlo, sólo por el olor que desprende. Lo compro así, en una tienda que hay en la acera de los números pares de la calle Puentezuelas. Barranco, la casa de las especias. Merece la pena pisar esa tienda aunque sólo sea para ver cómo el dueño hace los paquetes con papel. (Preparación del desayuno: 5 minutos; tragármelo: 20, compaginándolo con la lectura de la prensa y la respuesta a algunos e-mails de trabajo).

Luego me fui a comprar manzanas. La frutería está a unos 500 metros de mi casa; pero hoy me contagié de la filosofía espacial de mis amigos de Trebujena (aprovechando que tenían que ir de Cádiz a Málaga, se pasaron por Lugo -y no es una exageración, lo hicieron-). Centro, Albaicín, Caleta, Camino de Ronda y vuelta a casa con bastante hambre por la camina. 

Almuerzo: pechuga de pollo rellena, ensalada, cerveza sin alcohol y sandía. Me encanta cortar el filete y ver el queso derramarse. O meterme en la boca los pequeños tomates empapados en aliño y morderlo para sentir el caldo me inunda mi paladar. Es un placer aplastar los trozos de sandía con la lengua para ordeñarlos de su dulzura. El filete y la ensalada los compro ya preparados en Mercadona. Sólo tengo que freírlo y aliñarla. (Preparación: 5 minutos; comerlo: 20 minutos, mientras veía un episodio de Urgencias -poco aconsejable para disfrutarla a la par de la comida: en el episodio de hoy no paraban de potar-). 

Cena: dos barritas de muesli y una manzana; pero eso ocurrirá pasada la media noche. Me encanta escuchar el crujido de la manzana cuando se le da un bocado.

El inventor - publicista (foto afanada de El País digital)


Hoy venía en El País digital un artículo titulado ¿El fin de la comida? Un sujeto ha inventado un alimento, supuestamente para sustituir las comidas normales, consistente en un polvo que proporciona todos los nutrientes necesarios y que sólo hay que mezclar con agua. En teoría sirve para ahorrar tiempo en cocinar, ir al supermercado y en comer. Pero, ¿no estaba esto ya inventado? Recuerdo los petates de mi padre cuando se iba de maniobras. Su despensa y su botiquín, se mezclaban. Llevaba pastillas para potabilizar el agua, pastillas para calentar los alimentos, pastillas para completar las dietas... y unas bolsas de polvos que se mezclaban con agua, se volvían a cerrar, se agitaban, y tenías chocolate caliente con complementos nutritivos (aunque sabía a medicina). 

También recuerdo unas galletas que se arrojaban desde los aviones en los países con hambruna. Un paquete de aquellas galletas sobraba para proporcionar a un adulto todo el alimento que necesitaba en una semana. 

En fin, supongo que el invento satisface los requisitos buscados, pero, si ni siquiera se tiene tiempo para comer, ¿se le puede llamar a eso vida?

sábado, 2 de agosto de 2014

La nada

¿Será esto el famoso bloqueo del escritor? ¿Podemos sufrirlo quienes nos limitamos a juntar palabras para colgarlas en el ciberespacio? Hoy no tengo ganas de escribir de nada. No es que no se me ocurran temas. Donde vivo basta con asomarse a la ventana para tener media docena de asuntos sobre los que tratar. Unos ejemplos: podría escribir sobre la inactividad en Granada en el mes de agosto, todas las tiendas de mi alrededor están cerradas por vacaciones. O de uno de mis vecinos de enfrente, que se muda. Una pena. Este sujeto solía salir al balcón en gayumbos, tipo bóxer. Los tenía a rayas, a cuadros y lisos. Guille y yo los utilizábamos para apostar. Quien adivinaba cuál llevaba ese día, se libraba de fregar los platos del almuerzo. Siempre ganaba yo. Guille no se dio cuenta que el sujeto seguía una pauta. También podría hablar de la falta de respeto que tiene la gente por sus semejantes: hay un coche aparcado justo en el paso de peatones. O de la adicción que muchos tienen a los móviles (una adolescente se ha dado una leche en la rodilla contra un banco por ir escribiendo un mensaje).

Dentro de la casa también hay sobrados temas. El añorado Mambrú ha sido sustituido por unos insulsos vecinos que parecen fantasmas. Shhhhhhhh, no los despertéis. Daba más juego mi vecina la fornicadora ruidosa. Siete personas viven en dos habitaciones y un salón. No hacen ningún ruido. Sólo se les escucha entrar y salir porque su puerta es de seguridad y está un poco descolgada por el peso. Ahora no se oye nada al otro lado de la menguada medianería. Por la noche, acompañado por el canto del grillo, se puede oír un zumbido constante, a cualquier hora, como el de una máquina de coser o una pulidora. 

Tal vez debería ocuparme del grillo antes de que llegue Guille. Ya me imagino a los dos buscando al bicho en mitad de la noche para atraparlo y llevarlo a los jardines del Genil. Guille no soporta los ruidos constantes. Tal vez le moleste más el zumbido de los vecinos de la medianería actuales que el jaleo de los anteriores. 

Quizás podría escribir sobre mi sobrina, que es una fuente inagotable de asuntos porque siempre anda fuera de casa y rodeada de niñas a las que le ocurren cosas tan normales como que se dos de ellas se enamoren del mismo chico -tienen todas alrededor de 13 años- o que, más dickensiano (¿existe esta palabra?), una de ellas se haya tenido que enfrentar a un juicio porque su padrastro le dio una paliza, el padre real lo denunció, y ella tuvo que mentir y echarle la culpa de los moratones a su hermanastra más pequeña. 

Más temas: sobre las vacaciones. Tengo preparado un borrador que hasta tiene título. Por lo general los títulos aparecen, como por arte de magia, sin ningún esfuerzo, en mitad de un escrito. O sobre un documental que vi ayer: Súper poderes. Por el título, parece un pastel, pero es muy interesante. Habla de nanotecnología, entre otros cosas. 


Pero la verdad es que hoy no tengo ganas de escribir sobre nada. Puede que sea porque ayer estuve en la piscina de unos amigos y me entró agua en el oído y hasta hace un rato tuve una molesta otitis. ¿Estamos a la misma temperatura dentro que fuera del cuerpo? Al salirme un chorrito de agua del interior del oído, quemaba.

... Por lo tanto, hoy no escribo. Ya volveré a darle a las teclas cuando tenga ganas de juntar palabras con algún sentido.