martes, 29 de abril de 2014

Sin esperanza

Nieva. Hace casi 30ºC, pero el aire está lleno de gruesos copos que lo invaden todo, se aposentan en los rincones donde el aire está quieto o los moldea en forma de remolino en los patios cerrados. A estos copos ingrávidos de abril, en Granada la gente los llama fulanicos. Es sólo la molesta pelusa que todos los años sueltan los plátanos.

Este fin de semana, que lo hemos pasado haciendo compañía a mi madre en la casa que alquila intermitentemente en Órgiva, también nevaba: los pétalos de un par de cerezos de floración tardía que hay junto a la leñera de la vivienda. Una racha de viento llenó el aire de flores rosadas. Pero en lugar de disfrutar de ese instante, del extraño espectáculo que ofrecía la naturaleza, sólo pensé que los niños ahogados en el Sewol ya no verán la rápida transición de las estaciones del año. Ha llegado el momento en el que ni siquiera los padres parecen tener esperanzas de que se produzca un milagro. Sólo lloran a los hijos muertos. Los lazos amarillos de los deseos de salvación han sido sustituidos por los negros de duelo. Hiere saber lo jóvenes que eran, todo lo que no han podido experimentar en sus cortas vidas, la rotura que cientos de familias han sufrido. Doscientas diez victimas y noventa y dos desaparecidos para los que ya no queda esperanza. Pero lo que más daño hace es conocer la irresponsabilidad, la falta de preparación, la negligencia, el egoísmo y corrupción de la mayoría de quienes deberían haber velado por la vida de los viajeros del ferry hundido.

Tal vez el milagro que esperaba se esté produciendo constantemente. Si en un país bastante desarrollado como Corea del Sur, el gerente de una naviera puede pagar para que las revisiones que le hagan a sus barcos sean muy suaves, si puede ir al mando de un ferry lleno de centenares de viajeros un capitán con problemas de estabilidad por enfermedad o alguna sustancia extraña, si quien lo sustituye desconoce la manejabilidad de la embarcación o piensa que está a los mandos de un juego, si no están sujetos los contenedores de carga ni los vehículos, si las cápsulas donde se guardan los botes salvavidas no se pueden abrir y en su interior esconden balsas neumáticas de 1.994, si se les da a los viajeros la orden errónea de quedarse donde estaban -exigencia que no es seguida por la mayoría de la tripulación-... ¿qué no ocurrirá en países menos desarrollados o más corruptos cada día? 

lunes, 28 de abril de 2014

El año del cerdo

Buscaba en Internet la imagen de un cerdito feliz y apareció la fotografía de Kim Jong-un.


¿Se puede tolerar semejante atrocidad? ¿Semejante insulto? 

Muchas de las películas surcoreanas que tanto me gustan, suelen estar inundadas de espías norcoreanos. Sospecho que idealizados: superhéroes que todo lo pueden en la lucha y en aguantar el dolor porque han sido enseñados desde niños y que aceptan enfrenarse al país que los acoge con el único aliciente de mantener con vida a la familia que se ha quedado como rehenes en la dictadura. Todas estas películas tienen finales que yo pensaba tristes (los espías mueren), pero, ¿puede existir un final menos triste? Una persona que ha probado la libertad y que sería devuelto al yugo de un dictador, o cuyas familias serían asesinadas y ellos perseguidos de por vida si desertan. 

Puede que las historias de los espías norcoreanos sean una exageración, al igual que puede que no sea verdad que ese individuo de aspecto ridículo jamás mandara a asesinar a su tío haciendo que una jauría de perros lo devoraran, puede que no existan los campos de concentración donde la salida más deseada por los prisiones es la muerte; puede que la gran mayoría de sus ciudadanos no estén pasando hambre y necesidades... pero, ¿qué más da? ¿Está justificado que un individuo se imponga a la libertad de más de 24 millones de personas? Y cuyo único mérito es haber sido engendrado por otro dictador. 

Cuesta mucho comprender que en pleno siglo XXI se toleren las dictaduras (una dictadura siempre lo es, independientemente de la frágil base política sobre la que pretende sustentarse). 

¿Se puede aceptar semejante atrocidad? ¿Se puede permitir que animales tan beneficiosos como los cerdos sean insultados al ser comparados con Kim Jong-un?

Errar es inhumano

No he dormido aún. He estado arreglando lo que me han parecido un millar de certificados correspondientes a las escrituras de unos pisos que se pretenden vender ahora, aunque se terminaron hace dos años y medio. Cualquier mínima señal de recuperación de la economía me proporciona una ilusión que poco a poco va siendo tragada por la realidad. En todos los certificados, que se hicieron al terminar la obra, alguien confundió los decímetros cuadrados con los centímetros cuadros. Es un error común, si no se está familiarizado con las medidas de superficie. ¿Quién no tiende a decir, por desconocimiento o despiste, que 10.01 m² son diez metros cuadrados y un centímetro cuadrado, en lugar de diez metros cuadrados y un decímetro cuadrado, como es en realidad? Consecuencias que puede producir este error: que alguien (yo) no duerma durante una noche arreglándolo, y que alguien (el promotor) pierda alrededor de 1.800 € por vivienda.  No parece mucho... pero teniendo en cuenta que han sido 50 pisos... (90.000,00 euros).



A Guille no le extraña despertarse y no encontrarme a su lado. Sabe que me gusta trabajar de noche si tengo algo delicado entre manos. Nunca calculo una estructura de día (demasiadas interrupciones que pueden producir un despiste grave), tampoco si estoy cansada o enferma, aunque esto implica problemas con los constructores. Cometer un error grave en una estructura significa que alguien puede morir. Los seguros nos cubren las espaldas, pero, ¿qué conciencia podría soportar el peso de una muerte debido a la propia negligencia?

Intento encontrar un trabajo que quede libre del peligro de causar daño a un tercero, y no lo hallo. 

domingo, 27 de abril de 2014

Historias para no dormir



Voy a terminar por llegar a la conclusión que esto de ser adicta a los documentales es tan perjudicial como ser adicta a cualquier otra sustancia de esas para las que existen centros de desintoxicación. Hoy hemos visto uno sobre tsunamis. En su última parte da a conocer la formación de los tsunamis más catastróficos: grandes trozos de tierras que se desprenden y caen al mar formando olas gigantescas. Se espera que 1/6 de la isla de La Palma se desprenda en un corrimiento de tierra producido por un terremoto o una explosión volcánica y toda ese terreno caiga al agua provocando olas tan altas que pueden llegar a destruir toda la costa este de EEUU después de haber recorrido el Atlántico en su totalidad y arrasado las islas que lo salpican. 


Todo el terreno que queda a la izquierda de la línea y los puntos rojos, se desprendería


Si la probabilidad de que esto ocurra fuera real, por baja que fuera, teniendo en cuenta la seguridad de millones de muertes y del daño económico, ¿no se estarían intentando hacer esfuerzos sobrehumanos para evitarlo? El sentido común me hace creer que el documental es un cuento de miedo para adultos. Cuando éramos pequeños nos asustaban con el hombre del saco o la bruja que se comía a los niños malos y sólo dejaba de ellos los huesos, y ahora nos asustan haciéndonos creer que nuestro mundo, nuestra tranquilidad, nuestra monotonía, se puede acabar en unos segundos por culpa de la naturaleza, y los creemos porque la experiencia nos ha enseñado que los accidentes, sobre todo los provocados por negligencia y errores humanos (es un error conocer un posible desastre y no ponerle remedio) existen. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Hay otros mundos, pero están en éste

Hay un bonito paseo desde El Campus de la Salud al centro de Granada, a la calle San Antón, donde vivo; no por los edificios, que son todos como evidencias de la parálisis imaginativa de un puñado de arquitectos resacosos: muchos bloques insulsos de viviendas de protección oficial de mediados del siglo pasado faltos de rehabilitaciones íntegras. Es por las personas. Lo que más choca en un principio, antes de profundizar en su comportamiento, es ver salir a la calle a gente vestidos con pijama, bata y zapatillas de casa; o con chaquetones que no cubren del todo los pantalones de franela llenos de dibujos de sensuales Betty Boop de ojos cerrados y una hilera de zetas saliendo de sus labios. Es como si sólo hubieran interrumpido el sueño para salir a comprar el pan o tirar la basura. El Zaidín, esta extraña burbuja dentro de la ciudad, parece un pueblo que hubiera sido engullido por la inevitable expansión de la urbe; pero sin interferir en sus habitantes.



El martes, cuando volvía de la obra cariacontecida por la suspensión de pagos, entré en un supermercado para comprar una Coca-cola (la situaciones de estrés me resecan la boca). Para mí, que se pare durante un par de semanas, sólo significa tener más tiempo libre, pero no ocurre los mismo con los obreros, que, exceptuando alguna posible chapuza, tienen que recurrir a los ahorros -si los tienen- o a los préstamos, para subsistir. Cuando me puse en la cola en la caja, había tres personas delante de mí, y las tres se conocían porque hablaban amigablemente. La primera era una de estas señoras que no hacen distinción de vestuarios diurnos, nocturnos, para la casa o la calle. Llevaba un cartón de leche y una barra de pan. No tenía dinero suficiente y dejó a deber (eso en mi supermercado habitual no se puede hacer) 70 céntimos. La cajera sacó una libreta y los apuntó en una página que estaba llena con otras anotaciones. En total debía 17,32 €. Lo sé porque en cuanto se marchó, las dos mujeres que me precedían se interesaron por la deuda de su amiga y se pusieron de acuerdo para pagarla entre las dos, exigiendo a la cajera que no dijera quién había sido.

Guille, cuando se lo conté, se ganó un puyazo en el costado por enturbiar lo que para mí fue un hecho lleno de generosidad. Él dice que atufa a timo. Que la intención de las mujeres era que yo también colaborara en el pago de esa deuda. Lo que me molesta no es la retorcida idea de Guille, si no mi evidente falta de humanidad porque ni se me pasó por la imaginación ayudar a una completa desconocida.

martes, 22 de abril de 2014

Rascándonos el ombligo

Esta entrada se habría llamado Los Lunes al Sol, como la película de Aranoa, si no hubiera ocurrido una mañana de martes, y con el cielo tan encapotado que cualquier resquicio entre las nubes, por el contraste, hacía parecer al manto gris muy cercano, tangible bajo nuestras cabezas, a punto de desplomarse. Antes de acercarme a la obra, ya me percaté que algo extraño ocurría, porque en cualquier edificio en construcción, aunque sólo queden trabajos interiores de instalaciones, más por las voces de los trabajadores que por las herramientas, siempre hay jaleo. Por enésima vez en los últimos meses, había suspensión de pagos. Todo es como una cadena: al constructor no le pagan sus clientes, no tiene dinero con el que pagar al constructor y el constructor, por falta de liquidez, manda a los operarios a sus casas porque, según sus palabras, No es cuestión de pedirles que sean putas y encima tengan que poner la cama (que trabajar les cueste dinero, por el trasporte, en lugar de ganarlo). Ahora estarán durante dos o tres semanas mano sobre mano, hasta que al promotor le paguen y los trabajos se reanuden. 

El edificio del Campus de la Salud es como una maldición kafkiana. Demasiado a menudo parece que no fuera a terminarse nunca. 

lunes, 21 de abril de 2014

Liliput


Ayer por la tarde estuve un rato con mi aparejadora, y me invitó a tomar un té donde flotaban rodajas de un minúsculo limón. Hoy me trajo un puñado de esos limones que parecen de juguete y me ha pasado esta fotografía. Los huesos de uno de los limones los he echado en una maceta que antes tenía un cactus y, debido a mi excesivo celo en regarlo, me lo cargué. Dudo que germine, pero me divertiré teniendo la esperanza de ver asomar un brote entre la tierra oscura. A pesar del minúsculo tamaño de los limones, huelen como si su aroma estuviera concentrado. (Lo que hay debajo del limón, es un tomate de pera de 2 cm de largo). 

A mi aparejadora se los proporciona una amiga que tiene una casa con huerto en la Vega de Granada. No sabe de dónde han salido. El árbol, uno solo, ya estaba cuando compró la casa y dice que cada año da más frutos. 

Una de mis tías maternas, cuando se quedó viuda, se retiró al campo, a unas tierras que habían sido de la familia del marido y que ella heredó, donde habían plantados cítricos: naranjas, limones, limas, mandarinas y unos extraños frutos que eran como un cruce entre mandarinas y limones, de sabor ligeramente ácido y muy dulces. No estuvo más de tres años en la finca porque, coincidiendo con su primera relación seria después de la muerte de mi tío, al cortar una naranja creyó que estaba llena de sangre. De nada sirvió que le explicaran que era normal, que era un variedad de naranja que se llama ombligo escarlata. Vendió la finca, pero se quedó con el novio y yo jamás he vuelto a comer esos extraños frutos mandarina-limón y que mi imaginación ha convertido en una apreciada golosina. 

domingo, 20 de abril de 2014

Cosas del domingo - Como el concreto

Estoy leyendo un libro antiguo sobre hormigones. Su traducción es del inglés al sudamericano y utiliza la palabra concreto en lugar de hormigón. Busco saber, a nivel molecular, qué es la aluminosis, porque tenemos una rehabilitación de un edificio antiguo afectado por este mal. Quiero saber hasta qué grado afecta a la estructura. Hay que intentar interferir lo mínimo posible en lo existente. 

Guille vuelve recién duchado, con el pelo empapado, las mejillas enrojecidas e irradiando calor por el esfuerzo del deporte. Deja caer la mochila junto a la entrada (plot), se desploma en el sofá (plot), se quita las zapatillas (plot, plot)... sólo finge estar agotado. Cuando me acerco para comprobar si se ha quedado dormido, me atrapa. ¿Planes para la noche? Él preparar la cena, yo trabajar. Sale, regresa con una bolsa llena de rollitos vietnamitas. Me gusta que me mimen. 

Cosas del domingo - Como un arañazo en una pizarra

El traqueteo de las ruedas de las maletas sobre las irregularidades de la acera me ha estado acompañando  toda la tarde. Hoy es el día que regresan la mayoría de los estudiantes y quienes estuvieron de vacaciones. Los vecinos con los que compartimos sólo un trocito de medianería y todas las intimidades de su dormitorio, también han vuelto, acompañados por un gato con el que la mujer habla como si fuera un niño pequeño, poniendo esa voz cantarina y chillona que muchos adultos fuerzan al pensar que facilitan la comprensión de un bebé . Al gato no le gusta y ha estado lanzando un maullido lastimero desde su llegada. 

Cosas del domingo - Como el pegamento

Guille se va a jugar al fútbol sala con sus amigos y yo aprovecho para devolverle un pen a mi aparejadora. Le acepto un té, aunque en realidad lo que estoy aceptando es un rato de charla. En el té flotan unas rodajas de limón de no más de un centímetro de diámetro.Limones enanos. Su madre es una presencia fantasmal. Se escucha en las habitaciones más alejadas de la casa, pero no suele aparecer. Si no la hubiera visto en alguna otra ocasión, pensaría que no existe. Hablamos un poco de todo. De la administrativa de una empresa de seguridad con la que ambas hemos trabajado, aunque no al unísono. Esta mujer era como una Barbie morena y su jefe como un cigarrillo humeante: hedía. Ninguna lo imaginamos vestido de novio. Llevaba muy mal su calvicie y se obstinaba en marear un mechón de pelo para cubrir su reluciente cráneo. Ambas nos terminamos preguntando si este matrimonio tan dispar no ha sido consecuencia de la crisis. 

Cosas del domingo - Como el agua y el aceite

Llueve. La lluvia en Semana Santa hace feliz a mi madre. Tiene la teoría que los santos odian que los saquen en procesión. Le hace gracia que su amiga la llame poco cristiana por tener esa idea. Como siempre, hablamos de muchas cosas. Ella suele hacer comentarios de los personajes extraños de la farándula televisiva como si fueran familiares. A menudo,  cuando menciona a alguno, tengo que concentrarme para discernir si habla de algunos de mis primos o de una de esas sanguijuelas que se ganan la vida exhibiéndose como si fueran pavos reales en la televisión. Le digo que Gabriel García Márzquez ha muerto. ¿Quién?, pregunta. Un escritor, explico. Ah, uno de los tuyos. Identifica los personajes públicos como tuyos o míos. Pocos tenemos nuestros. Algunos corredores de motos3, nada más. Qué pocas cosas tenemos en común. 

viernes, 18 de abril de 2014

Tregua

Nos tomamos un descanso de la realidad y del trabajo porque agobian. Es lo único bueno que tiene esta crisis: podemos tirarnos todo el día tumbados a la bartola en el sofá sin sentir remordimientos de conciencia. Bueno, también hemos paseado y comido fuera. En cuanto las procesiones han hecho acto de presencia en las calles, hemos vuelto a la casa para refugiarnos de las multitudes, el olor a incienso y los resbalones por la cera. Es una suerte tener un lugar al que regresar, aunque estos días me gusta mucho estar en la calle porque parece pleno verano, a pesar de apenas haber empezado la primavera. El aire sería sólido y compacto si los sonidos, olores y la temperatura cálida, tuvieran sustancia. 

Mientras estábamos tumbados en el sofá, sintiendo el placer de mezclar nuestros pies desnudos, aún haciendo la digestión de la paella (sin caldo) que nos habíamos comido en uno de los bares que hay en la Ribera del Genil, a Guille se le ocurrió que sería muy pedagógico un juego de catástrofes. Un personajillo que tiene un horario convencional y unas obligaciones convencionales, al que en cualquier momento se le puede presentar todo tipo de catástrofe, desde un incendio, a un atraco, a un terremoto, a un accidente de coche... ¿Cómo actuar en cada ocasión? Es evidente que la autoridad no siempre lleva la razón.

Me acosté a la misma hora que Guille. A las cinco tenía los ojos como los de una brótola. Se acabó la tregua. Mientras trabajaba puse en otra pantalla el informativo de la YTN. Llevaba casi 24 horas sin verlo. Imaginaba que me encontraría ante un resultado definitivo del naufragio, pero el contador que aparece en la pantalla prácticamente no se ha movido desde ayer, como si el tiempo se hubiera paralizado. 

jueves, 17 de abril de 2014

A la espera de un milagro

Hace tiempo, uno de mis lugares marcado en el mapa para ir antes de morirme, era Jeju, una isla volcánica de Corea del Sur (no es nada raro si se es adicta a los doramas). Luego, al ver en el Google map su naturaleza amaestrada, hizo que fuera pasando al olvido.


Ayer un ferry con destino a esta isla, naufragó lleno de adolescentes. Recurro a la cadena YTN para saber qué ocurre porque en la prensa española, si aparece la noticia, es con datos muy antiguos. En el margen superior derecho hay un recuadro. Pasajeros: 475; Fallecidos: 18 (a las 16:30); Rescatados: 179 (por desgracia, esta cifra continúa inmóvil desde ayer); Desaparecidos: 278. Me temo que poco a poco habrá un traspaso de la lista de desaparecidos a fallecidos. En el informativo ponen un gráfico para intentar explicar la dificultad que tuvieron las personas para salir de sus camarotes cuando el barco comenzó a escorarse. Para muchos, cuando el cubículo comenzó a llenarse de agua, debió de ser tan complicado como intentar caminar por las paredes; para otros, la imposibilidad de abrir las puertas (suelen tener apertura hacia fuera) si el agua ya las comenzaba a empujarlas desde el pasillo. 

Como suele ocurrir en los accidentes, fue una retahíla de errores: tomar la ruta equivocada, pedirle a las personas que se mantuvieran donde se encontraban (en lugar de solicitarles que fueran a cubierta).... y ser el capitán uno de los primeros en abandonar el barco (la historia se repite).

Ahora sólo cabe esperar un milagro. En Seúl no son extraños. En 1.995 una gran tienda se derrumbó, provocando más de 500 muertes. Dieciséis días después, una mujer joven, de 19 años, fue rescatada con vida. El ferry, al girarse con tanta brusquedad, puede haber facilitado en los camarotes la formación de bolsas de aire que permita la supervivencia durante algún tiempo... pero en Corea del Sur vuelve a ser de noche y el agua está a unos 15ºC.

miércoles, 16 de abril de 2014

Tres, multitud

Seguro que los celos que siente la hija por la madre y el marido cuando están en concomitancia y la excluyen, tiene un nombre en concreto en psicología; lástima que no sean horas para llamar a mi tío Fermín, que sabe del tema. 

Hoy a primera hora fuimos a Málaga a medir el solar donde hemos proyectado las doce viviendas. El perfil para el anteproyecto lo tomé del oficina virtual del catastro, pero esos planos son sólo una aproximación, además, no tiene altimetría. Fuimos a primera hora, como le gusta a Guille, y fue más divertido de lo que suele ser porque desde uno de los bloques que tiene medianería con el solar, nos tiraban calderos de agua (sin el previo aviso de ¡Agua vaaaa!). Alguien, es probable que el mismo promotor de las viviendas (para conseguir un mejor precio por el terreno), había echo correr el rumor que se iba a construir en la parcela un centro para toxicómanos. Nos informó una vecina que vino a husmear (creo que la misma que tiraba el agua, por fortuna, con bastante mala puntería -o con involuntaria buena voluntad-). 

Al regresar, nos quedamos a comer en la casa de mi madre. Me gusta cómo cocina, aunque no por el recuerdo de la infancia (me crié más comiendo los macarrones y lentejas de mi hermano, que sus potajes). Hay muchas de sus rectas, sobre todo las heredadas de mi abuela, las que aprendió durante su estancia en el cortijo, que son complemente incompatibles conmigo. Hoy quiso agasajar a Guille, por verlo por primera vez después de muchos meses y los dos se pusieron a preparar el almuerzo. La cocina es grande, pero tres personas delante de la encimera, son multitud. A mí me excluyeron, me dejaron sentada a la mesa de la cocina con la maquinita (la maquinita es el teléfono móvil). Cuando visité todos los foros y blogs a la que soy asidua, me puse a jugar al Candy Crush (cual cualquier ministra de trabajo que se precie). 

Me daba un poco de envidia ver lo bien que se compaginaban para trabajar Guille y mi madre. Conmigo nunca es así, siempre se intenta imponer; pero a mi marido lo respeta. 

De menú había arroz con conejo y majillo de espárragos. Los granos de arroz nadaban en un caldo amarillo. Ingenua de mí, pregunté cuándo se iba a poner sequerón (en mi mente no cabe la posibilidad que le arroz se tenga que comer con cuchara). Los espárragos tampoco me hacen gracia porque después de comerlos, la orina apesta. Ya me imaginaba cogiendo un empacho de aceitunas aliñadas cuando mi madre me puso ante las narices una tortilla de cebolla con patata (uf, menos mal, me habría puesto muy triste si me hubiera ignorado por completo). 

lunes, 14 de abril de 2014

Más cosas descubiertas hoy


Esta foto del rumano Mugur Varzariu, publicada en El País digital hoy. Es de una anciana gitana de un suburbio de Bucarest. Me produce en los ojos el mismo efecto que el jugo de la cebolla al cortarla. ¿Es justo que una persona tenga que sufrir, cuando ya no queda esperanza de futuro, semejantes condiciones de vida? Si imagino a un niño en el lugar de la anciana, la tristeza no es tan grande porque pienso que tiene toda una vida para mejorar; si imagino a un hombre o mujer adultos, la pena ni se le acerca porque sospecho que pueden medrar gracias a su esfuerzo. 

Los humanos, ¿tendremos alguna vez la capacidad de anteponer el bienestar general al propio?

Cosas descubiertas hoy

Una nueva versión de Jesucristo Superstar, del Año 2.000.


Es un poco extraña. Meliflua. Da la sensación que lo único que hace falta es que a Jesús lo azoten con una boa de plumas y los Villages People hagan los coros. 

Los ateos también podemos creer en la figura histórica de Jesús de Nazaret. Tal vez le tengamos más respeto que los católicos que lo veneran paseando su imagen sobre un pedestal de plata. Parece que en el Nuevo Testamento de casi todos los católicos falta el trocito donde Jesús echa a los comerciantes del templo. 

Sordera selectiva

Con Guille aún no he vivido lo suficiente para mimetizar sus gestos. A pesar del tiempo transcurrido desde que ya no estamos constantemente juntos, mucha gente nos relaciona a mis hermanos y a mí por la forma que tenemos de mirar a quien ha soltado una burrada o la que tenemos de elevar los ojos a la vez que nos encogemos de hombros cuando consiguen sumergirnos en la más profunda de las dudas. Me gustaría poder imitar el gesto de "qué exagerada eres" de mi marido. El que soltó cuando ayer, a eso de las 12:30 de la noche, pasó la banda de música de una procesión sin santo. Regresaban después de haber estado toda la tarde tras una imagen recorriendo las calles de Granada, y lo hacían tocando, con tanta energía que parecía que acababan de coger sus instrumentos en aquel momento; aunque el cansancio hacía mella en su sincronización y a mí, la fanfarria que tocaban, me sonaba como un avispero que hubiera sido pisoteado. Cuando lo dije, Guille hizo ese gesto que aún no sé imitar, mirándome de soslayo, sonriendo con una comisura y soltando el aire por la otra. 



Mi vecina del tercero salió a su balcón (la que regañó a unos chavales por estar jugando al fútbol con una naranja por balón). Preparaos, no os imagináis la bronca que os va a caer, pensé. Pero la mujer, a la que debieron sacar del sueño porque iba toda despeinada y envuelta en un bata de demasiado abrigo para el calor que hace estos días, se limitó a escucharlos con las manos juntas, como si rezara, y a volver a su escondite cuando los músicos desaparecieron de nuestra vista al ser engullidos por los muros de ladrillo de la fábrica de harinas. 

domingo, 13 de abril de 2014

El error de Dios

A quienes tenemos muchos defectos, nos suele gustar casi todo el mundo porque sabemos que no podemos ser exigentes. A pesar de ello, hay un amigo de Guille que no soporto. La primera vez que lo conocí me extrañó que sus compañeros, sobre todo Guille, con lo prudente que es, le permitieran conducir en las circunstancia que yo lo imaginaba. ¿Es que lo vais a dejar ir en esa condición?, pregunté. Guille tardó en comprender, y no lo hizo por mis palabras, si no por la carcajada que otro de sus amigos soltó al procesar mis palabras. No está drogado. Es que es así, me explicaron. 

Pero no soy a la única que le cae mal, creo. Hoy comió en casa con algunos otros compañeros de fútbol sala de Guille. Algunos lo escuchaban con la expresión en la cara de quien soporta sobre sus narices la halitosis fermentada de su interlocutor. Hablaba de su adolescencia. Aseguraba que cuando tenía 14 años un ojeador del Real Madrid se presentó en su instituto para ficharlo, pero que él siempre había sido del Barça y los merengues le resultaban repulsivos, por eso lo dejó pasar. Cuando ninguno de sus antiguos condiscípulos, de los que están presentes, aseguraron no recordar la presencia de ojeadores en el instituto, intentó convencerlos de que el profesor de gimnasia sólo se lo dijo a él para no despertar envidias. 

Nos privó de su presencia próxima la hora de la cena (comenzaba a preguntarme si debería buscarle un lugar dónde dormir en la casa) y cuando ya se había cargado los planes que teníamos para la tarde del domingo (ir al cine con mi aparejadora y cenar rollitos vietnamitas en un chino). Guille tuvo que soportar un puyazo en su costado: al irse, lo invitó a volver cuando quisiera. Pero también él suspiró en cuanto se cerró la puerta y escuchamos el ascensor bajar. Dios se equivocó al no ponerlo en la familia real, comentó Guille. No le pregunté si lo decía porque así el ego de su amigo se sentiría satisfecho y repleto o porque así se habría mantenido alejado de nosotros. 

sábado, 12 de abril de 2014

Fortuna

He tenido que leer medio libro para descubrir que el Robert L. al que Margarite Duras cree muerto, tirado en una cuneta, anónimo, con los pies desnudos, es Robert Antelme, el escritor de La Especie Humana. Fue deportado a un campo de concentración donde casi muere. Lo recuperan pesando sólo 37 o 38 Kg, todo huesos, con la piel transparente, lleno de aristas, con un aspecto tan diferente al que tenía, que no podían reconocerlo.



En las páginas que Margarite relata el aspecto del marido moribundo, involuntariamente pienso en cómo tuvo que ver mi madre a mi padre los últimos días de su vida. Existe un paralelismo que aturde. En la dificultad para alimentarlo, la falta de fuerzas; la fiebre, que era como una sentencia a muerte; incluso en los excrementos. El círculo se cierra al recordar que fue el doloroso tratamiento contra el cáncer de la madre de Hitler, por un médico judio, lo que, según algunos historiadores, lo convirtió en un hijo de perra. 

Parecería que me obstino en amargarme con pensamientos tan pesimistas cuando tengo muchas razones para ser feliz. Pero no es así. Pensar en el sufrimiento que otras mujeres han tenido que arrastrar desde una edad temprana hasta el final de sus días, sólo me obliga a ser consciente de la suerte que tengo. Miro a Guille, sonriente incluso cuando duerme (debe de estar teniendo un sueño alegre), y me hace feliz. Trabajar a la intemperie le ha atezado la piel y parece que hubiera vuelto de unas largas vacaciones, lozano.. Me cuesta mucho mantener los dedos sobre las teclas, y no ir hasta la cama y tocarlo, al igual que he estado haciendo desde su regreso, sólo el temor a despertarlo, me retiene. 

jueves, 10 de abril de 2014

Sangre contenida

El buen tiempo ha llegado tan de súbito que es como si la gente no se hubiera podido adaptar aún, produciendo un malestar que muchos hacen evidente gritando o enfadándose con el primero que se le pone delante. 

Esta mañana, cuando apenas había amanecido, gracias al cambio horario, en el bar de los churros que está cerca de casa, uno de los asiduos se enfadaba, gritando a pleno pulmón, con el presentador de la televisión cuando informaba que el Atlético le había ganado al Barça. Eché una rápida ojeada a sus cubiertos; por fortuna no contaba con ningún cuchillo, pero sí con un tenedor. Recordé una escena de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, en la que una señora acaba con un tenedor hincado en la mejilla. Tal vez no sea muy doloroso, pero seguro que deja unas cicatrices muy feas. No llegó la sangre al río, ni a las losetas del bar. El hombre se calmó con la misma rapidez que cambiaron de noticia en el informativo. 

En la obra lo raro es que haya día sin bronca (más, teniendo en cuenta el promotor que nos ha tocado en suerte). La de hoy ha sido porque en uno de los cuartos de baño que va alicatado con mármol, las vetas de las losetas estaban colocadas arbitrariamente, y el promotor pretendía que todas estuvieran en vertical. En cuanto se le pidió que se hiciera responsable de las mermas que sufriría el material y el tiempo que se perdería, la posición de las vetas dejó de ser importante. 

A los pies de mi azotea hay un parque lleno de naranjos y adolescentes ociosos. Los adolescentes ociosos le dan mucho uso a las naranjas que arrancan o caen de los árboles. Primero intentan comerlas, pero el gusto debe de ser amargo o estar muy resecas y ningún bocado termina más allá de sus gaznates. Intentan que, haciéndola pasar por una pelota, el perro que los acompaña vaya a recogerla después de lanzarla lejos. El animal, que no debe saber qué se espera de él, mira en la dirección que fue tirada la naranja, mira a los adolescentes, y parece tan expectante como ellos, a ver quién va a buscarla. Cansados por no obtener resultados, la utilizan como un balón. Mi vecina del tercero, de la que muchos dicen que le molesta incluso el ruido de las respiraciones ajenas, se asoma a su balcón y les grita: ¡Niños, que tenéis los huevos muy negros para comportaros como unos niñatos! Los adolescentes vuelven a su ociosidad, sentados en un banco, mansos, sin ganas de seguir la bronca de la vecina furibunda.

miércoles, 9 de abril de 2014

El regreso de la inocencia

Pensaba que mi vecino de abajo era raro. Que era como un crío pequeño al que el rostro se le ha llenado de arrugas prematuras. Tiene más o menos la misma edad que Guille. Pero mientras que mi marido incita a que te cuelgues de su brazo para que te sirva de guía por este mundo, a veces tan complicado; a mi vecino dan ganas de colocarle una piruleta entre las manos y removerle el pelo canoso. Ayer regresó del trabajo montado en monopatín, uno de esos llenos de dibujos de calaveras y ruedas fosforito. Qué monopatín más chuli, le solté, y sin duda se percató del sarcasmo porque en lugar de sonreír, me aseguró que estaba hasta los huevos del transporte público, que los autobuses siempre apestan y nunca llegan a su hora, y que gracias al carril bici, el monopatín le está facilitando mucho la movilidad por la ciudad. Para mí, los autobuses no son tan nefastos, tal vez porque siempre ando medio resfriada y mi olfato deja mucho de desear y porque las esperas siempre las lleno leyendo y a veces hasta me parecen demasiado breves. 

Cuando llegué a casa me volví auto crítica ante el espejo. ¿Tengo edad para seguir luciendo en el ombligo un piercing? ¿Para llevar en la oreja izquierda tres pendientes? ¿Para utilizar short tan cortos que asoman por las perneras los bolsillos?...  De repente me estoy sintiendo muy vieja, tanto que uno de los últimos jueves tuve que interrumpir una reunión para ir a la logopeda y mentí, le cambié la profesión por la de psicóloga. 

El consuelo de tener que hacer un trabajo engorroso o pasar por un mal momento, es que siempre pasa. Cuando se concluye y puedo volver a lo que realmente me gusta, a pasear, correr o leer, siempre me tomo un instante para pensar: Lo ves, ya eres de nuevo libre. Pero ese instante, que antes era de felicidad plena, ahora está ensombrecido por la idea de que también llegará el momento en que los chavales me comiencen a ceder el asiento en el autobús, o me llamen señora o mi cuerpo, tan ágil en estos momentos, comience a ser como un pc al que se debe dar una muerte digna y no prolongar su agonía. 

Desde ayer estaba algo mohína. Me había quitado el piercing del ombligo y los dos pendientes adicionales. Los short los escondí en el fondo del armario. Hasta había quitado de favoritos las páginas webs de los doramas (series surcoreanas muy ñoñas, propias para adolescentes). Pero antes de comenzar a escribir esta entrada, acepté una de las sugerencias del Youtube: Lo mejor de Brahms. Al finalizar el párrafo anterior, cambié la página para subir un poco el volumen de la música, y me topé con el retrato de un señor mayor, con arrugas alrededor de los ojos, la barba blanca y algodonosa y una expresión de tranquilidad y sociego que inspiran confianza. Tal vez sea un falso instante. Como la fotografía de ese señor que cae desde las Torres Gemelas, con una pierna extendida y otra encogida, los brazos a los costados, como si buscara la máxima velocidad, lleno de consciente tranquilidad; aunque en la secuencia completa se ve todo su terror. 


Tal vez no esté tan mal hacerse mayor, pero dejando que sea el paso del tiempo el que vaya imponiendo los cambios, sin forzarlos, sin obligar a mutaciones que pueden resultar tan ridículas como fingir una adolescencia tardía. 

Ahora los short giran y giran dentro de la lavadora y los pendientes vuelven a estar en mi oreja. El piercing está guardado en el joyero. Tal vez vaya siendo hora que deje que ese agujero se cierre. Después de todo, pretendía ser un arma de seducción, pero a Guille le resulta bastante indiferente.

martes, 8 de abril de 2014

Huy, ¿dónde se ha metido?


Un comando no conocido por todos: cobertura

¿Para qué sirve? Para cubrir (como su nombre indica). Para esconder algo de, por ejemplo, una imagen ráster que hayamos insertado en nuestro dibujo. AutoCad no nos permite aún trastear a nuestro antojo estas imágenes. 

Es muy fácil de utilizar. En la linea de comandos se escribe cobertura; si previamente hemos dibujado un rectángulo, lo pinchamos después de haber seleccionado polilínea (para que funcione debe ser cerrada y compuesta por tramos rectos)... y ya lo tenemos. Si no hemos dibujado el rectángulo, podemos ir, simplemente, pinchando las cuatro esquinas correspondientes (o cinco o seis... o cien). 


Si las letras que hemos escrito aparecen por detrás de la cobertura, y, por lo tanto, no aparecen al imprimirse, se juega con los botones de la barra de herramientas: Ordenar objetos. 

Piel de papel

Le pregunto a Guille si mencionaría mi nombre en el preciso momento que estuviera a punto de morir. La vida de Guille ha sido muy tranquila; si exceptuamos las cuatro veces que se ha topado con enfrentamientos armados por culpa de su trabajo, de personas que tienen miedo a que sus vecinos les roben sus tierras franja a franja, y pretenden asesinar al mensajero (es topógrafo y si los vecinos tienen enfrentamientos por culpa de las lindes de sus terrenos, a alguien con aparatos topográficos, lo suelen recibir muy mal). Él no sabe utilizar la imaginación, tal vez por eso es tan pésimo mentiroso. Recuerda la última vez que creyó morir. Era medianoche, dormía, y la respiración se le cortó. Un único brote aislado de apnea del sueño causada por el estrés. Es extraño, es su padre no biológico a quien le dan de vez en cuando esos ataques. Recuerda que despertó por culpa de la falta del aire. Incluso despierto, no podía respirar, daba grandes bocanadas y el aire no pasó por su tráquea en los tres primeros intentos. Lo pasó muy mal, recuerda todo con mucha nitidez. En esos momento sólo me preocupaba poder respirar, Rebeca. No me acordaba ni de Dios, responde con sinceridad. Yo sí lo haría, creo. Ya lo hago constantemente. A veces menciono su nombre, como un mantra: cuando algo se me complica, cuando tardo en obtener la respuesta a una pregunta, cuando hay algo que me gusta mucho o algo que me hace enfadar... La culpa de que la hiciera esa pregunta a Guille la tiene Marguerite Duras. Estoy leyendo El Dolor. Tenía que purificarme después de haber tragado, con el mismo masoquismo que hace gala la protagonista, Las Cincuenta Sombras de Grey.

Nunca he aspirado a saber qué tienen los escritores en mente cuando escriben. Los escritores son meros seres necesarios para hacerme llegar las historias que tanto me gustan leer (de algunos es mejor no saber su biografía, para que no enturbien lo que me cuentan). Pero, la mayoría se delatan en cada frase de lo que se lee. De la autora de las Cincuenta Sobras (huy, la dislexia me delata), se puede saber que es una mujer muy necesitada (de inteligencia, mayormente). Si algún aspirante a escritor quiere aprender qué es un personaje de papel, puede descubrirlo en este libro. La escritora quiere que pensemos algo de los personajes, y lo repite hasta la saciedad, pero el comportamiento que nos describe es muy contrario a esas características que pretende. Una mujer, supuestamente inteligente, que se comporta como una idiota, supuestamente culta, que utiliza el lenguaje de una quinceañera, supuestamente capacitada para trabajar en una editorial, pero que no tiene ningún respeto por el lenguaje escrito... En fin.

domingo, 6 de abril de 2014

Estoy enternecida

Soy muy buena guardando cosas, pero pésima encontrándolas. Si no tuviera el don de perder casi todo lo que se pone a mi alcance, podría haber hallado la mamografía que me hicieron hace dos o tres años (quería comprobar la fecha). Ese día aprendí de Ángela (B3 en Miembros), que necesitamos que nos necesiten

A mi hermano no le gustan los hospitales. Ya ha demostrado que prefiere un dolor de úlcera durante meses a permanecer en uno de ellos un par de días. Cuando le dijeron que tenía que quedarse en observación, me pidió que no me fuera. En la sala de observación no pueden estar los familiares, pero sí hay cerca unas sillas. Durante tres horas y pico estuve entretenida, tecleando en mi tableta (me doy palmaditas en el lomo, que en la tableta no tengo corrector ortográfico y no cometí muchas burradas). De vez en cuando escuchaba a alguna de las enfermeras o enfermeros que entraba, informarle de mi presencia en  la cercanía de la sala de observación. Luego me dijo que se sintió mejor al saber que estaba allí. 

Estaba ocupada

Tendiendo la ropa en la azotea del castillete. Todos los pisos tienen tendederos que dan a un patio interior. Ese patio es como una enorme chimenea llena de olor a café con leche y tostada por las mañanas o a de decenas de comidas diferentes al mediodía; por la noche suele oler a frituras. Alguien pidió que se pudiera utilizar la azotea del castillete para uso común, para que al meter las narices en la ropa, se percibiera el aroma del suavizante y no el del potaje de coles de los vecinos de abajo, y lo complacieron. Lo único malo, es que te puede desaparecer alguna prenda, no por latrocinio, si no por despiste de quien la recoge. Me encontré con el vecino el pirómano (bueno, lo de casi quemar su piso por olvidarse quitar el calefactor cuando se fue la luz, fue un accidente). Me invitó a ir con él de paseo a la Fuente la Bicha, pero no creo tener muchas cosas en común con él (sería un paseo lleno de silencios incómodos).



A ras del suelo, el aire permanece inmóvil, pero a medida que se asciende, comienza a removerse, convirtiendo las sábanas tendidas en banderas gigantes que se agitan. 

Estoy agotada

Los hospitales me cansan mucho. El viernes pasé casi toda la noche en la Salud. No por enfermedad propia. Haciendo compañía a mi hermano. Me llamó cuando casi era medianoche. Llevaba unos días con una esquirla de aluminio incrustada en la mano. Le había molestado, pero apenas le dolía, hasta el viernes por la tarde, que empezó a sentir punzadas y a hinchársele como si fuera un globo. Fue directamente a urgencias, sin avisar a mi cuñada. Me llamó para matar el tiempo mientras le tocaba turno, pero Granada es muy chica, se puede recorrer andando con facilidad de un extremo a otro, y llegar a cualquier parte en bicicleta en menos de un cuarto de hora. Antes de que le tocara, ya estaba a su lado en la sala de espera. Toda la experiencia de su trabajo, está reflejada en las manos de mi hermano. Las tiene llenas de cicatrices, de cortes recientes, de quemaduras, renegridas por culpa de los fragmentos de metal que se le incrustan bajo la piel. Ahora también tiene un corte suturado con cuatro puntos. Como tenía bastante fiebre, la tensión alta y tenían que ponerle la antitetáica, estuvo en observación casi toda la noche. 

Estoy aburrida

A veces, cuando tengo mucho tiempo libre, lo desperdicio. Hoy hace un día espléndido de primavera, por el sol y la temperatura, aunque a eso de las dos y media de la tarde ya se perfilaba la luna como una mancha blanca en el cielo muy azul. No apetece permanecer encerrada. He llamado a mi aparejadora, por si le apetecía dar una vuelta o ir al cine (quiero ver la película Ocho Apellidos Vascos), pero está ocupada. Hemos quedado para la semana que viene. Podría salir sola, pero estoy tan cansada que seguro que a la media hora estaría de regreso. La pereza me impide iniciar cualquiera de las mil cosas que se me ocurren hacer para matar el aburrimiento. 


Estoy envidiosa

Hoy, para entretenerme mientras comía (un shawarme de pollo y una cerveza, 3.5 € ambas cosas en el kebat que hay en la calle Alhamar), estuve viendo un documental sobre la geología de New York. Siento envidia de los arquitectos, o ingenieros, que calculen las estructuras de cualquier edificio en esa ciudad. La mayoría del suelo es roca sólida. Apenas necesitan cimientos. Estoy acostumbrada a calcular las estructuras de edificios en Granada, donde la probabilidad de sismos es muy alta; y Málaga, donde el suelo es una birria, con capas freáticas, donde hay que, en la mayoría de los casos, recurrir a los pilotes o micropilotes. Los promotores, los dueños de las viviendas o edificios, no suelen creer en lo que ven, y la fuerza de la gravedad, se intuye, pero no se ve (a no ser que te caiga un ladrillo en la cabeza, que en ese caso se evidencia en forma de estrellas, si no llevas el casco reglamentario). Estoy cansada de las exigencias de los clientes pidiendo constantemente que quite yerros de su estructura porque se lo ha sugerido el constructor... a veces lo hacen sin molestarse en preguntar (qué agonía). 


Estoy admirada

Desde cuando mi hermano estuvo en Japón, tengo la costumbre de visitar la página web del Instituto Geográfico Nacional. En la sección de Terremotos mundiales. Gracias a la casualidad, me enteré de forma casi inmediata del terremoto que padecieron hace poco Chile (huy, he estado a punto de poner Bolivia) y del posterior tsunami. En los periódicos españoles, aún no había salido la noticia y recurrí a los chilenos. Informaban paso a paso de los acontecimientos, con varios vídeos. Un terremoto de 8.3 es bastante fuerte. En el momento que leí la noticia, cuando había pasado un par de horas del suceso, sólo había habido cinco fallecimientos, y la mayoría por infartos. Eso dice bastante de las normas sismorresistentes de Chile. ¡Bien por ellos!


Estoy triste

Mañana tiene cita Guille con el notario y el comprador del local. Hasta que no termine el papeleo, no volverá a Granada. Calcula que otra semana más (¡qué agonía!)

viernes, 4 de abril de 2014

El Plan de Dios (primera parte)

Tiene los labios resecos y cree apestar a sudor fermentado. Lleva más de 24 horas aguardando en la sala de espera de la UVI. La dejan entrar cinco eternos minutos cada cuatro horas. En ese intervalo le habría sobrado tiempo para ir a casa, ducharse, cambiar sus ropas hediondas y regresar. Ahora ya es tarde y se arrepiente de no haberlo hecho cuando Eulalia aún estaba consciente y su problema parecía una insignificancia. 

A esta hora de la madrugada en la sala sólo quedan otras dos personas: una mujer mayor, de unos 60 años, que esconde el camisón bajo un abrigo largo, y una madre muy joven a la que sólo el sueño ha conseguido hacer que deje de llorar. Están demasiado conmocionadas y dolidas para entablar conversación entre ellas. Una duerme ocupando los tres asientos más cercanos a la puerta de la sala donde están los enfermos, la otra mira las losetas grises, monocromáticas, del suelo, y Elisa escudriña disimuladamente el paso del tiempo en la pantalla de su teléfono. Le gustaría pararlo. No desea que llegue de nuevo la hora de la visita y se vea obligada a acercarse a la cama de su compañera de piso. Al menos, ya no sufre, intenta consolarse y se abraza a sí misma porque en el recinto casi vacío la temperatura es un par de grados por debajo de lo confortable. Le gustaría también cerrar los ojos y descansarlos durante unos minutos de la luz excesiva de los fluorescentes, pero sabe que en cuanto lo haga, su mente se verá invadida por la imagen del tórax de Eulalia, descarnado, cubierto por una gasa extrañamente impoluta a pesar de ser evidente, por los movimientos tan nítidos, que está en contacto directo con su corazón. 

Los padres de Eulalia llegan cuando todo ha pasado y el cuerpo de su hija yace bajo una sábana en un rincón apartado de la misma sala donde ha fallecido, aislado del resto de enfermos, con el sol de la tarde entrando a raudales por la ventana. Estaban tan escaldados por las constantes hospitalizaciones de Eulalia por autolesiones, que ya no hacían caso cuando algún amigo de su hija los llamaba de urgencia, asegurando que se moría. ¿Quién iba a creer que esta vez era diferente? La pareja aún no ha asimilado la noticia, todavía no sienten dolor. Cuando están en la sala del piso, y asocian un póster del musical Cat y la manta con dibujos de gatitos que hay sobre el sofá, con la hija; ambos, cada vez que alguien hace ruido en el pasillo, levantan la cabeza y sonríen, esperando verla aparecer.

Por el piso se pasan algunos vecinos y un par de compañeros de facultad de Eulalia, más por curiosidad que por dolor, porque la noticia de su muerte ha salido en los periódicos digitales. Los médicos creen estar ante una variante de la facitis necrotizante, aún más virulenta y dañina. Tan rápida que la ha matado en menos de 48 horas. Retrospectivamente, el principio de todo fue ridículo e insignificante. Elisa se percató que su compañera tenía una mancha oscura, en vertical, en los labios, como si alguien la hubiera tocado, pidiéndole silencio, con un dedo tiznado. Se lo lavó tan concienzudamente que del negro pasó al rojo. Por la mañana la mancha había vuelto, más oscura, ocultando un socavón en la carne. En el hospital de inmediato supusieron que se trataba de una bacteria. Le pusieron antibióticos y mantuvieron en observación. La mandaron a la UVI, sólo para mantenerla vigilada. En las primera visita que le hizo Elisa, ya se tuvo que enfrentar con  el terror al ver que la carne iba desapareciendo de su rostro, mostrando una monstruosa sonrisa sin labios, sin dolor, sin sangre; porque el sufrimiento de Eulalia siempre estuvo en saber qué le estaba sucediendo (se moría, y gritaba, como si así pudiera ahuyentar a la muerta).

Las gemelas no asisten al funeral. Por Esteban, el novio de Eulalia, Elisa se entera que escaparon del piso y la ciudad cuando los inspectores de sanidad se presentaron en mitad de la noche para tomar muestras de agua. Él tuvo que consolarlas y llevarlas a la estación de tren, sin equipaje, porque les aterraba cualquier objeto que hubiera estado cerca de su compañera enferma. Esteban cumple a la perfección el papel de novio compungido, asombrando a todos; llenando de rosas rojas el ataúd, solícito con sus suegros, dejando que sus ojos enrojecidos por el llanto delaten el dolor; aunque sus facciones parecen destinadas exclusivamente a la alegría por culpa de los hoyuelos de sus mejillas, que proporcionan la falsa sensación de una sonrisa constante; pero todos sus alumnos, Elisa entre ellos, saben que es la expresión más extraña que se puede ver en su rostro.

Si un mes antes de morir, alguien le hubiera preguntado a Eulalia qué le atormentaba más, habría mentido, culpando a su escaso rendimiento académico (llevaba cuatro años estudiando la carrera de magisterio y aún no había aprobado ni un tercio de las asignaturas). La verdad, lo que arrugaba su ceño y hacía interminable el tiempo en vela antes de que los pensamientos la dejaran dormir, estaba oculta en sus entrañas, a algunos centímetros de la superficie, entre sus piernas: a sus 24 años, nadie había querido tocarla. El espejo le devolvía un rostro no del todo desagradable. Se miraba de frente y no percibía la nariz aguileña ni la barbilla tan rehundida que parecía la continuación del cuello. Le daba miedo morir sin haber disfrutado del placer de sentir otras manos ajenas a las suyas sobre su cuerpo. Si Elisa lo hubiera sabido, podría haberse alegrado por ella, y aplacado los celos que sentía. Recordaba el día que regresó a casa y se encontró a las gemelas en el salón, aguantando las ganas de reírse a carcajadas cuando le contaron que Eulalia había llegado con un tío impresionante y se habían encerrado en el dormitorio. No necesitaban utilizar la imaginación para saber qué ocurría tras aquella puerta con una enorme señal de stop, porque los tabiques eran muy delgados y la pareja, sobre todo ella, estaba demasiado arrobada por el placer para preocuparse por las percepciones ajenas.  Supo quién era antes de verlo, Elisa reconoció la bolsa del portátil que había sobre el sofá, tapizada con las banderas de medio centenar de países, todos en los que el profesor había estado. Le hubiera gustado poder colarse durante unos segundos en la mente del hombre y contemplar a Eulalia desde su punto de vista. No era inteligente, no era guapa, ni graciosa; y buena persona, como la mayoría, sólo a medias. ¿Qué le atraía de aquella chica tan insulsa a Esteban? 

Continuará....

jueves, 3 de abril de 2014

El azar escribe poesía

Me gusta la idea de la evolución porque, en parte, significa la promesa de un avance hacía mejor del hombre. Y no sólo físicamente. El avance intelectual de la raza humana es vertiginoso si lo comparamos con las mejoras imperceptibles de nuestros cuerpos. Hace un par de milenios, creíamos necesario e imprescindible la matanza de nuestros semejantes para aplacar la ira de algún dios; hace pocos siglos, se consideraba imprescindible para la paz social torturar y ajusticiar a cualquier persona que pusiera en duda los dogmas religiosos. 

Me pregunto, si no estaremos yendo en contra de la evolución al aceptar los sistemas de reproducción asistida. Pero si nos ponemos quisquillosos, en tal caso, tampoco se debería permitir la mejora genética en laboratorio. Hoy mismo hablaban en la radio de la posibilidad de eliminar el gen que favorece la aparición del cáncer. Aún suena a ciencia ficción, pero no parece tan lejano si pensamos que es posible que nuestros bisnietos disfruten de la erradicación de semejante pandemia. 

Me ha dado por la teoría de la evolución porque ayer me prestaron la película La duda de Darwin. Es entretenida, pero sabe a poco. Recurrí a Youtube para buscar algunos documentales. Escuché uno muy interesante mientras corría, Darwin y la teoría de la evolución, bastante en la línea de lo que se espera de un documental: preciso, conciso, presentando hechos más o menos probados. Hoy al mediodía seguí buscando documentales y me topé con esto:


Sólo es una retahíla de negaciones y de poner en duda las evidencias para intentar llegar a la conclusión que sólo una vida de inteligencia superior a la nuestra ha podido crear la vida (¡¿?!) - imprescindible la redundancia de la palabra vida, para dejar claro lo ridículo de la explicación.

Niegan la antigüedad de la Tierra; el que la teoría de la evolución no parta de la creencia que es posible la creación de la vida a partir de la materia; la sedimentación por estratos del terreno (abajo los más antiguos, arriba los más modernos)... y niegan que algunas mutaciones puedan ser beneficiosas. 

Y lo más ridículo: niegan que se pueda crear poesía al juntar un grupo de letras sueltas. ¿Nunca han jugado al Scrabble? Al poner las letras en el soporte, ¿cuántas palabras le ha formado el azar? Si jugara con mil fichas, ¿cuántas palabras seguidas se le formarían? Si jugara durante años, ¿cuántas frases se le formarían? Si fueran mil los participantes, ¿cuántas poesías se le formarían? El azar sólo necesita cantidad y tiempo para crear poesía, y la naturaleza necesitó lo mismo para crear vida.

miércoles, 2 de abril de 2014

Ajustando agendas

Conmoción. Estamos acostumbrados a que mi sobrina venga con el boletín de notas lleno de sobresalientes y notables; pero esta evaluación ha bajado hasta los bien y suficientes. Mi cuñada no comprendió la conmoción que nos ha causado a todos mis hermanos y a mí hasta que no fue a hablar esta tarde con los profesores (yo la acompañé porque su realidad suele diferir bastante de la de los demás y ante cualquier crítica, culpa al mensajero, es decir, a los profesores-. La tutora de mi sobrina la acusa de ser muy perezosa y no esforzarse nada, y de ser la cabecilla de los alborotadores (eso sí que no me cuadra, porque siempre ha sido una niña muy individualista y le suele gustar la gente tranquila). 

En cuanto volvemos a su casa, llamo a mis hermanos e intentamos dar solución al problema. Nos proponemos vigilar a la niña mientras estudia y hace los deberes, para poder ayudarla por si tiene alguna duda. Mi hermano mayor quiere ocuparse de sociales y lengua (es al único que se le da bien de toda la familia); mi hermano mediano, padre de la criatura, naturales, el menor de mis hermanos, desde la distancia, inglés y su mujer también se presta a ayudarla con el francés (aunque en idiomas va muy bien), y yo me quedo con plástica y matemáticas. 

Abro la agenda del teléfono. Suelo tener todas las tardes libres, menos el martes y jueves (aunque es un compromiso fácilmente movible). Propongo quedar con ella el lunes. No puede. Del colegio sale a las 15:30. Una hora para comer (16:30), otra para hacer los deberes (17:30), media hora para llegar a la piscina (18:00), dos horas nadando (20:00), media hora para volver a su casa (20:30), media hora para cenar (21:00), ... el jueves, mismo horario. Los martes y viernes, sustituye la piscina por danza clásica, la única diferencia es que tarda tres cuartos de hora para llegar al conservatorio porque está en Granada y el tráfico suele ser muy malo. El miércoles, hípica. Las clases son sólo de una hora, pero suele queda otra para limpiar los establos y cepillar a los caballos para que le hagan un descuento (mínimo). Los sábados y domingos por las mañanas suele tener alguna competición y por la tarde, algún evento social tipo cumpleaños o salida con sus amigos en grupo. ¡Me quedo alucinada! Le pregunto cuándo estudia cuando tiene un examen. Me responde que en el coche, mientras el padre la lleva al colegio (el colegio está a cinco minutos de su casa). 

La solución es fácil: que deje alguna de las actividades extra escolares que hace. La que lleva las de perder, es la hípica, la única que escogió mi sobrina por voluntad propia, y la que sólo le libera un día a la semana.

martes, 1 de abril de 2014

Duele que no duela

Guille dice que soy una melodramática: algún tiempo antes de vender el local de Barcelona cambié la cafetería donde solía ir a desayunar por otra más barata para ahorrar unos euros. Era bastante absurdo porque a final de mes no eran más de 15, pero me sentía bien haciéndolo. Ahora que volvemos a tener una economía holgada, quise regresar a mis antiguas costumbres. Me planté delante de la cafetería el lunes a las nueve de la mañana, y estaba cerrada, supuse que era su día de descanso, aunque el cartel con el horario lo contradecía. Volví esta mañana: mismos resultados. Esta tarde, sólo por casualidad, tuve que pasar por la calle Pintor Zuloaga, a la que da uno de sus escaparates, y me di cuenta que los mostradores, que los días de descanso dejaban llenos de dulces, pero cubiertos con papel, estaban completamente vacíos. Una mujer me vio escudriñando el interior a través de los cristales, y me dijo que llevan cerrados desde principio del mes pasado. No sabía mucho, sólo que fue de un día para otro, sin previo aviso, porque ella, como yo, aunque creo que nunca hemos coincidido, también tenía costumbre de desayunar en la cafetería. La mujer se fue y yo seguí observando. En los escaparates aún se ve algún cuenco de cerámica granadina con cuajada de carnaval y las bandejas repletas de bombones perfectamente alineados. Me recordó el banquete de bodas de Grandes Esperanzas. De repente esperaba ver el hocico de una rata asomando por un agujero de la capa compacta de azúcar glasé y canela de la cuajada; pero de momento el abandono sólo se evidencia en una careta de carnaval caída. 



Debería estar cabreada. Me encantaban sus barquillos de chocolate rellenos de nata, sus tartaletas de fresa, los pastelitos salados, las lenguas de gato que se derretían en la boca, los helados de turrón que recordaban a la navidad aunque sólo los dispensaban en verano, y, sobre todo, me encantaba la amabilidad de la chica morena que estaba tras el mostrador de los pasteles y del camarero, extrañamente escuálido, a pesar del lugar donde trabajaba. Pero en los últimos tiempos han cerrado tantos establecimientos que me gustaban mucho, que este es, simplemente, uno más.