viernes, 31 de mayo de 2013

La sinrazón de las leyes

Una de las primeras cosas que se aprende en arquitectura, es que las normas tienen más de una lectura. Si en una zona sólo te permiten edificar dos plantas que no superen los 7 metros de altura, te las ingenias para meterle a la planta baja la mayor altura posible y poner una entreplanta y bajo cubierta, en lugar de poner los tabiquillos en avispero convencionales para formar la pendiente, se hace un forjado inclinado y donde se permiten dos plantas -exteriormente parece que las tenga- en realidad se tienen cuatro. 

Sin cerebro ni siquiera somos un trozo de carne que pueda sobrevivir por sí mismo. Nuestra alma se pasea entre las neuronas por medio de impulsos eléctricos. Sin cerebro, un cuerpo humano ni siquiera es un animal (los animales tienen pensamientos), es sólo un tumor con la capacidad de crecer. Es lo que Beatriz está gestando en estos momentos, y lo que el Constitucional de El Salvador, su país, le obliga seguir incubando hasta que se produzca el parto a pesar del peligro que corre la vida de la madre. 

Preguntas:

¿Los jueces del Constitucional de El Salvador no han encontrado una salida viable?
¿Ha sido una decisión laica, o se han dejado llevar por una doctrina cristiana irresponsable?
¿Se dan cuenta que con la decisión que han tomado de mantener vivo un feto sin cerebro ponen en peligro la vida de la madre e impiden la existencia de los posibles hijos que pudiera tener esta mujer en el futuro?
¿Tendrán cargo de conciencia estos jueces si Beatriz muere, o pensarán que ha sido lo que Dios ha querido?
Si yo me equivoco calculando una estructura y como consecuencia de ese error muere una persona, yo sería responsable y sería juzgada por homicidio involuntario. Estos jueces que han tomado una decisión tan irresponsable, si como consecuencia de ella muere una persona, ¿serán juzgados?

Qué poco valor tienen algunas vidas para quienes deberían protegerlas.

jueves, 30 de mayo de 2013

Huellas en el polvo

Hoy he tenido un día ocioso. Guille no me ha dejado hacer nada. He pasado montones de horas arrumbada en el sofá, escuchando a Philips Glass  o delante del pc, pero sin tocar el Cype, el Presto, AutoCad... incluso prohibido abrir el Word. Guille sólo seguía las instrucciones del médico que pensó que era el trabajo lo que me agobiaba. Pero tuvo que ser un pensamiento el causante del ataque de ansiedad, porque estaba prácticamente dormida cuando ocurrió. El subconsciente, que se rebelaba. Mucho tiempo para pensar. Creo que me he acordado de cada uno de los más absurdos de mis recuerdos. Como la decoración tan recargada de uno de los primeros finales de obra que hice. En el jardín había una población muy numerosa de gnomos. En el caminito que iba de la puerta trasera a la piscina, se intercalaban las losetas de mármol (en contra del consejo de la dirección facultativa porque mojadas resbalan) con losetas de cemento donde habían dejado las huellas de sus manos, sus nombres y fecha. Supongo que las losetas de mármol las irán sustituyendo por otras de cemento con las manitas de sus futuros churumbeles (había 11 o 12 -espero que no piensen sustituir todas-). Las losetas con las huellas me llevaron a pensar en mi casa de Barcelona, con las estanterías cubiertas de polvo y los arañazos de mis dedos en la monótona capa mate. He llegado a la conclusión que es esta vida, que parece provisional, lo que me tiene agobiada. Es como si viviéramos apartados del mundo real, lejos de todas las diversiones, donde nunca pasa nada y el tiempo se desacelera hasta el punto de parecer quieto.

El ritmo del corazón

Me gusta que comience a hacer buen tiempo porque Guille duerme sin camiseta. Me gusta pegar la frente a ella y adormilarme así. A menudo despierta con la espalda babeada (animalito mío). En una ocasión, uniendo los lunares de su espalda, le dibujé con bolígrafo un smile de sonrisa gigante y ojos pequeñitos. Por la mañana se duchó, pero el bolígrafo no se va tan fácilmente y cuando por la tarde volvió a ducharse después de jugar al fútbol sala, los compañeros se cachondearon de él. Pero Guille no se enfadó. Guille no tiene la capacidad de enfadarse. Siempre razona. 

Esta madrugada, cuando comenzaba a dormirme, el corazón comenzó a latirme con tanta fuerza que me desperté del todo. Cuatro horas en observación en el hospital. No era nada. Sólo un ataque de ansiedad. Un ápice de enfado en el tono de voz de Guille: Si me moleta algo, ¿por qué me lo callo? Pero no hay nada que me moleste. Tal vez la lentitud del paso del tiempo, la pereza de todos en resolver los problemas, ver cosas para las que no hay solución... pero, ¿se puede luchar contra eso? 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Un instante de consciencia

Sólo somos un instante de conciencia en mitad de una eternidad. ¿Tenemos derecho a despertar a quien  duerme sólo para que sea consciente de la brevedad de su existencia?

Hoy hemos ido al ginecólogo (Guille que no me suelta la mano y casi se convierte en un apéndice de mi persona, y yo). Tocaba empezar con el tratamiento de fertilidad que la ausencia obligada de mi marido pospuso. De repente el ginecólogo se convierte en el doctor Mengele. Nos habla de embriones que tendremos que desechar, de las altas posibilidades de una concepción múltiple que no sea viable... pero mi mente no estaba en lo que decía el doctor. Fuera, mientras esperábamos, una mujer hablaba por el móvil con una amiga o una familiar. Estaba contenta -decía con una voz extraña, como si estuviera a punto de llorar-. Pensaba que por fin me había llegado la menopausia. No tendría que hacer el gasto de comprar compresas todos los meses. Pero resulta que estoy embaraza. 

martes, 28 de mayo de 2013

Ídolo caído


Hoy le ha llegado a mi madre el borrador de la declaración de Hacienda. Le devuelven la mitad que el año pasado, a pesar de que este año le han retenido aún más (cobra más, le retienen más: a su bolsillo llega menos dinero). Pero a pesar de que este gobierno lo está haciendo de pena, asfixiando a los que menos tienen, llevando a la indigencia a quienes hasta hace poco tenían un nivel de vida medio o medio alto, aún hay muchas personas que están contentas porque piensan que debemos sufrir para salir de la crisis. Al igual que una medicina parece imprescindible que esté asquerosa para curarnos de una enfermedad, para escapar de la ciénaga en la que estamos atrapados es necesario que derramemos lágrimas de dolor.

Como dice la canción de Tina Turner, no necesitamos otro héroe (Aznar parece sentirse como tal y quiere volver para liberarnos -cuando de lo único que debería preocuparse en este momento es de darse una buena ducha porque está enlodado hasta el cogote), sólo nos es imprescindible alguien con las ideas claras y el firme deseo de limpiar de corrupción este país. Pero, ¿existe alguien así entre nuestros políticos?

El precio de la estupidez

¿Cuánto puede costar la obcecación? Por lo general la gente recobra el sentido común en cuando se les amenaza con tocarles la cartera; pero también los hay que ante un enfado no saben cambiar de actitud y sólo pueden seguir adelante hasta las últimas consecuencias. 

Esta mañana me tocó actuar como perita en un juicio. El peritaje me lo solicitó la parte demandante. Sólo en una ocasión hice uno aún más chorra y en contra de mi cliente.

Expongo los hechos (del peritaje chorra, no el de esta mañana): Un señor divorciado usuario de una vivienda unifamiliar adosada se queja de los ruidos que hacen durante la noche los vecinos y demanda a los vecinos y al constructor de la vivienda por no existir el suficiente aislamiento acústico en la medianería. La vivienda era de 1.995, y esto ocurrió en 2010. Cuando una vivienda supera los 10 años de antigüedad, ya no existe responsabilidad sobre las lacras ocultas (siempre que no sean estructurales). Desde un principio se le advirtió que era una tontería seguir adelante con la demanda al constructor, pero él no hizo caso. 

Los recintos medianeros entre las viviendas (simétricas) eran una cochera y una habitación que los demandados utilizaban como despacho para una de las hijas que diseñaba joyas y trabajaba hasta altas horas de la madrugada y como dormitorio el demandante. La vivienda tenía cuatro dormitorios libres, todos con mayores condiciones de salubridad que el que él utilizaba (ventilación apropiada y sin problemas de humedad). 

Poner un adecuado aislamiento acústico entre las dos viviendas no habría superado los 300 €, incluido trasdosado de cartón yeso o ladrillo y enlucido y pintura.

Al demandante le costó el juicio -el que perdió-: 

  1. Peritaje de un ingeniero para medir los ruidos nocturnos (movimiento de herramientas y tecleo de un ordenador): 800 € (el ingeniero tuvo que quedarse tres noches).
  2. Mi peritaje: 300 € 
  3. Costas procesales: más de 1.500 €
En fin, por fortuna no todas las personas enfadadas con el mundo tienen dinero para hacer perder el tiempo a los jueces, abogados, procurados, peritos y al desdichado que la mala suerte le ha puesto ante las narices.

lunes, 27 de mayo de 2013

La oveja negra

Mi familia siempre ha estado del lado de la ley. Mis hermanos y yo teníamos muy mala fama cuando éramos adolescentes, pero jamás estuvimos ante un juez (descontado un error que cometieron con mi hermano menor). Ayer mismo me enteré que no siempre fue así. A una de mis bisabuela estuvieron a punto de encerrarla por intento de homicidio a dos hombres. Doña Francisca Caballero, el doña no se lo apea nadie de los que la conocieron, al parecer era una mujer de armas tomar (en este caso el arma era la llave del portalón de un cortijo).



Al único hermano de mi bisabuela le gustaba bastante el juego. Y no hay peor jugador -al menos para la fortuna propia- que el que tiene mala suerte, como le ocurría a él. Al poco tiempo de morir su padre, se quedó sin un duro (o céntimo, o peseta, que no sé cómo se diría en 1940 y algo). Como en aquella época la mujer apenas tenía derechos, consideró que lo que había heredado su hermana, también le correspondía a él. Y comenzó a emitir vales por cosas que había en el cortijo: vale por una cabra de cinco años, vale por dos gallinas, vale por la burra llamada Breva Blanca. Incluso había un conejo llamado Chuky, cuando El muñeco diabólico aún no era ni un engendro de película. Una mañana se presentaron dos sujetos solicitando las gallinas que les debía mi tío-bisabuelo. Se les explicó que su compañero a los naipes no tenía ningún derecho sobre aquellas pertenencias. Se fueron, pero a la hora de la siesta, cuando todos dormían, saltaron la tapia y se metieron en el gallinero para coger lo que consideraban, les pertenecía. El ladrido de los perros alertó a mi bisabuela. Sé que tenía un arma: una escopeta de dos cañones, porque cuando alguna noche escuchaba ruidos raros en el cortijo, disparaba dos tiros al aire para alertar a la pareja de la guardia civil -a la que tenía comprada con huevos, queso y gallinas- para que dieran una vuelta por los alrededores. Por fortuna, por el bien de los jugadores, mi bisabuela salió de la casa sólo con la llave del portón de la tapia que perimetraba los edificios que componían el cortijo. La llave debía de ser descomunal porque a uno de los hombres le lesionó el hombro y a otro le abrió la cabeza. El del golpe en la cabeza estuvo bastante mal. A punto de irse al otro barrio. Mientras Dios decidía entre llevárselo o no, mi bisabuela estuvo encerrada. Por fortuna, o porque agotó la paciencia de quienes la tenían encarcelada, la echaron al cabo de pocos días, en cuanto el ladrón estuvo fuera de peligro.

viernes, 24 de mayo de 2013

Redescubriendo a Loli

Hoy hemos estado casi todo el día en casa de mi madre. Le hemos ayudado a vaciar de trastos dos habitaciones que tiene en el patio y que servirán durante los meses que tarden en reformarle la vivienda, de apartamento improvisado a una de sus amigas. Después de vaciarlas, las hemos pintado de color lavanda. De amueblarlas, se ocuparán mis hermanos. Pepita, la amiga de mi madre, fue nuestra vecina durante un año y pico en Tablada y luego volvimos a coincidir en la Base Aérea de Málaga. Su hija Loli y yo éramos inseparables, compartíamos todos los descubrimientos y secretos morbosos que pueden tener dos adolescentes con una libertad inapropiada. Ahora sólo somos dos desconocidas. Ni siquiera he sabido reconocerla en las fotografías de su boda. Era una niña huesuda y menuda y se ha convertido en el prototipo de andaluza, con la cara saturada por los ojos muy grandes y los labios carnosos, el pelo moreno, largo y un lustre de fruta limpia en la redondez de los hombros desnudos. Pepita condensa todos los años de separación en pocas frases: Loli se fue a Madrid a estudiar empresariales en una universidad bilingüe, pero tuvo que dejarlo porque al tercer año no consiguió beca. No quiso volver a Tablada y se quedó en Madrid, trabajando en una tienda de accesorios femeninos. El hijo del dueño se enamoró de ella y se casaron.

Cuando volvíamos a Granada, recibí una llamada. Era Loli. Quería agradecernos las molestias que nos estamos tomando por su madre. Incluso su acento es extraño. Los cinco primeros minutos fueron incómodos. ¿De qué pueden hablar dos desconocidas? Hasta que empezamos con los Te acuerdas de... 

jueves, 23 de mayo de 2013

Clonando el puchero de mamá

Me gustan las películas de ciencia ficción. Algunas se han convertido con el tiempo en películas cómicas por lo desviadas que estaban del futuro inmediato (hacen que se escapen los mocos por la risa esos ordenadores que eran paneles gigantescos llenos de lucecitas como un árbol de navidad y una pantalla ridícula de tv). En pocas de ellas recuerdo que los personajes se alimentaran (algún sobre de comida deshidratada, por lo general). En Blade Runner, si la memoria no me falla, Rick, el personaje que hace Harrison Ford, come fideos chinos a la barra de una especie de caravana, parecida a las que tanto se ven en las películas norteamericanas. En Alien, primera parte, también creo recordar que los personajes están comiendo cuando hace acto de presencia el bicho (un espermatozoide gigante con dentadura de piraña); pero en esa escena toda la atención se centra en lo que a John Hurt le sale de la tripa y no en lo que los demás se meten en ella. 

Puede que esas películas de los sobres de comida deshidratada terminen produciéndonos tanta risa como la de los ordenadores gigantes. Al parecer nos encaminamos hacia la fotocopiadora de alimentos (creo que es como un robot de cocina, pero más sofisticado -sólo he escuchado hablar de ellas, no he visto ninguna en funcionamiento-). La imaginación se echa a volar y obliga a hacerse montones de preguntas: ¿desaparecerán los cocineros estrellas? ¿se hará más sofisticada la comida? ¿podremos bajarnos de Internet el software para hacer una paella? ¿desaparecerán las cocinas convencionales? ¿tendremos en casa una especie de máquina expendedora de comida basura pero de la que salga elaborados pasteles de chocolate o cocidos idénticos a los que nos hacía nuestra madre cuando volvíamos a casa los fines de semana?... Puede que sólo dentro de cinco años tengamos las respuestas.

Estulticia

Una rabieta no me dejaba dormir. Me había sentado ante el pc y comenzado a explicar la razón (un compañero pejigueras me hizo enfadar hoy después de haber rectificado tres veces sin justificación el proyecto que estaba haciendo para él). Lo insultaba, delataba las condiciones en las que había conseguido el título y que lo obliga a recurrir a otros compañeros para que le hagan los trabajos que él firmará... pero a medida que iba escribiendo se me iba pasando el enfado y he terminado partida de risa por parecerme cómico haber desperdiciado con él más de media hora por tener diferente criterio sobre cómo utilizar las capas de AutoCad. Al final he borrado la anterior entrada llena de insultos y en su lugar le he escrito un correo renunciando al trabajo. Hay crisis, poco trabajo: casi se ha convertido en un lujo no aceptar las humillaciones. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

Armas de destrucción masiva

La mente de los norteamericanos es extraña: da la sensación de que no son capaces de comprender la irreversibilidad de la muerte. En ningún otro país el grueso de los ciudadanos considera normal que cualquier persona pueda tener en su casa un arma para defenderse del enemigo. En ningún otro país tanta gente come con tal desenfreno que terminan deformando sus anatomías, convirtiéndose en contenedores de grasa sin consistencia, que se desparraman sobre las camas de las que no se pueden mover, cono si se estuvieran derritiendo. Y, sobre todo, en ningún otro país los ciudadanos aceptan que las catástrofes naturales los ataque una y otra vez sin exigir al Estado que haga algo para protegerlos. Creo que ni se lo han planteado. 

Texas, Oklahoma, Kansas y Nebraka son, y serán, azotadas una y otra vez por los tornados, y en esas zonas no existe una normativa que exija, ni siquiera a los edificios estatales o de importancia, construir edificaciones que resistan los embates de la naturaleza. Se pueden hacer casas que soporten vientos superiores a los tornados que atacan lo que es conocido por El corredor de los tornados, o sólo un recinto en el interior de la vivienda, para abaratar costes. 



Puede que los norteamericanos consideren un intervencionismo excesivo que el Estado les imponga cómo deben construir sus casas, pero hay que tener en cuenta que el ciudadano medio no está obligado a saber si una pared de hormigón armado de 15 cm es capaz de soportar rachas de viento superiores a 350 Km/h. 

lunes, 20 de mayo de 2013

Mientras agonizo

En el Destacamento de Aviación donde pasé la primera parte de mi infancia, todos los meses de septiembre limpiaban la oficina de obras y nosotros, los niños, íbamos a garrapiñar cuanto podíamos. Lo que más apreciábamos eran los planos viejos. Enormes formatos que nos servían para hacer gigantes barquitos de papel. La piscina permanecía llena todo el invierno. Sólo dos semanas después de haber dejado de usarla, su contenido parecía puré de guisantes porque la depuradora permanecía parada. Echábamos al agua nuestros barquitos, los muy pequeños -simple formatos A4- y los titánicos -formatos A0-. El juego consistía en hundir los barcos. Nos presentábamos armados con nuestros tirachinas (la boca de una botella de plástico -las de los batido Puleva de litro, eran ideales, un globo y como armas, garbanzos-. La única prohibición que nos imponían por medio de una advertencia era: Cuidado, no os vayáis a saltar un ojo. Nuestros barcos no tenían parte delantera, trasera, derecha o izquierda. Tenían proa, popa, estribor y babor, respectivamente. A base de cañonazos (garbanzazos), los mandábamos al fondo de la piscina. El juego no estaba tanto en ganar como en no perder, porque quien quedaba el último se llevaba un castigo. Yo era la más pequeña y llevaba las de perder, no tenían compasión de mí. Por lo general el castigo era un golpe en la frente: ponías los dedos como si fueras a tirar una canica y al dabas en el cráneo con tanta fuerza que era muy fácil ver la estrellas, literalmente (mi cabeza tenía la resonancia de una sandía). 

Pensé que Cabo Trafalgar, de Aruturo Pérez-Reverte, podría ser divertido. Recordar en parte (salvando todas las distancias) las peleas navales que nos tomábamos tan en serio. Pero después de llevar con el libro más de un mes y no haber avanzado en su lectura más de la mitad, me doy por vencida. Razones: creo que únicamente la mezcla. Parece que Pérez-Reverte se ha estudiado hasta el mínimo detalle los barcos que lucharon en la batalla de Trafalgar, tanto por el ejército hispanofrancés como británico, conoce los uniformes, cada uno de los elementos que componían, quienes eran los soldados, los que habían sido reclutados a la fuerza, los que tenían muy buena base, pero no eran pagados y los que eran unos cobardes... Da la sensación que Arturo Pérez-Reverte podría decir sin equivocación cuantos soldados se defecaron en los pantalones al escuchar el primer cañonazo. Pero, por otra parte, utiliza para contar la historia que parece conocer tan bien, un lenguaje tabernario que hace bostezar a las pocas páginas. Queda ridículo la imitación de acentos franceses, ingleses y sobre todo el andaluz. Así que he llegado a la conclusión de que no estoy capacitada para leer este libro. Hacía mucho tiempo que no me ocurría, tanto que ni siquiera recuerdo cuál le precedió.


domingo, 19 de mayo de 2013

La culpa fue de Molière

Hacía siglos que no veía el concurso de Eurovisión, desde segundo o tercero de carrera, cuando participó Rosa López y se puso de moda La noche friki: hacer una fiesta para ver el concurso y jalear hasta desgañitarnos cada vez que le daban un punto a España (Spain, ten points). Ayer, en realidad, tampoco lo vi; pero tenemos últimamente conectado siempre el skype porque el padre no biológico de Guille lo echa en falta y el asomarse al ordenador y dar una voz para que se le atienda cada vez que lo necesite, es un pequeño sucedáneo. Como mi suegro ya se había quedado dormido cuando empezaron las votaciones -al igual que Guille que no tienen ninguna relación consanguínea, pero se parecen como dos gotas de agua -, mi suegra buscó una aliada en mí y nos decepcionamos juntas cuando votante tras votante España no conseguía puntos (ocho se llevó al final), penúltimos quedamos, antes que Irlanda.



¿Tan mal lo habían hecho? ¿Tan mala era la canción? Estas son preguntar para las que no estoy capacitada a responder porque la música de grupos pop con solista de voz dulzona y aniñada, no es lo que me gusta precisamente. Mi suegra, para consolarse, aseguró que todo es politiqueo. Que España no es un país muy querido y este año aún menos por culpa de la crisis y la corrupción. 

Puede que tenga razón y no toda la culpa sea de la cantante de voz agridulce -melosa y desafinada- y de la canción. Puede que nuestro idioma, en oídos extranjeros, suene como arañazos de uñas afiladas en una pizarra. O puede que los pésimos resultados se deban a que la cantante iba vestida de color amarillo... qué más da, en realidad. 

El caso es que España gana en este concurso fracaso tras fracaso y todo ello al módico precio de 285.000 € (en 2009, no hay datos de cuánto nos ha costado en los años siguientes). Últimamente se acusa de demagogo a quien tiene un pensamiento comprensible de prioridades dentro de la austeridad que nos está tocando vivir. Pues voy a ser demagoga: con 285.000 € hay para 1.875 prótesis de rodilla (152 €/u, como la que le retiraron al chaval en paro y con padres en paro por no poder pagarla); se podrían pagar el calentamiento de 95.000 comidas de los alumnos catalanes que se llevan la fiambrera de casa, pero que se les cobra 3€ por calentársela; 35.012 pensionistas, de los que cobran menos, podrían ahorrarse un mes el pago de los 8.14 que les corresponde del copago por sus medicinas... etc.

Supongo que la mente pensando de quien sea responsabilidad este dispendio creerá que son minucias lo que se puede conseguir a cambio de la no participación de España en este concurso; pero es así como se conseguiría mermar el sufrimiento de quienes menos tienen -aunque para eso haría falta políticos conscientes de lo que ocurre en la calle y no a cafres que hacen chistes con el número de parados-. 

martes, 14 de mayo de 2013

Si tus ojos te escandalizan, arráncatelos

Tengo conocimiento que una de mis bisabuelas -de las otras apenas sé nada de sus vidas-, nacida en 1910, disfrutó de muchas más libertades durante su juventud que sus hijas venidas a este mundo dos décadas más tarde. Pudo viajar por España sin la supervisión de un macho y estudió una carrera universitaria. Nadie cuestionaba su rectitud moral si utilizaba faldas por encima del tobillo o si se ponía pantalones. Después de la Guerra Civil Española, hubo una recesión en los derechos y libertades, sobre todo en los de las mujeres. Ya ni siquiera pudo ser dueña del dinero que ganaba -pertenecía al marido- y hasta su muerte, estuvo bajo la tutela de un hombre. 


Imagino que la evolución -en nuestros derechos- siempre tiene un único sentido: el de avance; y me cuesta mucho comprender cómo mi bisabuela pudo adaptarse a su nueva vida con unas obligaciones impregnadas en una moralidad católica que no era la suya. 

Ahora, en la actualidad, se supone que nuestra sociedad, gracias a la Democracia, es laica; pero este gobierno nos está atufando con el hedor a incienso: La ministra de trabajo, Fátima Báñez se encomienda a la virgen del Rocío para salir de la crisis, Gallardón quiere prohibir incluso el aborto por malformación o minusvalía del feto, el telediario de la televisión española (la que se paga con nuestros impuestos -los de los ateos también-), dan un consejo tan inútil como el de sugerir a los parados que recen para mitigar la ansiedad (¡manda huevos!) y, lo que debería ser la gota que colmara el vaso: en el mismo telediario de la televisión española emiten un reportaje sobre la ropa provocativa de los jóvenes.

¡Y pensar que me llenó de indignación cuando Bush hijo aconsejó a sus ciudadanos que rezaran ante la eminente llegada del Katrina a New Orleans!!!

lunes, 13 de mayo de 2013

Yesca

En una de las últimas entradas de Antonio Muñoz Molina en su blog hace mención a la marca de tabaco que fumaban sus abuelos y su padre. Una de las cosas que más me gustan de este escritor es que sus recuerdos incitan a los míos y trae del olvido cosas que estaban completamente perdidas y muertas. 

De mis abuelos no sé ni siquiera si fumaban porque uno de ellos siempre fue un completo extraño y el otro murió cuando mi madre tenía apenas dos años. Mi padre fumaba Malboro y a mí me encantaba acompañarlo a comprar las ingentes cantidades de paquetes que se fumaba al mes porque la estanquera me regalaba chicles de canela (los cuales no tenía a la venta y jamás he podido encontrar con posterioridad). Cuando volvíamos a casa había que colocar los paquetes de tabaco en el armario de su despacho y yo aprovechaba para colarme con él porque era una habitación que nos estaba vetada. Mi madre sólo lo dejaba fumar en esa habitación, donde estaban todos sus libros y cosas. Aún hoy, cuando abro alguno de los libros que nadie ha tocado desde su muerte, sus hojas desprende el olor del tabaco. Me encantaba aquella habitación porque había montones de cosas interesantes (los libros aún eran objetos extraños de mayores sin ninguna utilidad para mi yo infantil). Lo que más me gustaba y atraía, era su colección de encendedores. Montones de encendedores zippo, con toda clase de logotipos: del ejército del aire, del Real Madrid, de Bob Marley, con calavera de pirata... encendedores muy baratos de plástico y encendedores de algún metal precioso con dedicatoria... Entre todos ellos había uno muy extraño que recordaba remotamente y ni siquiera sabía con exactitud si se trataba de algo real o de un recuerdo distorsionado. El encendedor era una cuerda con una especie de nudo de ahorcado en una de sus puntas y un capuchón metálico, cromado, con una piedra, supongo que de pedernal, en el otro. Nunca se lo vi utilizar y no sé cómo se hace, tampoco sé de dónde lo sacó, pero sí el destino que tuvo: el basurero municipal.


viernes, 10 de mayo de 2013

Entre álamos

Dios había castigado a doña Liliana con dos hijos que eran su mismo retrato y cuyas almas parecían esquejes de la de Jesús: la más desafortunada de todas las combinaciones posibles. Lo mejor hubiera sido que no se parecieran en nada a ninguno de sus progenitores, o, a lo sumo, que hubieran tenido el rostro del padre; pero doña Liliana nació estrellada, con tanta mala suerte que ni siquiera pudo retrasar un par de días el inicio de su agonía para hacerla coincidir con la visita mensual de sus hijos a la residencia. Le hubiera gustado tener a alguien junto al lecho mientras moría, y no sólo recibir las visitas fugaces de una auxiliar muy joven que parecía ansiosa, quizá porque Liliana iba a ser la primera persona muerta que viera en su corta vida. 

A Lilí el espejo siempre le ha devuelto la imagen de una chica flacucha y fea, pero desde que Carmelo la busca con la mirada y le roba caricias inocentes; su reflejo le miente y hay días que incluso sonríe, contenta con lo que ve. Carmelo es uno de los dos aprendices de la imprenta de su padre. La mañana que se conocieron la confundió con una limpiadora por lo desaliñada que iba; pero a Lilí no le molestó, imposible enfadarse con quien le había dedicado la más dulce de las sonrisas, llena de sorpresa y admiración al descubrirla leyendo las galeradas de Utopía. Sin pedirle permiso y después de exigir con un gesto que guardara silencio, Carmelo atrapó su mano y la arrastró por el laberinto de cajas preparadas para llevar a las librerías. Junto a la puerta de los camiones había un enorme contenedor ahíto de todos los desperdicios -papel, hilo, cola y cartón- que había vomitado la imprenta. Carmelo se zambulló en él. Un minuto sobró para que encontrara lo que buscaba: un ejemplar encuadernado del libro que había atraído la atención de Lilí. Ten. Tiene algunas hojas pegadas, pero es perfectamente legible. Lo van a tirar, pero es mejor que le jefe no se entere de esto. ¡Cómo le costó mantener la promesa!. El recuerdo de los colores que se habían alternado en el rostro de Carmelo al comprender quién era Lilí cuando su padre la llamó, acudía a su mente de forma traicionera y le hacía soltar una carcajada para las que casi nunca tenía una explicación creíble.

El almanaque dice que es primavera pero hace tanto calor que ni siquiera el ensordecedor canto de las chicharras consigue mantener alerta a doña Purificación, quien sucumbe, a pesar de sus esfuerzos, y acaba profundamente dormida sobre el mantel que han utilizado para comer junto al río Salado, olvidando su obligación de vigilar a la pareja de novios, quienes aprovechan para alejarse con sigilo hasta una alameda lo suficientemente cercana para escuchar la llamada de la tía de Lilí si despierta, y lo suficientemente lejos para tener intimidad. Carmelo le besa en la nuca desnuda y sudorosa dejando un tenue rastro de saliva que eriza el vello de Lilí al evaporarse. Es ella quien toma la iniciativa: se pone de puntillas y pega sus labios a los de su novio. Un intento muy torpe de imitar lo que ha visto hacer en el cine. El apretamiento de los labios, en lo que pretende ser un beso, no es placentero, pero los cuerpos quedan unidos y son capaces de sentir las formas, curvas, protuberancias y endurecimientos por el deseo, la abstinencia y la necesidad, del otro. Si Lilí hubiera sabido que este iba a ser el momento más feliz de su existencia, habría dejado que Carmelo le desabrochara el vestido, no habría apartado las torpes manos masculinas de los botones, más obligada por lo que se esperaba de ella que por sus deseos.

Liliana pudo rememorar ese momento una y otra vez durante 70 años, Carmelo sólo durante cinco días. Antes del siguiente fin de semana fue encontrado a los pies de la tapia del cementerio con la cabeza agujereada y un cartel en el pecho que ponía Chivato. Nadie puso en duda que lo habían ajusticiado los nacionales. Tampoco nadie dudó que Liliana era una mujer muy afortunada porque no tuvo que quedarse para vestir santos, como le vaticinaban todos. Después de tres prudenciales meses de luto, Jesús, el otro aprendiz de la imprenta, le pidió que se casara con él y Liliana aceptó sólo para evitarle a su madre la vergüenza de haber engendrado una hija solterona.

Padre, confieso que he pecado. No puedo irme a la tumba con el secreto que me ha atormentado durante cinco décadas. He dejado que el nombre de un hombre inocente continuara enlodado durante ese tiempo sólo para proteger a mis hijos de ser señalados como los vástagos de un asesino. Todo ocurrió poco después de haber tenido a mi segunda criatura. Jesús volvió del trabajo tan borracho que apenas podía sostenerse en pie. La imprenta que habíamos heredado de mi padre, bajo la gerencia de mi marido, se iba a pique con toda rapidez. Le afeé su comportamiento y él me aseguró que estaba en su derecho porque incluso había matado para conseguir aquel negocio que le estaba quitando la salud. 
Jesús odiaba a Carmelo. Sentía celos de él. No soportaba verlo caminar junto a mi padre, teniendo toda su atención, verlo participar en las reuniones importantes, aunque sólo era un aprendiz y escuchar felicitaciones por las ideas con las que participaba. Tampoco comprendía cómo yo sólo tenía ojos para Carmelo, que era muy poca cosa físicamente como hombre. Era él, Jesús, el guapo, el que seducía a cualquier mujer con su simple presencia. 
El día que ascendieron a Carmelo a capataz de las máquinas, Jesús, con la excusa de merecer una celebración el ascenso, consiguió que lo siguiera hasta el viejo bar del cementerio. Sus padres lo habían regentado hasta que los nacionales obligaron a cerrarlo para no tener espectadores cuando le daban el paseíllo a alguien. El plan inicial era tenerlo encerrado un par de días para que mi padre comprendiera que no era una persona responsable y de fiar; pero Jesús comprendió que el tiro le saldría por la culata en cuanto Carmelo delatara qué le había ocurrido los días que estuviera ausente y quién se lo había hecho. Volvió sobre sus pasos.Matarlo fue muy fácil. Se  había quedado dormido sobre la mesa de billar. Cogió uno de los palos, lo puso sobre el ojo derecho cerrado y lo hundió con furia. Nunca pensó que saldría impune por lo que hizo. He sido yo quien ha sido castigada durante todos estos años por tener que vivir bajo el mismo techo que un asesino, en la misma casa que el hijo de perra que mató al único hombre que me ha querido. Pero no quiero que me dé el perdón, padre. No tengo derecho a disfrutar del descanso eterno después de haber traicionado a quien tanto amé.


Otra de las historias de mi abuela (un pelín adornada).

miércoles, 8 de mayo de 2013

Nieve de mayo

Veintiocho grados según el termómetro de la farmacia. Mangas cortas. Los pies desnudos, sin los calcetines que se hacían imprescindibles ayer, cuando aún era invierno, hoy ya es verano; sin transición. En Granada suele ocurrir. El armario está lleno de la ropa de entretiempo que trajo Guille de Barcelona. Camisas de mangas largas y jerséis ligeros que recorrerán de nuevo 900 Km sin haber sido usados. La visión de la rebeca gruesa que Guille se solía poner para estar caliente en casa, sofoca casi tanto como contemplar a esas personas que caminan por la calle con abrigos, pañuelos al cuello y botas altas. Quizá pensaron que el buen tiempo con el que empezó el día sólo era un espejismo; o salieron al exterior sin verificar qué temperatura hacía o están de paso por la ciudad y en la maleta sólo guardan ropa invernal. Si se saca una fotografía a una de ellas, parecerá que ha sido robada del pasado, del día 28 de febrero, cuando la ciudad amaneció nevada, porque el aire está lleno de la pelusa que sueltan los álamos y desde el aislamiento del piso, desde el otro lado del cristal, es fácil confundirla con ingrávidos copos de nieve que arrastra el aire sin llegar nunca al suelo. Hipnotiza mirar la pelusa. Delata el movimiento del aire, aparentemente estático, quieto, enclaustrado, encerrado entre los edificios de la ciudad. Es como un río tranquilo que se agita y cambia de dirección ante la más mínima eventualidad.


lunes, 6 de mayo de 2013

Llevamos las de perder

Conversaciones robadas este fin de semana.

Comentario de mi hermano mediano a mi madre: "Estarás contenta. ¡Menuda pasada le ha metido El Risas al Bocachanclas!." (Mi madre tiene problemas con la pronunciación de algunos nombres y suele rebautizar con alias a los pilotos de MotoGP).

Comentario de mi madre a mi cuñada: "Si le han robado las bragas sucias a la Esteban es porque esa mujer tiene menos luces que el camerino de un ciego. ¿A quién se le ocurre decir dónde vive por la tele?"

Comentario de mi cuñada a mi sobrina: "Menos mal que ya no te gusta la Hannah Montana. Se ha vuelto muy guarrindonga"

Comentario de mi sobrina a sus amigas: "La nueva canción de PSY es muy fea. La anterior sí me gustaba, por el baile, pero en esta parece que el tío se ha quedado ennoclado". 

Etc, etc, etc...

Creo que mi familia es una buena representación del español medio actual. Les suele gustar el deporte (el fútbol más que las motos -única peculiaridad de mi gente-), conoce todos los personajes y personajillos que salen en televisión y a los que tienen una fama efímera gracias a Internet. 

Lo cómodo es apoltronarse delante de televisión y dejar que las imágenes se sucedan, gritar hasta la ronquera si el equipo de fútbol preferido mete un gol  o insultar al árbitro si le han pitado un penalti. Leer un libro cuesta trabajo (físico, por tener que sujetarlo durante varias horas; y psíquico, porque exigen un esfuerzo mental de atención e imaginación). Somos una minoría los que preferimos los libros o el teatro al fútbol, los deportes o la tele-basura. Y aunque es una minucia lo que el gobierno gasta en satisfacernos (bibliotecas públicas, conferencias de escritores, obras de teatro...) aún será menos porque, ahora que las arcas están vacías, hay que seguir favoreciendo a la masa; una masa que sería capaz de levantarse en armas si se cierra un campo de fútbol por falta de financiación. 

domingo, 5 de mayo de 2013

Paciencia



(No es que me haya olvidado de incluir el texto a la entrada, es que creo que no es necesario)

viernes, 3 de mayo de 2013

El momento

Son muy desapacible las obras cuando comienzan a caer las tardes prematuras de invierno y los obreros se marchan; pero el trabajo se demora y hay que quedarse para comprobar instalaciones que se ocultarán al día siguiente, tomar decisiones in situ o exigir al encargado que se corrijan defectos que son pasables para quien los hace, pero incómodos para quienes los ven. A las obras no conviene ir vestidos como si se fuera un muñeco michelín. Hay que subir y bajar escaleras de mano, trepar a andamios y deslizarse por las zancas sin escalones. Pero no importa cuánta ropa de abrigo se lleve, el frío de la obra siempre llega al tuétano de los huesos, la humedad que exhalan las paredes recién enlucidas impregnan las telas y hasta los calcetines parecen estar empapados; humedad que las corrientes de aire hiela, el viento que atraviesa la obra falto del impedimento de las ventanas aún sin colocar. En esos instantes sólo se desea que llegue el momento de sentarse en el coche y poner la calefacción para volver a sentir los dedos con lenta y martirizante lentitud.


Fachada principal de la Inmaculada (colegio de Antequera donde estuve interna una eternidad)

Recuerdo con desasosiego las primeras semanas en el internado después de las vacaciones de verano. El paso del tiempo se ralentizaba, los días se hacían eternos. Me asfixiaba el horario estricto, no sólo de las clases, también la imposición de a qué hora había que estudiar, merendar, jugar, ver la tele, cenar... independientemente de las necesidades del cuerpo y deseos de la mente. Los martes y los miércoles, agonizaba. Daba la sensación de que nunca llegaría el momento de salir del colegio, volver a casa, quitarme el uniforme que me estrangulaba como un cilicio y montarme en el columpio que mis hermanos me había hecho delante de casa, atando dos cuerdas a una tabla acolchada que había pertenecido a un reclinatorio  y a la rama más gruesa de un fresno gigantesco que ya no existe. Me gustaba mecerme con los ojos cerrados y la cabeza levantada hacia la copa del enorme árbol. Algunos rayos de sol conseguían burlar al macizo de hojas y yo era capaz de percibirlos como manchas rojas a través de los párpados.

Hay cientos de momentos que se anhelan y que tardan en llegar, pero llegan. Como Guille, que ha vuelto después de una eternidad ausente, exactamente cuando empezaba a castigarme el pensamiento de que ya no volveríamos a estar juntos nunca más.