jueves, 31 de enero de 2013

Gracias

Mil perdones por no responderos en el blog de Antonio Muñoz Molina. Me daba bastante pudor hacerlo allí (habría sido como comer en plato ajeno). 

Muchas gracias a todos los que habéis hecho comentarios sobre las historietas de mi abuela en el blog de AMM (abruma bastante saber que hay más de una persona leyendo mis majaderías). Es increíble que escuchándolas desde que tengo uso de razón hasta que la enfermedad pudo con ella, no haya sido hasta hace muy poco, y principalmente gracias a vosotros, que haya sabido que no eran tan reales como yo creía. Todas ellas tenían fundamento en hechos acontecidos en los dos pueblos donde vivió: La Lantejuela, en Sevilla, y Bobadilla Estación, en Málaga. Ambos son pueblos muy pequeños, minúsculos, pedanías que dependen de otros mayores. Me extrañaba mucho que siendo pueblos tan diminutos, fueran capaces de generar tantas historias. Yo casi siempre he vivido en lugares mucho más grandes, y pensaba que ni remotamente habían acontecido a mi alrededor tantas cosas como  en su entorno inmediato, hasta que en el bloque donde vivo en Barcelona, detuvieron a un chaval por tráfico de droga: un hecho acontecido a 12 metros bajo mis pies, y para mí no pasaba de ser una aséptica noticia periodística. Supongo que si hubiera ocurrido en uno de los dos pueblos de mi abuela, donde no existen secretos y todos se conocen, el mismo hecho habría generado una de sus historias, al no sólo saber de la detención, si no también de las razones por las que se había corrompido el chaval.

Escribo por necesidad. Si no lo hago regularmente, me olvido de la grafía de las palabras. Podría recurrir a los dictados para disléxicos, como hice durante toda mi infancia (La vaca Paca saca baba de la lata de alpaca), pero es mucho más divertido ir por libre y escribir la primera majadería que se me ocurra. También es importante saber que existe la posibilidad que alguien me pueda leer, en caso contrario, me vuelvo negligente.

Así que gracias, muchas gracias, porque me ayudáis a no ser una analfabeta funcional.


lunes, 28 de enero de 2013

El don



A Tanti le gustaba el olor de la gasolina quemada de los coches que se alejaban en mitad de la noche, le entusiasmaba escuchar las pisadas de quienes parecían ir en dirección a la estación de trenes y era capaz de permanecer con la vista fija en el cielo hasta que la estela que dejaban los aviones, desaparecían. En sus veinte años de vida, su conocimiento del mundo real no había sobrepasado los límites de una mota de polvo en un mapa. Pero Tanti podría haber sido feliz aunque sus fronteras no se hubieran alejado más allá de lo que abarcaban sus brazos extendidos. Era de su madre de quien necesitaba huir. Estaban unidas por un cordón umbilical invisible que cuando se tensaba, cuando amenazaba romperse por distanciarse, la madre colapsaba hasta llegar a las puertas de la muerte y la única cura que parecía existir era el regreso de la hija. Tanti pensaba que aquella unión forzosa habría sido más fácil si hubiera sido capaz de sentir un ápice de cariño por ella. Creía que estaban en lo cierto quienes afirmaban que no había sido parida por la Loca, si no encontrada en el estercolero, como cada una de las cosas que abarrotaban desde el suelo hasta el techo todas  las paredes de la casa que habitaban.

Tanti se percató de su don casi a la vez que conoció a Cristóbal. Puede que siempre lo hubiera tenido, pero como hasta entonces no había sido dueña de una fotografía que retratara a alguien que conociera, no había sido capaz de darse cuenta. En la foto que Cristóbal le dio exigiéndole que no se la enseñara a nadie, aparecía él y sus compañeros del club de natación. A Tanti le abrumaba que alguien quisiera meterse en el agua por diversión, y no por obligación. Si Tanti fijaba la mirada en el Cristóbal de la fotografía, más alto y apuesto que el resto de sus compañeros, hasta su olfato llegaba el olor nítido que los puros habanos dejan en las cajas de madera, que era exactamente como olía en la realidad; si observaba al gorgojito que tenía a su izquierda, era capaz dilucidar que olería a pollo frito con tomate; si se concentraba en el cerdoso, el tufo que lo identificaba era el que impregna los dedos después de hurgarse el ombligo y si ponía su atención en el que quedaba más a la derecha de la fotografía, podía disfrutar hasta el hartazgo del aroma de los albaricoques.


A la madre de Tanti no le gustaba Cristóbal y le advertía sobre él, asegurando que la convertiría en una mujerzuela. Si la madre hubiera sabido que en realidad no existían otras intenciones por parte del hombre, habría alentado el noviazgo para que la hija saliera escaldada de las relaciones y nadie pudiera llevársela de su lado. Escaparse durante el sueño  de la madre para ver a Cristóbal sólo servía para evitar el berrinche inmediato. En un pueblo donde había que recorrer 25 veces de cabo a rabo la calle Mayor para considerar que se había dado un paseo, cualquier hecho o acontecimiento que ocurría incluso más allá de las cercanías de sus límites, de inmediato era sabido por todos. Hasta pertenecía al dominio público el don de la Loquita, aunque ella no recordaba habérselo dicho a nadie. Un don bastante inútil que le producía dolor de cabeza y migrañas y que de buena gana hubiera cambiado por una ceguera intermitente o una estulticia moderada, la suficiente para no darse cuenta de los esfuerzos que Cristóbal hacía para tocarla. En el gesto de repugnancia de su novio pésimamente disimulado, Tanti reconocía su propia renuencia a utilizar los objetos que su madre le llevaba del vertedero como si fueran regalos. Mucho tiempo debía de pasar en su poder una taza, un libro o un lápiz para que los considerara propios y los hechos de beber agua, leer o escribir no estuvieran íntimamente relacionados con el asco. Tal vez porque Tanti tampoco amaba a Cristóbal, aceptaba aquella relación únicamente basada en el sexo, sin cariño, sin caricias, sin besos. 

Primero fue el estruendo, luego el humo denso y las llamas, y cuando pasaron más de tres horas sin que Cristóbal apareciera en el lugar acordado, la convicción de que algo malo le había pasado. Fue entonces cuando Tanti corrió a la estación, donde todos sus vecinos se habían congregado desde los treinta segundos posteriores al choque de dos trenes, uno de pasajeros que volvía de Málaga y otro de mercancías que iba a Sevilla. Cuando Tanti se movió entre ellos recopilando información sin preguntar, todo eran especulaciones. Incluso lo que veía parecía incierto, porque ante sus ojos sólo tenía un montón de escombros demasiado parecido al estercolero por el que se solía mover su madre. 

La muerte huele a lilas. Lo supo al reconocer el olor a puros habanos mezclado con el de esas flores. Siguió a su olfato y la llevó a uno de los andenes más apartados de la estación y del jaleo de sus vecinos. Sobre el pavimento de losetas grises yacían siete fantasmas de  sábanas tiznadas que ondulaban con el viento, destapando, impúdicas, muñones renegridos. Como si fuera una perra fiel ante su amo muerto, Tanti se dejó caer ante uno de los cadáveres y empezó a gimotear. El cura, el alcalde, el jefe de la estación, la pareja de guardias civiles, el médico y todas las personas que imaginaban tener a un familiar bajo aquellas lápidas de tela, la escudriñaron con curiosidad: ¿a quién lloraba y cómo podía estar segura de no equivocarse? Muchos se dieron cuenta que era la primera vez que escuchaban hablar a la Loquita. "Es mi Cristóbal. Huele como la madera que ha encerrado puros".

La idea la podría haber tenido cualquiera de ellos, aunque se le ocurrió al alcalde, y no porque confiara en el don de la muchacha más que el resto, si no porque era una forma fácil de quitarse el problema de identificar a los cadáveres. Por primera y única vez durante su existencia Tanti fue visible y quienes escucharon su susurro de voz, se esforzaron por saber qué decía. Este huele a tierra mojado antes de la lluvia, este a manzana recubierta de caramelo, este a cuero... Para los demás, el único olor detectable era el del churrasco pasado. Cuando todos estuvieron identificados, incluida la mujer del peluquero que olía a magdalenas recién hechas y estaba en ese momento en la trastienda de la panadería, Tanti terminó tan cansada que regresó a casa trastabillando, sin poder mover la cabeza porque sentía que una aguja gruesa y larga se le clavaba en el bulbo raquídeo . Ahora todo olía a lilas. 

jueves, 24 de enero de 2013

Tocada del ala

Creo que estoy un poco borracha debido al cansancio. Llevo un porrón de horas (mejor no contabilizarlas), trabajando en una estructura. No es un trabajo nuevo, es la estructura del Campus de la Salud que, de repente (¡oh, sorpresa!) debe cumplir otras prestaciones diferentes a las que originalmente se diseñaron. Ha aparecido de la nada una maquinita que pesa tres toneladas en 1.50 m² (¡la leche con el trasto!) y va sobre un forjado de uso administrativo (carga: 300Kg/m²). No habría ningún problema si la estructura estuviera aún sólo sobre papel, pero está medio hecha (siete forjados de diez). Así que ando re calculando y metiendo refuerzos. 

Al menos me he divertido bastante. Veinticuatro horas han pasado en un pestañeo, tan rápidas, que ni me ha dado tiempo a ducharme (qué asco me doy). Y ahora sólo estoy cansada, tanto que sé que no podré dormir si me meto en la cama. Me ducharé y esperaré al medio día para acurrucarme junto a Guille y quedarme completamente KO. Él es como mi mantita, esa que los bebés necesitan para conciliar el sueño y sentirse seguros. 

Seguro que el cansancio hace que exista alguna desconexión entre mis neuronas, porque llevo un rato partiéndome de risa con el careto de los japoneses de este vídeo (sobre todo con los que quedan en segundo plano en las imágenes del principio). 


sábado, 19 de enero de 2013

El Esquirol






Esta mañana Guille salió muy pronto a comprar. Parecía más temprano de lo que era porque llevamos desde la madrugada de ayer con lo que la gente llama mal tiempo, pero que a mí me entusiasma: lluvia, a ratos torrencial, y viento. Cuando le pregunté a dónde iba respondió: El Silencio de los Corderos. Pensé que quería alquilar la película para verla (a veces le dan esas ventoleras); pero al ratito volvió con un bote de Vick Vaporub. La verdad es que se hace imprescindible para soportar el tufo de toda la ciudad, donde se acumulan montañas literales de basura, que ya invaden aceras haciendo imposible o al menos muy dificultoso el caminar; sobre todo para las personas que llevan andadores. Los usuarios de sillas de ruedas, tienen que ir haciendo zigzag de una acera a otra. Por fortuna esta mañana han llegado a un acuerdo (que a mí me parece bastante desfavorable para los trabajadores -así serían las condiciones que imponían de origen la empresa-). De momento no hemos escuchado la estridencia de los camiones de la recogida (demasiadas toneladas acumuladas -es posible que esta noche acabe para ellos la de mañana, cuando ya haya amanecida y anochecido de nuevo-). 

Algo bueno hemos sacado de la huelga de basureros (además de quedarnos confinados en casa y avanzar bastante en algunos trabajos que teníamos apartados por ser un engorro): nuestro callejón, el que siempre es olvidado por los limpiadores públicos y el que baldean una vez al año como mucho -coincidiendo con algunas elecciones-, está impoluto. En él lleva emboscado durante tres o cuatro días el único esquirol que he visto. Es un hombre algo mayor, con el pelo canoso, que barre con desgana un pavimento sin papeles una y otra vez, como si fuera un castigo divino -el de Sisifo, quien debía subir una enorme roca por una montaña muy empinada, pero antes de llegar a la cima, la roca caía y Sisifo debía empezar de nuevo (eran un poco sádicos estos griegos)-. De vez en cuando para y se fuma un cigarrillo. Tira la colilla al suelo y parece feliz por poder barrer algo real. Arrastra de un lado al otro del callejón el carro con los cubos y aparejos, y de vez en cuando desaparece -sospecho que para esconderse en otro callejón-. Las razones... cualquiera sabe, pero con la edad que tiene, es fácil de suponer dos o tres hijos adultos y en paro que se han convertido en involuntarias sanguijuelas para el progenitor. De vez en cuando me asomaba a la ventana para asegurarme que continuaba ahí, temerosa que la exacerbación de un piquete informativo, por las penurias de casi medio mes sin cobrar,  lo llevara al hospital. Por fortuna, el lunes, cuando vuelva al trabajo, ya no tendrá que esconderse de nuevo en mi callejón, el que volverá a ser olvidado por los barrenderos. 





jueves, 17 de enero de 2013

La condición humana

Esta tarde estuve en casa de mi madre. Mi sobrinilla, que está pasando unos días con ella porque mi cuñada necesita un descanso (la niña y sus necesidades de constante atención la estresan), requería ayuda para hacer una manualidad: una habitación con cartulina. Mientras trabajábamos en la salita, la televisión estaba puesta -en la casa de mi madre la tv casi siempre está puesta porque le hace compañía-. Ve un programa de Tele5 en el que un montón de personajes extraños se insultan los unos a los otros. En esta ocasión a esos personajes le habían hecho un test de inteligencia (término que parece contradictorio con los colaboradores de ese programa, cuya premisa para tener éxito parece mas de potencia de voz que de neurona). Karmele Merchante había salido la más simple -término utilizado por la psicóloga que les hizo el test- del grupo y el resto se burlaban de ella llamándola lerda y humillándola comparándola con animales. (Belén Esteban -personajillo que creo que casi todo ser viviente en España conoce-, otra de las colaboradoras del programa, es, supuestamente, más inteligente que esta señora). El programa me puso de tan mala leche, que terminamos trasladando todo el material de cartulinas y pegamentos a la que fue mi habitación. No sé si finalmente se percataron de la brutalidad que estaban utilizando con una de sus compañeras y le pidieron perdón. 



martes, 15 de enero de 2013

Hijos de la opresión

Hoy estuve casi toda la tarde fuera, en un par de obras. Cuando volvía a casa -por Granada casi siempre me muevo a pie porque las distancias son razonablemente cortas- el frío que se me fue acumulando en el cuerpo por estar a la intemperie hizo que me apeteciera entrar en un bar a tomar un té caliente. Frío + montañas de basura por la huelga + crisis = en los locales comerciales y bares no hay ni dios. En el que entré sólo estaba el camarero apoyado en la barra, derrumbado en ella, con la cabeza sobre los brazos, como si fuera una almohada y la vista fija en la tele encendida, aunque no creo que tuviera la atención puesta en ella -más bien parecía dormitar con los ojos abiertos. Estuve tentada a dar media vuelta para no molestarlo, pero se percató de mi presencia de inmediato y se irguió como si lo hubiera pillado cometiendo un delito. En ese momento en la televisión informaban que una monja  estaba imputada en un juicio por colaborar en el robo de un bebé nacido en 1981 (en el mismo año que yo). Pensaba que los actos de barbarie se remontaban a los oscuros tiempos de la dictadura. Da un poco de vértigo darse cuenta que hace menos de 40 años en este país un tío cabezón, de poca inteligencia, voz meliflua, gestos amanerados y de voluntad carcomida por la religión, tuviera la potestad de imponerse a todos los ciudadanos.

El camarero me hizo compañía y dio cháchara mientras esperaba a que el té se enfriara y comía un mollete antequerano con tomate, jamón y aceite. Él opinaba que aunque la monja sea culpable, deberían dejarla tranquila porque es demasiado vieja (87 años) y porque, si lo hizo, seguramente pensaba en el bien de los niños: arrancar a los bebés de hogares pobres y seguramente poco religiosos y depositarlos en otros ricos y temerosos de la mano de Dios. Fui incapaz de rebatir la opinión del camarero simplemente porque me pareció una salvajada, algo completamente irracional, una locura que se pueda sentir empatía con una mujer que, tal vez por carecer de instinto maternal, fue capaz de imponerse y decidir quién tenía derecho y quién a criar al bebé que había salido de sus entrañas.

Me quemé la lengua con el té y al volver al frío de  la calle, el aire estaba cargado de un hedor que identifiqué con el de los crematorios de los cementerios: están quemando las montañas de basura y los contenedores. La empresa culpa a los trabajadores. Yo lo dudo. Demasiado dispersos en hora y lugar. Creo que sólo es una gamberrada contagiosa (delito por poner en peligro las vidas de las personas y por destruir mobiliario urbano). Los basureros y barrenderos eran casi invisibles en la ciudad. Ahora que no están y se hace tan evidente su ausencia en todos los rincones, se comprende la dificultad del trabajo que hacen y se les respeta. 

domingo, 13 de enero de 2013

La peste


Estado de la calle Santa Aurelia (hoy)

El hedor que ascendía desde el callejón al que daba la cocina del restaurante chino que teníamos en los bajos del edificio donde vivimos, nos persuadió para no poner el pie en él en los dos años que llevamos refugiados en esta ciudad. Ni en una ocasión cruzamos el umbral de la puerta roja adornada con dragones dorados. Durante unos meses tuvo un cartel en el escaparate que ponía "Se traspasa". Ahora lo han cambiado por otro de "Se alquila. 150 m²". La puerta roja ha sido sustituida por otra de vidrio y aluminio y los escaparates, que antes  escondían la visión del interior con unas gruesas cortinas claras, ahora están expeditos y muestran una amplitud falsa, por estar completamente vacío. Es una suerte que la crisis se haya cargado ese restaurante (puro egoísmo) porque llevamos siete días con huelga de basureros. El callejón donde el restaurante acumulaba la basura es como una enorme chimenea. La corriente de aire siempre es ascendente, en ningún punto los olores que se desprenden a nivel del suelo son diluidos por el aire fresco. Si tenemos abierta la ventana de la cocina, nos percatamos con toda claridad si hay alguien fumando en el callejón; y Guille, quien está aprendiendo el arte de la exageración, asegura que si ese alguien eructara, desde nuestra casa seríamos capaces de distinguir qué ha comido.

Las razones de la huelga, según los periódicos: la empresa exige más horas de trabajo por menos sueldo. Es comprensible que los trabajadores estén en pie de guerra (yo lo estaría). De momento no se ven visos de solución. La experiencia me hace sospechar, por ser gata escaldada, que en esta ocasión, como en tantas otras, la empresa, amparada en la crisis y en el miedo de los trabajadores, está intentando conseguir mayores beneficios de forma completamente gratuita. Ayer, en El Ideal (el boletín oficial del ayuntamiento), intentaban enlodar las razones de los trabajadores asegurando que sus sueldos son mucho mayores a los que perciben los basureros de ciudades semejante a Granada. 

El tiempo se ha aliado con los ciudadanos. Las bajas temperaturas vuelven perezosas a la podredumbre y fermentación. Aunque sigue molestando el volumen que ocupan las basuras. Lo que antes se escondía en los contenedores, ahora cubre aceras y aparcamientos, como si fuera una ciudad tomada por un ejército de enfermos con el síndrome de Diógenes. Dar marcha atrás con el coche, por mucha atención que se ponga, puede significar quedar paralizado por el terror durante unos segundos al creer que has pasado por encima de un ser viviente, cuando en realidad solo has espachurrado una bolsa de basura que ha rodado una distancia inimaginable. 

Ya informaré cuando el Ayuntamiento nos suba el impuesto por la recogida de la basura, culpando a la huelga.

viernes, 11 de enero de 2013

A perro flaco...

Supongo que debería estar tan enfadada como la mayoría de mis compañeros, pero la verdad es que casi me resbala: Un proyecto de ley le va a dar a los ingenieros algunas de las competencias que teníamos hasta ahora en exclusividad los arquitectos, como la de proyectar edificios de viviendas. 

Recuerdo lo que me impactó el primer documental que vi sobre el holocausto nazi. Me extrañaba la mansedumbre de los judíos, la aceptación de lo que les ocurría, más que a ellos mismos, a miembros de su familia (¿cómo ver y permitir que un hijo pase hambre sin hacer nada, aunque en ello te vaya la vida?). Mis hermanos, lo veía en su compañía, me explicaron que los otros, aunque muchos menos, eran los que tenían las armas. Metralletas que de una ráfaga convertían en papilla los cuerpos esqueléticos. Tenían razón, pero seguía sin comprender cómo la desesperación no les hacía unir sus fuerzas y lanzarse contra sus opresores, aunque murieran todos. Mucho más tarde, mi tío Fermín me explicó que los seres humanos tenemos un sistema de defensa, ante una opresión grande por peligro de muerte, tendemos a aislarnos, a sernos indiferentes muchas cosas que nos habrían hecho rabiar en un estado normal. 

Ahora no estamos en peligro de muerte, al menos no directamente, aunque a más de uno la actual situación y las penurias que han llegado a sus vidas tan de repente, les ha hecho tomar la decisión de apearse de este mundo por ser incapaces de afrontar la crisis; pero, aunque estemos a salvo, sin nadie que nos apunte con una metralleta, me da la sensación que nos encontramos en una situación de shock muy parecida a la de los retenidos que aceptan el encarcelamiento y las humillaciones con una docilidad pasmosa. 

Ante nuestras narices nos roban (nos obligan a pagar más impuestos por lo poco que recibimos de nuestro trabajo), nos quitan contra prestaciones (al tener que pagar más por los medicamentos), asfixian a los funcionarios (de mala fama injustificada: ¿podemos criticar a los médicos, a los profesores, a los bomberos, a los policías...?)... y nos endeudan para pagar las pérdidas y los agujeros negros de los bancos. Los políticos se han convertido en nuestros opresores, y nosotros, como corderos, dejamos que nos guíen en silencio hacia el matadero. 

Son tantas las injusticias a las que hemos sido sometidos en el último año que ahora me parece insignificante que a un lumbreras de este gobierno se le haya ocurrido que un ingeniero, el que es muy bueno diseñando instalaciones y estructuras, pero que no ha estudiado en la carrera la forma de hacer confortables las viviendas para sus habitantes ni la estética para conseguir la hegemonía con el contorno; pueda proyectar viviendas, colegios, iglesias... (algo que sólo irá en detrimento de los usuarios).

Lo que sí me preocupa más de este proyecto de ley, es que -supongo que el lumbreras estará empapado por las películas norteamericanas- se puedan vender medicamentos en los centros comerciales y grandes superficies. 

miércoles, 9 de enero de 2013

La vida es eterna en cinco minutos

Hoy hemos tenido un pequeño susto (del que yo ni me he percatado). Un pequeño terremoto que ha hecho tintinear las campanillas de cerámica que tenemos colgadas junto a la salida a la terraza, mecer la lámpara y ondular el agua de la jarra (cosas que ocurren si se deja abierta cualquier ventana y hay una pequeña corriente de aire o pasa un camión pesado por la calle). 


Guille ya se había acostado, aunque no dormía y yo bailoteaba con los auriculares puestos en la cocina mientras metía los platos de la cena en el lavavajillas. Guille se asustó (un susto comprensible, sobre todo porque lo sacó del sopor en el que ya había caído). Yo ni lo percibí. Supongo que sería muy corto -no más de 10 segundos-. Si hubiera sido más largo, de mayor intensidad o más superficial, hubiéramos tenido que tomar algún tipo de medida (dormir en el coche) porque nuestro edificio no es sismorresistente. Pero fue insignificante y todo volvió a la normalidad de inmediato. 

Existen tantas variables para que todo vaya mal, para que la monotonía se rompa en un instante, que prácticamente es un milagro que los días se sucedan uno tras otro sin que ocurra algo que nos la destroce.

martes, 8 de enero de 2013

Mirando estampitas

Durante mi infancia, en mi casa había un enorme libro de Circulo de Lectores titulado Maravillas del Mundo. Desapareció antes de que aprendiera a leer, y durante mucho tiempo tuve ideas erróneas de las fotografías que salían en él, la mayoría influenciadas por mis hermanos. Así, hasta que no estuve en Sevilla, creí que la Torre inclinada de Pisa era la Torre del Oro, que los cabezones de piedra de la isla de Pascua habían sido arrojados desde el cielo sin que nadie supiera quién los había hecho, que le fresco Lilith de la Capilla Sixtina representaba a un hombre al que Dios había castigado con arrastrar un pene enorme... 

Los Reyes se adelantaron este año. Ropa y libros, principalmente (la crisis ha hecho del regalo el sustituto de cubrir una necesidad). Uno de los libros que me han traído es Rehabilitación de casas rústicas, de Juan Domínguez. Es una recopilación de proyecto de otros arquitectos sin apenas comentarios, pero con muchas fotos. En la arquitectura el sentido de la vista, principalmente, es el que da fama al técnico; pero son todos los demás sentidos los que lo convierten en un arquitecto real (o al menos así debería ser, aunque demasiado a menudo ocurre lo contrario: prevalece la belleza a la habitabilidad de los edificios, convirtiéndolos en meros objetos decorativos imposibles de ser utilizados).

Cogí el libro el día 4 por la tarde. Guille confundió mi noche en vela con un madrugón. Al mediodía del día siguiente lo había acabado de escudriñar: buscaba ideas originales, algo que no supiera; pero llegué a la conclusión de que todos diseñamos más o menos igual, nos copiamos las ideas que han sido previamente copiadas y es muy difícil aportar algo nuevo.    

Uno de los primeros proyectos que muestra el libro es aprovechamiento de la estructura de hormigón armado de una torre que servía de sustento a un enorme depósito de agua que alimentaba a una sería de edificios en una granja en Bélgica. La estructura es aprovechada para construir una vivienda unifamiliar.


Estructura original


Modificación de la estructura de hormigón armado en una vivienda unifamiliar


La idea es original, pero creo que la forma de llevarla a cabo tiene algunos errores. ¿Las viviendas deben requerir a sus habitantes una edad determinada? Se deben construir viviendas para chavales de 20, matrimonios de 40, ancianos que han sobrepasado los 70? Sería razonable, con lo caras que son, exigir esto? La vivienda de la imagen está diseñada para una persona sana, joven y dinámica  (no para mi cuñada que ha prescindido de utilizar el sótano sólo por no gustarle bajar escaleras). En la planta baja han proyectado un sala de reuniones, una especie de salón amplio; en la primera, comedor - cocina; en la segunda, baño-vestidor y una pequeña sala; en la tercera planta, la última, el dormitorio. La escalera vertical que estaba en uno de los laterales, ha sido sustituida por una escalera de gran pendiente (tipo barco) de acero galvanizado. ¿Podría vivir en esa vivienda una persona de unos 50 años con algunos achaques de salud? - a esa edad mi madre empezó a tener dolores articulares-. 

Otro de los errores, creo, es utilizar el revestimiento de policarbonato en dos de sus paramentos. En los otros dos, enfrentados entre sí, ha utilizado el hormigón (o una pared de ladrillo enfoscado) y el vidrio. El policarbonato, incluso el protegido, tiene una vida bastante corta. A los 20 años comienza a deteriorarse, más si le da de lleno el sol (es uno de los materiales que estuvimos barajando para el edificio que estamos haciendo en El Campus de la Salud, pero lo desestimamos por lo pronto que comienza a perder sus cualidades). Sin otro elemento que separe la intemperie del interior del edificio, la temperatura dentro será desapacible: frío en invierno y calor, efecto invernadero, en verano. 

Me hubiera gustado que el libro hubiera tenido más comentarios del propio arquitecto. ¿Cómo justificaría semejante diseño?

viernes, 4 de enero de 2013

El primer milagro de Rosarito

La falta de sangre en las venas de la abuela de Rosarito, la suplía muy bien la bilis, cuyo único efecto secundario era la amargura perenne en el humor de la mujer. Doña Angustias mostraba su rictus de muerta prematura incluso en los momentos que se le suponía debía sentir felicidad. Estaba rodeada por sus cuatro nietos y sus labios se retiraban mostrando una retahíla perfecta de dientes desiguales: los que habían sido sustituidos por piezas de oro y los originales sombreados, ennegrecidos o renegridos por culpa del café solo que tomaba a todas horas. Lo que pretendía ser una sonrisa, recordaba bastante a la mueca de amenaza de un bulldog al que se le ha pisado el rabo. Era comprensible que a los gemelos les diera miedo. Si no fuera por ellos, Rosarito no aceptaría pasar aquellas dos semanas en el cortijo, periodo que la niña tomaba como su época de ceba. Mal alimentados durante el resto del año, al llegar la Navidad y ser requeridos por la abuelita, al cruzar las puertas de pino viejo que separaban la parte de servidumbre de la parte noble del enorme edificio, entraban en un mundo de abundancia. Allí las bomboneras no eran meros objetos de adorno; escondían: sultanas de coco, alfajores de almendra, dulces de sidra, yemas de santa teresa, roscos de vino o anís, mantecados de aceite... y la única cortapisa para no atiborrarse era el temor a un dolor de tripa, porque nadie les regañaba si comían hasta estar rellenos como los pavos que servían en la cena de Noche Buena.

Una sola virtud tenía doña Angustias: sabía querer, aunque con un cariño tan limitado que se le iba casi todo en Gusti, la hija de su hija y apenas quedaba un ápice para  repartir entre sus otros tres nietos, los hijos de su hijo difunto. En cualquier acto de la mujer que estuvieran involucrados los cuatro niños, se hacía patente la desproporción del cariño, incluidos los regalos de los Reyes Magos. Uno de sus mayores placeres, era levantarse temprano y ver aparecer en el comedor a sus nietos; a Gusti tan cargada de regalos que su caminar, si ese año no había tocado también unos patines, era torpe y lento y a Rosarito y los gemelos, contentos y felices con sus estuches de colores -los que invariablemente les traían los Reyes-; pero, a la vez, curiosos y expectantes por cada uno de los objetos que su prima llevaba entre los brazos.

La noche de Reyes los niños se fueron pronto a dormir. Cuando los tres aperos disfrazados de Magos de Oriente entraron por la ventana del dormitorio de Rosarito y sus hermanos, los gemelos hacía bastante que dormían profundamente; sólo la niña, a su pesar, continuaba despierta (le asustaba que tres extraños, uno de ellos con el rostro embadurnado con carbón, aún más fantasmagórico que el resto por el cerco rosa que tenía alrededor de los ojos, deambularan por la habitación con plena libertad). Se tapó la cabeza con las mantas y habría sido regurgitada por el embozo en cuanto los hombres disfrazados se fueron si no se hubiera quedado tan profundamente dormida como sus hermanos.

El gallo aún no había cantado, sólo las criadas que se ocupaban de encender el fuego deambulaban por la casa como almas desvalidas y el día apenas llegaba a ser una claridad sucia en el horizonte, cuando los gemelos se levantaron. ¿Cuánto se tarda en desenvolver un estuche de colores? Los miembros de Rosarito respondían a un cerebro que parecía estar todavía profundamente dormido y soñando. Tardó en admitir que estaba espabilada y consciente; para entonces sabía que su abuela ya estaría esperándolos ante el desayuno. Bajó las escaleras saltando los escalones de dos  en dos y, a pesar de estar prohibido, corrió por el pasillo hasta llegar al comedor. Ese día doña Angustias recibió el primer regalo de Reyes inesperado en mucho, mucho tiempo: dos sonoros besos en las mejillas de la nieta cuyo odio  había labrado con tanto esfuerzo. En ese preciso momento el rostro macilento, apergaminado y cetrino de la mujer se cubrió de un rubor que la favorecía y convertía su expresión de moribunda en otra de sincera alegría.

Quienes se preguntaban por la razón de la inesperada muestra de cariño de Rosarito, tuvieron la respuesta cuando los demás niños bajaron. Los gemelos cargados con cuentos, peonzas, pelotas, patines, bolsas de caramelos... y Gusti contenta y feliz con sus tres estuches de colores.

(El final feliz de un cuento sólo está en el preciso momento en el que se escribe la palabra fin y  se nos exige darnos por satisfechos sin preguntar qué ocurrió después).

La voluntad de otros

Hoy he acabado de leer el último libro que escribió Carl Sagan, Miles de Millones. Es un libro en el que se habla de todo un poco: desde los agujeros negros a las matemáticas cuando tratan de números astronómicos; desde temas que son obsoletos (la guerra fría entre EEUU y la antigua Rusia -aunque han quedado como recuerdo cientos de armas nucleares capaces de destruir la civilización e incluso nuestra especie-) a temas que simplemente parecen algo olvidados (el agujero en la capa de ozono). Algunos artículos son más éticos que de divulgación científica. Carl Sagan parecía ser una persona juiciosa y ecuánime: un científico; así que cuando encontré, perdidas entre las últimas páginas del libro, un artículo sobre el aborto, me entusiasmé, pensando que por fin iba a toparme con unas ideas claras y convincentes que tranquilizaran mi conciencia por pensar que el aborto es beneficioso para las mujeres, e incluso para la sociedad. Las conclusiones a las que llega Carl Sagan no son diferentes a las que estamos cansados de escuchar: aborto lícito en el primer trimestre del embarazo porque el feto aún no tiene, supuestamente, alma (no es capaz de general recuerdos).

Mis hermanos recuerdan partidos de risa el primer soldado al que tuvo que mandar mi padre al calabozo. Fue en la base aérea de Tablada. Periódicamente publicaban un boletín interno con las incidencias habidas, entre las que se recogían la gente que había sido encerrados con sus nombres, tiempo del castigo y la razón. En la de este sujeto ponía literalmente: Por guarro. Tenía la costumbre de recoger en una lata todos los fluidos expulsados en sus masturbaciones. Una lata de hediondo semen putrefacto que guardaba en una angosta taquilla. Cuando se le preguntó por qué lo hacía, respondió que cada uno de sus espermatozoides eran sus potenciales criaturas. Al parecer nadie le había explicado cuál es la vida media de un espermatozoide ni la cantidad que expulsaba con cada eyaculación.

Puede que ese majara no fuera tan descaminado. Cada óvulo, más que cada espermatozoide, es una persona en potencia: sólo necesita ser inseminado. Y por lo general está en la voluntad de la mujer  y su pareja el que así ocurra.

Me temo que éste es uno de esos temas que te posiciones donde te posiciones, siempre sabes que te equivocas. Puede que en su cerrazón se sientan cómodos todos aquellos extremistas pro vida que niegan el derecho del aborto en todos los casos y se convencen que es moral que una niña de 12 años engendre y para el fruto de una violación incestuosa o que una mujer ponga en peligro su vida para traer a este mundo un organismo con forma humana pero sin cerebro. También, supongo, que se sentirán satisfechos quienes consideren el aborto lícito sólo en determinadas circunstancias: violación y peligro de la madre sí, resto. no (como si fuera tan fácil colocar esa línea divisoria).

Yo creo que para considerar el aborto debemos pensar más como sociedad que como individuos. Si como sociedad seguimos considerando que una madre soltera de 15 años es vergonzosa y no le permitimos tener un futuro (por tener que ocuparse exclusivamente de cuidar el bebé en lugar de desarrollarse intelectualmente como persona) ¿es admisible que le exijamos llevar a término el embarazo?

Al igual que ahora la guerra fría entre potencias huele a formol, las disquisiciones sobre el aborto dentro de un siglo producirán hilaridad porque la superpoblación en la tierra no sólo hará legal el aborto en cualquier caso, si no también obligatorio. 

martes, 1 de enero de 2013

Virgencita, que me quede como estoy


¡Feliz Año Nuevo!!!

¿Propósitos para este año? Ninguno... que luego no se cumplen y se frustra una mucho. Hala, sed felices!