miércoles, 31 de octubre de 2012

Cara de piedra

Primeras respuestas a los currículums enviados:

El principio fue decepcionante, un timo, sin duda. Me obligaban a comprar un billete de avión  a Holanda para un acompañante y para mí. El acompañante, supuestamente, iba a ayudarme durante los primeros días y a servirme de intérprete. Lo comento con mis hermanos, ellos dudan, pero mi madre, que ve todos los programas de la tv, incluido uno donde se escenifican timos, lo conoce: gente que necesita viajar a un lugar en concreto, se pillan a un pardillo que les paguen el viaje con la promesa del trabajo, y les sale gratis. Siguen el rollo durante el viaje, pero al llegar al aeropuerto, desaparecen.

El segundo fue más esperanzador. También en Holanda, como urbanista jardinera (supuestamente mi título de arquitecta sirve). Las condiciones, teniendo en cuenta las que me he encontrado con posterioridad, no eran malas: 2500 €/mes, sin pagas extras, 35 horas semanales, seguro médico... no me informé mucho porque uno de los requisitos era hablar holandés o inglés. 

El tercero (el que da título a esta entrada), en Gran Bretaña, como maquetista, pero no de edificios, que son las únicas que yo he hecho, si no maquetas que se pueden considerar más como juguetes: ricos extravagantes o empresas, que quieren una miniatura de un pueblo o  un lugar real a escala para que por ella pase un tren o un Scaletrix. Condiciones: 1700 €/mes, pero incluidas 10 horas extras semanales, en total serían 50 horas semanales, solo un día de descanso, sin pagas extras; algo bueno... me proporcionarían habitación, pero que tendría que compartir (la habitación, no la casa) con dos personas más. La hora sale a 8.50 €. Me dieron tantos rodeos para no aclararme lo del seguro que sospecho que, de existir, será injusto. Mi madre para estas condiciones tiene un dicho algo burdo: puta, y encima pone la cama


miércoles, 24 de octubre de 2012

La simbiosis de las féminas en flor

En el mismo momento que Agapito Fernández sufría la amputación de su miembro viril, Miguel el Pobre caía desde el tejado del cortijo de Miguel el Rico mientras encalaba los caballetes. Una caída desde seis metros, aparentemente sin consecuencias, de la que se levantó por su propio pie. Antes del anochecer, Miguel el Pobre moría en su cama en completa soledad y la mujer que siempre lo amó, con la que no pudo casarse por no tener donde caerse muerto, según la familia de ella, le guardó luto y lloró hasta el día que compartieron panteón. 

La sangre es muy aparatosa, y un pene seccionado en dos, desde el prepucio hasta el escroto (como si fuera una baguette dispuesta para la preparación de un bocadillo) es bastante parecido a un géiser de salsa de tomate. Agapito dejó un reguero desde el huerto de su tío hasta la mitad del camino al pueblo (unos 300 metros) donde el cura lo recogió en su coche y lo llevó a la casa del único médico del lugar, en mitad de tal griterío de dolor que alertó de que algo había sucedido incluso a quienes vivían en los arrabales más apartados. La rotura de la monotonía en un lugar donde nunca sucede nada, hizo que la mayor parte de los vecinos se congregaran a la puerta de la casa del médico. La explicación que se daba a los que iban llegando era: "Agapito se quedó sin pito", cantinela que habría acompañado a los descendientes del desdichado hasta el día de hoy, de haberlos tenido.

La muerte de Miguel el Pobre fue un daño colateral del escarmiento que quisieron darle a Agapito. Si su tío o el cura del pueblo, o ambos (nunca se supo con exactitud quién fue el culpable) no hubieran colocado una cuchilla de afeitar en el agujero que Agapito había practicado en una sandía  para satisfacer sus deseos sexuales, el infeliz no habría aullado de dolor al sentir la división de su virilidad y el grito no hubiera hecho perder el equilibrio a Miguel el Pobre, haciéndole caer desde el tejado. Si toda la atención de la parroquianos del bar no hubiera estado puesta en los dimes y diretes de lo ocurrido en el huerto de las sandias aquel medio día, alguno hubiera prestado atención al rostro marmoleño de Miguel cuando estuvo almorzando, e interesado por su salud. Y si el único médico local no hubiera tenido que acompañar a Agapito hasta Sevilla en el coche del cura para que no se desangrara, habría podido atender la llamada que Miguel hizo a su casa pasada la media noche.

Algunos quisieron ver en la muerte prematura de Miguel el Pobre un castigo divino por haber aceptado trabajar en la casa de Miguel el Rico. Cuando Francisca y Miguel anunciaron su matrimonio pocas semanas después de haber iniciado el noviazgo, nadie pensó, como suele ocurrir en estas ocasiones, que los forzaba a ponerse ante el altar la multiplicación de células dentro del útero de la mujer. Sabían de qué pie cojeaba el palomo, e incluso por quién sentía predilección. Se pensó que Francisca había aceptado la infelicidad en el matrimonio a cambio de una vida holgada y que el marido había tenido la desfachatez de ponerle como criado al propio amante. Semana a semana, mes a mes, quienes habían vaticinado un futuro desgraciado para Francisca, esperaban distinguir en su rostro la tristeza y verla apagarse poco a poco en soledad, pero después de únicamente dos meses, si se la miraba de perfil, además de una sonrisa radiante, lo que se distinguía era un vientre cada vez más convexo. Aquel primer hijo, Miguel de nombre, fue sietemesino, aunque nunca tuvo el don de sanar con las manos. Un año y medio después nació Purificación, otro año y medio pasó para llegaran a este mundo Fermín y Ana y otro año y medio transcurrió para que viera la luz por primera vez la benjamina: Francisca. Parecían un matrimonio normal, aunque al marido se le iban los ojos tras las camisas desabrochadas de los obreros y pasaba casi todos los fines de semana en Sevilla, en su piso de soltero, supuestamente trabajando.

Cuando la muerte convirtió a Miguel en un objeto frío, Francisca y los niños disfrutaban de unos días de playa en Cádiz. Llegó cuando ya estaba metido en el ataúd y sabían que se le había roto el bazo y desangrado silenciosamente sin derramar una gota de sangre. Francisca fue incapaz de ocultar quién era su auténtico marido. Lloró tan desconsoladamente durante todo el velatorio y el entierro, que salió a la luz lo que había podido ocultar durante seis años. Desde ese día todos la consideraron viuda, ella misma lo hizo al no mudar ni un sólo día de los que le quedó de vida sus prendas negras por alguna de color. Miguel y ella siguieron viviendo juntos, por comodidad, por costumbre o porque ya se habían encariñado el uno al otro. Un cariño fraternal en el que sobraban las habladurías de terceros.

Otra de las historias de mi abuela.

lunes, 22 de octubre de 2012

La abstinencia de la lectora

He vuelto a recuperar el placer por las palabras. Ahora estoy en la etapa pazguata: cualquier frase brillante me llena de asombro y quiero memorizarla. 

"Parecíame algo fantástico lo que me contaba aquel hablador sempiterno, que, por lucir el ingenio, era capaz de alimentar su facundia con materiales de invención". De Lo Prohibido de Benito Pérez Galdós. Del mismo libro: "[...] sus tumefactas encías, en las cuales empezaban a retoñar esos huesos que, al decir de un chusco, son como los cuernos, pues duelen cuando nacen y después se come con ellos".




jueves, 11 de octubre de 2012

Terror en el circuito

(Este título parece el de una película de serie Z, por lo menos)

Estos días los alumnos de las universidades de Ingeniería de toda España concursan en el diseño y construcción de motos. Una de las pruebas a las que serán sometidas las moto es una carrera con pilotos semi profesionales, lo que implican que serán expuestas a velocidades de unos 200 km/h por lo menos. A nosotros nos han solicitado ayuda  tres de esas universidades, lo que nos ha permitido conocer de primera mano los diseños de forma minuciosa. (No creo que ninguna de estas Universidades haya incurrido en un incumplimiento de las normativas del concurso, porque a ninguna de ellas le hemos sido útil al negarnos a hacer todas las piezas que nos presentaron por tener un diseño deficiente). Si han sido capaces de cometer errores tan bárbaros como confundir pulgadas con cm, y dejar nada menos que 10 cm corto el larguero de una horquilla... ¿qué fallos más delicados no habrán cometido? 

Ninguna de estas motos, de piezas calculadas individualmente y no como parte de un conjunto, o piezas pensadas únicamente para aligerar peso y no para resistir en funcionamiento y sometidas a calor, fricciones y vibraciones, han sido sometidas a alguna de las muchas pruebas que superan las motos legales antes de permitir que un piloto se suba a ellas. 

Sé que es tonto, pero vaticinar un acontecimiento da la sensación de que aumentan las probabilidades de que no ocurra: así que, esperemos que ninguno de los pilotos tenga un accidente y sufra daño por que es muy duro imaginar las consecuencias de un accidente por la rotura de una pieza mal diseñada cuando el vehículo va a más de 200 km.

Del día que me quedé sin lágrimas

La lectura de Hablar Solos aviva los recuerdos de mi infancia. Del tiempo que mi padre estuvo enfermo y los acontecimientos que siguieron a su muerte. También hace evidente, aunque era una explicación que ya conocía, por qué mi padre me llevó a escuchar el Réquiem de Mozart cuando sólo tenía 6 años. Creo que fue en el Teatro Cervantes de Málaga. Es de las pocas entradas importantes de un concierto al que he ido que no conservo, aunque es posible que algún día, leyendo cualquiera de los libros de mi padre, la encuentre, porque él tenía la costumbre de meter toda clase de documentos y cosas entre las páginas de los libros. En una ocasión encontré las semillas de una planta en un papel de libreta perfectamente doblado. Sentí curiosidad y las puse en una maceta. Al poco tiempo empezó a crecer una planta. Resultó ser una adormidera. En realidad creo que fue cosa de mis hermanos. No sé si para burlarse o para que no me decepcionara, porque las semillas llevaban guardadas bastantes años cuando las plante, por lo menos cinco, y me extraña que soportaran tanto tiempo inmunes. 

Tardé mucho tiempo en darme cuenta de la muerte de mi padre, en notar su ausencia. Ya me había acostumbrado a que pasara largas temporadas en el hospital y que la casa permaneciera completamente silenciosa. Y antes de eso, antes de caer enfermo, también se ausentaba a menudo por los cursos que constantemente estaba haciendo o impartiendo. En realidad a quien echaba más de menos era a mi madre: la depresión la convirtió en un fantasma. Pasaron un año y tres meses y medio hasta que finalmente lloré por él. Ocurrió cuando volví a  casa por las vacaciones de Navidad. Nos habían dado las notas a primera hora de la mañana y permitido que nos fuéramos. Cuando llegué a casa estaba tan triste que comencé a llorar sin aparentemente razón. Mis hermanos, que no estaban acostumbrados a verme derramar lágrimas, ni siquiera había llorado cuando llegué a casa con todas la nalgas raspadas (quemadas) y sangrando por deslizarme, involuntariamente, por la ladera de una montaña (como si fuera un tobogán gigante), se asustaron tanto que estuvieron a punto de llevarme al médico. ¿Me había hecho alguien daño? ¿Me dolía algo? ¿Había sacado malas notas? -irían a arrancarle los pelos del bigote a la monja, uno a uno-... En realidad ni yo misma sabía muy bien por qué lloraba, hasta que estallé: ¡Quiero que venga papá! Como no sabían cómo consolarme, cerraron la puerta de mi habitación y dejaron que me desahogara sin apenas interrupciones. Ese día me trataron como a mi madre: de vez en cuando aparecía uno de ellos y me hacía beber líquido para que no me deshidratara u obligaba a comer algo. Lloré desde el medio día hasta media noche, cuando me quedé dormida. A la mañana siguiente ya no estaba triste y sabía que mi padre no iba a volver por mucho que llorara. 

martes, 9 de octubre de 2012

De Tucumancha a Región

Treinta más uno. Seguro que me deprimiría si mirara una de esas estadística donde te dicen qué debes haber conseguido con esta edad, por eso no la miro (no soy masoca). El primero de mis cumpleaños. Ha sido un buen día: bastantes regalos inesperados y sorprendentes. El último ha sido la llamada de mi amiga Victoria, mi alma gemela, el contrapunto a mi personalidad alocada y algo desequilibrada durante los años en la facultad (aunque hicimos bastantes cosas que hoy día censuraría). Habíamos perdido el contacto después de que ella se fuera a Toledo a hacer un curso sobre implantes de células madre en la columna vertebral. Coincidió con nuestro traslado a Granada y con que ella cambió de número de móvil al cambiar de compañía telefónica. Nos pusimos al día de estos dos años en blanco. Ahora, la que está más tranquila y centrada soy yo. Su retahíla de parejas es interminable. Hizo toda una enrevesada investigación de campo para conseguir mi número de teléfono. 

Poco antes llamaron Pere y su marido para cantarme feliz cumpleaños en inglés. Están escribiendo una novela a cuatro manos y me mandan el primer capítulo. Me gusta tanto que los llamé de inmediato exigiéndoles más, pero no hay más, todavía. Ellos también están contentos con lo que les va saliendo y aseguran que, de seguir así, la enviarán a algún concurso literario. Me la leyó Guille porque está escrita en catalán. Antes había protestado, quejándose un poco, no del todo en broma, no del todo en serio, porque asegura que Pere era originalmente su amigo y ahora lo es más mío. Ingenuo: no se da cuenta que nuestro principal tema de conversación es él.

Mi madre, para no variar, no ha recordado qué día es hoy (o fue ayer, porque ya pasa de la dos de la madrugada). Bueno, le queda otra oportunidad.

El primero y más inesperados de los regalos: Hablar Solos, el libro de Andrés Neuman. He tenido tanta mala suerte con los libros leídos este verano, que me extraña encontrar uno que me interese (llegué a pensar que había dejado de gustarme la lectura). Una historia sencilla contada por la voz interior de los tres personajes principales. El viaje en camión de un padre y su hijo pequeño por un itinerario de paisajes inventados, un gran secreto, soledad... La historia se parece bastante a la que se debió enfrentar mi madre, aunque la del libro es mucho más aséptica, limpia y dulce.

lunes, 8 de octubre de 2012

Peleada con el ente

Las palabras y yo no nos llevamos muy bien. Un curso de SketchUp, otro de programación de AutoCad que estoy recibiendo y otro de Bases del AtuoCad que estoy impartiendo para algunos compañeros del Colegio de Arquitectos, me tienen muy ocupada (además de los problemas que tenemos día a día con la obra del Edificio del Campus de la Salud). Apenas tengo tiempo para dedicarle a las palabras: a las leídas y a las escritas. Si no dedico una hora por lo menos al día a la lectura concienzuda o la escritura, termino confundiendo ente con entre, Dani con Dina (la hija de una de mis mejores amigas se llama Dina), ladera con cadera... Los entres convertidos en entes son los que hacen saltar las alarmas. Son las palabras que siempre confundo al principio, justo antes de que comience el desastre. Si día a día no dedicara algún tiempo a las palabras, terminaría siendo una analfabeta funcional.

Esta confesión es muy parecida a esas que los alcohólicos hacen en público cuando quieren dejar de serlo: tengo un problema y tengo que solucionarlo, pero necesito vigilancia para que la pereza o la negligencia no me hagan desmadrarme.

He empezado por sustituir el libro que estaba leyendo (Contra Natura, de Álvaro Pombo -Goytisolo me dejó bastante saturada de historia sobre homosexuales) por el último de Andrés Neuman, Hablar Solos. Lectura muy fácil: frases cortas y directas. El de Pombo también era de lectura fácil (sólo es un aplazamiento), pero me interesa más lo que cuenta A.N. Para empezar empieza dedicándole el libro a su padre, "que es también una madre" ... qué bonito.


lunes, 1 de octubre de 2012

Otras historias

Estábamos preocupados por mi tita Puri. Habíamos dejado de tener noticias suyas desde el viernes por la noche, cuando su pueblo Bobadilla Estación, se inundó por culpa de la lluvia. No es que hubiera desaparecido (que temiéramos que algo malo le hubiera pasado) sólo que se había marchado con algún vecino y no sabíamos cuál. Por fin hoy al mediodía dio señales de vida. Había estado justo en frente de su casa, en la misma plazoleta, vigilando para que no le quitaran lo poco que la lluvia le había respetado. 

Antes la gente contaba historias al amor de la lumbre, ahora lo hacemos asomados a la tecnología. Desde la casa de mi madre, que siempre sirve de refugio a los desahuciados por culpa de alguna catastrofe o el desamor, mi tita, por medio del Skype, nos relata lo que pasó. Comenzó a llover el viernes por la mañana, pero de manera tranquila, sin que se pudiera presagiar lo que ocurriría pocas horas después. El tiempo cambiante es fatal para sus muchas dolencias y se tomó un calmante y un somnífero y se metió en la cama a media tarde, aunque asegura que parecía noche cerrada por lo espeso que era el manto de nubes. Es consciente que se despertó con los truenos. Por sus vecinas sabe que los truenos comenzaron a las diez de la noche. No supo qué hora era: su reloj despertador es electrónico y la luz se había ido un rato antes. Pretendió levantarse, pero las pastillas aún le estaban haciendo efecto. Saltó de la cama, como si tuviera un resorte, cuando escuchó un estruendo en el exterior. No sabía qué era, ni pudo imaginar nada. Dice que por un instante pensó que podría ser un terremoto, pero que lo descartó de inmediato porque nada se movía. Se puso la bata y abrió la puerta de la calle. El vecino de al lado le había colocado una tabla -en los pueblos, a diferencia que en las ciudades que parecemos fantasmas, aún son solidarios con quienes los rodean-. Pudo ver lo que sucedía porque, como ella, muchos se habían asomado al exterior y llevaban linternas. Fue como un pequeño tsunami de barro muy denso, como papilla o lava que chocaba contra las protecciones que habían puesto en las puertas y pasaban de largo. Pensaron que no pasaría nada, aunque hubo quien gritaba pidiendo que llamaran a los bomberos. La mayoría de las casas de la plazoleta donde vive mi tía, son de dos plantas. La suya es sólo planta baja y sin escalones; preparada para mi tío, que estuvo enfermo mucho tiempo. La suya fue en la primera que ocurrió: del sumidero del patio, la ducha, bidé y del inodoro, comenzó a salir el agua a borbotones, con tanta fuerza que parecía una fuente, agua menos densa que la del exterior, pero igualmente oscura y sucia. Tuvo un ataque de pánico. Por fortuna el hijo de la vecina fue en su auxilio y la sacó de la casa a cuestas: el chaval es joven, menos de 22 años, y  bastante menguado de carnes, mi tita es una señora de buen comer. Aún no se explica cómo el chaval pudo con ella.

Las plantas bajas de todas las casas de esa zona anegadas. La de mi tía, con los muebles que estaban pegados al suelo, inservibles. Algunas cosas podría lavarlas, como los muebles de la cocina, que son antiguos, de madera casi petrificada y metal; pero al pensar que parte del agua salía por el inodoro y, por lo tanto, estaría mezclada con excrementos, siente repugnancia.

El dinero que tenía ahorrado para su entierro, tendrá que destinarlo a arreglar la casa (enlucido, pintura, muebles, puertas...). Si me muero antes de volver a ahorrar, que me donen a la ciencia, !pero que me donen vestida!