martes, 28 de febrero de 2012

El saco de Papá Noel

En el armario del dormitorio de mi madre aún habita el fantasma del único hombre que ha sido capaz de querer. De sus barras cromadas cuelgan algunos uniformes y trajes que fueron de mi padre. El uniforme de gala ya está amarillento y en una de las guerreras, seguramente la última prenda militar que se puso, la identificación con su nombre está dejando manchas de oxido allí donde los dos alfileres metálicos atraviesan la tela. Durante muchos años no se pudieron tocar las cosas de mi padre, ni se podía hablar de él. Cada persona necesita cargar con su dolor de una forma diferente, y mi madre lo hacía con el silencio. Nosotros lo respetábamos, o lo hicimos, hasta que comenzaron a gustarme los libros y la tentación de la docena y algo de cajas encerradas en una habitación, fue demasiado poderosa. Era como ir a una biblioteca, aunque sin fecha de entrega. Sacaba un libro, lo leía y lo devolvía. No tenía a nadie que me asesorara. Escogía los libros por el título o por la portada. Los primeros libros que cogí de aquellas cajas los recuerdo con todo detalle: Un capitán de 15 años, Justine, La náusea (de este no me enteré de nada), Fortunata y Jacinta (me gustó particularmente porque mi madre la tenía en vídeo).... Dejé de ser cuidadosa ocultando los libros y al final todos sabían lo que hacía. En cuanto nos mudamos, los libros de las cajas tapizaron las paredes de mi dormitorio.

Pero hasta que no tuve unos 14 o 15 años, no entré a una librería para comprar un libro que no fuera de texto. Fue un premio de consolación. Había estado ahorrando para un concierto donde tocaban diferentes grupos, yo iba principalmente por uno muy cutre del que, si mal no recuerdo, se llamaba Derikuza. Era en una discoteca y no me dejaron entrar por ser menor de edad. Mi  hermano mediano, quien se dejaba siempre convencer para acompañarme a los lugares, debió verme tan abatida que, en lugar de volver a casa, estuvimos un rato dando vueltas por Málaga. Hasta que recalamos en una librería que estaba frente al puerto. Me sorprendió que me dejaran hojear los libros, tocarlos, leer algunas páginas, que sólo un dependiente hubiera preguntado, sin acercarse siquiera, si podía ayudarnos en algo o sólo estábamos mirando -como si nos invitara a seguir haciéndolo-. Me avergüenza admitirlo, pero debo confesar que el primer libro "de placer" que compré con mi dinero, lo escogí por la portada. La larga marcha, de Richard Bachman, o lo que es lo mismo -o no- de Stephen King. Cuando Stephen King utiliza su alias, es como si estuviera más apegado a la realidad. Se contiene y evita esos excesos que te hacen pensar que escribe bajo los efectos de algún psicotrópico o, al menos, un fuerte golpe en la cabeza. 

lunes, 27 de febrero de 2012

Réquiem por una pava difunta

Creo que a Loli nadie la comprendía. Era rara, muy rara. Durante los descansos nos contaba que vivía con su novio, en la casa de su primo. La casa era pequeña y la compartían con otra pareja, compañeros del trabajo del novio. Loli tenía que dormir en el suelo, en un saco, porque el novio, en un gesto de generosidad -al menos así lo pensaba Loli- había cedido el dormitorio principal -con cama doble- a la otra pareja. Cuando el novio la dejaba dormir un ratito en la cama nos lo contaba con igual entusiasmo y admiración que si le hubiera donado un riñón. Era divertida y triste, a partes iguales. Divertida porque el actos más lamentable y humillante que ella confundía con amor, era capaz de contarlo con una gracia que nos hacía saltar las lágrimas de risa. 

En verano escudriñábamos furtivamente su huesudo cuerpo en busca de señales de maltrato físico (utilizaba una talla 36 y no podía donar sangre porque no llegaba al peso mínimo permitido: 50 kilos). En invierno la invitábamos a la piscina y hacíamos lo mismo: buscar en la piel desnuda un moratón o arañazo que confirmara las sospechas que todas teníamos y que, por fortuna, nunca se confirmaron. Era tan poquita cosa, tan delgada, con un cuerpo casi infantil, a  medio formar, que a veces sentía la necesidad de llamarla Lolita, "mi Lo", provocando su enfado, lo que me hacía saber que no era tan conformista como cabía esperar por el trato (o maltrato) de su novio (quería que se le llamara Loli y de ninguna otra forma). 

Por ella había que hacer cosas extrañas. Y no me refiero a las que hacíamos de forma clandestina y voluntaria (como buscar el rastro del maltrato físico en su cuerpo). A veces nos rogaba que le mandáramos mensajes de texto al teléfono a determinadas horas. A las 10 o la 11 de la noche. Y lo solíamos hacer porque nos caía simpática y nos sentíamos en deuda por sus relatos, los que habríamos considerado exagerados o falsos de no conocer al personaje. Solíamos acudir en manada al Jazz Room y él nos acompañó en alguna ocasión. Imposible no sentirse compungida por Loli. Una cosa eran sus relatos llenos de humor y suavizados por el amor que le profesaba a aquel individuo y otra diferente era verla vejada y humillada, aunque fuera con su consentimiento. Los mensajes de texto los quería para que su novio se molestara y le exigiera no recibirlos más; a cambio ella podría exigir lo mismo, porque su novio constantemente recibía mensajes, pero no los leía hasta encerrarse en el baño. Quit pro quo: "si no quieres que reciba mensajes, tú tampoco lo hagas". 

A Loli le perdí la pista un año y poco después de conocerla.  Era diseñadora de interiores y fue una de las primeras despedidas en el despacho de arquitectura. 

Ahora Loli ya no existe. Me he enterado hoy. Estuve hablando con ella casi una hora. Ahora Loli es Lola. Ha ganado peso y su cuerpo se ha convertido en algo peligroso para la cordura de algunos hombres; de su marido, al menos, que por supuesto no es el novio que tuvo durante el periodo que nuestras vidas coincidieron.

domingo, 26 de febrero de 2012

En el filo de la navaja

"Los copos volaban en masa hacia la cara de Hans Castorp y allí se fundían. La cara se le helaba. Volaban dentro de su boca donde se le derretían con un débil sabor a agua. Chocaban con sus párpados que se cerraban convulsivamente. Inundaban sus ojos e impedían toda visión. Era la nada, el torbellino blanco de la nada lo que veía. Andaba errante. No encontraba el camino. El cobertizo desierto era inaccesible. Pero Hans Castorp decidió permanecer allí por el momento."

Este bello fragmento pertenece a La Montaña Mágica de Thomas Mann. Lo he pillado de un documental que me trajo Guille esta tarde para que me entretuviera mientras él se iba a ver el fútbol a un bar cercano (ha tenido que beberse la cerveza con una pajita y dejar intacta la tapa de ensaladilla rusa -aún dolorido por culpa de los puntos que le han dado en el labio-). Me gustaría estar en la casa de Barcelona para coger de la estantería mi ejemplar de La Montaña Mágica, hojearlo e intentar encontrar ese fragmento. Soy capaz de visualizarlo: entre Los Buddenbrock y La Muerte en Venecia. Es un ejemplar de bolsillo (comprado cuando no tenía dinero para cosas que no fueran artículos de primera necesidad, y los libros lo eran, por supuesto, siempre lo han sido, desde que supe que entre sus páginas podía encontrar las historias que habían dejado de contarme los adultos porque ya me consideraban demasiado mayor para los cuentos). 

El documental que se titula Los Mann, La novela de un siglo, no me está gustando mucho. Consta de tres capítulos, y de momento sólo he visto el primero: Heinrich Mann se despide en una estación de tren de la prostituta de la que está enamorado cuando se marcha al exilio. 

El documental hace demasiado hincapié en los asuntos más escabrosos de la familia Mann: incesto entre hermanos, homosexualidad, lesbianismo, matrimonios falsos, ... Se parece demasiado a uno de esos programas que ve mi madre en la TV, uno interminable que parece empezar al medio día y terminar después del amanecer, donde, exclusivamente, se dedican a acuchillar la intimidad de algún personaje de fama efímera. Lo seguiré viendo, pero como si se tratara de una película de ficción.

Leer la biografía de un escritor o ver un documental sobre él, es como caminar por el filo de una navaja. Quieres saber, por que es casi una necesidad física conocer de dónde nacieron las ideas que le hicieron escribir tal o cual párrafo; pero a la vez temes enterarte de demasiadas cosas, de algo que te decepcione y mengüe la admiración que sientes por ese mismo autor. Aunque siempre habrá un grupito de escritores que, hagan lo que hagan, nunca me podrán decepcionar: como Pere Gimferrer (qué complicado es encontrar libros de este autor en Granada), Justo Navarro, José Saramago (ya sé que ha fallecido, pero es cuando algunos esperan para sacar lo más oscuro y recóndito de sus almas)...

¿Qué es tan rojo y caliente como la sangre y sabe tan dulce como el azúcar?

La boca de Guille sonríe incluso cuando está dormido. Tiene unos labios perfectos que me hipnotizan cuando se mueven. Son un vocabulario sin palabras. Delatan todo lo que se calla. Cuando es muy feliz, tiene una sonrisa algo bobalicona. La misma que tuvo durante una época después de conocernos en la intimidad del dormitorio de mi apartamento (y en la cocina, y en el sofá del comedor, y en la ducha... era un apartamento pequeño), y para la que tengo que recurrir a las fotografías que nos hicimos juntos aquellos primeros días para reconocer, después de traicionarlo su hermana (La cara de pavito que se le puso a mi hermano después de conocerte, cuñada). Cuando se calla algo, sus labios, en lugar de abrirse, se aprietan uno contra el otro, forzándose por no dejar salir las palabras que parte de él sí quiere soltar. Un labio se le monta en el otro, en un gesto sensual del que no es consciente. Es cuando más ganas me entran de besarlo. Sus labios siempre están suaves. Utiliza una barra de cacao, con un gesto de clandestinidad de toxicómano. La saca del bolsillo escondida en la palma de la mano, se da dos pasadas rápidas y la vuelve a esconder con idéntico secretismo. Cuando tiene dudas, se muerde el labio inferior, entonces aparecen las puntas de sus dientes perfectos, consecuencia de una ortodoncia de adolescente, de niño mimado por un padre que no era el suyo, pero que se esforzaba innecesariamente por serlo. Cuando está concentrado, un trocito de lengua asoma entre sus labios. Cuando está pensando en algo pícaro, no puede contener la risa. Empieza apenas con una sonrisa que se acentúa cuando le devuelvo la mirada, hasta que termina transformada en carcajadas contagiosas.

Ayer le dieron un pelotazo jugando al futbito. Qué miedo al ver su camiseta manchada de sangre. Ha necesitado tres puntos de sutura en el interior de la boca. Aún así, con los labios inflamados, cortados por falta de hidratación, ennegrecidos por la sangre retenida; su boca sigue siendo sensual. 

jueves, 23 de febrero de 2012

Dormir, tal vez soñar...

De lo que va de semana aún no he dormido ni un día en la cama. Dormito en el sofá o delante del pc mientras se calcula una estructura gigantesca que está tardando una eternidad en dar los resultados necesarios para que pueda ser construida. Es para un edificio de 25 plantas en Barcelona. Está diseñado por un antiguo jefe, su calculista le ha fallado a última hora y se ha acordado de mí, con un plazo de 10 días. Me encanta calcular estructuras. Es como un juego. Tienes que buscar el equilibrio entre las dimensiones, la resistencia de los materiales y los esfuerzos que gravitarán sobre cada uno de los elementos portantes. A veces la cosa se complica y el programa de cálculo persiste en un error que parece irresoluble. En ese caso es mejor dejarla, descansar de ella durante un rato, incluso dormir, y la solución a veces viene sola. Puede que te arroje del sueño con una solución que puede ser muy simple. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo no se me ocurrió convertir en viga ese zuncho o añadir aquí una ménsula? Me gusta en el momento que soy capaz de visionar la estructura, las fuerzas se convierten en un fluido que recorren cada elemento, reblandeciéndolos, delatando sus puntos más débiles. 

El CYPE, el programa de cálculo que utilizo, obliga a estar atenta a él. Esta estructura tarda en calcularla tres horas y media, a pesar de que mi ordenador es bastante potente. Si salta una indicación de error, serían tres horas y pico perdidas. Si leo me abstraigo lo suficiente para no hacerle caso a lo que pueda salir en las pantallas. Así que permanezco sentada delante del pc, con los cascos puestos, escuchando el Requiem de Mozart (es la música que me apetece escuchar cuando tengo que permanecer insomne). Los últimos datos de la estructura corren por la pantalla (una serie de números que resultan familiares). El número de los pilares y los pórticos. Cuando salga el resultado, sólo quedará reparar las posibles flechas de las vigas. Pocas, seguro. Pero eso lo haré mañana (mañana siempre es el periodo posterior a haber dormido). Para cuando termine de calcularse esto, Guille ya se habrá levantado. Habremos desayunado juntos y entonces yo ya podré meterme en la cama. Hacer algo después de una larga abstinencia, proporciona un placer enorme y momentáneo que desaparece casi de inmediato. La primera sensación de extender los brazos y las piernas bajo las mantas; o una ducha caliente después de varios días sin hacerlo (no es que sea una marrana, es que durante algunas excursiones, integrales de la Sierra o largas travesías que duran tres días o una semana, es imposible hacerlo). El primer sorbo de agua cuando se está tan sedienta que ni se puede hablar.... o la primera caricia cuando tu pareja ha estado una semana fuera. 

En la sección del foro de Solo Arquitectura que visito en los últimos días para ver si me han respondido a algunas dudas, están de greña. No comprendo a la gente que están constantemente enfada. Lo miro por encima. Prefiero no hacer caso. 

Antonio Muñoz Molina ya ha colgado la entrada de hoy en su blog. Sentía curiosidad desde hace unos días por las lecturas que tendrían en el curso que está impartiendo. Pero no pregunto. Demasiado respeto por quienes admiro mucho. Sólo he leído Cartas a Milena, de Kafka. 

Si me rescatas 
del frío, 
prometo abandonar
el invierno

Cuando vuelva a casa tengo que hacer Espirales de hojaldre relleno. Aquí sólo disponemos de un microondas.

¿Dónde se ha metido Ángela? Lleva ausente unos días. 

Vaya, un error cuando le faltaba menos de media hora de cálculo....


miércoles, 22 de febrero de 2012

La importancia de llamarse Ernesto, o Paco, o Guillermo, o Santiago...

Creo que soy transparente, traslúcida, etérea, una mota de polvo que transita por los sitios sin posarse en ninguno ni ser percibida. 

Hoy estoy algo cabreada (un poquito solo, en justa medida, creo). Estamos haciendo un edificio en el Campus de la Salud de Granada. Es para un centro de experimentación donde se estudia tratamientos contra el cáncer y otro tipo de enfermedades. Lo firmamos otro compañero y yo, aunque el trabajo lo hemos hecho prácticamente nosotros (me refiero a las personas que constituimos nuestro equipo). Mi compañero está ya jubilado. Es el arquitecto a quien le compramos los derechos con los clientes cuando decidió jubilase tres años antes de cumplir la edad preceptiva, debido a la crisis (seguir trabajando, le costaba dinero, debido a que es un arquitecto tipo antiguo, y no sabe utiliza prácticamente ningún programa informático). Hoy día cualquier arquitecto medianamente preparado puede hacer un proyecto sin ayuda: planos (incluidas las instalaciones), memoria, mediciones y estructura. 

Hoy teníamos una recepción. Los promotores se han quedado cortos de dinero porque la Junta no ha dado toda la subvención que había prometido y estaban buscando "mecenas". Había gente de tres clases: los científicos, gente muy inteligente que a mí me hacen tenerles basatante espeto, gente con mucha pasta, estos me suelen ser indiferentes, y nosotros (mi compañero, Guille, los tres aparejadores que tendrá la obra, y yo). Nosotros íbamos para presentar el proyecto. Decir las prestaciones que iba a tener el edificio, el diseño interior y exterior, superficies, costo final, etc. Para empezar, el representante del promotor quiso que fuera mi compañero quien hiciera la presentación -supuestamente porque la edad infunde respeto-. Me he tirado toda la recepción mordisqueando canapés de salmón minúsculos mientras bebía una cerveza, y soplaba datos técnicos a mi compañero (quien ni siquiera sabía el número de plantas bajo rasante que tiene el edificio). 

En otras ocasiones me gusta ser invisible, pasar desapercibida (suelo meter la pata, y estar sin ser vista, es una ventaja para salir airosa de esas torpezas). Pero hoy sí me hubiera gustado pavonearme un poquito, ante los científicos que habitarán el edificio (a los de la pasta, mañana ni recordaré sus caras). Me hubiera gustado que supieran que el confort o la incomodidad que sientan cuando estén trabajando, se deberá a mí.  



martes, 21 de febrero de 2012

Soy el enemigo


Hay una imagen que me llena de ternura y admiración. Dos chicas que corren son empujadas por la policía contra un coche aparcado y caen al suelo. Una de ellas, con el pelo más claro, primero hace amago de cubrirse  la cabeza, pero inmediatamente se abraza a su amiga y la envuelve, protegiéndola. 

No es de extrañar que un chaval muestre un cartón donde ha escrito: "Españoles, Franco ha vuelto". (Esperemos que no quieran cambiar los uniformes de la policía, mutar el color negro por el gris). 

Este gobierno (en el que tantos habían puesto su esperanza para salir del agujero de la crisis) no conoce la negociación. Imponen  su criterio, por lo general favorecedor de una minoría (los empresarios, la Iglesia Católica, su propio partido político...) ignorando a la mayoría. La nueva reforma laboral sólo favorece a la patronal. A corto plazo no permitirá que aumente el número de empleos; sólo lo hará cuando mejore la economía (cosa que ocurriría de forma natural, sin necesidad de una reforma que sólo disminuye los derechos de los trabajadores). También quieren los empresarios que se coarte el derecho a la huelga (y el gobierno lo está estudiando). 
La reforma educativa es dar un paso atrás, eliminando una asignatura que intentaba enseñar la igualdad entre los géneros y las nacionalidades, por otra anclada en el 1996. Esta reforma ha servido para derogar el temario de los opositores a profesores en Andalucía y las editoriales, que ya tenían montones de libros editados, tendrán que utilizarlos como papel para reciclar (¿se subvencionará las editoriales? Con la que está cayendo, ¿se lo puede permitir este país? ¿Se puede permitir que las editoriales tengan graves pérdidas? ¿Se limitarán a lavarse las manos?)... más reformas en el horno: vuelta atrás en el aborto por plazos y derogación de los matrimonios gays... y algunas otras que no se darán a conocer hasta después de las elecciones andaluzas y asturianas... ¿no es más negro nuestro futuro ahora que hace sólo unos pocos meses, cuando únicamente estábamos sumergidos en las profundidades de la crisis?

domingo, 19 de febrero de 2012

Válvula antirretorno

De verdad que me esfuerzo por estar deprimida. El médico me dijo que lo estaría durante unas semanas, y yo, que siempre he sido muy cumplidora con lo que me exigen y aconsejan los médicos, me esfuerzo por estarlo. Hasta me mandó unos antidepresivos que dormitan intactos en  el botiquín, al informarle de los antecedentes de mi madre.

El viernes por la tarde estuvimos con mi suegro biológico en un supermercado, en Alcampo, haciendo algunas compras para agasajarlo durante los días que ha estado con nosotros (Guille dice que ha visto a su padre biológico más veces desde que estamos casados que durante su infancia). Guille lo trata con mucho respeto y seriedad (con tanto respeto y seriedad que a veces parece estar ante un desconocido). Me da la sensación que el hombre se siente más cercano a mí (y eso que yo soy del tipo arisco). Pero sospecho que con algunas visitas más, la cosa se resolverá. 

Cuando llegamos al supermercado, por megafonía estaban pidiendo que fueran a recoger a la oficina de consigna a una niña pequeña de cinco años que se llamaba Alicia y se había extraviado. Eran las seis. Compramos charcutería, comida precocinada, productos de limpieza, algunas toallas nuevas porque las que teníamos estaban bastante desgastadas, cubiertos -de los que no son de usar y tirar-... cada cinco minutos repetían el aviso de la niña perdida. Los productos sanos (carne, verdura, fruta, pescado...) los solemos comprar en las tiendas que hay cerca de casa. A las seis y media Guille y mi suegro biológico se quisieron comprar un chándal, los dos el mismo modelo. Les costó trabajo encontrarlo, porque Guille tiene talla 40-42 y mi suegro una 48-50 (¿por qué no existirán tallas impares?). También quisieron comprarse zapatillas iguales -ambos tienen una 43 de pie, pero la dificultad estuvo en el gusto de cada uno: negras las quería Guille, de colorines mi suegro -al final optaron por unas negras con la franja de Nike en rojo-. Las siete menos cuarto y aún se escuchaba el aviso de la niña perdida por megafonía. Estamos cortados por el mismo patrón (frase robada a mi madre) y la curiosidad nos pudo. Fuimos hasta la consigna para echar una ojeada. Era una niña preciosa, con el pelo largo y rizado, vestida como una adolescente pija con short, leotardos y botines. Tenía la cara congestionada por el llanto y los hombros se le convulsionaban por los sollozos. Alguien le había dado un juguete para intentar consolarla, lo tenía agarrado, pero no le prestaba mucha atención, tampoco a la dependienta que la tenía sentada en sus rodillas, con expresión de estar aburrida de aquella situación. Hasta las 7 menos diez no apareció la madre.

Tengo una válvula antirretorno. Por supuesto que tiene otra explicación más científica y médica y menos "bruta", pero es la forma que tengo de aclararme lo a mí misma. El ovario baja por donde debe bajar, pero el esperma (pobre, con lo pequeñito que es en comparación) no puede subir debido a una especie de pelillos (esa es la razón que me debería tener deprimida). Todo lo demás funciona perfectamente.

Me di cuenta que ninguno habíamos mencionado a la niña hasta que lo hicimos, ya en el coche. ¿Cómo puede perder un padre a un hijo tan pequeño durante casi una hora? -puede que más, porque ya daban el aviso en el supermercado cuando nosotros llegamos-. Seguro que existe una razón suficientemente poderosa por la que resulte perdonable ese despiste. Pero, ahora que estamos más cerca de ser padres -ya conocemos el problema  y nos han dado una serie de posibles soluciones- aterra que situaciones como ésta nos puedan ocurrir.

Y ahora me voy, a ver si corriendo encuentro mi depresión extraviada.

viernes, 17 de febrero de 2012

Yo me acuso

El ciberespacio está poblado de una extraña fauna con la que nos vamos topando día a día. No creo que se pueda diferenciar y tamizar cada uno de los individuos clasificándolos como trolls, quejosos, yoístas, mentirosos compulsivos... más bien creo que algunos de nosotros, en un momento dado, representamos esos papeles por diversión o involuntariamente, como reacción a alguna agresión o malentendido.

Hace unos meses, en un blog, ante dos graves fallos ortográficos de una persona, hice la pregunta -yo creía que inocente e inocua- de si era disléxica. Mi pregunta fue tomada como un insulto. Y yo, a mi vez, me ofendí. ¿Un disléxico tiene culpa de serlo? Tuve una reacción excesiva, tipo yoísta-quejosa (yoísta por hablar de mis intimidades en el blog de otra persona y quejosa, por mostrarme como una víctima, cuando realmente todo se debía a una equivocación). Guille, que siempre ha sido muy ecuánime y capaz de empatizar con los seres de ideas más extrañas, me preguntó: Si ves a una persona bajita, ¿le preguntarías a bocajarro si es enana? Algunas comparaciones te desarman por completo y dejan sin justificación un comportamiento que no ha sido el adecuado. Debería pedir perdón a esa persona, a la que ofendí doblemente: con la pregunta y con la explicación, pero me temo que sólo sería ahondar en el malentendido.

Creía haber aprendido la lección, pero... el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra (este dicho he comprobado empíricamente que es falso -mis peces de colores se solían dar de morros todos los días con los límites de su pecera; pensaban que había un más allá por culpa de los reflejos-).

A veces coges aprecio a las personas que conoces en Internet (aunque este conocimiento sea de forma parcial: puedes ignorar sus rasgos físicos y su voz, pero no su temperamento, cultura e inteligencia).

En uno de los foros sobre arquitectura a los que soy asidua, suelo encontrar a un señor ya mayor al que la mayoría de los programas informáticos que se utilizan para dibujar, para hacer mediciones o cálculos de estructuras, le pilló con el pié cambiado. Constantemente está haciendo preguntas sobre cómo funciona esta o aquella cosa. Apenas sabe informática, pero te pasmas del resto de sus conocimientos, cosas que no se aprenden consultando manuales o estudiándose un centenar de libros. Hace unos días alguien preguntó sobre los render de AutoCad. Obtuvo una respuesta de este señor, que confundió render con referencias a objetos. El sujeto que preguntaba, en lugar de aclarar el error, insultó a este hombre de mala manera, además de asegurar que no necesitaba su ayuda. La respuesta del hombre fue muy moderada, un simple: "vale, tío, no es para ponerse así". Yo me enfadé. Y lo llamé vago y zoquete por estar trabajando en 3D y no conocer una de las cosas más elementales (me convertí en una troll). Me equivoqué, lo sé. Si el aludido no quería echar más leña al fuego, ¿por qué me entrometí yo?

Sé que por lo general no hay que aceptar el conformismo; pero el silencio a veces, es la mejor respuesta.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Extraños en un tren

¿Nos conocemos a nosotros mismos? Si fuéramos en un tren y en nuestro vagón nos topáramos con personas con las que compartíamos la personalidad, ¿seríamos capaces de reconocernos o nos resultarían insoportables por pedantes, insolentes o  excesivamente sensibles? No creo que seamos más imparciales juzgando nuestra personalidad que juzgando nuestra imagen, y nuestra imagen a menudo nos sorprende en forma de reflejo inesperado en un escaparate o una ventana.  Esa es nuestra imagen real, la que los demás ven de nosotros. ¿Somos como creemos ser o nos engañamos? 

Guille y yo tenemos un consejero de películas de vídeo. Es el dueño de un vídeo club que está cerca de casa. Cuando vamos a alquilar una película nos pregunta que quién la va a ver: Guille, yo o los dos. A Guille le aconseja thrillers, con bastante buen acierto; a mí empezó por aconsejarme películas románticas, tirando a comedias -pero esas películas tienen la capacidad de convertirse en potentes somníferos. Las películas que él denomina "raras" sí dieron buenos resultados. Casi todas películas clásicas ya. Desde Azul, de Krzysztof Kieslowski, a Más Extraño que la Ficción. Y cuando la vamos a ver los dos: Ríos de color púrpura, Sin City, La chaqueta metálica... Todas ellas tirando a derroche de casquería fina. Cuando termina la película Guille me mira detenidamente y pregunta: Pero, ¿qué impresión damos como pareja? El caso es que ambos disfrutamos mucho de ese tipo de películas.


martes, 14 de febrero de 2012

Insomnes


De 4:00 a 5:00 es la hora más solitaria de la noche. Demasiado tarde para quienes trasnochan y demasiado temprano para quienes madrugan. Pasear o correr por las calles de una ciudad a esa hora significa encontrar ventanas cerradas, oscuridad al otro lado de los vidrios, tanta quietud que a veces ni siquiera se adivina señales de vida ajena en el tráfico lejano; el silencio, si se rompe, es por el ladrido de un perro o por el roce de las hojas de un árbol movidas por le viento.

Pero a veces existen los insomnes. Puede sorprenderte, silenciosos, en una única ventana iluminada en mitad de la noche. La curiosidad es poderosa, pero jamás te atreverás a intentar saber qué botón del portero automático corresponde a esa ventana con luz para preguntarle: ¿qué estás haciendo? ¿por qué no duermes como los demás?. Extrapolas de tu propia experiencia y sólo cabe imaginar. ¿Será alguien que se ha quedado atrapada por un libro? Recuerdo La muerte en Venecia de Thomas Mann, Plenilunio de Antonio Muñoz Molina, El Extranjero de Albert Camus ... que me atraparon durante toda la noche sin dejarme dormir. O puede que sea alguien que prepara un examen, la noche, su silencio, es más propicia para estudiar,  sin las llamadas de voces extranjeras que te invitan a cambiar de línea de Internet o los vendedores que golpean tu puerta y se creen dueños de tu tiempo. 

A veces, sobre todo las noches de llovizna fina o las de viento fuerte, el pesimismo se apodera de la imaginación y esas luces encendidas de madrugada se convierten en alguien cuidando de un enfermo. No necesariamente de un enfermo grave. Sólo de un niño con tos o dolor de estómago que necesita un cuidado puntual o la seguridad  de que no está solo. 

Cuando era pequeña, seis o siete años, me despertaba en mitad de la noche -más bien era arrojada a la realidad desde un placentero sueño- con la seguridad de que un día iba a morir. La idea de la muerte era certera, clara y aterradora. No existir más, un tiempo infinito sin mí, no volver a pensar ni ver ni sentir nada. Sólo la luz me tranquilizaba. Si alguien de la casa veía la claridad saliendo de mi dormitorio, ni siquiera preguntaban: teníamos el consenso de culpar al monstruo del armario de mis miedos nocturnos. 

A veces no es necesario que la imaginación actúe: las sirenas de las ambulancias o coches de policía no suelen ulular de noche.




lunes, 13 de febrero de 2012

Me lo expliquen

¿Qué hace que un deporte sea considerado como olímpico y otro como meras gamberradas o entretenimientos de unos chavales? El curling deporte olímpico desde 1998...



El parkour... de momento sólo diversión de adolescentes desocupados, aunque a mí me parece es un deporte completo que aúna otros muchos: gimnasia masculina (sobre todo potro), salto de longitud, salto de altura, escalada, velocidad... Puede que algún día no muy lejano se creen circuitos urbanos para que se practique con mayor seguridad, aunque viéndolos, puede que no lo necesiten. Y lo de las Olimpiadas: ¿sería para ellos un aliciente conseguir una medalla para hacerlo mejor? (Yo creo que no).

domingo, 12 de febrero de 2012

Sumergidos en el pasado

"Lo que dices de que la zona antigua no se puede rehacer me lleva a un pensamiento que he tenido ya muchas veces. A mí me gusta mucho todo lo antiguo y, en principio, siempre pienso que hay que conservarlo. Pero por otro lado, me pregunto por qué le damos tanto valor a lo antiguo, por qué queremos conservar esas casas que, como tú dices, no reúnen condiciones para una vida cómoda. Por qué, en resumidas cuentas, consideramos que eso tiene más valor que una casa moderna con comodidades, en una calle donde no te partes la crisma resbalándote por los empedrados (me pasó allí), por donde puede pasar un coche de bomberos o una ambulancia. ¿A ti qué te parece?"

Éste comentario lo hacía Ángela en la anterior entrada. La respuesta:

Yo creo que hay que utilizar le sentido común. Puede que a nosotros, como individuos, el trazado de una ciudad romana que no levanta más de unos pocos centímetros del suelo, nos parezca una tontería que lo conserven, pero seguro que hay quien de ese trazado (tan indiferente para nosotros) aprenda cosas de quienes fueron nuestros antepasados. Puede que para muchos la primera edición de El Quijote, la que tuvo Cervantes en sus manos, sólo sea papel digno de reciclarse, mientras a nosotros nos haga temblar las manos y humedecer las yemas de los dedos. 

Yo creo que, siempre que sea posible, se debe conservar, pero haciendo que prevalezca la seguridad de las personas. En los edificios de casi todo el Albayzín, por la obstinación de los técnicos -al menos así lo creo porque no le encuentro otra explicación-, hacen que importe más las piedras que las personas. Permiten que se rehabiliten los edificios -lo contrario sería aceptar que terminaran reducidos a ruinas- pero a veces son tan draconianas las condiciones, que los habitantes de esas viviendas, por lo general personas mayores que han vivido toda su vida en ellas, no pueden asumir los gastos que implican las exigencias de Patrimonio y terminan dándose por vencidos. Dependiendo del grado de protección que tengan las viviendas, permiten hacer una u otra cosa. Muy a menudo hay que presentarles cara y hacerles ver lo poco sensato que es lo que exigen: como la obstinación de obligarte a conservar la misma distribución de la vivienda (bien que se conserve el volumen -los patios, el número de plantas... los huecos (y esto sólo a veces). Pero, ¿cómo imaginan que una distribución del siglo XV se puede adaptar a las necesidades de una familia del siglo XXI? Cuando sus cuartos de baño, en el mejor de los casos, era una especie de placa turca que desembocaba en una fosa séptica abierta en el patio. Y crecemos: tenemos la manía de ser unos centímetros más grandes que nuestros padres... así, durante generaciones. Mientras que para un individuo de hace seis siglos, un techo a 1.80 m del suelo podía resultar confortable, para un sujeto de la actualidad, no sólo resulta claustrofóbico, es incómodo y peligroso. Con esto no quiero decir que sea partidaria de que tiren todos los edificios que no cumplan con un mínimo de condiciones de habitabilidad y comodidad para los sujetos de hoy en día. Tenemos medios para rehabilitar los edificios y hacerlos confortables, conservando lo que merece ser conservado. Si se obstinan en intentar que todo quede como se hizo originalmente, tal vez deberían cambiar el concepto de esta parte de la ciudad y considerarlo como un museo, no aceptar que sea habitado y permitir la libre circulación de los turistas (pagando, por supuesto, que para eso tenemos un Ayuntamiento que sabe sangrar hasta a los muertos). 




La belleza de todas esas casas de las que sólo vemos las fachadas, o las tapias, porque a veces son cármenes, está en el interior, a menudo tan escondida, que sólo aparece cuando se tiran las paredes. 

La fotografía pertenece a la rehabilitación de una vivienda que hicimos en la Calle Elvira (fue una pesadilla). Nos exigían conservar la fachada principal con los huecos, la distribución interior y las alturas. Al principio tenía pocos elementos catalogados, pero a medida que fuimos tirando paredes, fueron apareciendo muchos, como la ménsula de madera de la imagen. El promotor de la vivienda mide 1.80 m y el ático medía 1.70 m. Conseguimos que el arqueólogo entrara parcialmente en razón: nos permitió cambiar la altura y sustituir parte de la fachada porque estaba cascada y prácticamente imposible de rehabilitar sin poner en peligro la vida de los operarios que trabajaran en ella y a los transeúntes; pero no conseguimos que aceptara la modificación del hueco de la escalera, lo que implicó que a la fuerza hubiera cabezada (que te das golpes con el techo de la escalera cuando bajas o subes). 

Para los problemas de las calles estrechas: imaginación. Los bomberos pueden subir en moto y en los lugares de más complicado acceso, colocar Bies (Bocas de incendio equipadas). Las ambulancias... hay vehículos pequeños que pueden sustituirlas.

Ahora el ayuntamiento, insensato derrochador, planea colocar un funicular que comunique la Alhambra con el Albayzín. Pero a mucha gente no le da pereza subir hasta allí, simplemente no pueden caminar por el empedrado de sus calles.  

sábado, 11 de febrero de 2012

Entre tinieblas

El Albayzín es el barrio antiguo de Granada. Sus calles son un dédalo en el que puede perderse incluso quien vive en él (yo estoy convencida que está lleno de agujeros de gusano). No es un buen lugar para correr porque sus calles no están asfaltadas; en el mejor de los casos son de adoquines; aunque lo normal es que estén pavimentadas con cantos rodados; y en el peor, sólo son una sucesión de socabones en mitad de la tierra desnuda. Pero, aún así, a veces cometo la imprudencia de correr por esa zona de Granada tan llena de historia, por necesidad de cambiar de recorrido o porque la curiosidad me arrastra. Ayer lo hice, corrí por sus calles porque estaba cansada de ver los mismo edificios de todas las noches, y hasta a los borrachos de siempre. 

Ahora las calles, incluso las de urbanizaciones privadas, deben tener unas dimensiones mínimas. Es importante que por ellas pueda circular un camión de bomberos. La mayoría de las viviendas del Albayzín están catalogadas por el Patrimonio Histórico Artístico de Granada. Sólo se pueden rehabilitar (nunca se podrían tirar y hacerlas de nuevo -aunque las trampas existen-) pero siempre deberán conservar la alineación a los linderos públicos y las alturas (no imagináis la sinrazón de esta normativa: techos tan bajos que hacen ir encorvados a sus habitantes y escaleras con cabezada). Las calles de la mayor parte del Albayzín siempre tendrán el mismo trazado. Algunas, con acceso a los vehículos, son tan estrechas que es imposible que por ellas pueda pasar un coche y un peatón a la vez (no suelen tener aceras). Y otras peatonales miden lo que los brazos extendidos de un niño. Ayer iba por una de esas calles cuando noté que "algo" extraño sucedía. Tardé en darme cuenta. Era el ruido. No había silencio, como suele ocurrir. Algo rozaba con algo, y no era yo. A las dos o las tres de la madrugada suelo ser la dueña de la ciudad. 


Ni una señal de vida (correr de madrugada, es como sumergirse en la película "Soy Leyenda"). Pero ayer no estaba sola. A cuatro o cinco metros por encima de mí, en una de esas calles que puedes abarcar las dos fachadas enfrentadas con los brazos extendidos, habían tres chavales que ascendían por los paramentos sin más ayuda ni sistema de seguridad que sus propios cuerpos. En un principio pensé que eran ladrones. Iba a salir corriendo en dirección contraria a la que llevaba hasta entonces; pero no me dio tiempo. Desde la altura que estaban se dejaron caer, y como en la calle no había espacio más que para una persona, me saltaron (mido 1.69 m), utilizando como único punto de apoyo la reja de una ventana. Eran demasiados rápidos para perseguirlos, pero los vi alejarse dando salto inimaginables, como si fueran capaces de burlas la ley de la gravedad. Cuando llegué a casa se lo comenté a Guille. Él, que está más puesto en todas las majaderías y ocurrencias extrañas de los chavales, me dijo que seguramente era un grupo practicando parkour

Hoy me he llevado la cámara fotográfica. Pero, aunque he hecho el mismo recorrido que ayer, no los he encontrado. 


Casa con graffiti de El niño de las pinturas al final de la Cuesta de Escoriaza


La impenetrable oscuridad del Bosque de la Alhambra


Uno de los regatos que discurre por la carretera que lleva hasta la Cuesta de Gomérez


Escalinata que desemboca en el famoso Mirador de San Nicolás


El Albayzín más moderno (ya de vuelta a casa)


Las fronteras del alma

Siempre que recuerdo que hace pocos años me operaron de apendicitis, imagino que de haber vivido  hace siglo y medio, seguramente a mi edad actual, ya estaría muerta por culpa de una peritonitis. También imagino que seguramente nadie, ante las primeras dificultades, se habría molestado en buscar la forma adecuada de enseñarme a leer y escribir, y, lo que aún es peor, por mi condición de mujer no habría podido ejercer la única profesión que siempre he tenido en mente y con la cuál realmente disfruto: la arquitectura. Conozco mis propias limitaciones y sé que mis diseños arquitectónicos nunca llegarán a ser señalados por mi nombre y apellido. Tampoco aspiro a eso, ni jamás lo he buscado. Sólo pretendo hacer casas funcionales, lo más adecuada posible para cada uno de los clientes, lo que a veces me fuerza a intentar hacerles cambiar de opinión. ¿De verdad quieren un cuarto de baño de 12.00 m² ¿Se imaginan en tan inhóspito espacio de losetas blancas una mañana de invierno, cuando la calefacción aún no le ha dado tiempo para caldear tan vasto espacio? ¿De verdad quieren meter a su hijo en una habitación de 6.00 m²? Sí, una cama y un armario caben en 6.00 m²; pero no una mesa de estudio. ¿Qué harán cuando el niño sea un adolescente y requiera más espacio? ¿Lo castigan de antemano sin que pueda llevar a un amigo a dormir a casa? A veces aflora el sentido común y cambian las superficies. Otras, la imagen de ellos mismo enseñando a los visitantes de la casa un gigantesco -enoooooooorme- cuarto de baño con yacusi incorporado es demasiado poderosa (pero siempre hay tiempo para rectificar con una reforma a posteriori).

Muy pocas veces he lamentado no seguir un camino diferente al que la propia vida me ha fijado.  Muy de tarde en tarde. Cuando me encuentro con algún compañero (de trabajo y/o facultad) y enumera con bastante apego de sí mismo sus obras más importante, las páginas que Croquis,  Alzada, Nuevos Espacios, Summa+... o cualquier otra revista de arquitectura les ha dedicado a él o sus obras o se jacta de haber trabajado con arquitectos que para la mayoría de nosotros sólo son dioses de otros firmamentos, a los que incluso no nos atrevemos a venerar por considerarlo un sacrilegio.

Al principio, cuando salí de la facultad con la imaginación sesgada por los profesores, creyendo que la buena arquitectura es sólo aquella que sirve para encumbrarnos, me esforzaba por imponerme a los clientes, sin escucharlos, sin comprender que estaban limitados por los medios económicos y, a veces incluso, por los materiales.

¿Me habré acomodado demasiado pronto a esta actitud que hace unos años consideraba  propia de los arquitectos viejos? ¿Debería esforzarme y escribir artículos que posiblemente nadie publique o presentarme a concursos que seguramente pierda? ¿Es posible que a nosotros nos vaya bien, mientras otros compañeros hace tiempo que sucumbieron, precisamente porque nos adecuamos a las necesidades de los clientes?

viernes, 10 de febrero de 2012

Pura alegría

Ayer la parte derecha de mi mundo la veía a través de una ranura interrumpida por hilillos de una sustancia asquerosa que prefiero ni imaginar de qué estaban compuestos. Hoy la parte derecha de mi mundo vuelve a adquirir su amplitud cotidiana. Al carajo la celebraciones de cumpleaños, santos, aniversarios... Deberíamos celebrar cada uno de los días que un dolor de cabeza, o un ojo inflamado o una bajada de tensión no nos aplaza seguir viviendo.


jueves, 9 de febrero de 2012

Aplazado por enfermedad

¡Aaaaaaah, qué chunga estoy! Bueno, en realidad sólo es un resfriado, pero, como dice mi madre (sabiduría materna) Un resfriado no es cosa con la que te mueras, pero qué malita te pones! (Lo paradójico de la frase es que uno de sus abuelos sí murió de un resfriado, se ahogó por acumulación de mucosidad -claro que el buen hombre tenía ya la friolera de 99 años, a esa edad te puedes morir hasta de un estornudo-. Creo que ha sido la única persona longeva en mi familia, tenemos la mala costumbre de palmarla pronto). Como a perro flaco todo son pulgas, el resfriado ha venido acompañado de un herpes en el ojo, en el parpado -ahora lo tengo inflamado y lleno de unas asquerosas legañas amarillentas que limpiaría con más regularidad si no me doliera tanto (soy mal enferma por falta de costumbre). 

El resfriado no, pero el herpes asustó a Guille y me arrastró a urgencias esta mañana. Cuando me levanté el ojo presentaba un aspecto realmente lamentable, como si me hubieran golpeado, como el de un boxeador (vaya, de repente me acuerdo de Teofilo "Panamá" Al Brown -hace tiempo leí su biografía, un boxeador negro gay que triunfó en New York. Era negro y tenía la "insolencia" de ganar a los boxeadores blancos de la época. Yo soy blanca, muy blanca, y cuando leía esta biografía y otros libros donde se hablaba de la injusticia que cometían los blancos con los negros, siempre siento empatía por los negros -supongo que como a la mayoría-. Y resulta impensable que alguien defienda la postura de los blancos en esa época. Eso significa que la sociedad ha madurado. Llegará el día en que nadie dude de la igualdad entre heterosexuales y homosexuales, o que parezca una burrada que en instituciones como la iglesia católica u otras religiones, la mujer esté marginada).

Huy, me he enrollado y sólo pretendía justificar mi ausencia.

Fuimos a Nuestra Señora de la Salud -es un hospital, no una Iglesia, el nombre despista bastante-. Aunque si te ingresan, hasta te visita un cura y hay monjitas que te atienden (es muy complicado miccionar con una monja de cuerpo presente en la misma habitación). Agujas, sondas... y cualquier artilugio del fino sadismo de la medicina, no me asustan; pero sí me aterran los médicos -me da miedo lo que me puedan decir o que me regañen por no cuidar como debiera mi cuerpo-. Y cuando me pongo nerviosa, hablo mucho (hasta por los codos). Mientras el doctor me hacía mirar hacia arriba, hacia abajo, me volvía el párpado (qué daño)... comenté que deberían hacer un listado de las razones justificadas por las que la gente debería ir a urgencias (hace poco salió la noticia de que se gasta una ingente cantidad de dinero en urgencias no justificadas). Creí que no me había prestado atención el médico, pero, después de escribir con dos dedos el informe en el ordenador, me dijo que no existe una regla fija para asistir a urgencias. Puede haber un leve dolor de garganta que conlleve un ataque inminente al corazón, o una falta de sensibilidad en la cara que esté anunciando un derrame cerebral... Cada uno de nosotros conocemos nuestros cuerpos y sabemos cuándo algo va mal (en esos casos es cuando hay que asistir a urgencias) -dijo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Castillos de naipes

Uno de los efectos secundarios de la crisis en la construcción es que un sector está edificando pensando exclusivamente en conservar las ganancias pre crisis, lo que les obliga a realizar trabajos precarios y chapuceros, tanto en su ejecución, los materiales, y, lo que es aún más lamentable, en las medidas de seguridad de los trabajadores. Una ejecución sin seguir las normas de la buena construcción, puede implicar una vivienda con deficiencias e incomodidades para sus habitantes; pero no seguir las normas de seguridad, es como darle a los operarios un revolver cargado con tres balas y pedirles que apunten con él a sus cabezas... con suerte, al apretar el gatillo, el percutor puede que golpee el aire del hueco vacío del tambor (un 50% de posibilidades). 

Hoy fuimos a examinar una vivienda que es objeto de una pericial. Es nueva, el final de obras se lo dieron a mediados del año 2011. Los problemas en la vivienda comenzaron a salir inmediatamente después de habitarla sus nuevos dueños. Tenía problemas de humedades por filtraciones de lluvia y humedades por condensación. Las catas que hemos hecho en paramentos y cubiertas planas y de teja, han sido reveladoras. Los paramentos no tienen ningún tipo de aislamiento térmico ni acústico, aunque según la memoria, planos y medición, debería tener fibra de vidrio de 5 cm de espesor. La cubierta inclinada también carecía de aislamiento. La cubierta plana, en lugar de capa bituminosa, tenía un plástico, en el cual se identificaba con claridad el logotipo de la marca Flex. En ninguno de los pilares en los que hemos intentado realizar catas, tenía emparchado de plaquetas de ladrillo (para impedir las condensaciones por puentes térmicos). Esta forma chapucera y tramposa de edificar (inmoral y dañina -imaginad a una familia que ha puesto todos sus ahorros y se ha endeudado para comprar una casa que no es habitable-) está proliferando, amparada en las empresas constructoras que "quiebran" casi de inmediato a la entrega de las viviendas. 

Esta es sólo la punta del iceberg, la que ha ha emergido por ser demasiado brutas las "trampas". Una se pregunta cuántos edificios de los construidos hoy día, serán considerados ruinas dentro de 12 o 13 años por tener lacras menos evidentes: como hormigones más pobres, menor cuantía de hierro a la que necesitan, materiales defectuosos que se terminarán rompiendo a los pocos años de estar en uso... 

La cruel Fortuna




Estoy leyendo Los Fantasmas de Edimburgo, de Eloy M. Cebrián. No llevo muchas páginas, pero de momento me está gustando bastante. Desde el principio de un libro se adivina, más o menos, cómo será. Puede que las historia que se nos cuenta nos interese en mayor o menor grado (ésta es entretenida, a mi parecer), pero lo que no se puede negar es que está muy bien escrito, con un lenguaje fluido y derroche de vocabulario. Me fue muy difícil encontrar esta novela. En algunas librerías aparecía como ya descatalogado (me decepcionaron los de Babel), en Al Sur sí lo tenían, pero en almacén -al final tuvieron que pedírmelo a la editorial y tardaron tres semanas en proporcionármelo. La verdad es que aquí, en Granada, he tenido problemas para conseguir incluso libros de Pere Gimferrer; sin embargo, si hubiera buscado alguno de Javier Marías -hasta su primera novela: Los dominios del Lobo- sin duda no habría tenido dificultades para encontrarla. O cualquier libro de J.K. Rowling. 

¿Qué hace que unos libros tengan éxito y otros sólo sean conocidos por una minoría? Si hoy día se publica un libro, la mayoría al menos, es porque tiene un mínimo de calidad. Y este, a mi entender, es bastante bueno. ¿Por qué no ha tenido más éxito? ¿Distribución? ¿Suerte? ¿No ha funcionado el boca a boca? 

martes, 7 de febrero de 2012

Réquiem por un sueño

Confundo gray con gris... en fin, nadie es perfecto

Dos horas después... bueno, después de dormir un poquito la cosa no se ve tan negativa... me daré otra oportunidad a mí misma... pero shhhhhhh, que no se entere la psicopedagoga.

La época del poncho rojo o El arte de mentir

Es como si hubiera vivido en un mundo completamente diferente al de ellos. Me dan señales. Me recuerdan datos que es inevitable que fuera consecuencia de lo que cuentan; pero soy incapaz de percatarme por mi misma de aquella miseria que relatan sin darle importancia, casi con indiferencia. Mis hermanos dicen que después de la muerte de mi padre, hasta que se resolvió lo de la pensión, tuvimos durante al menos año y medio graves problemas económicos. Me preguntan si yo era realmente tan "mala" en el colegio como para que tuvieran que visitar a la madre superiora del internado casi todos los meses. O si veo sensato que la psicopedagoga se fuera tres o cuatro veces al año de vacaciones y, para mi satisfacción incontenible, tuviera que interrumpir las clases. También me piden que recuerde mi ropa durante aquel año. Apenas recuerdo nada. Sólo un horrible poncho rojo con tres franjas de colores blanco, azul marino y verde botella paralelas al perímetro de flecos. La idea del poncho fue de mi hermano mayor. Era más económico que un abrigo y también me serviría durante más tiempo. Crecía tan rápido que la ropa de principio del invierno, para después de navidad ya no me quedaba bien: las faldas largas se convertían en minifaldas, las mangas siempre dejaban al descubierto mis huesudas muñecas y los dedos de los pies, dentro de unos zapatos demasiado pequeños, se engurruñían, convirtiendo el acto de caminar en una tortura. Me recuerdan que por aquel entonces yo siempre llevaba unas muñequeras de cuero negro con tachuelas que me había regalado una de las novias de mi hermano mayor. Cuando las monjitas protestaron, sustituyeron las de cuero por otras de tela con la bandera de España (yo me dejaba hacer, la ropa, complementos y demás, siempre me ha dado un poco lo mismo).

Les pregunto que por qué no me cambiaron de colegio, a uno externa, al menos durante aquel año tan difícil. Dicen que por la misma razón que no lo hicieron durante los años que nuestra familia fue nómada: por intentar que yo tuviera algo de estabilidad. Además, un par de monjitas me habían cogido aprecio, me mimaban como si fuera familia de ellas, incluso salía de sus bolsillos los caros materiales que necesitaba para los trabajos manuales (creo que siempre he tenido mucha suerte con mis profesores).

Aún recuerdo el abrigo que sustituyó al horrible poncho rojo -el cual había "sufrido" un accidente y manchado con la tinta de un bolígrafo- era de cuadrítos rosas, blancos y negros, con terciopelo de color rosa palo en el cuello y los ribetes de las mangas, los botones eran transparentes, cuadrados. Me encantaba tener bolsillos donde poder meter las manos. El poncho, como prenda, era bastante feo, pero resultaba doblemente frustrante porque "Poncho" era el mote que me tenían puesto en el internado por llamarme Rebeca (a los niños cualquier tontería les afecta, y yo no era menos).

Luego la miseria de la pensión fue a incrementar a la miseria de sueldo que ganaban mi madre y mi hermano mayor en la cantina. Las dos miserias se convirtieron en un sueldo digno que nos permitió vivir bastante bien, aunque yo no me di cuenta de aquel "bache", y no sabría nada de él si mis hermanos no me lo hubieran contado.

lunes, 6 de febrero de 2012

¿Esto es normal?

Esta mañana tenía que ir a los juzgados de lo Contencioso Administrativo de Málaga para recoger una documentación. Como siempre me quedo dormida durante el viaje en autobús (suelo ir en autobús porque así no tengo que preocuparme de dónde dejar el coche, el aparcamiento está fatal con las obras del metro; además de necesitarlo Guille hoy para ir a Dólar, donde aún le colea el replanteo de una urbanización de casitas unifamiliares), como suelo dormirme en el autobús, decía, opté por no acostarme durante la noche y adelantar un trabajo que tenía pendiente para el miércoles -el cálculo de una estructura-. ¿Para qué dormir dos veces? Sólo una cosa me impide dormir en el autobús: el cacareo de las conversaciones en tono demasiado alto, muy por encima de lo necesario para ser escuchados por quienes tienen al lado. Me da la sensación de que muchos hablan para el resto del autobús, para informar de sus pequeñas miserias -que a ellos les parece interesante-. En el autobús, sólo he escuchado una conversación ajena que me pareciera interesante -morbosa, más bien-: Dos señoras de etnia gitana hablaban entre sí. Parecían amigas. Una de ella había ido a Granada, desde Loja, para visitar a su padre y a su hermano. El padre estaba en el hospital con los tendones de un brazo seccionados por dos hachazos (esta señora se quejaba de haber tenido que limpiar la mierda del culo del padre -siento el lenguaje, sólo estoy utilizando las palabras de origen-). También había ido a visitar al hermano, que estaba en la cárcel por haber dado dos hachazos al padre. Lamentablemente las mujeres se bajaron en Loja y yo seguí hasta Málaga -no me enteré cuál fue la razón de la riña entre padre e hijo-. 

Tomé el autobús de las 8:00 -lo prefiero al de las 7:00 porque los asientos son mucho más cómodos, de cuero, con más separación entre ellos y tienen Internet gratis con el que te puedes conectar -aunque yo los autobuses los concibo como dormitorios-. A las 10 menos cuarto estaba en Málaga y a las 10:00 en la Ciudad de la Justicia -en la calle Fiscal Luis Portero García-. Cogí un taxi para llegar hasta allí -es un paseo feo para ir caminando, y está un poco lejos si se tiene prisa-. El negociado con el que tenía que hablar, acababa de salir a desayunar. ¿Es normal que una persona que entra a trabajar a las 8:00 de la mañana, tenga que salir a las 10:00 a desayunar? ¿Por qué no van desayunados desde casa?

Imité al funcionario y fui a desayunar a una cafetería que hay a las espaldas del enorme edificio de los juzgados. Me lo tomé con tranquilidad sospechando que mi parsimonia, por falta de práctica, jamás superaría a la del funcionario. Efectivamente, cuando volví, aún no había aparecido. De las seis mesas del despacho, sólo una estaba ocupada por una señora. El resto fueron regresando poco a poco, en unos 15 minutos, todos estaban de vuelta, menos la persona con la que tenía que hablar (creo que en estas circunstancia, siempre estoy gafada, como cuando hay dos colas en el supermercado y suelo escoger la que por alguna razón se retrasa más). El hombre apareció por fin a las 11:05. Por supuesto no se disculpó -era su hora (literal) de desayunar-. 

No tengo instinto asesinos, soy una persona muy tranquila, pero cuando este señor sacó del expediente una única y simple hoja -que se podría haber mandado por fax-, me dieron ganas de hacérsela tragar. Me había hecho ir sólo para informarme en persona, para asegurarse de que lo entendía, que la señora jueza no había aceptado a trámite una de las siete preguntas con la que la parte demandada había querido que se completara la pericial. (Manda huevos!)

domingo, 5 de febrero de 2012

Sobre el amor y otros demonios

Hoy Guille ha querido que celebremos el día de los enamorados. Se le ocurrió temprano, cuando aún estábamos en la cama. Dijo que así, sin preparar nada, todo sale mejor. Además, teniendo en cuenta cómo está la situación, cualquiera sabe dónde estaremos cada uno el día 14 (por el trabajo). Después de levantarnos, nos dimos el plazo de una hora para buscar el regalo de cada uno. A la fuerza económico, porque hoy sólo estaban abiertos los bazares chinos. Aunque, lo confieso, hice trampa: ya tenía comprado el regalo de Guille, una zapatillas de deporte, le hacían falta (pero ese lo he guardado para dárselo el día 14). Hoy encontré un gatito chino, dorado, con los ojos rojos que se le encienden y mueve un brazo arriba y abajo (creo que el amuleto chito de la buena suerte). Ya sé que es una hortera, pero, precisamente por eso, es para incrementar la colección de objetos raros y hortera que tiene Guille en su casa (en la de sus padres). Es demasiado grande para llevarla a nuestro apartamento de Barna (está lleno de libros, todas las paredes, desde el techo hasta el rodapié). El objeto más hortera que tiene Guille es un elefante que le trajeron de la India. La maqueta del elefante es bastante buena. Parece un auténtico elefante a escala. Pero tiene una especie de vestido con lentejuelas y cuentas de colores que lo hace realmente horrible.Guille me ha regalado un bloc. Me ha encantado. Es muy bonito. 

Parece un libro. Aún no sé para qué lo voy a  utilizar. Tal vez para apuntar lo libros que vaya leyendo y una breve referencia a ellos (quiero que me dure mucho). 

No hicimos nada muy especial. Paseamos por el centro. Hoy ya no hacía frío y a mitad de camino mi bolso ya estaba preñado con bufandas, gorros y guantes. Fuimos a comer paella a mi restaurante favorito, el Cunini, está por detrás de la Plaza Bib-Rambla. Luego paseamos hasta cerca de casa. A Guille le gusta expresamente la repostería de Flor y Nata. Las tartaletas de fresa. Luego, para bajar la comida, como aún no teníamos ganas de volver a casa, nos fuimos a echar un partidillo de baloncesto a unas canastas que han puesto frente al Palacio de Congresos. Nos hemos divertido bastante, como si fuéramos chiquillos. Volvimos a casa con los abrigos echados al hombro y los jersey anudados a la cintura. 

Guille está acostumbrado a decirme que me quiere, y me besa, muchas veces sin venir a cuento. Me encanta que lo haga, pero me cuesta responder con la misma naturalidad. Fui educada en un "minimalismo" absoluto de la manifestación de los sentimientos, y no fue consecuencia de la muerte de mi padre. Creo que siempre hemos sido así, tan "secos" y ariscos. Guille se hizo 1.000 kilómetros, conduciendo durante la noche -él es un ave diurna-, pasando frío, con la calefacción quitada, por temor a dormirse, y todo para poder acompañarme por la tarde al ginecólogo -estamos comenzando a intentar averiguar por qué no me quedo embarazada-. Pensaba que podía pasar un "mal rato" si las noticias eran negativas. Aún no nos han dicho los resultados. ¿Necesito realmente que me diga que me quiere para saberlo? Aún así, como me gusta que me lo diga, yo también lo hago (aunque en mi voz suena bastante raro -la falta de costumbre). Sólo espero que también se dé cuenta de que mis palabras tienen fundamentos (sobre todo cada vez que acepto sin protestar ir a casa de su tía, la soltera, quien tiene la invariable costumbre de recordarme que "se me va a pasar el arroz"). 

Luego vuelvo... ahora tengo algo importante que hacer.

sábado, 4 de febrero de 2012

Indigentes

El frío de esta noche quema la piel desnuda al acariciarlas. Dos, tres grados, sobre cero. No es mucho, pero la sensación aumenta porque corre un airesillo que es como una lija sobre los pequeños trozos del rostro que ni el gorro de lana ni la bufanda que sirve para embozarnos como si fuéramos delincuentes a punto de cometer un atraco, dejan al descubierto. Hace frío, como hace mucho no recordaba haberlo sentido.  El agua de riego de los alcorques está congelada, esta tarde la fuente de Isabel la Católica estaba rodeada por lo que parecía una lucha campal con vidrios, pero sólo eran enormes trozos de hielo que los transeúntes habían sacado del agua asombrados y curiosos. Los camiones de la limpieza dejaban una pista de patinaje sobre las aceras de Plaza Nueva, solo pocos minutos después de pasar con su rastro de humedad. 

Cuando nos metemos en la cama, Guille para dormir ya, yo para arrancarle unos minutos de conversación hasta que caiga sucumbido por el sueño, hablamos de quienes esta noche tan fría tenga que dormir a la intemperie -a pesar del nórdico, del forro de franela y de la calefacción, los cuerpos tardan en acomodarse-. Guille tiene en su mente un mapa de casi todos los indigentes que dormitan cerca de donde vivimos, aunque no se puede hacer gran cosa por ellos. Guille se hizo amigo de uno de los más cercanos, el que duerme en los soportales del edificio más feo de Granada, y que está en la Calle Agustina de Aragón. Se arropa entre cartones y una manta que parece que nunca tuvo una buena vida. También, según se acerca la hora de dormir, consigue encontrar un colchón que le aísla de las losetas de mármol blanco. Invariablemente, por la mañana los barrenderos se lo tiran. Este indigente cuenta de sí mismo que, no hace mucho, vivía en una casa con agua corriente y luz, en el noreste de la península. Había empezado la carrera de administración de empresas, pero nunca la terminó. Tenía el coco comido por las películas. Quería hacerse jugador de póquer profesional.Vivir a lo grande. Pero durante años perdió el dinero de los padres. Hasta que se cansaron de pagarle las deudas de juego y lo echaron de casa. Piensa que con su situación actual está castigándolos. Este señor aparenta tener unos cincuenta años. El cielo está raso y la temperatura ha bajado aún más. Se pega  a la pared de los soportales y desde aquí no lo veo.

La gasolinera abandonada al final de la calle Recogidas, está tomada por un grupo de subsaharianos. Entre el Colegio Tierno Galván y sobre la acequia Gorda, hay una especie de habitación sin techo, pero con paredes, que sirve de albergue a un grupo de personas. Dormitan durante casi todo el día -es como si se limitaran a esperar que la vida pase sin hace nada-. Un señor al que le había cogido aprecio por su amabilidad, y que dormía en un cajero automático frente a la gasolinera de la Recogidas, ya no está porque los clientes, molestos, pidieron que lo echaran de su refugio nocturno.

viernes, 3 de febrero de 2012

El descanso de la guerrera

Una semana en mis tiempos de universitaria. El primer año fue el más difícil.

Vivienda: Piso compartido con cuatro compañeras más, en mitad de la calle Pedro Antonio de Alarcón. Baño y cocina lo limpiábamos todos los días, cada día una. Se tardaba una hora en limpiar los dos recintos. Los fines de semana, otra compañera que también se solía quedar y yo, limpiábamos el resto del piso, a cambio nos descontaban una pequeña cantidad del alquiler. Las comidas, como teníamos horarios muy dispares, cada una se buscaba la vida. Yo solía comer en los comedores universitarios, que están cerca de la facultad de Ciencias. Comida abundante y barata (aunque terminé odiando los filetes de cerdo empanados). 

Trabajo: Tuve algunos, pero el que más duro, de camarera en un bar -ya no existe- El Velero -hay un bar con su mismo nombre, pero no es el mismo, ni por ubicación ni por los dueños-. Estaba al final de la calle Pedro Antonio de Alarcón. Dos horas todas las mañanas para los desayunos: de seis a ocho. Menos los sábados y domingos. Los viernes, sábados y domingos, cuatro horas por la noche (en teoría, a veces se prolongaba hasta el amanecer y más de un domingo enlacé la noche con los desayunos). Recuerdo que mi primera clase de los lunes era Historia de la Arquitectura. Nos la impartía un profesor de voz melosa y susurrante, además se apagaban las luces para ponernos diapositivas (Gallego, era del Opus Dei).

Dinero: Dos becas. Una estatal. Me servía para no tener que pagar la matrícula del curso. Otra militar, de la Asociación Riquelme. Para hijas -exclusivamente- de militares muertos. Me permitió comprar algunos libros (el Neufert) y bastante material de dibujo. Con el dinero del trabajo compraba la comida y la ropa. Mi madre me pagaba el alquiler del piso. 

Clases: Las matemáticas fueron las más fáciles, y las estructuras. Las más complicadas, todas las que había que entregar trabajos. Proyectos, Dibujo y geometría, Historia... incluso en una supuesta maría optativa que me apunte: maquetas.

Horario: Las clases empezaban a las 8:30 casi todos los días y terminaban, dependiendo de las asignaturas que tocaran, a las 2:30 o 3:30. Dos días a la semana teníamos clase por la tarde. Uno de ellos era el viernes, que teníamos proyectos, el otro no lo recuerdo. 

Después de clase: Había que trabajar mucho. En casi todas las asignaturas había que entregar trabajos y, sobre todo, había que estudiar mucho. El primer mes me agobié lo inimaginable. No daba abasto. Un día -lo recuerdo con toda nitidez- mientras preparaba para un cliente del bar un pitufo con paté, pensé: ¿por qué dormir todas las noches? De todas formas me despertaba en mitad de la noche nerviosa y a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Desde ese día comencé a dormir una noche sí y la otra la dedicaba a estudiar y a hacer los trabajos. Es curioso, no entraba sueño. Aunque las noches no eran tan infinitas como parece cuando se duerme.

Personajes: A grosso modo, los alumnos nos podíamos dividir en tres grupos. Los juerguistas, que han terminado convirtiéndose en los abuelillos: sus días lectivos empezaban los martes y terminaban los jueves. Juerga-juerga-juerga-resaca. Alguno de estos aún continúan en la Facultad. Los que yo llamo "hijos del cuerpo". Sus padres tenían estudio de arquitectura, ingeniería o urbanismo y solían presentar trabajos profesionales. Ellos eran los afortunados. Y luego estábamos los demás, los ·pringadillos". Los que nos teníamos que romper el espinazo (y lo hacíamos) para aprobar las asignaturas. 

Aquel año tuve dos novios. Carlos I y Carlos II. El primero era estudiante de Geología. Lo terminamos dejando porque apenas podía verlo. Carlos II un compañero de clase algo mayor que yo. Tenía muchos complejos porque estaba rellenito y a sus 26 años no había tenido ninguna relación -de ningún tipo-. Me producía más ternura y morbo que atracción física. 

Las clases, el trabajo, las noches de sexo, las de insomnio, las de estudiar, los compañeros,  los profesores... es como si todo estuviera mezclado, lejano, confundido dentro de una nebulosa. Sin embargo, sí recuerdo sin ningún problema, incluso sintiendo las mismas sensaciones de aquella mañana de junio (el frescor de las corrientes de aire en la casa de mi madre sobre la piel desnuda de los brazos,  el suelo frío bajo los pies descalzos, la mezcla de olores de las plantas del patio...) en la que, por primera vez en muchos meses, pude sentarme en el sofá con un libro -que no fuera de arquitectura- en las manos y no sentir remordimientos por estar desperdiciando el tiempo (todos los exámenes concluidos, todas las asignaturas aprobadas). Es curioso, el autor de aquel libro es el mismo que hoy me ha hecho recordar aquel tiempo de silencio (esto de "tiempo de silencio" lo explicaré otro día).




jueves, 2 de febrero de 2012

El pozo de la vida



¿Nuestras vidas son círculos? Estamos muertos y nacemos sin memoria, desdentados, calvos, arrugados, sin capacidad para caminar y siendo completamente dependientes. Si un accidente de cualquier tipo (automovilístico, avión, coronario, cerebral...) no nos ha eliminado antes, nuestras condiciones antes de morir suelen ser similares. 

Lo realmente importante, y lo único que tenemos al final, es lo que ocurre entre esos dos cabos del círculo que termina cerrándose. Hay quienes aspiran a tener grandes experiencias, a conocerlo todo, a sufrir, padecer, disfrutar de todo. Yo sólo quiero que los días se sucedan aburridos y monótonos, sin más altibajos que los imprescindibles para evitar que el aburrimiento me desencaje la mandíbula por los bostezos. 

¿Qué ocurrirá en las mentes de quienes han sobrevivido a una gran catástrofe? Las pocas veces que la literatura ha hablado de ellos ha sido para convertirlos en monstruos que no han sabido sobreponerse a su experiencia. Supongo que, en parte, por esa razón prefiero la monotonía: por temor a que cualquier vicisitud me cambie la personalidad.  

Querencias

Guille apareció entre la hora de la ducha y el desayuno. Ahora dormita tirado en el sofá, bajo el nórdico y una manta porque vino casi todo el camino sin calefacción para evitar quedarse dormido y el frío se le ha metido en los huesos. Le he regañado. Condujo durante toda la noche para poder acompañarme esta tarde al ginecólogo. Creo que es la primera vez que reprocho a un adulto que  haga lo que su albedrío le dicta. Me aterra que algo malo le pueda suceder.

Cuando no está suelo ponerme la rebeca de lana gruesa que utiliza en casa.

Mi madre guarda en su casa los juguetes preferidos de mis hermanos, los que exigían cuando estaban enfermos o tenían alguna pesadilla. Mío no guarda ninguno porque no tuve una muñeca preferida o la típica mantita. Es increíble (y puede que algo lamentable) que ahora, siendo ya adulta, comience a tener querencias típicas de la infancia (necesitar arroparme en la rebeca de Guille para sentirme protegida cuando él no está). 

miércoles, 1 de febrero de 2012

La extraña levedad de la verdad

A menudo la verdad es menos creíble que la ficción. Me gustan muchas novelas porque pasan pocas cosas, la vida de los personajes es lineal y se deben enfrentar, por lo general, sólo a un problema. 

Esta mañana he estado a punto de hacer un cambio de titularidad de un proyecto antiguo. Corresponde a una vivienda unifamiliar con garaje en Alcaudete, un pueblo de la provincia de Jaén. El promotor había venido repetidas veces a realizar mejoras de lo que ya tenía diseñado. Según se le ocurría, me llamaba, solía llegar poco después de la hora de comer, se sentaba junto a mí y me veía dibujar (a veces las ideas que están encerradas en la cabeza de los clientes son imposibles de realizar; se convierten en ridículas cuando se pasan al dibujo -ejemplo: convertir el espacio que queda bajo una escalera en un despacho-). Las ideas de este señor, por lo general, eran buenas. Quitar un dormitorio y aprovechar ese espacio para incluir en el dormitorio principal un vestidor y un cuarto de baño, fue la última. Parecía estar tan encariñado con el edificio que iba tomando forma poco a poco, que me fue inevitable extrañarme cuando esta mañana vino para que cambiara el titular de su proyecto. Le pregunté si había perdido el trabajo (la mayoría de la renuncia de los proyectos y de cambios de titular por estas fechas, se debe principalmente a eso: o el marido, o la mujer o ambos han perdido el trabajo). Al principio era reacio a contarlo, luego lo soltó en tropel. 

El hermano mayor de este señor había aceptado un préstamo de un camello, unos 60.000 €. Con ese dinero el hermano puso un bar que tuvo que cerrar al poco tiempo porque no iba bien. El verano pasado el hermano de este señor murió por enfermedad y ahora ha aparecido el camello reclamando la devolución de la deuda. Al principio no le hizo caso, pero al día siguiente de decirle que él no pensaba hacerse responsable de algo con lo que no tenía nada que ver, se encontró los neumáticos de su coche y de su moto rajados -y tenía ambos vehículos guardados en la cochera particular de la casa donde vive en la actualidad. 

Este hombre no sabía que podía pedir un préstamo por la obra que ya tiene realizada (muy superior a esos 60.000 € de la deuda injusta). Hasta me ha besado al irse. 

Dice que me lo ha contado porque se creía en el deber de informarme de lo indeseable que era el promotor que lo iba a sustituir, para que tuviera la posibilidad de rechazar la dirección de la obra.